AL OTRO LADO DEL RIO
Una lata con tierra de Treintaytres, labrada y sembrada... al otro lado del rio.

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22.03.2011 14:00 / EntrevistARTE

GUSTAVO ESPINOZA: Narrador y poeta... de la OFI.

Cultural


Con el narrador y poeta Gustavo Espinosa

Una densidad poética y política.

 Daniel Mella

La solapade Carlota podrida (HUM Editores, 2009) dice que Gustavo Espinosa nació en Treinta y Tres en 1961, hace crítica literaria y cultural en varios medios uruguayos, publicó China es un frasco de fetos allá por los ochenta (premio Posdata de novela, 2000) y en el 2009 editó su poemario Cólico Miserere (premio fondos concursables del MEC, Trilce). Había rumores de que Carlota podrida era uno de los libros más importantes de nuestra narrativa de los últimos veinte años. Narración pura y ensayo político en clave íntima, arrabalera y poética, agotó una primera edición en pocos meses.

LA EDUCACIÓN SENTIMENTAL.

-Carlota podrida es de algún modo expresión de algo que siempre sentí, estando en Finisterre, de traer el mundo a casa -dice Espinosa un mediodía en el bar Las Flores. El personaje principal de la novela, Sergio Techera, idea y concreta el rapto de Charlotte Rampling, superestrella del cine y largo objeto de su obsesión, en una visita de caridad a la ciudad de Treinta y Tres. Igual que el autor, Techera es un tipo culto, que ha leído, visto abundante cine y curtido jazz y rock argentino de los setenta-. Los libros me llegaron a través de mi familia. Era plena época del boom. Los escritores jóvenes que estaban escribiendo en Latinoamérica en esa época eran parte de un big bang que los llevaba hasta la misma mesa de una familia de clase media baja en Treinta y Tres. Mi padre era carpintero y tenía Cien años de soledad en una edición del setenta, un par de años después de que saliera. El rock era un poco más complicado, porque te lo censuraban los milicos y también las fuerzas de la revolución porque no era comprometido y era en inglés. Pero fuimos recuperando discos de desertores del rock, hippies que habían cambiado, gente que había ido en cana y habían renegado de eso. Abrieron, además, una efímera sucursal de El Palacio de la Música y así nos fuimos haciendo nuestra educación sentimental.

 

-¿Cómo te situás en el mapa literario después de la buena recepción por parte de los medios y la gente?

-Estoy sorprendido de que le haya gustado tanto a la gente. Pero a la hora en que me siento a escribir no me importa nada de eso, ni me planteo a cuántos les va a gustar ni lo del mapa ni esa cosa de las generaciones. Yo soy un escritor retardado. He publicado a los cincuenta años más de la mitad de las cosas que publiqué en toda mi vida. Ahora que me está llegando cierto retorno por primera vez, lo único que espero es que por la particularidad de que vivo en el interior no se me considere un escritor de OFI, en términos futbolísticos, como con cierto paternalismo.

-¿Por qué un escritor retardado?

-Fui un escritor retardado porque no publiqué, y porque tampoco produje mucho. Siempre algún poema o alguna cosa pero tampoco lograba reunir obra. En el ochenta y seis escribí China es un frasco de fetos y tuve enormes problemas para publicarlo.

-¿Desde cuándo escribís?

-Yo siempre quise escribir. Lo que he mantenido hasta ahora es ese deseo. Lo que me interesaba a los dieciocho me interesa ahora. Hablar de libros, escribir. Empecé a querer ser escritor en 1972. Había un libro de texto escolar que se llamaba Cuento y Canto. Era una selección de prosas y poesía pero no tenía ese prejuicio tonto de que a los niños hay que darles literatura infantil. No presentaban cuestiones de sentido muy complejas ni nada, pero traían datos de escritores. En la pág. 169 había un poema de Antonio Machado. Creo que el poema debía de ser malo porque exhibía de manera muy ostensible distintos mecanismos de metaforización. Hice una especie de plagio y descubrí que me gustaba mucho hacer eso. A mi viejo le encantó, le dio orgullo. A mi madre no le gustó, le pareció que era un documento de mi propia infelicidad. Después le doy el poema a la maestra y me lo devuelve con un "muy bien". Me quedé muy decepcionado: yo no le estaba entregando un deber. Si algo aprendí es que nunca le tenés que dar tu texto a la institucionalidad. A partir de ahí me quedó durante mucho tiempo y hasta el día de hoy la idea de la escritura como algo medio clandestino, a resguardo de los demás.

