AL OTRO LADO DEL RIO
Una lata con tierra de Treintaytres, labrada y sembrada... al otro lado del rio.

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EntrevistARTE

03.09.2015 13:26

Si de ríos y canciones se trata, no podemos olvidar que somos un país con el nombre de un río, aunque ese río como escribió Sampayo: "es un cielo azul que viaja". Ese arte de pintar con las palabras y los sonidos, con el mérito de que sus canciones empezaron a buscarle una forma a la música del Uruguay, ese interés de crear, de permanecer mas allá de la vida en las canciones que canta el pueblo; esa manera de sentir que queda expuesta en esta entrevista realizada por un maestro de la modalidad como el señor Nelson Caula.

 

EL INDIO FLORO

-¿Cómo hizo el indio Floro para vivir tantos años?

Zafó de la matanza de Rivera en 1831, pasó con su tribu por el Queguay y allí frente a Entre Ríos se fueron escondiendo, y más adelante Urquiza los mandó al Paraná, a la altura de Diamante. Cuando los sacan de Entre Ríos, Floro, que era un indiecito se perdió en el monte. Tenía ocho años entonces, y lo encuentra un peón de campo que lo lleva a la estancia y lo empezó a criar el patrón, y pasó de patrón en patrón.

-¿Y con los que se fueron al Paraná que pasó? ¿se quedaron allí? ¿se volvieron? ¿o se fueron al Chaco?, porque hace poco encontramos Charrúas conviviendo con los Tobas en el Chaco?

-Sí, sí, Charrúas en el Chaco hay sí; pero de éstos que fueron al Paraná, se perdió un poco el rastro. Se fueron al delta, una isla del delta, se tuvieron que refugiar ahí. La cuestión es que el indio Floro quedó allí en esa estancia. Un día arrancamos a verlo con Raota, que era un amigo de ahí, después se caso con una alemana y se fue para Europa y se llevó todas las fotos que le sacamos al indio. Y el indio murió cuando yo estaba preso en (el penal de) Libertad. Recuerdo que la revista (argentina) Siete Días apareció en el penal, y un milico la estaba mirando, yo estaba barriendo un celdario y yo veo una foto y digo, "Ah, mirá el indio Floro en la revista ¿que será ésto?". Y le digo al milico, "a ese hombre lo conozco yo", pero no pasó nada, "ah, si", me dijo y nada más. Yo tratando de ver si me dejaba mirar, pero no, no te daban nada; además tenían miedo de contactarse con nosotros, al cuete nomás, porque estábamos re-encerrados ahí. O sea que se había muerto el indio ¿no? Pude captar eso y que habían llevado el cadáver a Buenos Aires para estudiarlo y esas cosas. Mucho después me encontré con el hijo de Raota, un muy buen fotógrafo el también, en Entre Ríos, ya muerto el padre en Alemania, y le dije, "a ver si me conseguís las fotos del indio, que les sacó tu padre",

-¿En vida lo frecuentó seguido o lo vio esa única vez?

-Yo anduve por ahí en el 63, cuando hacía giras. Después de eso no lo vi más al indio.

-Y esas historias que quedó en el monte y eso ¿se lo contaba él?

-Sí, sí, sí; él me lo contó. Él estaba viviendo en esa estancia, un hombre muy, de a caballo. El día ese que nosotros llegamos estaba comiendo, él sólo nomás, medio cordero. Ah, sí, comía bien el hombre.

-¿Manejaba algunas palabras de la lengua charrúa?

-Hablaba un poquito sí, pero por lo general en castellano, aunque era muy parco el hombre. Después lo presentaron como el último charrúa, y sí; te imaginás que en el 63 faltaban muchos datos, ya andaban algunos historiadores, pero no se sabía mucho ¿no?

