AL OTRO LADO DEL RIO
Una lata con tierra de Treintaytres, labrada y sembrada... al otro lado del rio.

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DeLETREOS & ConSONANTES

21.08.2014 11:30

Laucha caricaturizado por Ombú

Que es una charqueada, un vichadero o un cerro largo? 
Que fuimos antes de este presente de rios, praderas y arrozales?
Quienes abitaban estos lugares antes de la conquista?
Como eran?
Cuales son los tres círculos que componen nuestra matriz cultural?
El Laucha nos tira respuestas que nos dejan llenos de interrogantes.

Tomado de El País Cultural."A nuestra Casa de la Cultura le falta olor a rancho y a humo, le falta tierrita"

Los cerritos de indios

Con el arquéologo Oscar "Laucha" Prieto

Guillermo Pellegrino (desde Treinta y Tres).

EL 18 DE OCTUBRE de 2010 la Biblioteca Nacional albergó un homenaje al treintaytresino Oscar Prieto por las investigaciones arqueológicas que, desde hace medio siglo, viene desarrollando en su departamento. La sala desbordó de gente que acudió a escuchar a este sabio de 85 años, arqueólogo experimental y auténtico mito de nuestra cultura popular, acompañado en la mesa por prestigiosos profesionales provenientes del mundo académico. Entre ellos estaban los antropólogos Daniel Vidart y Renzo Pi Hugarte y los arqueólogos José López Mazz, Roberto Bracco, Arturo Toscano y Jorge Baeza, en una actividad organizada y dirigida por el licenciado en ciencias antropológicas y músico Walter Díaz.

UN INVESTIGADOR. Desde 1960 "El Laucha", como se lo conoce a Prieto popularmente, ha relevado unos 500 cerritos de indios (cien de los cuales ha estudiado en profundidad), recolectado decenas de objetos y materiales de los indígenas que habitaron distintas zonas de Treinta y Tres, además de fósiles marinos del período cuaternario, entre otros elementos. Con ellos ha logrado construir una prehistoria local.

A fines de 2009 Prieto dejó la localidad General Enrique Martínez (La Charqueada), donde residió por dos décadas, y regresó a la ciudad de Treinta y Tres, a la que había llegado a los 10 años tras vivir en los parajes Molles de Olimar Chico (donde vino al mundo) y Cañada del Brujo. En el comedor-cocina de su casa de la calle Manuel Oribe, a unas doce cuadras de la plaza central, El Laucha recibió a este cronista.

Luego de hablar de su relación con Atahualpa Yupanqui, a quien conoció en la capital departamental a fines de los años `30; de Los Olimareños, dúo del que fue uno de los impulsores; y su original método para tocar la guitarra usando el dedo meñique (es un eximio concertista, con más cien obras compuestas), Prieto entra en el campo de la arqueología y, con entusiasmo, empieza a describir y a explicar para qué servían los cerritos de indios, vestigios "arquitectónicos" de los aborígenes de las pampas orientales, quienes no llegaron a alcanzar en ningún área el desarrollo que sí tuvieron otras tribus en el continente: "Estas construcciones de forma cónica, suavemente redondeadas en su parte superior, son elevaciones artificiales hechas por el hombre para establecer una vivienda en lo alto y de esa forma poder preservarse de las crecientes de las aguas y de la humedad del suelo". Los indígenas también los utilizaban para enterramientos y para cultivar, entre otros, maíz, porotos y zapallos.

La altura de los cerritos, aumentada progresivamente por las sucesivas generaciones de indígenas, es una de las características que hace que estos sean fácilmente distinguibles en los campos llanos o de moderadas estribaciones. La otra es la vegetación que, fruto de la riqueza del humus, es de un verdor mucho más intenso que el resto de la pradera.

"De niño escuché muchas historias de los cerritos. Mi padre, que es de las zonas bajas de Rocha, me contaba que cuando había crecientes en las lagunas los animales se refugiaban en ellos, en cuyos suelos solían hallarse objetos probatorios de que habían sido habitados muchísimo tiempo atrás", recuerda, sin dejar de apuntar que, por años, no le prestó atención al tema. "Pero un día Alfredo Alvarez, maestro rural de Treinta y Tres, me invitó a unos de los terremotos de indios (nombre que también se les daba) `para ver que hay`, me dijo. Acepté. Hicimos excavaciones y encontramos restos de cerámica… Así empezó la cosa".