-¿Fantaseás con ser escritor profesional?

-Uno está resignado a que es muy difícil ser un escritor profesional. Seguramente eso colabora con la sensación de que dedicarse a la escritura es una empresa destinada al fracaso. Pero es probable que no haya habido buenos tiempos para los poetas en ninguna parte. Esas cosas hay que reconvertirlas, no usarlas como excusa para dejar de escribir o andar amargado.

-¿Uno puede enamorarse también de la marginalidad?

-Sí. Hay que tener ojo: en esos barrios cunde el malditismo. Se admira al canalla que es capaz de escribir Viaje al fin de la noche. La monumentalización de escritores cuyas existencias han sido sórdidamente infelices me parece inmoral.

-¿Por qué vivir en Treinta y Tres?

-Una de las razones por las que regresé a Treinta y Tres luego de estudiar letras, hace veinticinco años, fue que empecé a ver toda clase de mezquindades en lo que se viene a llamar el mundillo literario. Eran muchos nenes con unos egos tremendos para un solo trompo miserable. Se sacaban los ojos por éxitos a la escala diminuta de este pueblo. Fue una razón secundaria, hay que decirlo, pero definitivamente tuvo su que ver. En esa pérdida de inocencia que sufrí hace treinta años descubrí que toda esa especie de cosa tan brillante tenía un backstage sórdido, de conventillo, de asuntos sexuales o partidarios. Capaz que fue muy naïf, pero tal vez a uno lo impresiona más que el mundo artístico sea así porque se plantean todo el tiempo cosas trascendentes, altruistas incluso.

FALTA EL INTELECTUAL INDEPENDIENTE.

-¿Un ensayista de cabecera?

-Baudrillard. No necesariamente por sus ideas. Por su estilo.

-¿Qué te inspira el estado de cosas en el país?

-Lo que está pasando ahora me inspira cierto pensamiento apocalíptico. Estamos en una especie de pulverización de la civilización uruguaya, si es que esa civilización existió alguna vez. Desde el gobierno hay una tendencia peligrosa de anti-intelectualismo, de jerarquización de lo técnico y popular, una entronización de las ciencias duras y del saber popular y ahí los escritores quedamos fuera. Se ha desvanecido la figura del intelectual independiente, que habla sin estar vinculado a ninguna institución. No hay un intelectual en la tribu que tenga prestigio suficiente por su propia investidura, no sé si porque no hay escritores con una obra lo suficientemente sólida. Capaz que es una redundancia decir intelectual independiente, en el sentido de la voz de Casandra, del que siembra fuera del surco desde un no lugar y que a su vez tiene el suficiente prestigio como para autolegitimarse.

-¿Harías política?

-No. A ver: hago política. Uno tiene que tratar de darle a sus intervenciones una densidad política, no sólo poética.

-¿Te acordás de un poema?

-Sí, muchísimos.

-Uno.

-Un soneto en lunfardo, de Daniel Giribaldi. El tipo va a un bar y en el mostrador hay un frasco con un feto humano dentro, y escribe:

Corona el mostrador su forma absur- /da

conservada en alcohol dentro de un

/frasco

Es un feto, junémoslo sin asco

Pudo vivir, pudo haber sido un curda

Pudo volar con chorros a la gurda

O llevar un milico abajo `el casco

Pudo ser tan fulero como un fiasco

O, langa, hacer latir los de la zurda.

Iba para machito esa pavada

Pudo ser todo y eligió ser nada

O acaso prefirieron que no fuera

La cosa es que bandeao por el escabio

Yo creo que a la final jugó de sabio

El seguirá en su alcohol cuando yo

/muera.



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De allá vine, aunque mi lugar en el mundo está en otra parte. "Lo bueno de los años es que curan heridas, lo malo de los besos es que crean adicción". Los años añejan el alma, hacen que la vida sepa mejor, y los besos me hicieron hechar raiz. Ahora cuando me preguntan de donde soy digo que nací allá y vivo en este agujero. Las dos querencias, por ahí viene la cosa...

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