 

SOLEDAD Y LOS DERECHOS DE GARZAS VIAJERAS

*En el espectáculo de la noche anterior, don Aníbal, al despedirse cerrando su actuación con Garzas Viajeras, denunció que en el exitoso disco de Soledad Pastoruti, este tema figuraba a nombre de otros autores: "...Garzas Viajeras, es un tema muy viejo, yo no se si Soledad soñó y creyó que era de ella, al otro día al despertarse se levantó y se fue a SADAIC y lo apuntó como de ella. Me dijo mi gran amigo que es Alfredo Miranda que parece que el hombre de la grabadora no quiere pagar, parece que para ellos fue un jueguito que no molestó a nadie, pero a mí me embromó bastante..."

(aplausos).

-¿Y cómo vivió anoche el Homenaje que se le tributó a Usted en el Florencio?

-Bien, muy lindo, muy bien... La presencia de todos ustedes que vinieron.

Hoy se fue Alfredo Miranda, un gran muchacho.

-Es quién le está moviendo todo este lío que tiene con esta muchacha, Soledad

-Sí, él tiene un amigo allá, que es muy buen abogado y me invitó para ir allá. Y fuimos y movimos todo eso en SADAIC, yo justo pertenezco a SADAIC desde hace años.

-¿Hay manera de recuperar algo de esa pérdida tan tremenda, dejando de lado lo afectivo, por lo menos por el lado económico?

-No creo; pero en eso estamos ¿no? Las nuevas ediciones están saliendo ya a mi nombre. Antes lo habían metido a Larralde. Larralde también les quiso hacer un juicio, él no tenía nada que ver. Y yo les caí, en los diarios argentinos, a estos de la SONY que son grandes bandidos; y también se complicó porque la SONY la compraron otros gringos que son más vivos que ellos, y ahí perdieron mucha plata. Los locos le retiraron todos los discos de todo Buenos Aires... Lo que estaba distribuido

-Y César Isella, que sabe bien que Usted es el autor, ¿no hizo nada?

-Y lo que pasa que él esta medio de representante de la Soledad. La última vez que estuve, había un expediente de más de un metro de alto de todo lo que debe la SONY. El problema es que además de mí, le deben a todo el mundo.

Hay un pleito tremendo.

 

LAS COPLAS EN LA CABEZA

-Cambiando de tema, ¿anda creando algo, más o menos seguido, don Aníbal?

-Yo tengo muchos momentos para crear. Está lo histórico, lo demás son poemas. Yo soy muy caminador, muy observador y así se van dando mis coplas.

Puede ser desde un pájaro, hasta gente que encuentro por el camino; todo inspira. Por ejemplo, allá en La Matanza, frente al Paraná, un lugar hermoso, ahí mismo creé esa canción.

Pero a veces... una vuelta iba caminando, y una persona me para, alguien conocido ¿no?, "Y cómo le fue don Aníbal", me dice; yo venía con las coplas en la cabeza y él me preguntaba, "Y allá en Suecia como está la cosa, el trabajo y todo lo demás"; preguntaba cosas el hombre, pero yo iba caminando, y le respondí, pero él seguía preguntando y yo le digo, "Mirá hermano, te dejo porque llevo unas coplas en la cabeza". "Pa", me dice, "se te está cayendo el pelo" (risas). "No", le digo, "es que las llevo allí, se que la tengo azul la cabeza". Y me dice "Che, y no te hiciste ver con el médico"

(risas). "Azul la cabeza -le digo- porque las coplas andan por allá arriba".

Que se yo, el tipo ya no sabía qué decirme, habrá pensado que estaba loco.

En fin, yo tuve muchas épocas, también.

