AL OTRO LADO DEL RIO
Una lata con tierra de Treintaytres, labrada y sembrada... al otro lado del rio.

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SEMBLANZAS

08.03.2013 12:36

 

Alguna vez cruzó estos suelos un guitarrero zurdo que venía de la otra orilla del Plata. Andaba buscando regufio, escapando, exiliándose. Y se vino al Uruguay. En Montevideo no encontró expresiones artísticas que no estaban mal; "pero estaban mal". De paso rumbo a Brasil un libro de Romildo Risso le sirvió de contraseña para poder abrir la tranquera de la sensibilidad de autores y músicos, y quiso reconocer en esos paisajes al suyo. Fué encontrando hombres que palpitaban la leyenda del viento, que iba dejando entre quebradas, montes y arroyos "yapitas" que se plasmarian en versos y canciones. Y tanto lo deslumbró lo que palpitaban que dicen que terminó por quedarse.

"El Paisano Oriental" es el nombre de este artículo que firma Guillermo Pellegrino y que fuera publicado por El País Cultural.
Atahualpa Yupanqui en Uruguay
El paisano oriental

Guillermo Pellegrino

EN EL COMIENZO de la presentación del CD Guitarra, dímelo tú, donde hay composiciones de Atahualpa Yupanqui grabadas en Montevideo, aparentemente a fines de los años 40, en el sello Antar Telefunken, su hijo Roberto escribió: "Si algún lugar, a través de sus escritores, de su paisaje y de su pueblo marcó la vida y el pensamiento de Yupanqui, este lugar, sin dudas, fue Uruguay". Si bien ese texto no lo dice, debe apuntarse que el creador nacido en Pergamino (provincia de Buenos Aires) vivió en Uruguay en diferentes períodos.

La primera vez que pisó suelo oriental fue en 1932. En ese año y durante el anterior, el joven y desconocido cantor Roberto Chavero (aún no había adoptado el seudónimo con el que adquiriría fama mundial) andaba, con su pobreza a cuestas, por la provincia de Entre Ríos. Allí recaló en Rosario del Tala y Urdinarrain, donde en junio de 1931 nació su primera hija, Alma Alicia, fruto de su relación con su prima hermana, María Alicia Martínez.

Con frecuencia, en el tiempo que estuvo en Entre Ríos, Roberto montaba a caballo y aprovechaba su llana geografía -cuyo mayor obstáculo era la gran crecida de algunos ríos- para recorrer los campos, los pueblos, los parajes. En sus Memorias, publicadas recién en 2008, cuenta que esas cabalgatas lo llevaron hasta Basavilbaso, Escriña, Gilbert, Rocamora, Altamirano y Lucas González; y también a otras localidades más alejadas, como Villaguay, Victoria, Crespo, La Paz, Feliciano y la frontera con la provincia de Corrientes. El ansia de andar caminos, aspecto fundamental para su creatividad en años posteriores, ya había anidado en su espíritu.

Posiblemente en esas andanzas fue que Roberto se vinculó con unos hacendados de origen irlandés, los hermanos Mario, Eduardo y Roberto Kennedy. Éstos, desde tiempo atrás, planeaban instalar un foco revolucionario en La Paz -donde residían- contra el gobierno presidido por el general golpista José Félix Uriburu, a quien pronto sucedería el general entrerriano Agustín Pedro Justo, que en noviembre de 1931 había ganado las elecciones bajo sospecha de fraude.

La sublevación empieza finalmente el 3 de enero de 1932 cuando los Kennedy y otros once hombres toman la Jefatura de Policía de La Paz. Pero a las pocas horas advierten que están solos: en ningún otro lugar se hacen efectivos los levantamientos planeados. Así, las fuerzas policiales y militares de la provincia apuntan a La Paz; el cerco empieza a cerrárseles y terminan huyendo hacia el Uruguay.

Roberto dice haber participado de esa fallida revolución. Pero al no existir registros documentales, no puede saberse a ciencia cierta en qué consistió su participación y a cuál de las facciones se había incorporado. Años después, ya como Atahualpa Yupanqui, recordó que para evitar la casi segura prisión se refugió en el monte junto con un compañero. Tras varios días de aislamiento volvieron a la "civilización", y en el otoño de 1932, en cuestión de horas, tomó la decisión de exiliarse en Uruguay.

EN TIERRA ORIENTAL. Tras un breve periplo por el litoral uruguayo del que no existen referencias, Roberto llegó a Montevideo, donde se encontró -según sostiene Sergio Pujol en la biografía En nombre del folclore- con Raúl Oyhanarte. Este diputado radical, que había tratado de resistir contra Uriburu en Buenos Aires, se ocupaba ahora de recibir a los exiliados para ayudarlos a instalarse. Pero el joven Chavero no era un militante decidido, sino apenas un desconocido cantor con simpatías políticas radicales. Eso era demasiado poco para ganarse el interés del aparato partidario en la diáspora, por lo que como tantas otras veces, debió arreglárselas por su cuenta.

No permaneció mucho tiempo en la capital. Como Buenos Aires, Montevideo le había parecido una ciudad con demasiados prejuicios como para detenerse a escuchar el canto de un paisano que contaba cosas humildes de su tierra. Eran otras voces, desde su perspectiva menos profundas y auténticas, las que gozaban por esos días del gusto popular de la gente. Años después, en su libro autobiográfico El canto del viento, escribió: "Escucho a jóvenes cantores de hermosa voz y simpática apariencia que andan por ahí, entonando cantares de Brasil, de Argentina, de México, de Chile. No está mal, pero está mal. Es que no se han hecho amigos del viento. Es que no han aprendido la gran lección de los desvelados... Y son uruguayos. Y aman a su tierra. Pero la urgencia de vivir les va acortando la vida. Y han de pasar por la tierra, sin haberla traducido". Para él, que se preocupaba tanto por palpar la esencia y el espíritu del terreno que pisaba, era casi una afrenta que los cantores no hicieran caso de este detalle.

Algo desencantado, dejó Montevideo con la idea de seguir viaje hasta el sur del Brasil. Pero lejos de la indiferencia que había sentido en las dos capitales del Plata, los pueblos del interior de aquel Uruguay de principios de los años 30 lo recibieron con calidez y le dieron la posibilidad de mostrar su arte.

Mientras desanda caminos repara en la existencia de otro Uruguay, que se asemejaba a su propia tierra, esa pampa entonces lejana y añorada. También reconocerá paisajes y hombres en Ñandubay, libro del poeta uruguayo Romildo Risso, editado poco tiempo atrás. La misma casualidad que depositó en sus manos aquella obra -cuyos versos le produjeron gran impacto- lo haría cruzarse muy pronto con su autor.

Pero lo que terminó de "maravillarlo" fue la estrecha comunión entre el paisano oriental y su entorno. "Allí felizmente sí quedan y perduran los traductores del paisaje, del hombre y su tiempo. Quedan, como las piedras moras emergiendo de la tierra, como raíces de ñandubay, como dentada resistencia telúrica capaz de romper la reja de los arados, como lanza tenaz de guerrilleros de cualquier divisa, como espuela sin trabas (...). Quedan los Morosoli y los Ipuche, los De Viana y los Macedo. Quedan los Silva y los Espínola, los Herrera y los Zorrilla, los García, los Risso. Queda la vieja sombra generosa del Viejo Pancho, con su angustia no superada, pero con un aporte de cabal gauchería. Ellos sí, conocían y sentían la Leyenda del Viento", escribió en El Canto del viento. Esa leyenda -que fascinó a Roberto desde pequeño- cuenta que el viento, en su incesante trajinar, recoge en una enorme e invisible bolsa los rumores, sonidos y palabras de la tierra. Pero, como la carga es demasiado grande, a veces su alforja infinita cede y deja caer sobre la hierba la hilacha de una melodía, el aire de una copla, un refrán, la breve gracia de un silbido... Y así, mientras el viento avanza sin detenerse ni mirar atrás, quedan a su paso las "yapitas" caídas, que soportan el paso del tiempo y los avatares del clima hasta que las encuentran los juglares, los hombres de la tierra. Por eso, dice Yupanqui, hay que hacerse amigo del viento. Escucharlo, entenderlo, amarlo. Seguirlo y soñarlo.

LA GUITARRA DE MORALES. En el comienzo del capítulo "Los pagos charrúas", de El canto del viento, el principal protagonista es el guitarrista uruguayo Telémaco Morales, a quien había conocido en Argentina, unos años antes. "Esa guitarra guardaba en su noble cuenca muchas hilachitas que el viento había sembrado en su pasar: la sombra de una leyenda, la mitad de una copla, la trunca historia de un amor en los ceibales, algo que narraba temas de heroísmo, lucha y muerte, derrota y sacrificio en las cuchillas, donde las divisas blancas y coloradas fijaban las cribas de sus fervores. Esa guitarra vibraba junto al corazón de un hombre uruguayo: Telémaco Morales.

Llegó a mi tierra, a mi amado país argentino, en un tiempo de sombras para su pago. Decía que la libertad era sólo una palabra declamada en boca de caporales (...). Yo era un muchacho entonces. Un caminador intrépido pero sin madurez. Vagaba por ahí, por los campos y las aldeas, juntando en las esquinas de la tarde el necesario silencio para entender los misterios que rodeaban a la vida, al tiempo, a la música, al hombre, al camino... Por eso me llamó -distante y profunda- , la guitarra de Morales".

Este músico, hoy olvidado, tenía a los ojos de Yupanqui varias condiciones que lo hacían digno de admiración: "Morales era fuerte, con un rostro de campesino intelectual. Generalmente serio, de gran prudencia. Armaba su cigarrillo con ademán de rito. Y no tenía prisa para encenderlo. Hablaba, mirando más allá, como buscando el nidal de sus saudades en un rincón de la noche".

En otra parte de El canto del viento Atahualpa menciona que estuvo en Treinta y Tres, "los pagos de Telémaco". Vale aclarar que aunque Morales anduvo por ese y otros departamentos, su lugar de nacimiento fue El Tala, en Canelones.

Aunque estaba siempre muy pendiente del acontecer político argentino, parecía sentirse muy a gusto en ese Uruguay "de adentro". No sólo con el paisaje, sino en especial con la gente, siempre atenta y respetuosa de su canto. Roberto era, por esos días, poco menos que un desconocido, pero se sintió valorado como artista a niveles nuevos para él. No en vano, años más tarde, en una entrevista para la revista argentina Aquí está, aseguró que el público uruguayo era el mejor de los que había conocido hasta entonces.

Pero, pese a todo ese afecto, el exilio empezaba a pesarle. Una cosa es la soledad como decisión soberana -tal como la experimentó en su viaje al norte argentino unos años antes- y otra bien distinta el ostracismo. Además, una carta fechada en Junín le había avisado que el 11 de enero de 1933 había nacido su segundo hijo, Atahualpa Roberto.

Así las cosas, la decisión de regresar empezó a cobrar cada vez más fuerza y el clima político en Argentina parecía favorecerla. Cuando poco tiempo después se dictó la amnistía para los radicales que luchaban contra el régimen conservador de Agustín P. Justo, Chavero retornó a su país.

DE REGRESO. Al poco tiempo, ya con el nombre que lo haría famoso dentro y fuera de la Argentina, logra un contrato con radio El Mundo de Buenos Aires. "Atahualpa Yupanqui trasunta el alma de una raza. La guitarra mana de este maravilloso intérprete, y cobra matices y sonoridades nuevas. Sus yaravíes vertidos con maestría extraña en nuestro medio y la música indígena que Atahualpa difunde por LR1 (El Mundo) parecen el trémolo angustioso de una raza perdida en el tiempo (...) Atahualpa Yupanqui constituye una admirable expresión de la música autóctona argentina", decía un breve artículo del 7 de marzo de 1936 publicado por la entonces popular revista La canción moderna.

En este segundo lustro de la década del 30 y en los primeros años 40, Yupanqui acumula muy variadas experiencias. Se separa de María Alicia poco después de ser padre por tercera vez; graba discos, se presenta en escenarios diversos y su arte comienza a cosechar cada vez más elogios. Recorre cientos de caminos del norte argentino y descubre su amado Cerro Colorado; entabla una relación con la tucumana Lía Valdéz, de la que nace Quena del Valle, su cuarta hija. Y finalmente conoce a la pianista canadiense Antoinette Pepin Fitzpatrick, "Nenette", que será la madre de Roberto, su quinto hijo, y "socia" creativa, con el seudónimo de Pablo del Cerro, de varias de sus composiciones.