El Laucha dice que "en campos próximos a los cerritos pueden verse depresiones o lagunetas, que son los lugares de donde lo indígenas sacaron la tierra para levantarlos". Luego explica que para construir los cerritos los aborígenes usaban el método al que él llama "cono de albañil", por la figura que éstos forman cuando hacen la mezcla de arena y portland: "Los indígenas hicieron lo mismo: sacaban tierra ablandando la parte de arriba de la corteza del suelo con palos y con guampas de ciervo, y con esa tierra formaban una especie de cono. Después, arriba de él, le echaban más tierra y a medida que el cono se iba elevando la base se agrandaba".

Los cerritos de nuestro territorio tienen, según sus estudios, variantes en lo que se refiere a extensión y altura: "están los cerros largos, que son lo que serían en la actualidad edificios de propiedad horizontal: allí residían varias familias. También, si la zona es muy llana, en los distintos campamentos pueden verse cerritos que se destacan por su altura y a los que se denomina `vichaderos`, ya que servían, entre otras cosas, para controlar la dispersión de sus animales".

UNA COLECCIÓN. Apenas termina la breve exégesis, Prieto va hacia una habitación contigua y trae un mapa del departamento de Treinta y Tres a gran escala -de esos que usa el ejército, en los que aparecen los más mínimos cursos de agua- y lo despliega sobre una mesa atiborrada de libros. Explica que los puntos negros son cerritos, mayormente aglutinados en distinta partes del departamento, y que las pequeñas rayas negras que bordean parte de la costa de la laguna Merín son para señalar los paraderos superficiales de origen tupí-guaraní, en los que ha encontrado decenas de objetos realizados mayormente en cerámica.

Según explica la guía del Museo de la ciudad de Vergara (al norte del departamento de Treinta y Tres), donde está expuesta la mayor parte de la colección de materiales arqueológicos recogidos por El Laucha en medio siglo de trabajo, "los indígenas de procedencia tupí-guaraní habrían llegado desde el norte, desplazándose hacia el sur y este, a lo largo de orillas y aguas de lagunas ríos y sus extensos y abundantes bosques ribereños, afincándose en la cuenca de la laguna Merín". Las piezas de cerámica corrugada, pintada y cepillada, y algunos instrumentos realizados en hueso que hoy forman parte del museo, son un claro indicador de la presencia de este grupo humano indígena en el este del actual territorio uruguayo.

El texto, elaborado por Prieto en coautoría con Beatriz Bustamante, su mujer, Gerardo Arbenoiz y Angel Vesidi, asevera que "los materiales rescatados conducen a reconocer la presencia en nuestra área (actual departamento de Treinta y Tres y alrededores) de representantes de dos niveles: cazadores superiores o de las estepas `especializados` en caza mayor y dotados de medios técnicos más avanzados (jabalina, arco y flechas, bolas, etc.) (…); y plantadores recientes, que entre otros materiales hacen uso intensivo de las mazas hechas de piedra pulimentada, hacen cerámica y arte textil, adornos corporales como el tembetá o botón labial, práctica de fumar e ingerir narcóticos, culto al cráneo y canibalismo, etc.".

Además de los elementos pertenecientes a la cultura material de los constructores de cerritos y de los pobladores de asentamientos superficiales, el museo tiene en exhibición ejemplares de la megafauna local (extinguida hace unos 10 mil años y de la que se han encontrado restos fósiles), materiales y elementos europeos asociados a restos de indígenas, restos y elementos asociados a charqueadas y graserías del siglo XIX y fósiles de transgresiones oceánicas del período holoceno (el último de la era cenozoica o terciaria), entre otros materiales.

"En la última pos glaciación, cuando se derritieron los hielos, el océano se elevó (llegando a unos 47 km. de donde está ahora, por lo que tuvo que haber subido al menos cuatro metros), transgrediendo toda esa franja de tierra. Como testimonio de esas modificaciones quedaron muchísimos fósiles de ejemplares de agua salada", explica Prieto.