ME DESPEONÉ

En primer lugar me despeoné de los ingleses del ferrocarril, acá en Paysandú. Tenía 16 años cuando salí de la escuela industrial, fui elegido porque era buen mecánico, aprendí bien en la UTU. Entonces trabajando para los gringos, un día me corté este dedo con la máquina, me dolió muchísimo, me anulaba dos dedos, y seguí tocando igual con tres, me puse una cuestión de cuero y seguí para no perder la agilidad en la guitarra, porque yo tocaba desde los doce años, en la radio y todo eso. Trataba de ganarme algunos mangos, seguro, y cruzaba a la Argentina. Entonces los gringos supieron que yo andaba en eso, no podía ir a trabajar por el corte, estaba en el seguro y me iba a tocar. Y cuando fui a cobrar el seguro, los gringos no me querían pagar. "Ya le pagar mucho a usted", me dijo el gringo, y yo le salté por encima del mostrador, yo andaba con un inflador de bicicleta... y bueno me echaron. Entonces no quería saber más nada, y me fui al campo. Mis padres querían que yo siguiera, estuvieron hablando en otro taller, pero no hubo caso. El gringo ése, estaba acostumbrado a correr a la gurisada y yo era medio peleagudo, y el tipo me vino a retar. "Mirá", le digo, "yo ya tuve problemas y acá has echado a muchos guríses, pero a mí no vas a echar así nomás, porque te voy a matar a fierrazos, sabés"; andaba con los marrones y unos fierros calientes; y ya no fui más, seguro, que iba a ir. Le tuve que pedir a mi padre, "Andá y cobrale a ese gringo, todo lo que me debe, porque si voy yo va a ser fea la cosa, lo voy a liquidar". Se apretó el gringo y pagó.

Y me fui al campo. Mi tío estaba en la estancia Elorza, era capataz él ahí; y me fui a un puesto, allí cerca, a unas cuatro leguas de Young, haciendo trabajo de campo. Fui abriendo lecheras, ayudaba a ordeñar a mi tía, que hacía pan para los primos, y bueno todos los jueves, me encaramaba para allá a caballo. Y también les llevaba la ropa, que lavaba y planchaba mi tía.

Y con otros gurises de Young, que eran medio baqueanos, teníamos loco a un ruso. Cruzábamos el alambrado y le robábamos los melones y entonces nos tiraba con una escopeta con sal. Y yo les había enseñado a todos ellos, seguro eran un paisanitos, "Ahora cuando nos corran, vos tenés que meterle a los caballos a todo lo que da. Vos no viste en la películas". "No, no, nunca vi", seguro que van a ver; y yo les decía, "Hay que darle así y así alas riendas". Y claro, un día fuimos a dar allá bien lejos y andaba mi tío por ahí, apartando ganado y me vio y se armó un lío, y ya me despioné de mi tío también. Me fui. Andaba el viejo Elorza que había venido de Montevideo y vio a esa gente corriendo y ta...

Además, a mi gustaba bolear "ñanduses", los esperaba cerquita de la portera, y ahí tenía una yeguita gateada que la montaba y los agarraba de cerca.

Boleaba bien yo, las boleadoras esas de plomo... Y ahí también me vio el tío, boleando "ñanduses", y el sábado vino a la casa y me dijo que como iba a andar haciendo eso y que se yo. Y "Bueno tío", le digo, "si no le gusta a usted yo me voy mañana mismo nomá".

Yo ya era conocido en la radio, incluso. Un día, todavía en esa estancia con mi tío, me invitan a ir cantar donde estaban los rusos, los campos de ellos, y yo no quería ir. Unos tal Sischí y otros. "Éste me va conocer" pensaba yo, era el que le robábamos los melones y nos tiraba con la escopeta. Me vestí bien de traje y todo, prendí el sulki, y nos fuimos a cantarle a los rusos.

"Con esto no me va conocer el tipo" pensaba yo; bien trajeado y todo, y bien peinado pa' tras, gomina... Y bueh, yo estaba sentado ahí y venía el ruso y me miraba che, y me miraba, y yo decía "pa', me estará conociendo éste". Y bueno, no pasó nada al final.

Y me vine de la estancia, era medio "retobao" yo, no siempre; sino cuando tenía razón, no me gustaba que me agarraran... como estos gringos, que se aprovechaban que teníamos 16 años y nos pagaban poco y todavía nos prepoteaban.

 

CORRENTINADA

Yo tocaba la guitarra y cuando cruzaba pal otro lado del río, ganaba mucho más y ayudaba bastante a mis padres. Yo en una noche, en Entre Ríos y Corrientes, en las bailantas con pista de hormigón y todo, iba y sacaba plata. Cuando yo ganaba en esos tiempos ochenta pesos, que estaba casi como el dólar, mi padre cobraba setenta por mes, trabajando como un burro, y yo traía plata dulce y se las daba a ellos. Y ya me había endulzado yo también pa' seguir la guitarra, si me iba bien; y me gustaba mucho.