Entre todas esas experiencias, el cantor no dejó de buscar una definición política que se adecuara al contexto. Pensante como era desde su primera juventud, encuentra en todas las tendencias algún detalle que le desagrada. Incluso el devenir del radicalismo, partido que lo contaba entre sus adeptos, lo desilusiona. Quizás por eso se afianza su simpatía hacia la izquierda, que busca diferenciarse del fascismo imperante en la Argentina bajo el gobierno de facto del general Edelmiro J. Farell, expuesto claramente en la indefinición para fijar, durante buena parte de la Segunda Guerra Mundial, una posición contraria al Eje.

Así Atahualpa empieza a cantar en mitines organizados por el Partido Comunista, lo que lo convierte en un blanco fácil para las críticas y prohibiciones del régimen, que intenta silenciar todo tipo de oposición.

En Uruguay halla el oxígeno que no encuentra en Argentina. Por esa época puede ubicárselo en Montevideo en dos instancias. Una en 1943, cuando en la editorial Letras publica su libro Aires Indios; y la otra en 1944, cuando en oportunidad de la liberación de París -según su recuerdo- entonó La Marsellesa, primera vez y acaso la única, que cantó en otro idioma que no fuese el español.

En la Argentina, en tanto, la figura de Perón crecía día a día. En junio de 1946 gana las elecciones y accede al sillón presidencial. Dueño de una habilidad política considerable, se gana rápidamente a las masas trabajadoras, entonces postergadas y con sus derechos clausurados. Igual que muchos otros, Yupanqui ve los manejos del nuevo líder como artimañas demagógicas, y le fastidian sobremanera sus contradicciones, como el hecho de darle albergue en Argentina a muchos criminales de guerra nazis, cuando poco tiempo antes el gobierno del que formaba parte le había declarado la guerra al Eje.

Con Perón en el poder, y como figura pública afiliada al Partido Comunista, Atahualpa sabe que lo esperan tiempos difíciles, pero no reniega de sus convicciones: su firma aparece en artículos del periódico Orientación, órgano de prensa del partido.

El gobierno peronista lo pone en la mira. A fines de 1946, luego de algunas declaraciones a un medio de prensa, Yupanqui es encarcelado en Devoto. Allí sufre torturas que le afectan la mano derecha. "En tiempos de Perón estuve varios años sin poder trabajar. Me acusaban de todo, hasta del crimen de la semana que viene. Desde esa olvidable época tengo el índice de la mano derecha quebrado. Una vez pusieron sobre mi extremidad una máquina de escribir y luego se sentaron arriba, otros saltaban. Buscaban deshacérmela pero no se percataron de un detalle: me dañaron la derecha y yo, para tocar la guitarra, soy zurdo".

En abril de 1948 la policía lo sorprende en casa de un camarada y lo llevan detenido a la Sección Especial, un "agujero negro" de la fuerza pública, especializado en el arresto y tortura de militantes comunistas. El encierro le deja marcas más profundas en el alma que en el cuerpo.

Para entonces, el cerco a su alrededor ya se había cerrado por completo. Imposibilitado de actuar en público, con sus grabaciones proscriptas, intenta buscar algo de paz en Cerro Colorado, en el norte de Córdoba. Pero no tarda en advertir que es una paz "ficticia", que sigue siendo un perseguido del régimen.

POEMA PARA UN NOMBRE. Como otras veces, vuelve a pensar en Uruguay. Pero antes necesita conseguir alguna documentación, ya que la policía le había retenido el pasaporte luego de una de sus detenciones. Sus camaradas del Partido Comunista lo asisten y en 1949 vuelve a refugiarse en Montevideo. Poco después partirá por primera vez a Europa.

Seguramente marcado por la hospitalidad uruguaya en momentos difíciles que le tocó atravesar, Yupanqui escribió el "Poema para un dulce nombre". "Qué bello nombre es tu nombre, Uruguay./ Sonoro como una fruta salvaje/ de áspera piel, apretada de jugos,/ sol y carne, con sangre azucarada./ Voz de paisajes, de escondidos ríos./ Voz para que la digan/ los hombres en la noche/ como una consigna,/ una sola divisa desplegada./ Uruguay (...)".

En ese paso por Uruguay conoció en profundidad la figura de José Artigas. "Siempre admiré una frase que me hubiera gustado que fuera nacida de este lado, pero nació enfrente, en el Uruguay. Es algo que una vez dijo Artigas: `Con libertad, no ofendo ni temo`. Todos sus discursos tenían la inspiración de un paisano, por eso no me extraña esa hermosa frase", escribió. A la vuelta de los años, incluiría las palabras de Artigas en un texto suyo: "Si alguno quiere saber/ dónde está la libertad/ la respuesta es muy sencilla/ adentro de uno, quizás... / `libre no ofendo ni temo`/ dijo un caudillo oriental,/ hombre de valor probado/ en la guerra y en la paz (...)".

Con el tiempo, Yupanqui volvió siempre al Uruguay. A veces a mostrar su arte; otras a visitar al pintor Emin Fernández o a Noel Sapiro Jones (más conocido por su seudónimo Justiniano Reyes Dávila), antes de que éste se radicara definitivamente en la ciudad de Tandil. También cultivó amistad con uruguayos vinculados a la música como Osiris Rodríguez Castillos, Aníbal Sampayo y el guitarrista clásico Oscar Cáceres, con quien en los 70 recorrió Europa -en compañía también del español Pedro Soler- con un espectáculo llamado Tres guitarras, tres amigos.

Pero tal vez la mejor definición de lo que sentía hacia la gente del Uruguay se la hizo en París al escritor Enrique Estrázulas cuando éste, al verlo en un restaurant de la Rue Moustard, y antes de saludarlo le preguntó si lo recordaba. Con su particular estilo Atahualpa le contestó: "Un argentino no es tal, sin un amigo oriental".




23.06.2009 16:23

Hablar de Pablo Estramín a esta altura puede parecerse mucho a subirse al carro. Pero la intención al publicar este artículo no es rebuscada, mas bien que la considero adecuada.

¿Por que? por que ahora no tengo dudas que era un tipo de la planta, y dejo expresa constancia que muchas de sus canciones no son de mi agrado, ni tengo uno solo de los discos que editó. Entonces, al considerarme al margen del bando de los "trepados al camión", y al encontrar en este artículo reflejado esa faceta que me interesa destacar y rescatar de Estramín no tuve dudas: este es el Pablo que quiero que la gente recuerde.

Lo entrevisté en dos oportunidades, y una de esas entrevistas que atesoro en un cassette tengo la esperanza de poder publicarla en un tiempo no muy lejano, cuando a estos sitios se puedan subir audios. Y me pasó como al autor de este artículo que un tiempo después nos cruzamos en un boliche y el fulano se acordaba de este mengano, y tuvo la deferencia de venir a saludarme.

Fué un tipo de Radio también, aparecía en la CX4 cuando Lopecito tuvo aquel accidente que lo tuvo un tiempo fuera de concurso, y el Pablo le hacía el aguante con otros músicos más. Ultimamente hacía un programa (La Ventana) en CX 38, Emisora del Sur y ese espacio semanal todavía no ha sido readjudicado por la dirección de la Radio.

Disfrúten esta crónica.



Por primera vez en la historia del blog voy a hacer un homenaje por la positiva a un personaje muy querido por mí. Pablo Estramín no usaba polera, por eso el título "No hay caso".

A las 11 de la noche falleció Estramín en el Círculo Católico. A esa hora yo estaba viendo una peli en TNT con Tom Hanks que hace de guardia en un pabellón de una cárcel y qué se yo. A las 12 y media aprox. me llama mi novia y me da la noticia... "Se murió Estramín". Me quedé helado.

¿Pero por qué le tengo aprecio a Estramín?

Estramín me dio mi primera entrevista. Sí, soy otro proyecto de periodista, el típico "wanna be" de veintipocos años que tiene experiencia acá y allá, pero que nunca consiguió trabajo fijo ni tampoco publicó en ningún medio que termine con "País", "Observador", "República", "Noticias", ni "Diaria".

Hace cuatro años ya... Entré a escribir en una página en Internet porque conocía a una loquita que laburaba ahí y me hizo el contacto. Me pidieron que les mandara algo escrito, les mandé, les gustó y entré. La primera tarea que me asignaron fue entrevistar a Estramín. Todavía no había salido el disco "Trozos de luna", me dieron un número de teléfono y lo llamé.

No estaba. Me atendió un contestador y dije: "Mi nombre es tanto tanto, de la página tanto tanto, estamos interesados en realizarle una entrevista. Mi número es tanto tanto, pero no se preocupe que vuelvo a llamar". Corté y me fui a facultad.

Cuando volví mi viejo me dice "Te llamó Pablo Estramín"... así nomás. ¡Tomá pa' vos! ¡Qué groso! Lo llamé y cordinamos para dentro de una semana porque se iba para afuera.
Me lo tomé con soda, "la preparo el fin de semana..."

Dos días después me llama y me dice: "Mañana me voy para el interior, me salió un toque. Si querés la hacemos ahora mismo en un hotel en Ciudad Vieja, ¿te queda bien?" "Y sí...", le digo.
Resulta que el tenía una entrevista en una oficina para canal 5, no sé para qué programa, tampoco conocía a la periodista, yo me mandé. La idea era hacer mi nota enseguida después.
Cuestión: yo no había preparado ninguna entrevista, la poca idea que tenía de Estramín era de haberlo escuchado de chico en algún asadito en La Paloma.

Cuando llego, entro a un hotel MUY prolijo, de esos que es mejor caer trajeado. Bua... apreto el 5 to piso en el ascensor y se abre la puerta a un enorme hall que daba a pequeñas habitaciones. Camino unos pasos y ahí estaba. Entramos a un cuartito donde había sillones, las cámaras de televisión, las luces, la periodista, el camarógrafo y un tipo del canal con pinta de empresario futbolístico con cadena y camisa abierta que se le hacía el amigote.

Nos sentamos los tres: Estramín, el mafioso y yo. "¿Querés un whisky?" ¡Dale que va! Hablamos dos minutos de la vida, del disco, de mis nervios (decidí decirle que era mi primera entrevista, no sé por qué, quizás porque el container de poleras que había encargado todavía no había llegado).

"¿Vamo' a hacer la nota?", dice el mafioso. Y ahí fueron. Estramín se sentó en un sillón y la periodista en otro enfrentada a él. ¡Qué cómica la periodista! Una flaquita bastante bonita, con toda la pinta de secretaria (saquito y pollerita a tono, tacos, etc.), maquillada hasta las pelotas y con una sonrisa dibujada casi maléfica (era una especie de "Hiena" Reguiero versión mujer).

La entrevista, tuvo buena. Le dí al whisky y de paso me sirvió para empaparme en el tema y pensar piques a partir de lo que Estramín iba diciendo. Recuerden que caí sin preparar mis preguntas.

Una vez que termina, me dice "Vení, vamos abajo a la cafetería que se puede fumar". Allá fuimos. Verifiqué si andaban las pilas, si andaba la lapicera y todas esas cosas que un periodista hace cuando está nervioso, pero potenciadas al cuadrado.

La nota no fue nada del otro mundo. No fue ni la mejor, ni la peor que hice. Además el tipo, como sabía que era mi primera nota, me dio terrible mano. Por ejemplo, le tiro una pregunta media media y el tipo habla de eso, de lo otro, lo relaciona con su niñez y con su relación con el canto popular... El tipo prácticamente escribía la respuesta para imprimir en el papel.

Duró media hora más o menos. Después nos quedamos hablando como media hora más. Hablamos de pavadas, de sus giras, sus amigos, de las veteranas que se levantaba...etc.

Pagamos, salimos y caminamos unas cuatro cuadras, hasta 18, y ahí nos saludamos. Cuando se despidió me dijo: "Muy buena la nota, te felicito. Estamos en contacto para el futuro. Es más, en un par de meses me voy de gira por los departamentos del norte, si querés llamame y te hacemos un lugar en el bondi con los músicos". "Dale, muchas gracias", le dije. ¿Una cobertura de una gira de un artista de canto popular para una página en Internet? Imposible, inviable.

Así fue la primera vez que vi a Estramín. La segunda fue en la Fiesta de la X del año siguiente en la que también le hice una nota, y el loco se acordaba, es más, me vino a saludar él a mí.

¿Qué puedo decir de Pablo Estramín? Es cierto, como artista no es ni Don Alfredo, ni Pepe Guerra. Puede no gustarte. Hasta lo miran mal por meterle teclado al folclore y de hacerlo bailable y livianito.