Algunas investigaciones identifican tres avances del océano sobre la zona en la que El Laucha investigó (en los últimos veintiún años con la compañía de Beatriz), y sus tres respectivos retrocesos. Estas bajadas y subidas del nivel del océano fueron consecuencia del enfriamiento (glaciaciones) o calentamiento de la tierra. Según Prieto, "la última bajada del mar a su nivel actual ocurrió hace unos 4.500 años, por lo que el lugar donde hoy se asienta La Charqueada estuvo unos 3.000 años sumergido bajo las aguas oceánicas".

A manera de confirmación de estos movimientos marinos, este arqueólogo -que se ha embarrado y curtido la piel por pasar al rayo del sol decenas de horas- ha detectado evidencias configuradas por los restos fósiles reunidos en un cordón formado por un conglomerado de huesos, valvas, moluscos, vértebras y caparazones de animales marinos a lo largo de un antiguo borde oceánico que se extiende por la actual tierra firme en forma aproximadamente paralela al borde occidental de la actual laguna Merín.

"Este cordón -asevera Prieto, mientras se acomoda el cuello de su camisa- tiene un ancho de hasta 200 metros y una profundidad máxima de 1,30 mts. en la que se identifican los siguientes estratos: arcillas del subsuelo sobre el que se asienta una capa de arena, encima de la cual se encuentran los restos fósiles de animales marinos (bivalvos representados por ejemplares de la familia Aloididae, y gasterópodos identificados como de la familia Hydrobidae) cubiertos por un delgado manto húmico sobre el que se desarrolla el actual tapiz vegetal".

En cuanto a los fósiles de animales extinguidos hace miles de años, el texto-guía del museo da algunos detalles que contribuyen a realzar la enorme tarea de investigación que desde hace medio siglo (con una interrupción de ocho años en los que estuvo preso en tiempo de la dictadura militar) lleva adelante Prieto: "A consecuencia de procesos erosivos, en las playas de la laguna Merín afloran restos de megafauna reconociéndose placas de caparazón de la especie Gliptodonte, marcando su presencia en terrenos habitables transitoriamente por fauna terrestre, entre las transgresiones y regresiones oceánicas, sumándose al hallazgo de restos de la misma clase en otros sitios del área estudiada".

El Laucha cuenta que sin apoyo alguno, con unas vituallas, sale junto a su mujer a recorrer los campos, que piden permiso para entrar a varios de ellos, que para ubicar bien los lugares exactos donde están los cerritos llevaban un papel de calcar en el que, tras dibujar algunas referencias, los ubican en el plano grande, y que hasta inventaron un aparato para medir las alturas.

Tras relatar algunos pormenores que entraña su tarea, Prieto pasa sin que medie pregunta alguna a explicar su teoría de los tres círculos que componen la matriz cultural de un conjunto de rasgos asociados que se repiten, en lo material y en lo espiritual, en una sociedad, en este caso del departamento de Treinta y Tres: "El más pequeño es el que representa al área urbana, donde alrededor de la plaza principal de la capital se concentra la cultura académica; rodeando a este círculo aparece el del área suburbana, donde están los rancheríos y los barrios donde vive la plebe y en los que surge la cultura popular; y el tercero, el más grande, representa al área campesina, en la que aparecen el folklore y la leyenda, además de ser el sector de la agricultura, donde se producen los alimentos".

Acto seguido, El Laucha pasa a explicar el porqué de esta disquisición, volviendo al primer círculo: "Nuestros directores de Cultura pertenecen a esa área, tiene todos una formación académica", asegura. "A nuestra Casa de la Cultura le falta olor a rancho y a humo, le falta tierrita".





05.02.2013 15:35

Don Ata.

El Festival del Reencuentro del año 2012 tuvo una noche de homenaje para Don Atahualpa Yupanky, quien en la sengunda mitad de la década de los 40 se siglo pasado, si dice, visitara varias veces el terruño olimareño.

Uno de los participantes en esa noche de homenaje fue su hijo, Roberto "Coya", que se vino desde Cerro Colorado, Tucumán, Argentina a cantar canciones de su tata, y a recibir el afecto en forma de aplauso de la gente de Treintaytres.