-¿Ya hacía temas propios?

-Había de todo un poco, correntinada y todo eso. Mucho chamamé. A mi me gustaba mucho, y yo seguía, lo que hacían Los Trovadores de Cuyo, La Tropilla Guachipampa; Tormo, primera voz en esos tiempos. Esa música me atraía mucho, y algo que pasaba por el litoral. Ahí me fui formando. Y cuando voy al Paraguay, me junte con esos músicos, aprendí el arpa, anduve tres años por el Paraguay, por el Chaco, todo eso me recorrí. Me integré con ellos y en el año cincuenta, ganamos el primer premio de Miscelánea Criolla.

Los traje yo especialmente. Actuamos también en los carnavales con dos arpas, ocho guitarras, zapateadores, de todo. Y ahí conocí, de los negros de acá, a Marta Gularte; éramos muy amigos. Y en un conjunto que se llamaba Brindis de Sala, actuó Lágrima Ríos. Había un bar grande, frente a la ONDA en la Plaza Libertad, el Sorocabana creo, y ahí actuábamos, estaba Roberto Barry también, casi todas las noches, subíamos a un palco grande que tenían allí. Y ahí los traje, y ya arrancamos otra gira más por Paraguay.

Ellos eran gente del campo y yo ayudé, en la caña de azúcar. Hacía de carretero yo para cargar la caña de azúcar en el Paraguay. Van los trapiche; andaba un gurisito con el látigo, metiéndole a los bueyes, y ahí venía la caña, y traía también un tacho grande donde se hacía -en Nicaragua donde estuve mucho tiempo, le decían igual- "el guaro", la melaza que sale de la caña. Era una explotación bastante brava también, pagaban bien poco la melaza para un litro de caña ahí en Paraguay.

TORERO Y TRAPECISTA

Y después entre de torero. Por un lugar que se llama Zapucay, andaban los toreros, cantaba en la primera parte y después hacía de torero. Primero de cómico, nos pintábamos las caras y esperábamos los toros... ¡unos toros que!... se agarraban en el monte... tremendos salvajes. Ahí tenía un amigo, un tal Gómez, que era domador y todo eso y a mi gustaba toda esa cosa y me fui con él. Con un lazo patero, nos metíamos en el monte, eran una bestias bárbaras y después los llevábamos a los toriles. Vos te arrimabas a los corrales y pegaban cada salto, se ponían parado así, y bufaban; después los soltaban y nosotros nos hacíamos los bobos, con otro paraguayito. Ahí sí que nos peleábamos con él, quién quedaba de espalda (risas). Y hacíamos de cómicos, nos dábamos una cachetadas y saltaban los bichos, el paraguayo medía como dos metros, grandote una fuerza bárbara. "Vo, uruguaio", dice, "cuando el toro venga vos quedáte así nomás chamigo, que él te va a levantar y cuando caigas, te ponés las manos aquí, en la oreja, (risas) y cuando yo te diga ¡ahhh!, vo lenvantáte nomá". Y ahí había que ir a lo seguro (risas).

La gente que venía y pagaba las entradas -el toril era todo con palos a pique- arriba hacían una especie de palco, toda la gente miraba de parado, los toreos, y había un lugar donde se esconden los toreros y bueno nosotros rajábamos para ahí.

En eso me sale una propuesta de ZP1, la Radio Nacional de Paraguay para ir a cantar allí, y no querían que me fuera. "Che vo, andás bien che vo, uruguaio", me decía el paraguayo. "Tas los más bien chamigo, vas a ser buen torero, che vo; para que te vas a ir". Me probaban con una carretilla con guampas y tenía la capa y todo eso ya. "No", le digo, "pero yo tengo que seguir mi camino, me sale esto en Radio Nacional, tengo que aprovechar", además lo que nos pagaban ellos... eran unos mangos ahí... Así que hice de torero, lo que venía me metía yo. Era joven...