Digan lo que quieran. El Estramín que yo conocí, no es ni Don Alfredo, ni Pepe Guerra, es Pablo Estramín, un gran tipo.

http://comprateunapolera.blogspot.com




26.08.2008 00:50

Para los de Treinta y Tres es “el Coco”.

Para los montevideanos es el Sr. Beethoven Javier, ex futbolista devenido en Director Técnico casi por una cuestión evolutiva y lógica.

Para los hinchas de Defensor forma parte de un selecto grupo de personas que, en materia de fútbol,  tuvieron el privilegio de cambiarle el rumbo a la historia el 25 de Julio de 1976 y hasta se dieron el lujo de dar la vuelta olímpica al revés.

Lo conocí cuando dirigió la selección de Treinta y Tres, hace como 15 años, seguramente por darle el gusto a su amigo, el Edgar Berriel que (estoy seguro) algo debe haber tenido que ver.

Y es bastante difícil para un treintaytresino  de Defensor encarar a alguien con esa importancia tan fuerte (pues para los hinchas de los tuertos Beethoven es un prócer).

Cuando leí esta entrevista tan cargada de anécdotas del terruño, me di cuenta que seguramente es por que tiene mucho de esa charla que me hubiera gustado mantener con él.

Tiene sabor a Treinta y Tres por donde quiera que se la lea, porque son verdades rayando en el límite de lo creíble, con testigos por si acaso alguien pusiera en duda algún punto o alguna coma.

Sin duda alguna, una muestra cabal de aquel pueblo de antaño, al más auténtico en su manera de sentir y existir.

Disfrútela y rememore, de paso conoce un poquito más a un exitoso deportista del pago. Y al pago.

 

Sobre una entrevista de Joselo G. Olascoaga para el sitio www.tenfieldigital.com

LA LIGA DEL VIEJO LARROSA.

"En Treinta y Tres, en mi época, el baby fútbol no existía. Existía el campeonato del viejo Larrosa, un viejo de mi barrio que organizaba partidos en que intercalaba jugadores chicos, grandes, medianos y hacíamos rondas con las chiquilinas.

Por ahí yo tenía seis, siete u ocho años y jugaba con gurises de diez, once. En cada barrio había alguien que organizaba. Pero nosotros teníamos la suerte de tener al viejo Larrosa, que era un organizador de primera".

"Él había hecho las canchas en lo que se llamaba La Chacra de Silva y hoy, cuando voy a Treinta y Tres lo veo y me recuerdo, es un complejo habitacional. Esa chacra era lo más disfrutable que existía. Cuando terminaban los partidos nos divertíamos en la laguna y los fines de semana competíamos con otros chiquilines del pueblo. Yo jugaba en un equipo, dentro de esa creación loca del viejo Larrosa, al que le había puesto de nombre El Armiño. Nos había conseguido para El Armiño, unas camisetas que eran como el equipo de Boca pero todo rojo y con la franja verde. Era el sueño de todos nosotros vestirnos con un equipo de esos, El Armiño, El Artigas, había otro que se llamaba Tabaré, otro Cruz Alta, otro Rodó, otro Huracán..."

"Los equipos se los mandaban desde Montevideo y cuando llegaba algún juego de esos equipos deportivos a Treinta y Tres era una cosa sensacional. Entonces eran campeonatos de niños pero no estaban marcados por las edades; es más, yo me acuerdo que a veces jugaba de golero y como era muy chiquito y los arcos eran de caña de bambú, el horizontal me lo adaptaban a la medida. A los que éramos muy chiquitos nos bajaban el travesaño. El viejo Larrosa era un fenómeno".

 

EL ATLETISMO.

"Pero después yo dejé un poco el fútbol para dedicarme al atletismo, porque era uno de los pocos motivos por los cuales uno podía venir a Montevideo. Hoy el tema de la comunicación ha acortado tantas distancias que en un abrir y cerrar de ojos estás en Treinta y Tres. Pero antes, esos 300 kilómetros a Montevideo, una de las pocas oportunidades que tenías de hacerlos era, justamente, ir a la Plaza de Deportes, hacer los ejercicios y competir en atletismo. Estaba muy bien ordenada la Plaza de Deportes. Nos juntábamos todos, buscando un lugar para competir en aquellos famosos campeonatos de septiembre, que se hacían acá en la pista de atletismo y ahí estaba la hija de la lavandera con el hijo del doctor. Era el único lugar de la sociedad donde no existía la discriminación".

"El atletismo era un deporte muy popular en Treinta y Tres y el más popular era el ciclismo. Debe ser el único departamento donde el fútbol está segundo.

“Te decía que había un legado de grandes atletas en Treinta y Tres. Cuando yo inicié mi carrera como atleta, los record de atletismo estaban en manos de gente de Treinta y Tres. Me acuerdo de Carlos Olalde, record de garrocha en su momento, que duró muchísimo tiempo. Había atletas femeninas como Miriam Craviotto, y una cantidad que en este momento no recuerdo. Pero inclusive hasta hace poco, contemporáneo, es el record de 400 metros llanos que ostentaba Leonardo Salvarrey, médico traumatólogo, olimareño. En Treinta y Tres no había niño que no supiera saltar con garrocha, no había niño que no supiera saltar una valla y eso me formó. Fui atleta primero; después, por una causa totalmente fortuita, me reenganché con el fútbol”.

 

SE ESCAPO MESONES!!!

Mi hermano Edison, el único que no salió músico -porque la nuestra es una familia de músicos, yo mismo soy clarinetista-, mi hermano era juez de fútbol y me contó que en un partido que estaba arbitrando, hay un rechazo totalmente sorpresivo, queda el 9 sólo en tremendo orsay y hace el gol. Mi hermano mira al línea y lo ve derechito con la bandera baja. Entonces, antes de cobrar, va a preguntarle "¿qué fue?". "Se escapó Messone... Sacó tres minutos" le contestó el línea. Tenía una radio portátil atrás de los talones y estaba escuchando La vuelta... Hace dos meses, en la rotonda de Piriápolis, entré a comprar a una rotisería que se llama Donna Cora y el rotisero me reconoció y me dijo "usted no me conoce pero yo era amigo de su hermano; yo soy hijo del línea que estaba escuchando la vuelta ciclista cuando su hermano cobró el penal". Así que no era mentira lo que me contó mi hermano

 

EL CENTRAL DEL PANADERO BIRRIEL.-

"Un día fui a acompañar a un amigo de la infancia, hoy tristemente desaparecido, Edgard Berriel y a su primo Gerardo (más que amigos, eran hermanos, yo andaba con ellos para todos lados) y ese día, un domingo de mañana, los voy a acompañar a ver un partido de Central (que era el cuadro de la panadería Central de Treinta y Tres, uno de cuyos dueños era el padre de Edgard y otro el de Gerardo). Era un partido amistoso de tercera división y faltó un jugador de Central, un empleado de la panadería que había ido a repartir pan y no había vuelto. Entonces, mi amigo Edgard le pidió al técnico, un tío de él, que me pusiera. "Él sabe jugar" le dijo. El tío esperó hasta último momento, pero como el repartidor no llegó, jugué yo. Lo mío fue todo coincidencia en el fútbol. Anduve bien esa mañana, hice un gol y me fui a dormir la siesta. Porque había ido sólo por acompañar a mis amigos, pero yo me dormía cuando salía el sol, porque era músico. A esas horas de la mañana nunca estaba despierto."

"Lo triste es que después yo seguí en la música y a las siete u ocho de la mañana me iban a despertar. Yo me acostaba a las cinco y no me gustaba jugar sin dormir. Pero me llevaban a la panadería, me daba unos bizcochos y a la cancha. Ese fue mi primer equipo oficial, Central, de camiseta anaranjada como la de Sud América. Quedé jugando en esa tercera gracias a que tenía velocidad, tenía buen tiempo en los 100 metros. Jugaba de puntero. Y un día, juego de mañana, me voy a dormir la siesta y me vienen a buscar para jugar en Primera. Pero mirá lo que son las coincidencias. Yo no entendía nada. Uno de los dueños de la panadería tenía una avioneta y el que jugaba por punta derecha (se llamaba Lescano) era de Santa Clara de Olimar y era tan buen jugador que lo iban a buscar en la avioneta. Pero ese domingo no pudo venir porque lo había picado una víbora y se le hinchó la pierna. Vos dirás que es mentira, pero no sabés las mentiras que tengo para contarte de Cachango, Camundá y otros más... Entonces esa mañana me fueron a despertar y jugué en Primera. Me acuerdo como si fuera hoy de ese primer partido que jugué en Primera. Fue contra un equipo que se llamaba Olimar. Ganamos 2 a 1. Yo hice un gol de cabeza, de pura casualidad, porque yo era chiquitito, medía 1.50. Pero la pelota me cayó en la cabeza."

"Cuando íbamos con Central a la cancha de Pirarajá era de novela y lo que voy a contarte es la pura verdad. Vos dirás que es mentira. Pero andá a verla y preguntá. La cancha de Pirarajá tiene un corner casi encima de la entrada de un bar. Para tomar carrera te tenés que apoyar en la puerta del boliche. Entonces el Chueco Pérez, que es de ahí, de Pirarajá, cada vez que iba a tirar un corner, entraba al bar, se tomaba una y recién después lo levantaba."

"Cuando pasé de preparatorios de Ciencias Económicas a Abogacía, tuve que dar unas materias libres. Estaba dedicado al estudio y falté a un par de prácticas. Entonces el técnico no me puso en un par de partidos. Me calenté y me acuerdo que le dije a Edgard: "este técnico no me pone, así que por cada partido que no me ponga me voy a hacer un gol en contra". ¿Qué pasa? Al partido siguiente me pone contra Batlle y Ordóñez, en un partido que no se podía perder, y en unos cierres me hago dos goles en contra, hice los dos cierres mal y las metí contra el palo, pero te juro que sin querer. Me quería morir, fueron totalmente sin querer, creo que al final empatamos, pero yo fui el goleador del partido."

CACHANGO,

"Ahora, peor le pasó al Cachango, el de la canción de Ruben Lena, De cojinillo, "cuando suena la acordeón en lo e´cachango es asunto delicao" (yo toqué De cojinillo en esos bailes). Pero otra fama que tenía el Cachango, además de los bailes, era que nadie nunca le había atajado un penal en su vida. Y tenía una particularidad: se descalzaba para tirarlos. El Cachango era lustrabotas y cuando volvía al barrio, pasaba por el campo de La Floresta (el barrio del Pepe Guerra que dicho sea de paso, yo canté con él en Los locos del paraíso, un lindo nombre de murga de niños que se le ocurrió a mi viejo). Cuando el Cachango pasaba por el campo de La Floresta, los botijas que estábamos jugando al fútbol, parábamos el partido y le pedíamos: "Cachango, no me patea un penal". "¡Pero, cómo no!" decía. Y siempre lo metía. Hasta que un día ¿qué hicimos? En aquella época rara vez teníamos pelota. Jugábamos con una vejiga rellena de trapos. Bueno... se la rellenamos de arena y en el medio le pusimos un adoquín. El Cachango se descalzó, como siempre, y le pegó. "El dedo me quedó en el talón -decía después-, pero si no se me agachaba el gurí, le arrancaba la cabeza". Le pegó con tanta fuerza que la pelota con el adoquín y todo entró a media altura. Fijate vos".

Vos dirás que es mentira, pero te lo cuenta cualquiera, porque es un personaje muy conocido, que está en la historia musical y no podía quedar mal, ¿te das cuenta? Nadie le atajaba un penal.

 

CAMUNDÁ.

"Otro personaje de De cojinillo que conocí fue Camundá, cuando venía a los bailes se armaba. "¿Qué horas son?" te decía. "La una de la mañana". "¿La una de la mañana y yo todavía sin armar lío?" y empezaba a romper todo. Terminaba tan mamado, que para llevarlo preso había que esperar al otro día."

DE LA SELECCIÓN A NACIONAL.