Muy interesantes resultan los conceptos críticos respecto de las nuevas modalidades de expresar la música, con "una estética típicamente norteamericana" que no comparte.

He aquí la devolución del hijo de Don Ata a el pueblo del Olimar.

Treinta y tres por Roberto "Coya" Chavero

Oigo una voz que ahora viene
cantando por el camino.
Es otra voz y otro canto
de los que siempre he oído.

Otra la voz, otro el canto,
Y,, también, otro el camino,
Y hasta otro yo el que escucha
Creyendo que soy el mismo.
(José Bergamín)

Treinta y Tres

“Qué se siente estar en el extranjero”, me preguntó una señora? La pregunta me perturbó. No supe qué contestar. Me nació una rápida respuesta que se correspondía con un sentimiento no elaborado aún: “no siento estar en el extranjero”. En realidad, me perturbó que la señora viera en mí a un extranjero.

Me pregunto ahora, sin la necesidad de una respuesta rápida, a la que me sentí obligado por una cuestión de cortesía, qué es para mí el extranjero o, su forma personificada, un extranjero.
Cuál es el territorio en el puedo considerarme extranjero?
Un desierto en Mongolia, Siberia nevada, la cumbre de una cordillera, los pantanos en Florida, Estambul, Nueva York, el fondo de una mina, el mar, las mil formas del cielo cuando lo surco en un avión?
Podría seguir enumerando hasta el infinito los paisajes del planeta y los que ha construído el hombre, sin hallar uno en el que me sienta ajeno a él, que no tenga algo cercano o familiar. Sostengo, desde hace muchos años, que todos esos paisajes están dentro nuestro: cumbres y abismos, desiertos (que nunca están realmente desiertos) y llanuras fértiles, ríos caudalosos y pequeños lloros montañeses, ciudades iluminadas a giorno y oscuros callejones. El universo entero está en cada uno de nosotros. Solo hay que tener ojos dispuestos a ver.
Escribo todo esto paisano Abella porque al cruzar las aduanas no ingresé al “extranjero”.
Extranjero me resulta ese mundo que necesita aduanas. La extranjería nace cuando los hombres no tienen ni un poquito en común en su paisaje y en su horizonte. Solo los poderosos se benefician con la idea de extranjería. Para mí qué puede haber de extranjero en un sarandí, en las playitas de arena del Olimar, en esos ceibos que me contaron de flores blancas o celestes.
Podré sorprenderme por ese rasgo para mí desconocido pero sentirlos ajenos….
En mi paso por Treinta y Tres se asomaron multitud de historias vinculadas a la estadía de mi Tata. Cuánta siembra la suya! Y qué buena tierra para sus semillas. Los muchachos jóvenes, hoy, interpretando los ritmos tradicionales de su tierra y las canciones que están en el corazón de su gente.
Puedo decir que la suscripción a una estética típicamente norteamericana con batería, instrumentos eléctricos no la comparto. Pero no creo que mi opinión en ese sentido tenga importancia.
Van por debajo de las luces, de un sonido de muy buena calidad aunque exagerado en volumen, trepando al corazón de los orientales, las canciones que los nombran y los traducen cabalmente.
Pasarán estos tiempos. Las reuniones de criollos seguirán existiendo en las casas de familia, en los boliches de campo. Siempre habrá una guitarra criolla, buena o regular, que nos ayudará a desenrollar nuestros sentires.
Hay que tener paciencia. Los jóvenes habrán de comprender , espero que más temprano que tarde, las trampas de esas estéticas que nos conducen a la confusión en materia de identidad personal y nacional. Tan bella es su tierra Serrano! Cómo no habrán de nacerle a los muchachos canciones que traduzcan con belleza y verdad, en las letras, en las melodías y en los arreglos instrumentales y vocales, esa belleza simple y mágica de su tierra.
Las rutas orientales me resultaron peligrosas porque no alcanzan los ojos para descubrir la multitud de rincones bellos, verdaderos recreos del alma.
Pude ver ciudades y poblados antiguos, conservando la estirpe criolla, la serenidad en los gestos, mostrando el rostro apacible de la existencia y ríos (el Ceboyatí, el Olimar, el Yí, el Río Negro, multitud arroyos) que la multiplican.
Imaginé el ir y venir de aquellos hombres que se jugaron la vida a punta de lanza, el retumbo de los galopes en las cuchillas. Tierra sin límites, sin frontera que nos diga a partir de aquí usted es un extraño, un extranjero.
Amo la tierra, paisano, toda la tierra. Me siento a gusto con muchos. Del pago que sean. Me resultan extranjeros los vanidosos, los calculadores, los asesinos, los ladrones, los mentirosos, los codiciosos. No porque yo sea un virtuoso o un santo. Pero ellos viven en un mundo que me es ajeno. Allí no solo soy extranjero: quiero serlo!
Allí, seguramente, me habrán de solicitar que presente documento, declaración de impuestos y todas las fronteras que algunos han inventado para sojuzgar a los pueblos, no para organizarlos, como declaran.
Por eso quiero manifestarle a Ud. y a través suyo a sus paisanos, nuestra gratitud, pues no llegué solo a su tierra, por la generosidad manifestada en tantos gestos, pequeños y grandes, tanta palabra emocionada: en Pepe Guerra que nos acompañó en este homenaje a mi Tata, en Val Menendez y sus colaboradores por el trato , por la organización, en el Tero (tengo ahora dos amigos a los que le dicen “Tero”: y fíjese, los dos son callados), en Schubert Flores y su compañera, en Demetrio Xavier, aparcero en muchas ocasiones del canto.
Si en alguna manera nosotros dos podemos representar una grano de arena de cada orilla del río Uruguay seguramente seguiremos adelante con todo aquello que consideramos un deber: cantarle a la tierra, a sus hombres de bien del modo más cabal que podamos. Estamos construyendo un puente que no se ve pero que existe desde siempre. Nos lo enseñaron nuestros antepasados y nuestros próceres (los de verdad) y los estamos honrando para que nadie se sienta “extranjero” en su tierra o en la mía.
Un abrazo.