-¿Anduvo en un circo también?

-Sí, de Posadas pa' delante. Andaba con los Hermanos Baldovino. Empezamos cantando y después anduve ensayando el alambre, me metí de alambrista.

También querían que me quedara. Después de cantar ayudábamos en todo un poco. Me estaban enseñando trapecio también. Miedo no le tenía y después había que aprender nomás.

 

PARAGUAY

-¿Buscavidas o aventurero?

-No, ni lo uno ni lo otro, como me dijo un paisano que encontramos una vez en Corrientes. El tipo venía a todo trapo a caballo. Y medio que lo paro y le pregunto: "Dígame amigo ¿éste es el camino a Curuzú Cuatiá?". "Ni lo uno ni lo otro che", me dice el hombre, "Ni yo soy tu amigo ni este camino va a Curuzú", y ahí mismo le prendió espuelas (risas). Lo cuento siempre porque al final, bueno tenía razón el hombre ¿no? Me gustaba conocer nada más.

Otra vez, sin querer, crucé al Brasil, no tenía papeles y me metí con una gente y para el alto Uruguay me fui. Con dos tipos íbamos prendido arriba de los troncos. Salimos de mañana temprano y yo los miraba a los tipos...

-¿En un camión?

-En un camión que llevaba los troncos y de ahí para el río Uruguay y después los mandaban para abajo en jangada. Los tipos no decían nada, yo iba montado en los troncos y la guitarra atada allá adelante. Llevaba los diarios, El Telégrafo, todo eso, ya me habían hecho notas de mis actuaciones; yo acá en Paysandú ya era conocido. "Buen día", le digo, a la salida del sol. "Buen día", me dice, quieto nomás. "Yo soy uruguayo", le digo, "voy para el alto Uruguay". Eran dos hermanos, Alderete, que a uno de ellos, mucho después, lo ametrallaron. Yo me fui arrimando, buscando algo de confianza, "Ando con la guitarra", le digo, "voy rumbeando al Paraguay", y le empecé a mostrar el álbum que traía, para que viera que yo no era cualquiera, porque ahí te pegaban un tiro en cualquier lado; además la milicada estaba del otro lado, de Argentina. El río Uruguay es muy corto allí, tendrá una cuadra en unos lugares barrancosos y yo quería cruzar por ahí y ahí habían contrabandistas y la milicada tenía setenta hombres armados en la Barra. Contrabandeaban la goma, en el año 48 por ahí pasaban las cubiertas para Argentina y la milicada les metía bala, meta tiro nomás. A las seis de la tarde ya no te podías bañar ahí en el río, bulto que venía del otro lado, el ejército le prendía.

Y ahí estuve también y en un altillo que tenía un gringo, ahí dormía yo, muy macanudo el tipo, aguantando porque yo quería pasar para el otro lado, de San Javier para arriba, hasta que un día me pasaron los contrabandistas; más de dos meses estuve con ellos. Y bueno, cada serenata hacíamos con el tal Alderete ese. "Vamo chamigo, yo tengo unos amigos", me decía; con él salíamos a la noche con la guitarra y me presentaba a los tipos que estaban en unos benditos, unas casitas de ramas. Yo iba les daba la mano y ni sabía, nunca los conocía tampoco, porque había un candilito apenas.

Era una vida linda, yo tuve muchos amigos en el Paraguay. Había un grupo de uruguayos también, y me iba con ellos a cazar.

-¿Por qué lo fascina tanto el mundo paraguayo, que lo llevó hasta ahí, el río, el idioma guaraní, que fue?

-Sí, sí, todo eso; pero primero Artigas, fui a conocer el lugar donde había muerto Artigas; y la música. Aprendí a tocar el arpa ahí. Me quedaba con las familias de mis amigos paraguayos, yo vivía con ellos. Íbamos a los bailes.

Jiménez, que yo me quedaba en su casa, me decía "Vamos al baile chamigo".