"Enseguida que empecé a jugar en el primero de Central, me citaron a la selección de Treinta y Tres, jugué en la selección ese año, y estaba haciendo segundo de preparatorios, que, como ya te dije, había empezado en Ciencias Económicas y me cambié a Abogacía. Con diecisiete años me volvieron a citar para la selección, volví a jugar en Central, salimos campeones, fue un año redondo y a fin de año, una tarde insufrible que hacía cuarenta grados de calor, jugábamos Treinta y Tres y Lavalleja, en el estadio de Minas, los dos sin chance en el Campeonato del Este. Había dos personas en todo el estadio y uno era Julio Sanvicente, un técnico de Nacional que acostumbraba recorrer todos los lugares del interior, buscando jugadores y había caído en Minas. Le habló a un compañero de mi equipo, Artuche, para ir a Nacional y al final le dijo, "que venga también ese negrito". Me trajo a mí, pero había traído toda una camada de jugadores del interior, Atilio Ancheta, Ildo Maneiro, Juan Carlos Blanco, Santos, un muchacho de Soriano que jugó mucho tiempo en Nacional, todos a la cuarta división. Entonces se dieron una serie de coincidencias hasta políticas. Mi viejo era músico y después oficial de policía. Eran otras épocas, yo no te digo que fueran puestos a dedo, porque mi viejo en definitiva era muy capaz, pero obedecía a cierto mandato político. En ese momento ganó en Treinta y Tres el Partido Nacional y él se sintió un poco discriminado y perseguido en su condición de colorado y optó por pedir el traslado a Montevideo, sin saber que a los dos meses me iban a hablar para que yo viniera. Yo estaba solo en Treinta y Tres, terminando los estudios y todo coincidió."

LOS ZAPATOS DEL EDGAR.

"Entonces ocurrió algo que no me olvido más. Yo, dentro de mi pobreza, no tenía acceso a los zapatos de fútbol. Tenía un par de alpargatas y los zapatos para ir al baile. Cuando me hablan de Nacional no tenía ni championes para venir a practicar. En ese mismo momento, el padre de mi amigo éste, Edgar Berriel, mi hermano, que el padre era pudiente, porque era uno los dueños de la panadería, le había mandado a buscar unos zapatos de fútbol nuevitos a Montevideo, los últimos que habían salido y llegaron en la Onda a Treinta y Tres. Yo me venía al día siguiente y así como llegaron, Edgard me dijo "llevátelos, usalos vos" y él no los usó, me los dio a mí y éramos adolescentes. Te aseguro que eso era para mí como hoy podría ser un cero kilómetro.”

EL MUSICO.

"A los dieciséis años yo ya era músico profesional, porque somos una familia de músicos. Mi viejo, mi hermano y yo tocamos el saxofón y el clarinete. Mi viejo tenía una orquesta grande en Treinta y Tres y yo después agarré para la batería y la música beat, porque eran los años de Los Beatles y los Rolling Stones. Ahora todos me dicen "El Músico" y muchos creen que es por el nombre; no saben que mi profesión primera fue músico. Te estaba contando que tenía dieciséis años y tocaba en la orquesta, que se llamaba Cumaná. Muy conocida. Los que peinan canas y los que ya no peinan nada se acuerdan perfectamente, en mi pueblo, que la Cumaná sentó una época en la sociedad olimareña, porque no sólo tocaba en el club Progreso y en el Democrático y en el Comercial de Treinta y Tres, sino que también tocaba en todo lo que era la zona de influencia olimareña, incluso pasando Cerro Largo, Tupambaé, Cerro Chato, Santa Clara de Olimar, y algunas veces hacíamos la temporada en el Este. Mi padre era un adelantado, hacía salsa y música brasileña y lo hacía muy bien. Claro, mi viejo tocaba desde los nueve años en la banda municipal. A mí la música me acompañó desde que nací. Empecé con salsa y música brasileña. Saxo y clarinete."

"Hacíamos los mismos que se hacen ahora. Es increíble cómo se han vuelto a poner de moda, Lágrimas negras, por ejemplo y mucha salsa, rumba, cha-cha-chá, El manicero, El negro Bembón, Siboney, por ejemplo y samba carioca. Pero fue el momento de la creación del bossa nova, del pasaje de la samba-canción al bossa nova y hacíamos también muchos temas de mi viejo en Bossa Nova. Tocábamos también en quilombos, en escuelas y en pencas cuadreras, antes de ir a los grandes clubes de la ciudad. Una vez fuimos a tocar en una escuela rural. Montamos el escenario en la caja de un camión y la pista de baile era el patio de la escuela en mitad del campo. Cuando le tocó una entrada al acordeonista, que era el Huguito Renaux, yo noté que nos estábamos alejando de la pista y traté de decírselo a Hugo, pero él estaba como perdido en su música y le seguía dando y dando. La cosa es que el camión había quedado sin freno de mano y se nos fue por la bajada. Terminamos a una cuadra y media del baile. Paramos de tocar cuando chocamos contra un árbol. Lo más lindo es que los canarios seguían bailando. Ni cuenta se habían dado de que había parado la música."

"Otra vez fuimos a una penca en Las Lechibuanas del Cebollatí, un paraje de la séptima sección de Treinta y Tres. Empezaban tempranito con el asado con cuero, después la olla podrida y a la tarde, café con leche y tortas fritas. Había que tocar toda la noche, hasta que aclarara y los paisanos pudieran ir a ensillar sus caballos. Si había cerrazón, había que seguir tocando. Los canarios compiten primero con los pingos de las cuadreras, después la siguen con los caballos de ellos y la terminan corriendo. A nosotros nos llevaba nuestro empresario que era el petiso Maguna. Cuando los canarios se pusieron a correr me dice el petiso: "Aprontate porque te anoté". "¿Pero vos estás loco? Yo vine a tocar". "Dale que te doy cien pesos (por tocar cobraba cuarenta y cinco). Pero eso sí, los ternos ganalos ahí nomás, así les damos el dulce para la final". Yo era atleta, pero tan chiquito que no parecía y los canarios se remangaban las bombachas para los tres ternos y me doblaban en largo de piernas. Entraron como caballos y quedaron calladitos. Maguna hizo cualquier plata con la final y a mí me dio cien pesos aparte del jornal. Después, en el baile, los canarios me miraban sin decirme nada. Hasta que uno no se aguantó y me dijo: "La pucha que era ligerazo usted, mi amigo"."

"Pero un día dejé la orquesta de mi padre, porque me contrató para tocar la batería, un conjunto de Lazcano muy influenciado por Los Beatles, guitarra eléctrica, bajo, un grupo del departamento de Rocha, que a mediados de la década del sesenta hizo furor. Y además, porque mi viejo era muy exigente en cuanto a profesionalismo y yo, como todo joven adolescente, era rebelde. Hacíamos en inglés todo el repertorio de Los Beatles y los primeros temas de los Rolling, pero también hacíamos en castellano canciones de Los Iracundos. Nuestro caballito de batalla era aquel tema Caravana."

"El hecho de ser músico, por ahí no me permitía hacer fútbol, porque me acostaba a las tres, cuatro o cinco de la mañana, después de venir de los bailes y generalmente, los partidos en mi pueblo eran de mañana. A mí me gustaba descansar lo suficiente para poder divertirme después. Pero ya estando en Nacional, más de una vez tuve que escaparme de la concentración para poder ir a tocar con mi banda."

Eso me complicó la vida. Porque cuando vine a Nacional me escapaba, me quedó fama de bandido. A mí hay un estigma que me acompañó siempre: tenía fama de bandido. Los primeros tiempos en Nacional nadie sabía por qué yo me escapaba, salvo Maneiro, que éramos compinches, y algún otro podía saber que yo me escapaba para ir a trabajar, a tocar. Mientras no conseguían un suplente de baterista allá en Rocha, iba a trabajar afuera. Jugaba acá y me las picaba. Entonces la gente decía "mirá, éste se va de farra". Era una injusticia. Es más, a mí la noche nunca me gustó. Me gustaba hacer música, pero jamás tomé una copa. Sin embargo, increíblemente fue eso lo que me marcó. Todavía hoy la gente me lo dice: "Lo que pasa es que vos...". Un día voy a buscar el auto a un lugar donde lo guardaba y me dice el cuidador: "¡qué tranca tenías anoche!" "¿Yo? -le digo- Estarías vos borracho. Yo no sé lo que es el vermouth". Y es la verdad. Después de las diez de la noche, yo no existo. Los que me conocen, amigos de Defensor, yo siempre nombro a Paco Casal porque andábamos siempre juntos, a mí me dicen "El Muerto", porque "no toma, no fuma, no sale de noche, está muerto". Me quedó el mote de El Muerto. Pero los que no te conocen dicen cosas que te marcan. Yo a veces escucho que a muchos muchachos los cortan, los matan, y sin conocer realmente cómo son, solamente por el run run."

COCOCHO ALVAREZ.

"En Los Céspedes me tocó en la pieza con Cococho Alvarez. Yo odio el cigarrillo, y en la hora de dormir peor. Como era joven, me metían en la pieza con el más importante, para que me cuidara. Pero era al revés. Cococho escuchaba la radio toda la noche y fumaba toda la noche, en lugar de concentrarme me mataba. Al otro día me levantaba con un dolor de cabeza terrible. ¿Pero vos sabés que antes el cigarro era muy común en el fútbol? Ahora es una de las cosas que han mejorado. Por ejemplo, en ese pentagonal que hicimos en Boca, los jugadores del Santos fumaban y Toninho tenía un hombre en el túnel con un cigarro prendido, esperándolo y en el entretiempo meta cerveza. Eran unos fenómenos. Me acuerdo que los tipos venían de jugar una gira en Europa de veinte partidos, habían ganado dieciocho, habían empatado uno y en el otro se habían retirado porque se habían calentado. Y el campeonato éste lo ganaron. Eran unos fenómenos. Pero eso me sorprendió, ¡lo esperaban con un cigarro prendido en el túnel de la Bombonera!"

 

EL SOBRINO DEL PEPE SASIA.

"En el hotel de Asunción donde concentramos para ese partido y para el otro que jugamos en Paraguay por esa Copa, contra el Libertad, fue que me hicieron la novatada que te iba a contar. Me tocó en la pieza con el Pepe Sasía, olimareño como yo, con quien teníamos una relación familiar, porque una hermana de él era tía mía. Yo lo conocía a los siete u ocho años en la casa de mis viejos. Había vuelto a Treinta y Tres a buscar una partida de nacimiento para un pase al exterior. Andaba con el Cholo Demarco. Eran mis ídolos. "Déjenme con el sobrino", decía el Pepe en el hotel. Yo era un chiquilín y el primer día de concentración lo aguanté bien pero al segundo, al tercero, al cuarto ya estaba desesperado porque no me llamaba nadie, no recibía una carta y, claro, me quejaba. De verdad que me faltaba poco para llorar. "Quedate tranquilo, Coco" me decía el Pepe. Al cuarto día salgo a hacer unas compras y cuando vuelvo estaba el Pepe en la puerta del hotel. "Sobrino -me dice-, subí que arriba tenés una carta". No esperé ni el ascensor. Subí siete pisos por la escalera corriendo -la pieza nuestra estaba en el séptimo-, desesperado para leerla. Llego y había un dos de oro arriba de mi cama. "Y todavía te quejás -me decía después el Pepe-. No te dejé cualquier carta; te dejé una pieza".

 

LOS TUERTOS DEL 76.

"A Defensor caí porque estaba el Prof. De León, que había sido técnico de quinta división de Nacional cuando yo estaba en Cuarta, es decir que me conocía. Quedé libre en Danubio por problemas de deudas, como ya te dije y después le pedí a De León para entrenar. Ahí en Defensor practiqué siete meses como aspirante y eso que el técnico me conocía, siete meses practiqué, desde diciembre hasta julio, practiqué todos los días sin que el técnico me contratara y De León fue uno de los tipos más sensacionales que conozco como técnico y como persona. Yo era recién casado, tenía diez mil problemas, me había casado en el año 71, y cuando le pedí para entrenar porque no tenía equipo, me dijo "sí, sí, vení a entrenar". Pasó un mes, dos meses, tres meses y un día lo paro al profesor y le digo "yo vengo de la Ciudad Vieja caminando, a mí me está costando mucho trabajo venir" (pero no faltaba ¿eh?). Y el profe me dijo, "¿así que querés que te contratemos? Bueno, mirá... (Estaban los muchachos jugando en el medio de la cancha; yo en un rincón con el profesor) miralos... ¿sabés lo que pasa? Aquellos muchachos que están allá, para mí, hoy, son los mejores jugadores del mundo y para vos entrar tiene que irse uno, pero para mejorar. Yo no voy a echar a nadie. Ahí es la única forma que entrés vos". Seguí entrenando, me dio bronca, pero me ganó. Un día vinieron de Vélez Sarsfield a buscar a Puppo y tardaron en llevarlo, pero vinieron de México a buscar a un muchacho Gustavo León, se lo llevaron al América de México y el mismo día que se fue León, el Profe me hizo arreglar. Pero tuve tanta mala suerte que ese día fue el 27 de junio del año 1973, el día del golpe de estado. Estábamos en la Ciudad Vieja, que fue tomada por la Marina. No podíamos salir y, con la huelga de bancos, no podía cobrar el cheque que me dieron."