Roberto Chavero.

 

 

 

 




22.03.2011 13:57

Novela de Gustavo Espinosa

No se culpe a nadie

 

Soledad Platero

AL PRIMER GOLPE DE OJO ésta parece otra novela simpática del tipo "historias tragicómicas de personajes marginales". Eso prueba que no hay que confiar en el primer golpe de ojo. Apenas avanzada la lectura Carlota podrida se revela como un texto de agudeza sorprendente, y mucho antes de haber llegado a la mitad cualquier lector habrá entendido, sin sombra de duda, que se topó con uno de los libros más bellos, más dolorosos y más inteligentes de la narrativa de los últimos veinte años.

Sergio Techera es un músico cuarentón de la ciudad de Treinta y Tres, que se gana la vida tocando cumbia en los bailes, a pesar de que odia la cumbia. Hubiera querido estudiar filosofía en Montevideo, pero la muerte de sus padres truncó ese sueño. El personaje de Techera puede parecer extraño a los montevideanos -un tipo hipereducado y culto que no tiene ningún vínculo con los sectores acomodados del pueblo- pero Uruguay da esos mutantes, que no deben ser confundidos con el clásico bichicome poeta, ni con el loco filósofo o demás pintorescos atorrantes profusamente rescatados por la literatura costumbrista.

Ricardo Sergio Techera es hijo de una profesora de piano; creció durante la dictadura y se educó en la benéfica influencia de la restauración democrática. Es posible inferir, sin embargo, que Techera está bastante lejos de pertenecer al universo militante y culto de la restauración, y que es precisamente esa marginalidad la que afila el lápiz de su fina, dolorosa capacidad crítica.

Antes de seguir, conviene aclarar algo: la novela está narrada en dos secuencias que se intercalan. Una, en tercera persona, desarrolla una anécdota que tiene algo de policial, algo de sainete y algo de tragedia del subdesarrollo. En esa secuencia Techera es el héroe -un héroe devaluado, criminal- y cuenta con varios ayudantes y con un oponente abstracto, que es la vida misma.