Los bailes de campaña, también. Siempre descalzo, él se ponía un saco blanco, una corbata colorada y en pata. Con el calor y todo no era fácil andar con zapatos. Y yo también. Ya tenía los talones gruesos de andar en pata por las espinas y por todo eso. Siempre los embromo a los muchachos, tenía que ponerme una media suela de cuero, con los callos blancos. Era una linda vida.

-Así que ellos le enseñan el arpa.

-Sí, sí, aprendí ahí.

-¿Le costó mucho?

-No; había arpistas; en el conjunto éramos cuatro, los hermanos Arroyo, Cristino Báez Monje. Y él me empezó a enseñar. Otro arpista bueno que después se fue a Europa y andaba con Luis Alberto del Paraná, hicieron una campaña bárbara. Los primeros discos los grabaron en Holanda. En Asunción también, con este muchacho Luis Bordón, que después hizo una campaña en Brasil y ahora tiene una churrasquería y canta ahí. Lorenzo Leguizamón, ya lo conocía de ese tiempo también.

LA GUITARRA DEL PARÍS-LONDRES

-La actuación de anoche en el Florencio Sánchez, si la comparamos con la que fue su debut en el mismo teatro, hace más de cincuenta años, ¿debió ser muy distinta no?

-Sí. Fue en el cuarenta, con un maestro que me enseñó la guitarra desde la escuela, yo se lo había pedido. Incluso yo no tenía guitarra, mis viejos eran pobres y no tenían para comprarme una guitarra. Después me compré una en el París-Londres. Seis pesos me costó, con mi padre fuimos ahí. Viste como es, había un tipo ahí, "Mire esta guitarra señor", le decía a mi padre, "vio la boca que tiene esta guitarra, toda encadenada, el Mago tocaba con esa guitarra", le insistía no?. "A no", dijo mi padre, "a mi no me gusta Gardel, me gusta Magaldi" (risas). Él era hincha de Magaldi en serio; y bueno, me compró esa guitarra más barata; y empecé a darle con esa guitarrita.

-¿Qué se hizo esa guitarra?

-Ahh, la vendí, y me compré una de doce pesos. Me la compró un peluquero, puse unos pesos más, y empecé a andar mucho por Entre Ríos, ahí en el Frigorífico Liebigs, se juntaba toda la correntinada, y ahí íbamos y cantábamos en las carreras de caballos, de modo que fui haciendo unos pesitos más. Yo andaba con unos payadores, Carró entre ellos. Él me llevaba allá, mis padres me daban permiso, yo era menor y él me llevaba. Me iba con esos indios grandes de payadores, yo tocaba bien la guitarra y los acompañaba, y cantábamos y andábamos en las carreras. Ahí había buena plata y que macana; un día íbamos para ahí, y justo se murió Berreta, el Presidente y bueh, hicieron duelo y no pudimos actuar. Y terminamos actuando igual en unos ranchos que conocían esos payadores y sacamos algo de plata en una pulpería. Claro, nosotros en el campo, no sabíamos que se había muerto el Presidente.

*Tomás Berreta falleció el 2 de agosto de 1947.

-Y en el Florencio entonces, ¿cómo estuvo la cosa en el cuarenta?

-Y ese día eran puras guitarras, veinte guitarras y entre esas estaba yo.

Había mucha gente porque antes hubo una obra de teatro y todo. Ese fue el inicio de la cosa ¿no?. Hasta hace poco todavía vivían acá, unos de esos guitarristas, que eran mayores, yo tenía 12 años. Andaba de pantalones cortos y ya le dije al Viejo, "Mirá yo tengo que ponerme pantalones largos, ando en los teatros, cómo voy a andar de pantalones cortos". En la radio también, tengo fotos de pantalones cortos. Íbamos a la radio 35 y cómo la plaza estaba cerca nos sacábamos fotos ahí.

-Usted trabajó también en radio.

-Eso ya en el 47, trabajé sí, era locutor.

 

EL MONO CANTOR

Mucha, mucha cosa. Acompañamos al mono, "el orangután cantor", que se yo...