"Con Defensor tuve mi mejor pasaje por el fútbol, disfrutable a pesar de las peripecias que pasamos al principio. Ganamos el campeonato uruguayo del 76, algunas liguillas, pero más que nada, yo rescato del pasaje, la buena relación directriz, de interrelación dirigentes-jugadores, y el grupo grande de jugadores que somos amigos hasta hoy. Pero cómo cambió Defensor. Nosotros fuimos partícipes, tuvimos cuota parte, porque la pasamos mal al principio, estábamos atrasados en los sueldos. Pero muchos dirigentes hipotecaron sus casas para pagarnos los sueldos, eso no lo hace cualquiera. Eso marca el inicio de una gran institución. Si los nombra la masa social, es responsabilidad de los dirigentes todo lo que pasa acá adentro y así lo asumió toda la gente de Defensor con los Franzini y dejaron un legado importantísimo."

"Paco Casal era suplente mío, un chiquilín, "Paquito" le decíamos. Pero era el hombre de consulta del profe De León por lo que sabía de fútbol. Era increíble que un chiquilín tuviera tanta información. Para mí es como un hermano menor. Me cuidaba a mis hijos, que eran pequeños y cuando faltaban cinco, diez minutos, yo le decía al Profe que no podía más y entraba Paquito, porque él había arreglado por partido jugado. El tesorero nos quería matar."

"Una de las experiencias que más me marcaron jugando en Defensor fue por la Libertadores contra Boca en La Bombonera, cuando dirigía a Boca el Toto Lorenzo. Nosotros habíamos jugado primero contra River, íbamos ganando 1 a 0, nos empataron 1 a 1 en el Monumental y jugábamos la clasificación con Boca a los tres o cuatro días. Nos quedamos en Buenos Aires, en hotel. Sabíamos cómo se manejaba antes la Libertadores, aquello de mandar chiquilinas al hotel, y a nosotros nos entraron a aparecer en el hotel cada mina que la menos llamativa era vedette y la más fea sería Miss Argentina. Nosotros andábamos con los ojos como el dos de oro. Todos los días aparecían dos o tres que mataban y los mayores nos encerraban con llave en la pieza. Después, comíamos en distintos lugares de Buenos Aires e igual quedaban, sospechosamente, dos o tres con diarrea. Entonces entramos a cambiar de barrio donde comer, nos fuimos del hotel inclusive, a otra zona. Pero el día del partido, cuando teníamos que salir, nos quedamos sin agua y sin luz. Tuvimos que bajar siete pisos por escalera."




22.08.2008 11:59

Juan Baladán Gadea nació en Treinta y Tres del Olimar en 1942.
Los comienzos de la actividad artística de Juan Baladán se remontan a una revista cultural estudiantil, Aeda, (1961-62, dos números) fundada en Treinta y Tres del Olimar, su ciudad natal, en el verano de 1961, junto a otros jóvenes, algunos de los cuales como Jesús Rodríguez y Raúl Martínez, correrían más tarde la misma suerte que Juan. Detenido en 1971, llega al Penal de Punta de Carretas con dos ilusiones que jamás lo dejarían en paz: la poesía y la música.
A lo largo de sus catorce años de prisión, una de las más largas del período, no descansó en lo que respecta al conocimiento de instrumentos musicales (guitarra, flauta, etc.), el estudio del folclore sudamericano siguiendo los pasos de Atahualpa Yupanqui y Heitor Villa-Lobos, la elaboración de partituras y los repetidos intentos de musicalización de poemas propios o ajenos, actividades que combinaba con la abundante lectura y la confección de pequeñas artesanías.
En Punta Carretas compartió, junto a Jesús Rodríguez, Miguel Ángel Olivera y Sergio Altesor, el llamado "Corredor 23", ese espacio estrecho y largo en forma de L entre el muro y los edificios del Penal donde tenían el recreo los presos políticos. Allí, en ese sitio, se podía llevar la guitarra, intercambiar sin tiempo sobre poesía y arte, escuchar las últimas creaciones. Sergio Altesor recuerda haberle llevado a ese lugar, un cuaderno de poemas a Baladán para que se lo musicalizara. El fruto más importante de esa iniciativa fue la canción "Compañera", que se convertiría en un clásico de la cárcel y sería posteriormente grabada en el CD "Canzoni D·Amore e di speranza" (Juan Baladán Gadea, Brescia,1986).
Su tenacidad en el Penal de Libertad, a donde fue conducido en 1972, dio lugar a buena parte de los poemas que luego publicaría en su primer libro, Voy soñando calles (1989), y a memorables piezas musicales como "Sierras del Yerbal", estrenada por primera vez en Rótterdam en mayo de 1983 por un grupo de músicos holandeses. En los mismos días, desde la República Federal Alemana, el violinista Jehudi Menuhin iniciaba por radio una campaña por su liberación. En los últimos años de su prisión Juan recibió el apoyo y sostén de otras personalidades y artistas europeos, de la Amnesty International y de A.I.D.A. (Asociación Internacional de Defensa de los Artistas).
En 1985, tras su llegada a Brescia, en el norte de Italia -ciudad donde actualmente reside- realizará un concierto como solista en la Sala del Quadriportico. Su éxito como compositor se demostrará una vez más en Holanda, donde en La Haya, en 1987, el guitarrista Mark Lezwyn ejecutará "Sierras del yerbal" en versión para guitarra sola y un año después, el pianista Dolf Pieri estrenará su "Fantasía Nº 2".
En 1989 publicará Voy soñando calles (Milano: Edizioni Mondo Nuovo), libro compuesto por tres secciones cronológicas: "Algunas poesías de la cárcel", "Poesías escritas en 1985 después de ser liberado" y "Otras poesías". Muchas de las creaciones allí recopiladas habían sido dadas a conocer con anterioridad en las revistas Punto e virgola e Interferenze, de Italia, y Literama, de Holanda.
A partir de allí su trayectoria siguió en ascenso en ambos campos. En 1992, estrena "Milonga de primavera" y "Milonga de verano" por la Orquesta Novecento Italiano bajo la dirección de Roberto Misto; en 1993, el concierto "Semi di speranza", en la Aula Magna de la Universidad Católica de Brescia, lo presenta como solista acompañado por un grupo de cámara; en 1994, estrena "Tacuabé", concierto para guitarra y orquesta, bajo la dirección de Roberto Misto y parte solista a cargo del guitarrista Renato Samuelli; en 1995 y 1996 se ejecutará íntegramente sus "Milonga de primavera", "Milonga de verano", "Milonga de otoño" y "Milonga de invierno", en ambos casos por la Orquesta Sinfonietta de Italia bajo la dirección de Pier Carlo Orizio. En 1997, la 5º Circunscripción del Municipio de Brescia dedica una velada entera a su obra con el título "Música y Poesía en libertad".
En 1998 publica su segundo libro de poesía, De soledad y amor (Celleno VI: La Piccola Editrice). Durante dos semanas será el libro más vendido en esa ciudad. Desde entonces participa en numerosos recitales de poesía en Italia y también en Holanda junto a la poetisa Ila Ramdane; con destino a un encuentro de poesía en un teatro de Brescia, publica junto al poeta italiano Terenzio Formenti, Agua vegetal, y participa en la antología de poesías sudamericanas y de Medio Oriente, Estrella y jaguar (nombre tomado de un poema de Baladán) (Federico Italiano y Stefano Pellņ compiladores, Luni Editori, 1999).
Finalmente, en 2002, la Societá di Concerti de Campobasso organiza un concierto exclusivamente integrado por composiciones suyas bajo la ejecución de la Orquesta Benedetto Marcelo dirigida una vez más por Pier Carlo Orizio. En ese mismo año publica su último libro, Árboles de la ribera. Mientras tanto continúa editando Aeda, la revista de sus años juveniles, ahora por internet.
Síntesis biografica inédita.
Cortesía de su autor: Alfredo Alzugarat.
"LAS COMETAS" (CUENTO)
A mi amigo el poeta Terenzio Formenti
que nunca tuvo una cometa.

Octubre llega a mi país en alas del viento tibio de la primavera, se podría decir que octubre es el viento. Empuja las nubes, juega con ellas y a veces se reposa abandonándolas allá en lo alto, solas. Ellas ofrecen sus espaldas al sol para hacer una pequeña sombra en el paisaje y aburridas se mueven lentamente sin saber donde ir. De pronto el viento se despierta, abandona su siesta y caprichoso hace volar las nubes en desorden. Forma remolinos y levanta polvaredas inútiles, va de aquí para allá, se da importancia; es un viejo niño grande. Los gorrienes, los horneros y los benteveos se ríen de él y con carcajadas estridentes le dicen a la tarde que hay un viento loco que no sabe ser viento y sólo quiere jugar.
Los niños aman el viento de octubre, les gusta jugar con él. Le construyen golondrinas de papel y águilas y papagallos multicolores y él, contento inventa remolinos nuevos y sopla desde lugares imprevistos.
Es un rito que se repite cada año.
Cuando yo era niño esperaba con ansia la llegada de la primavera y para recibir a octubre le preparaba barriletes-glondrinas y barriletes-águilas para jugar con el viento.

Mi abuela me enseñó a construír cometas que verdaderamente volaban, eran elegantes, coloridas y livianas. Mi padre me daba una mano para remontarlas, era verdaderamente hábil y era tan niño que parecía más chico que yo. Si el viento caprichoso le hacía algún desaire se enojaba, dejando escapar malas palabras; después me miraba y sonriendo con gesto cómplice me guiñaba un ojo.
Mi cometa era viva como un pájaro. El viento la hacía vibrar y le inventaba voces que yo escuchaba contento y el hilo tenso me despertaba emociones y sentimientos sutiles como pequeñas descargas eléctricas que tocaban mis dedos.
Yo era una cometa que desde tierra volaba a países lejanos.
El barrilete, el hilo, el viento y yo éramos una cosa única. Nada podía separarnos porque juntos éramos la libertad.
Una tarde en medio de la fiesta de las cometas, llegaron los Banega, niños grandes, casi muchachos, que vivían en un barrio cercano al nuestro. Remontaron sus cometas que elegantes y briosas se alzaron veloces en el cielo.
Todos mirábamos asombrados aquella fría piroctenia de colores.
Los barriletes seguían ondeando y volteando en el añil profundo. En el extremo de una de las cometas de los Banega algo brillaba. Era un pequeño trozo de hoja de afeitar.
Sentí el miedo que me corría por la espalda y me provocaba una gran inquietud. Los Banega tenían mala fama. Eran agresivos y formabn una banda que se movía siempre como un escuadrón.
El sol se aproximaba al final de su viaje volviendo aún más hermosos los barriletes con sus colores en contraluz. De improviso, en un segundo terrificante vi la hoja de afeitar que rozaba el hilo de mi cometa; desesperado con un brusco tirón intenté evitar el peligro.
Demasiado tarde.
El hilo ya había sido cortado.
Mi barrilete se dio vuelta como en un gesto de sorpresa y después, como un bailarín herido comenzó a caer zigzagueando. A momentos parecía detenerse, después recomenzaba su triste caída.
Yo corría detrás de mi cometa, mirándola y llorando, tropezando. Mi prima Margot corría a mi lado y trataba de consolarme. Parecía que una sombra fuese dentro de mi. Corríamos los dos; sin detenernos. Atravesamos el barrio y llegamos a la última calle donde comenzaban los campos. No se veía nada, una pequeña nube se alejaba buscando el horizonte en dirección de la laguna. El silencio impregnaba el atardecer y hasta el viento niño se había ido.

Fuente: Anotas - "AGUA VEGETAL" LIBRO DE POESÍA -



15.07.2008 22:07

 

EL INSPECTOR.