La otra secuencia, que la tipografía distingue en itálicas, es un alegato perfecto, implacable y sin esperanza ante un tribunal más ciego que la mismísima diosa de la justicia. Escrita casi toda en segunda persona (esa primera persona falsa y demandante), es la carta de Techera a su víctima, y da cuenta de las razones que lo llevaron a cometer el crimen. Ambas secuencias funcionan, respectivamente, como relato y metarrelato.

ESTRELLA EN APUROS. Lo que está narrado en tercera persona es la historia, desplegada cronológicamente, de un plan, su ejecución y sus consecuencias. El plan consiste en secuestrar a Charlotte Rampling -la estrella británica, ahora reconvertida en activista social- aprovechando su visita a la ciudad de Treinta y Tres en el marco de una gira benéfica. Rampling fue el gran objeto maravilloso de Techera, la forma misma de lo deseable: ésa que mira desde la pantalla, y lo que mira no lo ve. El secuestro, por supuesto, no tiene nada que ver con ganar dinero, pero tampoco con satisfacer una calentura adolescente mediante el estupro. Lo que Techera quiere es arañar la burbuja aséptica que protege a Rampling y obligarla -amorosa, fervientemente- a oler un ensopado criollo, un efluvio de caña brasilera, un cabo de vela de sebo, una pared con humedad.

Nadie en Treinta y Tres conoce a Charlotte Rampling tanto como Techera. Y seguramente nadie en el universo haya dedicado tanto esfuerzo silencioso, tanto tiempo y tanto deseo a un objeto tan distante y helado, tan singular, tan poco apropiado para ese fin. Pero él no es de los que se alinean detrás de fetiches vulgares, ni de los que se dejan arrastrar por pasiones pelotudas. Él es un melancólico, un exquisito, un solterón solitario marcado a fuego por la certeza del simulacro y del error. Un fervoroso -aunque discreto- militante de la carencia.

SÓLO PARA SUS OJOS. El plan sale bien, y la flaquísima estrella es secuestrada y retenida en un oscuro galpón que tiempo atrás alojó a una fábrica de enanos. Durante el tiempo que dura el encierro de la diosa, Techera está en constante víspera, siempre a punto de entrar al cuarto en el que yace Ella, pero no lo hace. Mientras tanto, escribe el largo texto explicativo, que puede leerse como el más conmovedor poema de amor desde aquel "soy yo, soy Borges" de "El Aleph".

Y ahí es donde el texto de Espinosa desborda los límites de la novela moderna y arma su propio metarrelato, cerrando un paquete que es obligatorio describir como posmoderno, y que hace de este libro de poco más de cien páginas un objeto que se abre en innumerables direcciones. Porque el texto en itálica no es la cura de Techera mediante la palabra, sino la imposibilidad de la cura, porque no se puede confiar en las palabras. Es un repaso exhaustivo de los simulacros con los que debe transar una persona que no puede dejar de ver la diferencia entre el aire limpio que rodea a una estrella y la pestilencia que envuelve a una hembra de edad indefinida y vientre cruzado de estrías que sacude las caderas en un baile de Treinta y Tres.

Antes de ser el perfecto neurótico que escribe, Techera fue un niño como cualquiera, empecinado en unir las cosas del mundo, masivas e indistintas, a nombres claros y definitivos. Elaboró listas de pájaros, de juguetes, de personajes, de ciudades, como todos los niños. Es parte del crecimiento de cualquier sujeto bien logrado transformar esas listas de la infancia en relatos. Y es condición de posmodernidad entender que esos relatos son fábulas de escasa consistencia, simulacros, escenas hipertrofiadas que empobrecen la realidad, a fuerza de ofrecer mundos más coloreados, más nítidos y desodorizados. "Lo que quizás le resulte novedoso es que un Watusi de Treinta y Tres sienta algo así como angst porque la aldea en que transcurre su existencia no es Brujas ni Ciudad Gótica. Aquella noche pegajosa y tibia en medio del invierno, antes de entrar al cine, yo sentía eso: la rabia triste de un sordo absoluto de nacimiento que puede leer partituras de música barroca".