Recuerdo especialmente el año 1975 porque había que escribir todos los días la fecha (hoy es lunes tanto del mes cuanto de 1975) y a continuación: Año de a Orientalidad.
En ese entonces yo era un gurí de sexto año de la Escuela de Pueblo Rincón.
Una tarde, después de mediodía llegó el Inspector, un viejo de hablar manso y  una nariz muy grande.
Con esa charla tranquila comenzó a desarrollar una historia que a la postre sería un ejercicio de matemáticas, pero lo planteó con tal calidad que nos fue atrapando con la narración, mientras hacía dibujitos en el pizarrón que ejemplificaban el cuento.
El tema era que por el costado de su casa había un muro, papalelo a la pared lateral, que por la posición de esta, durante las tardes, el sol se hacía muy fuerte y su mujer le planteó la posibilidad de poner unos arcos, en los que se enredarían unos rosales que con el tiempo darían sombra, flores y aromas...
El rollo fue largo pero atrapante. Terminaba la historia en que eran 7 arcos, mas o menos de una media circunferencia cada uno y había que calcular cuantos metros de varilla se necesitaban.

 

EL MAESTRO.

En esos tiempos cuando iba a Treinta y Tres me gustaba mucho salir a caminar, me dejaba deslumbrar con las calles de hormigón, las vidrieras, los autos, la gente... y en una de esas recorridas iba por Areguatí cuando de pronto lo veo, mateando sentado en el murito del frente de su casa.

Claro, me detuve a saludarlo, y para mi sorpresa el tipo me reconoció y me mostró el costado aquel con un corredor cubierto con arcos por donde se enredaban unos rosales.
-¿Viste que era verdad?- me dijo.

La vida siguió su curso. Unos cuantos almanaques después ya era un estudiante universitario y estaba en la casa de la Alfredo Zitarrosa catalogando fotografías de su archivo particular junto a unas compañeras y una de sus hijas: Maria Serena, Nancy (la mujer de los ojo dorados) y el yerno (Martín).
Entre aquellas aparecieron unas en blanco y negro que documentaban un viaje del flaco a Treinta y Tres, y en una que me impactò Alfredo está posando junto al Maestro Lena, El Serrano Abella y un cuarto personaje desconocido.
La foto en cuestión está tomada en el frente de la finca de Andrés Areguatí, al lado del murito y detrás de ellos pueden verse los arcos con los rosales jóvenes, pues por entonces era el año 1968.-

EL OTRO MAESTRO.

Así pues, llegamos a estos tiempos presentes.

Navegando por la red me encontré con esta versión taquigráfica de una sesión de la Cámara de Representantes donde se estaba tratando como asunto ponerle el nombre de Ruben Lena a la Escuela de la Isla Patrulla, y al leer la exposición del (también) maestro y ocasionalmente diputado Hermes Toledo, la memoria entró a dar vueltas por laberintos que terminaron indefectiblemente en aquel corredor de los rosales de esa casa con murito de la que antes les estuve hablando.

Y me volví hasta aquella tarde de 1975 cuando Toledo , mi maestro de sexto, se apareció con el inspector, un tipo que tenía una nariz muy grande y hablaba mansito.

Oliverio García

NOTA: Esta versión de Stefanie es (seguramente) junto a la Orquesta Filarmónica de la ciudad de Montevideo, e integró el repertorio de un extraordinario espectáculo titulado "Adaggio a Zitarrosa". Se incluye por ser una de las preferidas del rubio Lena.

 

SEÑOR TOLEDO ANTÚNEZ.- Señor Presidente: a Ruben Lena la mayoría de los uruguayos y extranjeros que lo reconocen lo ubican, lo relacionan como el creador, el hacedor de canciones, el poeta. Es cierto y está bien. Allá por los años sesenta surge un canto, un estilo, un tipo de música diferente e identificatoria de nuestro país. Cuenta el propio Rubito -de aquí en más así lo denominaré, porque Ruben Lena es su nombre, pero para los maestros que tuvimos la dicha de trabajar con él es Rubito y para sus compañeros de fútbol, el rubio Lena- que con motivo de una beca que se le otorgó como maestro vivió por varios meses en Venezuela y que allí se convenció de la necesidad de crear un canto netamente nacional, ya que advirtió que los diferentes becarios de distintos países ejecutaban, cantaban música de sus países, mientras que él y su señora, Justita Lacuesta, se encontraron con la dificultad de no contar con un canto uruguayo. Al regresar, junto a otros compañeros y especialmente algunos que también buscaban lo mismo, se pusieron a trabajar. En ese ínterin aparecen dos jóvenes, Braulio y Pepe, que conforman al principio un conjunto con Ruben Aldave y otros, y luego de cierto tiempo consolidan el dúo "Los Olimareños", que se encargará de popularizar las creaciones de Ruben Lena y de otros autores terruñeros y de difundirlas a lo largo y ancho del país, de América y de otros lugares del mundo.
Pero Ruben Lena fue antes, durante y después, maestro. Quizás sea muy difícil separar al creador del maestro, al artista del docente, porque como maestro creaba y, muchas veces, cuando creaba ejercía la docencia. Era un creador permanente dentro del salón de clase y, como acabo de decir, cuando componía también ejercía la docencia. He traído los versos de una canción para que sirva de ejemplo; la canción no necesita música porque, aunque él decía que no era poeta, que escribía para ser acompañado por música, tiene poesías verdaderamente hermosas. Esta a la que hago referencia dice así: "Yo vi la luz nacer / Cielo del Olimar / Aires de Treinta y Tres / Diafanidad / Por el norte el Parao y el Tacuarí / Por el sur Olimar Chico / Las alas del Corrales / Y el gran Cebollatí / Por el oeste el viento / Y la cuchilla Grande / Y por el este sueña la laguna Merín / Zonas de este solar / Nacer, vivir, morir / Solamente el yerbal y el Olimar [...]". Seguramente con esta canción daba clases de geografía; los maestros aquí presentes advertirán que es probable que estuviera frente a una clase de tercer año.
Se hizo maestro quizás accidentalmente, pero luego abrazó la profesión con cariño, pasión y vocación. En 1947, cuando dio la prueba de ingreso a Magisterio -quiero destacar que en ese momento ejercía la Dirección del Instituto Normal el maestro Julio Macedo-, sus compañeros tuvieron que ir a buscar a Rubito al río Olimar. Allí estaba, frente a la Toma de Agua; fue al Instituto e hizo la prueba "con el mismo espíritu deportivo que ponía cuando jugaba al fútbol en Primera División en el Club Atlético Vaca Azul", como cuenta en su libro "Meditaciones".
Club Atlético Vaca Azul. Permítame, señor Presidente, contar una pequeña anécdota. Nombre extraño, sin duda, "Vaca Azul" para un cuadro de fútbol. Sin embargo, esto surge de un grupo de muchachos, de adolescentes, de jóvenes, de estudiantes, de intelectuales -algunos no tanto-, que debían enfrentar a un cuadro de fútbol, que viene al caso porque se trataba precisamente de Isla Patrulla, y el cuadro de esta localidad se llamaba "El Toro Negro". A los muchachos de esa ciudad no se les ocurrió mejor nombre que "Vaca Azul" para enfrentar a "El Toro Negro".
Cuando salvó el ingreso a Magisterio, decía Rubito: "Leí un libro muy importante en mi vida del maestro Agustín Ferreiro, 'La enseñanza primaria en el medio rural'; en este libro tan elocuente y persuasivo vi algo luminoso y verdadero".
Siendo estudiante trabajó en una escuela rural remotísima, en un lugar de difícil acceso, de paisaje agreste, de serranías: la escuela Nº 44 de Sierras del Yerbal. Él la calificó, con un pincelazo certero, como la "Patria del Viento". Dice Rubito: "El encuentro con aquel mundo extraño me produjo un sentimiento interior inolvidable". Eran los pagos de Ruyín y del Indio Baladán, de Lilí Antoria y de otros hombres curtidos, de campo, quienes motivaron canciones, especialmente "La Ariscona", esa que dice: "... el jinete va chiflando y es el Indio Baladán".
Joven, inexperiente, en ese medio Rubito se enfrenta a las preguntas de qué enseñar, cómo enseñar, preguntas que sin duda se hacen todos los jóvenes maestros cuando se enfrentan por primera vez a una clase, y más en el medio rural.
Él dice: "La comunicación adecuada con los niños y con la gente se transformó en un problema de primera importancia, por lo cual me volví un observador y aprendiz muy atento de sus vidas, de sus actividades y de sus modos de expresión". Esto aparece permanentemente en sus canciones, ya que la canción se ubica en un lugar geográfico determinado, con sus características, su gente y sus modos de expresarse.
Le doy real importancia a este asunto porque Rubito fue un profundo conocedor de la gente, de los paisajes, de sus alegrías, de sus tristezas; con ellos compartió muchas cosas, siendo maestro aun sin recibirse, trabajando en este lugar, y fue toda su vida así.
También se empieza a visualizar a un maestro con la influencia de la "Escuela Nueva", que con el apoyo del nuevo programa para escuelas rurales del año 1949, elaborado por maestros de la talla de Miguel Soler -hoy impulsor y coordinador del debate educativo y recientemente declarado Doctor Honoris Causa por la Universidad de la República-, del desaparecido Julio Castro y otros tantos, le dan un enfoque nuevo a la educación sobre nuevas bases y distintos métodos para la educación en el medio rural. Va quedando atrás una enseñanza memorística, donde solo el educador diserta y conduce, para pasar a ser el aprendizaje una actividad de ida y vuelta, con recursos del contexto del niño, y podemos decir intuitivamente constructivista, para no nombrar al constructivismo como tal. Dice Rubito: "La educación vivida como un proceso que acoge a todos los integrantes de la comunidad, es una labor de construcción unificadora".
Vamos a nominar la Escuela Nº 3 de Isla Patrulla, que tiene más de ciento veinticinco años; cumplió ciento veintiséis el año pasado y tuve la suerte de conmemorarlos con sus vecinos. La escuela está ubicada en la localidad de villa María Isabel, conocida por todos como Isla Patrulla. La localidad, obviamente, también tiene más de cien años. Las primeras ventas de solares -he tenido oportunidad de leer algunas escrituras- ocurren poco después de terminada la Guerra Grande; nace antes que la hoy ciudad de Vergara o que Santa Clara. Seguramente haya sido la primera localidad del interior, pero por allí no pasó la vía, no pasó el tren, no hubo rutas importantes y hoy es una localidad, de alguna manera, detenida en el tiempo. Por eso es que al llegar nos encontramos con una leyenda que dice: "Patria chica Isla Patrulla". Seguramente allí se siguen acunando las tradiciones del pueblo oriental. Esto no ha sido motivo para que no sea conocida por muchos en la región y en el mundo. Es una zona ganadera por excelencia, que en esa época concentró a muchos más habitantes que los que hoy tiene.
Antes de ir a Isla Patrulla -lo hizo en 1957-, estuvo en la Escuela Nº 62, de Arrayanes de Corrales del Cebollatí -como muy bien decía el señor Diputado Mahía-, recién casado con Justita. Así como calificaba a la Sierra del Yerbal como "Patria del Viento", a esta otra zona la califica como "Paisaje blanco y circular, de pajonales". Y yo digo: de llanura y de barro, de arroceras incipientes; blanco por las pajas; circular porque allí no había impedimento físico ni geográfico para visualizar el horizonte y recorrerlo en una línea circular.
En esa escuela destacó, además del trabajo educativo y social, su trabajo con los niños en las obras de teatro con títeres, de las que fue redactor y guionista. Estos son trabajos aún pendientes de editar y quizás debamos asumir el compromiso de hacerlo.
Quisiera distraer un minuto más la atención de la Cámara -cuestión que agradezco- para leer del libro "Meditaciones" la referencia que hace a ese trabajo de teatro de títeres con los niños en la Escuela Nº 62. Dice así: "Lo cierto es que el teatro -centro de una gran actividad- fue una oportunidad de nuevas aventuras de aprendizaje.- Un día lo invitamos a don Cipriano" -Cipriano Sotelo, que era el dueño del local- "a que viniera a presenciar el ensayo. Se sentó en un banco escolar y se empezó a reír aplaudiendo con entusiasmo las piruetas de los títeres.- 'Cada vez que ensayen me mandan decir', nos dijo como despedida.- No podíamos creer que aquel hombre de campo, serio y ya viejo, pudiera gozar con la representación de los niños.- Y otro día lo invitamos nuevamente. Se sentó como la vez anterior y aplaudía tanto que no pudo quedarse sentado y se puso de pie como iluminado. De pronto se quedó serio y se fue acercando a la boca del teatro hablándole a los titiriteros.- 'No, así no muchacho. Taca-Taca tiene que gritar cuando le peguen'.- Nosotros estábamos tan sorprendidos que no sabíamos si atender a los artistas, o a don Cipriano que se había transformado en director de escena.- Se reía o se enojaba tanto con las aventuras como con la habilidad o torpeza de los niños. Me hacía pensar lejanamente en don Quijote y en Maese Pedro".
A Taca-Taca titiritero lo conocí muchos años después, trabajando en el arrozal de Bonomo, donde yo trabajé mucho tiempo.
Podríamos decir muchísimas cosas, pero el tiempo es escaso y hay otros temas que debemos terminar hoy, pero me quiero referir a cuáles fueron aquellas líneas más definidas para su formación. Rubito menciona, entre otras, "las lecturas hechas a edad temprana en mi casa paterna por estimulación hogareña". Fíjense que por estimulación hogareña leía Rubito, cuestión que ocurría con frecuencia. Y lo refleja muy claramente cuando en una canción se reúnen todos los hijos alrededor de sus padres para escuchar las historias que hacía el padre; es aquella canción que dice: "el baúl está lustroso de sentarnos en él".
Algunas ideas sobre la función de la escuela y el trabajo práctico las aprendió con sus compañeros. Dice en el citado libro "Meditaciones": "Las clases del Instituto Normal, cuyos profesores nos guiaban con entusiasmo y fraternidad, sin horarios rígidos, y cuyo Director" -aquí pido un instante más de atención-, "el maestro Julio Macedo, profesor de Literatura y escritor, fue y es una figura prestigiosa e irradiante de la educación".
Ya se hizo mención al libro de don Agustín Ferreiro, "La enseñanza primaria en el medio rural", y al programa de escuelas rurales del año 1949.
Como decía el señor Diputado Mahía, fue Presidente de la Comisión Pro Superación de Escuelas Rurales. Ese libro, que es de relatos y de cuentos, también es de pedagogía y de didáctica.
Por supuesto que voy a votar con enorme satisfacción, con mucha alegría y orgullo este proyecto, para que la Escuela Nº 3 de Isla Patrulla, el lugar que más trascendió en sus canciones, las más conocidas -de allí nombra una cantidad de personajes, algunos de los cuales hoy todavía viven, como don Casiano Fuentes y don Aparicio Martínez-, lleve el nombre de Ruben Lena.
No resisto la tentación de leer dos o tres estrofas de algunos versos que escribe, al final de ese libro, que hacen referencia a cómo se construyó la policlínica en la Isla Patrulla. Además, tiene un contenido extraordinario, filosóficamente hablando.
A mí me da la impresión de que aquí también está la pluma de José Hernández, el que escribió "Martín Fierro". Quiero hacer referencia a algunos conceptos que me parecen interesantísimos. Cuando habla, por ejemplo, de la muerte -están trabajando en procura de salvar vidas: construir una policlínica y que allí fuera un médico-, dice: "La muerte es como la mosca / en donde quiera se posa, / tanto en la niña mimosa / o en la persona más tosca. / En el corazón se enrosca / del rico como del pobre, / no hay ningún vivo que sobre / su voluntad de comer / y no llega a devolver / ni tomando agua salobre".
Más adelante dice: "El día once de junio / del año cincuenta y ocho / con estos versitos mochos / que caben dentro de un puño, / quiero cantarle al terruño / con el pecho haciendo bulla / por la esperanza que arrulla / hoy este pueblo oriental, / para agrandar el local / vecinos de Isla Patrulla".
Y luego: "Estaba Casiano Fuentes / con su camisa de paño / y estaba Don Pepe Riaño / metido atrás de los lentes. / Bruno Pereira impaciente / por comenzar la función / quería cortar la cuestión, / que se pusiera el piolín / y que sonara el tintín / del pico en la piedra en flor".
Gracias, señor Presidente.