Techera sabe que Charlotte Rampling es un objeto de deseo (algo sublime, en suma) pero decide retirarla del plano de los objetos fantasmáticos y sumergirla en el plano del olor de las cosas. Al mismo tiempo, necesita explicarle por qué lo hace. Necesita volcar sobre esa diosa humillada, no sólo su ansiedad, sino su desencanto. Necesita restituir cierta justicia a un mundo demasiado desparejo, y para lograrlo no alcanza con mezclar en la retorta del mismo aire caliente el sudor de una diosa y la pestilencia de unas chancletas de goma.

"Los propósitos de mi relación, repito, siempre fueron exponer algo así como el backstage teórico del lapso horrible que intercalé en su vida", dice. Y sigue: "Porque me pareció útil a ese propósito explicativo (aunque también por desconcierto, por miedo, por desahogo) describí mi propia situación de enunciación, ...". Por eso, aunque el final esté lejos de ser optimista, hay, en la potencia misma del lenguaje, en su capacidad autorreflexiva, munición suficiente para enfrentar la caída de varios relatos.

Gustavo Espinosa (Treinta y Tres, 1961) es autor de la novela China es un frasco de fetos (H editores, 2001), ganadora del concurso Posdata 2000. Además ganó el premio Fondos Concursables del MEC para la publicación de su libro de poesía Cólico miserere (Trilce, 2009).

CARLOTA PODRIDA, de Gustavo Espinosa. Ed. Hum, Montevideo, 2009. Distribuye Gussi, 119 págs.




05.04.2008 18:36

Si bien las preguntas referidas a esta canción deben haber sido de las que más le deben haber reiterado en su vida a Zitarrosa, nunca (en todas las entrevistas a las que este ciudadano a tenido acceso) evadió responder al respecto. Este pasaje subjetivamente elegido intenta aproximarse un poco mas cerca del porque, aunque no basta con conocer la historia para componer una bella canción, también es preciso sentir como Alfredo para reflejarlo en los versos de una milonga.

 

El transcurso de los años le dará paso a la leyenda, pero por mas que den vueltas las agujas de los relojes, entre las canciones populares uruguayas siempre habrá un lugar selecto para Stephanie, y un uruguayo dispuesto a escucharla.

 ¿Qué le habrá dicho Rubito Lena al respecto? Eso es cosa exclusivamente de ellos.

En todo caso démosle una oportunidad a la fantasía.

  

¿cómo conociste a Stephanie?

-En un hotel.

¿por qué te parece que le gusta a la gente le gusta tanto ese tema?

-Porque Rubito Lena dice que es bueno.-

-No creo que sea solo por eso...

-Yo creo que si.

-¿No te parece que hay algo allí, no se porqué, que hace que la gente la identifique, se sienta parte de esa historia, cercana a esa historia?

            -Hay una frase al principio, que le llamó la atención a un amigo poeta: “No hay dolor más atroz que ser feliz.” Esa frase es una frase hermética que tiene un significado preciso, porque Stephanie, que es una persona de la vida real, una mujer que ejercía en esa época la prostitución, trabajaba de prostituta para casarse porque el hombre al que amaba estaba en otro país, en otro continente incluso; y pensaba reunirse, casarse con él,  casarse con él, pero llevando el dinero suficiente para vivir con él. No sé quien sería ese hombre ni como sería. Lo cierto que hablando en ese su mal portugués, Stephanie me contó esa historia. Por eso es que la canción comienza diciendo esa frase, que pese a tener un referente concreto, es una frase hermética, que llama la atención. Porque, efectivamente, para la inmensa mayoría de la gente, la felicidad o al menos esa meta, la de ser feliz, si nos propusiéramos en la vida lograr la felicidad, empieza siempre por un gran tormento que es el trabajo mal pagado y seguiría por otros varios padeciemientos.

 

Extracto de la entrevista realizada por el periodista Alberto Silva a Alfredo Zitarrosa en los estudios de Radio Nacional, Montevideo,  1986, publicada en el libro “Grandes Entrevistas Uruguayas” (Aguilar, 2000).-

 



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De allá vine, aunque mi lugar en el mundo está en otra parte. "Lo bueno de los años es que curan heridas, lo malo de los besos es que crean adicción". Los años añejan el alma, hacen que la vida sepa mejor, y los besos me hicieron hechar raiz. Ahora cuando me preguntan de donde soy digo que nací allá y vivo en este agujero. Las dos querencias, por ahí viene la cosa...

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