13.04.2008 22:59

Los 150 años de Treinta y Tres dieron motivo para muchos actos a lo largo y ancho del mapa. En uno de ellos, llevado a cabo en la Junta Departamental de Montevideo participó Lúcio Muniz, quien dio lectura a este documento autobiográfico, de cuyas actas se ha extraído el texto autobiográfico cuyo nombre es: MI RELACION CON TREINTA Y TRES, .

Posteriormente se realizó otro acto conmemorativo en la Salá Camacúa (calle Reconquista) donde con algunas "podas" (tal cual su decir) reiteró la lectura de este extenso documento que hoy se publica en La Balada de Oliverio.

Siento que releyendo esas líneas se puede volver el tiempo atrás, se repasan momentos históricos recientes y distantes, tiempos de un płeblo con calles de tierra, de boliches y teatros, de pintores y escultores, de miradas francas, de fermentación de una identidad cultural.

Siento que Lucio pinta ese tiempo usando los mas diversos colores para sus palabras. Nostálgico y sin sensiblerismo repasa los mejores (y los peores) años de Treinta y Tres, en primera persona.

Por eso vale la pena detenerse en su lectura, que es una de las mejores aproximaciones a una de nuestras caras menos felices.

Y conocer además, la forma en que siente a Treinta y Tres desde un referente de la cultura uruguaya de los últimos 50 años.

"...debo agradecer que se me haya convocado esta noche para estar acá, porque se trata, además, de una fecha muy significativa. No le voy a hacer, en absoluto, propaganda a mi cumpleaños; pero hoy estoy cumpliendo 64 años,...
(Aplausos) _____...cosa que siempre olvido, justificadamente, porque es la fecha en que falleció mi madre. Por lo tanto, es una fecha que a mí no me importa mucho. De todos modos, es el día en que nací, y la vida, equilibrándome, me deja tener hoy esta alegría de participar en este homenaje que se le hace a mi tierra, que, como decía el Intendente de Treinta y Tres, es tierra de todos, y de eso no tengo ninguna duda. Hace unos años, no sé cuántos -tal vez tres-, cuando Julio Sala -amigo personal- era Presidente del Club de Residentes de Treinta y Tres -hoy es Secretario-, me invitó a que escribiera una charla para Treinta y Tres. Estuve allí, en el Club de Residentes, y no se me ocurrió en aquel momento nada mejor que hablar de algo que yo conocía mucho, porque se trata de mí: nada mejor ni más profundamente conozco que mis cosas y las del entorno, o los entornos, en que he vivido. Entonces escribí esta charla, que lleva como título "Mi relación con Treinta y Tres" y que dice: "Nací en Treinta y Tres en el año 1939 en la calle Gregorio Sanabria 227 (ahora 1073) entre Juan Antonio Lavalleja y Manuel Freire, casa que hizo construir mi abuelo paterno, y donde hoy funciona el Instituto Nacional del Menor. Soy el sexto hijo de Tomás Baldomero Muniz Rivero y María del Carmen Muniz Nieto de Muniz. En enero de 1942 mi familia se radicó en Montevideo, ciudad en la que estuve hasta que con 30 años regresé a Treinta y Tres, donde permanecí hasta el 87. La lejanía geográfica de los primeros años me impidió conocer directamente mi lugar de nacimiento. Treinta y Tres era entonces para mí, el fruto de una constante evocación, una referencia diaria por el recuerdo de mis padres y de mis hermanos. Yo guardaba en la memoria borrosas imágenes de la casa y del patio, sin la fuerza que generan las vivencias. Sin embargo, por el entorno familiar, se trataba de una ausencia-presencia, y a través de las conversaciones rescataba una zona del mundo alimentada por nombres que ayudaban a encender mi imaginación. Así, aprendía a querer lugares a la vez que fijaba nombres de seres y de cosas nombradas por mi familia, como 'el Teatro Municipal', 'El Molino de Perinetti', 'La quinta de Oliveres', el club 'La vaca azul', o 'La Cruz Alta', y la comparsa 'Los negros vencedores'. "Yo, antes que en las aguas del río me mojaba en las letras de su nombre, abrazándome a algo que me era a la vez desconocido y común, misterioso y palpitante. En las conversaciones estaban presentes los nombres de los amigos de la familia, los apellidos comarcanos, la denominación de pueblos y de villas, los momentos históricos vividos con intensidad por mi padre a través de su participación en la prensa y en la política lugareñas, que incluso lo enfrentaron a situaciones de riesgo, de las que la mayor fue el duelo con el profesor Mitre Copti.
"Treinta y Tres más que un nombre, era un conocimiento de cosas transmitidas, que además de despertarme curiosidad, se sumaba tempranamente a la zona de los afectos que ampliaría en el futuro.
"La primera vez que volví a la ciudad, todavía sus calles eran de tierra y se comenzaba a asfaltar la principal, Juan Antonio Lavalleja. Recuerdo mi sorpresa al ver que a mediodía, los obreros dejaban todo tipo de herramientas en las veredas sin que quedara personal a su cuidado, para retomarlas en la tarde y continuar el trabajo. En aquel entonces se aspiraba un aire de candidez y las costumbres estaban incontaminadas. Fue en ese tiempo que comencé a juntar los nombres ya conocidos con sus verdaderos rostros, y tuve la oportunidad de conocer mi primera calle; ver la fachada de la casa en que nací; el cercano Parque Colón; la cancha de fútbol al lado del Tanque Imhoff; el tan nombrado Puente Viejo, como un brazo extendido sobre el río; el rumoroso Olimar doblando arboledas y barrancas y soplando su aliento verde, forestal y fresco; el humildeo del Yerbal y el monte agreste; la Estación del ferrocarril con vías y vagones musiqueros, donde en las despedidas, al decir de Neruda, 'el humo levanta sus ruedas decisivas'; la Plaza 19 de Abril, paseo obligado de la gente en un ingenuo ir y venir y donde puntualmente la Banda Municipal realizaba la retreta. Allí yo descubría un mundo del que tenía noticias anteriores, pero que ahora palpaba y escuchaba latir. Allí, en un rumoreo, parecía que las arboledas guardaban antiguos acordes salidos de la guitarra de Agustín Barrios, de la de mi padre, de la de don Agustín Diogo -medio hermano de papá-, de la de don Thelmo Batalla. Creía que al doblar en una esquina me sería dado contemplar alguna de las proezas realizadas por personajes de épocas pretéritas, relacionados con el coraje, en tiempos de revolución y de malones. Un aire de inicial romanticismo me traía el recuerdo de versos aprendidos en casa, que ya pertenecían al mundo y que habían firmado el Padre Lacroix, Pedro Leandro Ipuche, Serafín J. García, Valentín Macedo y José Gorosito Tanco, o el recuerdo de alguna página en prosa de Nilo Goyoaga hablando de mi padre, de algún artículo de Camilo Urueña González o algún cuento del entonces novel escritor Julio Da Rosa. Era mi ciudad y sus cosas, proclamadas con tanto orgullo por mi familia y sus amigos, que estaban allí, con sus lejanos personajes en el tiempo, con Dionisio Coronel Muniz, por cuyo Proyecto de Ley de 1852 se fundara Treinta y Tres el 10 de marzo del año siguiente; como el vasco Lucas Urrutia, de enorme trascendencia en el medio, o el también vasco Anselmo Basaldúa, primer maestro de Treinta y Tres. Era el Treinta y Tras de otra forma del coraje y la ternura, representado en el niño Dionisio Díaz. Se trataba del encuentro con algo que no conocía y que sin embargo iba conmigo. Con los años yo lo diría, haciendo referencia a mi niñez alimentada por la fantasía y las voces familiares, evocando el pago lejano, en la canción Calles Anchas: 'Yo soñaba con vos, Treinta y Tres / desde lejos, allá en mi niñez / a querer aprendía al nombrar / con ternura, tu Río Olimar. / Era entonces tu nombre una flor / que aromaba la voz maternal, / presentía al oírla el color / que goteaba desde el pitangal. / A tus calles tan anchas llegué / y buscándote en cada canción, / mi más honda raíz encontré / ensanchándome en el corazón. / Si las lanzas te vieron nacer, / las guitarras te hicieron crecer / y en el tiempo hoy qué lejos estás / con don Thelmo, Diogo y don Tomás. / Y aunque un día me hiciste sangrar / asestándome agudo un dolor, / por afecto te voy a entregar / con mi olvido, este vals y una flor. / A querer aprendía al nombrar / con ternura, tu Río Olimar. / Desde lejos, allá en mi niñez, / yo soñaba con vos, Treinta y Tres'.
"En el año 1969, por razones familiares me radiqué en Treinta y Tres. Desde hacía muchos años mis visitas a la ciudad habían sido constantes. Ya en ese tiempo además de familia fundada, yo tenía mi rueda de amigos con la correspondiente selección de aquellos que por afinidad estaban más cercanos. Si bien había dejado cosas de gran importancia en Montevideo, en Treinta y Tres encontré también motivos de enriquecimiento, como resultado de mi amistad con artistas como Tomás Cacheiro, Juan Antonio De Andrés, Manuel Oribe Sosa, José María Mujica, Bolívar Viana, cuya actividad plástica fue la que primero me acercó al mundo del color, de la línea y de la forma; mundo que en años posteriores se ensancharía en esa materia por mi amistad en Montevideo con Wilfredo Díaz Valdez, Antonio Lista, Jonio Montiel y Américo Spósito.
"Tuve oportunidad de integrar el elenco del Teatro Vocacional, gracias a Homero Cal, que era su Director. Actué en 'El Preceptor' de Bertolt Brecht; incluso abordé el trabajo autoral en un collage que escribí en homenaje a García Lorca, que representó ese elenco, y que titulé 'A Federico', pieza en la que además actué, canté y toqué la guitarra. Vale decir que en Treinta y Tres encontré el ambiente propicio para el trabajo en la escena, y también el ambiente especial de creación que existe en los talleres de plástica. Mi vocación literaria tenía comunicación en la conversación y el intercambio especialmente con mi primo Jesús Ariel Muniz, Mericy Caétano, Orfila Bardesio y Julio Fernández. La canción encontraba una respuesta más general, pero sobre todo en Juan Baladán Gadea, Ruben Lena, Carlos Gutiérrez y Washington Fleitas, y también con gran pasión por la música en sus formas más elaboradas en Carmen Mariño y su hermano Oscar Prieto -el 'laucha'- y su sobrino Waldemir, César Castrillejo, Juan y Pedro Baladán. Haber hallado gente que tenía inclinación por estas manifestaciones me fue importante para no sufrir la ausencia de Montevideo, ciudad a la que estoy ligado profundamente por más de cuarenta años de vida, con todo lo que eso significa.
"Treinta y Tres, como dije, estaba presente a diario por los recuerdos de mis padres. Así, me resultaba absolutamente familiar escuchar decir Santa Clara, Villa Sara o Pueblo Chorizo, Isla Patrulla y La Charqueada. Por lo de 'chorizo' y 'charqueada' hacía asociaciones gastronómicas, o pretendía desentrañar el significado de palabras juntas a las que no les encontraba parentesco alguno, puesto que 'patrulla' para mí era un montón de hombres armados, mientras que 'isla' no tenía relación alguna con pueblo, sino con agua, y 'Cerro Chato' me resultaba contradictorio, mientras que Santa Clara, más que un lugar habitado me sugería una imagen venerada. También en mi confusión se juntaban los lugares geográficos y creía que 'la curva de la muerte' cercana a la ciudad de Minas estaba en Treinta y Tres, y al ser nombrada recordaba un camión conducido por alguien del pago, de apellido Peña, que allí se accidentó, y se me ocurría que el siniestro continuaba ocurriendo en una caída sin fin.
"Treinta y Tres era suma de apellidos del lugar. Con los años tuve oportunidad de estar con algunas de las personas que conocía de nombre, como Don Nicolás Acosta, hombre casi de leyenda, respetado por toda la vecindad, persona de coraje personal a la que mis padres querían. Lo recuerdo siendo muy niño en Montevideo, en nuestra casa de la calle Tiburcio Gómez. Su fama de hombre de valor personal me hacía mirarlo con una mezcla de admiración y temor. Hoy revivo a don Nicolás cuando escucho o leo los versos con que Jorge Luis Borges homenajea en versos al prestigioso personaje Nicanor Paredes.
"Antes dije que en 1969 fui a vivir a Treinta y Tres. Ya no se trataba de romanticismo ni de imaginería, sino de convivencia. Eran tiempos difíciles, sobre todo en el aspecto político-social. Los hechos que sucedieron a la muerte del Presidente Gestido son de público conocimiento. Fue en nuestra ciudad natal donde me tocó vivir los años de la dictadura y, por ende, ser testigo presencial de procederes dignos y desdeñables. Fue también allí donde sufrí persecuciones y, luego de tres allanamientos, prisión indebida en el Batallón 10. Una vez liberado tuve licencia médica durante un mes y medio a fin de recuperarme del tratamiento recibido, del que, por respeto a mí mismo no he de dar detalles, puesto que no es mi característica posar de víctima. Sólo me permito contarlo al pasar, puesto que también eso es parte de mi relación con Treinta y Tres. Este suceso es el que me hizo decir en la canción antes leída: 'Y aunque un día me hiciste sangrar / asestándome agudo, un dolor, / por afecto te voy a entregar / con mi olvido, este vals y una flor'.
"En 1972 dirigí en CW 45 el programa musical 'Encuentro'. Dicho programa me fue suspendido desde que se me hizo el primero de los tres allanamientos.
"Otra actividad que tuve en Treinta y Tres fue la de integrar la Comisión de Fomento de la Escuela Severo Ramírez, en la que mis seis hijos hicieron todo el ciclo escolar. La Directora, que era Miriam Daghero de Álvarez, fue sacada arbitrariamente de la Dirección por razones políticas, y se la puso como maestra de cuarto grado. Desde ese día dejé de participar en la Comisión, sabiendo que con ello no solucionaba nada, pero sin querer acompañar lo que era un atropello.
"En enero de 1977, un telegrama frío me anunciaba que era 'declarado cesante, por razones de mejor servicio'. Había comenzado a trabajar en la empresa ONDA el 7 de mayo de 1955, y desarrollé esa actividad en Montevideo por un período de 14 años, y de 8, en Treinta y Tres.
"Felizmente, otros recuerdos funcionan como forma de equilibrio y que son felices, como el nacimiento de hijos y de nietos, como el encuentro con amigos y la participación activa en la vida cultural. De esa zona quiero destacar la publicación del libro que titulé 'Treinta y Tres en quince nombres' en el que recojo la palabra de personas destacadas de diversos sectores y profesiones, todas ellas trascendiendo el medio y elevándose al plano nacional, e incluso algunas al internacional.
"En la actualidad viajo a Treinta y Tres regularmente por razones familiares; también para recuperar los paisajes, y encontrarme en el Club Pelotaris con una 'barra' de amigos que lamentablemente se ha reducido, porque es ley superior que la vida se termine. Obviamente, también para hablar de literatura con gente especializada, como Nilo Berriel, y sobre todo con Gustavo Espinosa, que por naturaleza no tiene otra alternativa que la de ser brillante, sin dejar de ser humilde.
"Sería motivo para muchas horas hablar de la relación que he tenido con el pago, pero a rápidos pincelazos esto es lo que he considerado más importante. ¿Qué se puede decir que no se parezca a afecto del lugar en el que se ha visto la luz; donde se ha querido, donde se ha trabajado, reído, sufrido, soñado; donde se ha sido hijo y padre, compañero, hermano, amigo; donde se ha dado y recibido; donde han nacido abuelos, padre, madre, hermanos, hijos nietos, y donde en el cementerio hay incluso bisabuelos sepultados, en una prueba de arraigo, de raíz que ha fructificado en la flor de cinco generaciones?
"Treinta y Tres es una presencia obligada aunque sin obligación, algo así como un mandato sin mandante, y en cualquier momento a mí personalmente, me puede asaltar bien o mal, del mismo modo que sucede con la vida con sus grises, con sus claroscuros en constante equilibrio, y seguramente que con más cercanía humana que separación, por circunstancias de distinto carácter. Puedo cerrar o no los ojos y recordar -por transmisión o memoria propia emparentando lugares, cosas y seres, sin orden ni esfuerzo- los periódicos 'El Baluarte' y 'La Campaña'; la fama que ganó Martín Aquino por hacerse respetar y la actitud corajuda de Prudencio Correa o las andanzas de 'El Clinudo'; el bar de Amil o el Agüero; la vieja Casa Ramos y la Casa Dellepiane; y en ellas a Mario Muniz y a 'Cocó' Hernández; la 'Librería Claridad', con el bondadoso maestro Adhemar Gómez que, pese a ser conocido comunista, ganaba las licitaciones y era quien vendía materiales de oficina a la Policía; la presencia del doctor Raúl Gadea -para nosotros, sus amigos, 'Garufa' Gadea-, abogado de los pobres y formador de muchachos en la docencia; José María Freire, que era cura y más que cura un ser solidario; Osvaldo Rodríguez y Patricio Guzmán, sosteniendo la noche sobre algún tapete; el violín del maestro Rosell, ex integrante de la orquesta de Pablo Casals, el piano de Carlos Hontou, la guitarra de don Laurindo Amaral; el Teatro Experimental, y allí la presencia de Carlos Gallardo y el recuerdo del acto generoso de la escribana Irene Lazo impidiendo que se lo rematara al pagar una deuda abultada con sus propios recursos; las cámaras de Artigas Ávila y de Hilario Favero en Foto De Grandi; las fachadas de la Intendencia y del Centro de Salud, del Democrático y del Centro Progreso; la plaza de Deportes, la 'Escuela de Pintos', la laguna de Arnaud o de 'las lavanderas'; el Hospital Departamental; la hoy silenciosa estación de AFE y el infaltable ómnibus de Cortiglia. El canto de 'Pepe' y Braulio, de Ruben Díaz Castillo, Alfredo Martirena, Oscarito del Valle, Techera, Wilson Prieto, Aníbal López; 'Los Hidalgo', 'Los Hacheros', 'Los del Yerbal', 'Los Taiperos', y desde lejos y sin registro fonográfico, 'Los Arrieros de la canción', 'Los Urúes' y el 'Trío Alborada'. En el bar 'La Cueva', 'El jubilado' Julio Pérez y el ejemplo solidario de Palmiro Fernández dando de comer a los lustrabotas; las actuaciones de 'Paco' Larrosa y de 'Tito' Ibarra; las noches interminables en el restaurante del 'Flaco' Marchelli, o las serenatas con Eustaquio Sosa y el 'Carau' Peralta; el sonido del campanazo del reloj de la Jefatura partiendo las horas, el del particular silbido del 'Cabito' en sus caminatas con la bolsa al hombro, o la carcajada escandalosa de Pío Baladán; la presencia del 'Negro' Javier, con el termo y el mate, y con esa vocación libertaria que lo ha hecho una especie de 'Varón Rampante'; la presencia del prestigioso doctor Balbino Da Rosa, o la del también doctor Valentín Cossio -de impecable vestimenta y con un aire serio impuesto por la pipa humeante y los bigotes-; la sencillez sobre ruedas del químico Balzac Cruxen Mello, pedaleando en una modesta bicicleta; la cordialidad de Luis Tulic, caballero de los mostradores; la permanencia hasta el día de hoy de amigos serviciales y afectuosos como Damasceno Eguren, Washington González Mederos y Eduardo Rava. El olor especial y diferente por los materiales trabajados, en los talleres de 'Tito' Costa, 'Pepe' Loureiro y 'Chiche' Espinosa; el aire caliente y perfumado saliendo de la panadería de Berriel y de la de Loyarte, con su clásica galleta. En fin, la evocación de seres y cosas sería interminable.
"Hoy, viviendo a tantos kilómetros de la ciudad nuestra, me permito repetir las palabras que alguien afectuosamente le dijo a mi padre en un encuentro casual y distante del lugar de origen: "Cuando dos coterráneos se ven lejos del pago natal, dejan de ser conocidos para ser amigos; y cuando se encuentran lejos del país, dejan de ser amigos para ser hermanos". (Aplausos) _____Muchas gracias.
Les pido un minuto más, porque no me puedo ir sin agregar algo muy importante, al menos para mí y para mucha gente.
Resulta que el río más cantado de este país, el Olimar, se ha quedado hace mucho sin calle en Montevideo. La que llevaba su nombre sale frente a la Intendencia y hoy se llama Germán Barbato, nombre de un ex Intendente.
Creo que este es el ámbito para plantear esto. Ojalá que algún o algunos Ediles recojan mi inquietud para que simbólicamente el Río Olimar siga mojando alguna de las calles de Montevideo. Muchas gracias. (Aplausos)

Lucio Muniz

16 de mayo de 2003.



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De allá vine, aunque mi lugar en el mundo está en otra parte. "Lo bueno de los años es que curan heridas, lo malo de los besos es que crean adicción". Los años añejan el alma, hacen que la vida sepa mejor, y los besos me hicieron hechar raiz. Ahora cuando me preguntan de donde soy digo que nací allá y vivo en este agujero. Las dos querencias, por ahí viene la cosa...

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