Como yo era guitarrista, me contrataban para acompañar a los cantores que venían de otros lados a Paysandú y no sólo de folklore, también tangueros ya muy conocidos, entre ellos Julio Sosa. Y bueno, de repente, leo en la propaganda: "Será mono, será hombre. Es un mono de la selva pero canta como los hombres".

Y bueno, un día me llaman a la radio, querían conseguir guitarristas. "Para quién es",digo. Y me dice: "Es para acompañar al orangután cantor". "Pa", digo, "¿qué será esto? Y mi amigo que era mecánico dental, tenía un taller, le digo: "Mirá che, nos quieren pagar ahí para acompañar al mono ese que canta". "¿Y quién es ése?", me pregunta, "Y mirá yo tampoco lo se. Me habló el representante, un porteño me parece que es". Y como él tenía mucho trabajo, yo le digo, "Dejá que yo voy a ver al mono ése a ver como es la cosa y nos vemos luego en el teatro". Y voy al hotel Concordia para un ensayo, con la guitarrita, de trajecito. Estaba lleno de gente el hall y un porteño ahí, medio rubión, me dice: "¿Usté es el guitarrista?". "Sí", le digo. "Tenga cuidado eh", me dice fuerte delante de la gente para que escucharan. Y digo: "No importa, yo traigo un cuchillo acá". Claro, el tipo me dice "Si me mata el mono nos vamo a pelear". "Bueno", le digo, "yo no vengo con esa intención". Y al rato pasa él mismo con el mono, y saltaba y grrrrraa, hacía el mono. "¡Tengan cuidado, tengan cuidado!", decía el tipo.

¡Me quería impresionar el porteño! (risas). Le digo: "Bueno a qué hora ensayamos" y el mono seguía saltando y gritando, una fuerza tenía, y se lo llevó para arriba.

Subió la escalera desde el segundo piso y me dice "Venga" y yo iba subiendo ¿no? Y me dice: "Mire le voy a pedir silencio para que no se ponga nervioso el mono". Y yo digo "La puta, que bravo, qué será esto", y le reitero al tipo: "No, no; yo traigo el cuchillo y yo me voy a defender". "No, no, no", dice el porteño, "es manso pero cuando ve gente así...". Me quería impresionar este desgraciado... (risas).

Voy allá, le traían la comida y el roncaba, grrrr y grrrr, hacía el mono. Y yo decía de vuelta "Pero la puta como será esta cosa". No tenía miedo pero ya estaba en el asunto. En ese tiempo atropellaba cualquier cosa yo.

Abrieron la puerta, le estaban trayendo la comida. "Tomá, tomá", le gritaba el porteño desde afuera; "grrrr, grrrr" le hacía el otro desde adentro.

Saqué la guitarra, que no me la fuera a joder el mono, si se armaba una pelea me iban a romper la guitarra, con la plata que me había costado...

(risas). Se abre la puerta y me hace pasar y pa' che; había un tipo ahí, ojos celestes, quieto ¿no?, y al lado estaba la máscara. En fin, una cuestión tragicómica.

¿Sabés quién era?, yo lo conocía de escucharlo cantar. Cantaba muy bien.

Alejandro Torino. Yo lo había escuchado en Radio Belgrano. Tenía una voz bárbara. Era canillita. Se iba a bajar del tranvía, viste como se tiraban antes del tranvía, cayó y le cortaron las dos piernas...

Entonces se hizo hacer esa máscara y así se ganaba la vida. Cantaba muy bien. Y empezamos a ensayar: "Máma viejaaaaa". Cantaba en serio. Y Melano, que era el otro guitarrista, me dice "Y ¿qué pasó?". Y le digo "Vo andáte allá nomás, yo voy a estar ahí atrás". Llegué al teatro y digo "Yo vengo a acompañar al mono", y bueno ya me conocía, y fui al fondo del cine Astor, viejo. Y llego che, y el pobre hombre estaba sentado, pobrecito, siempre me acuerdo de eso yo, que trágico también eh; porque estaba sólo, sentado contra una columna y bueno lo saludé, a mí me conoció; pero claro, llega Melano y en cuanto entra, "grrrrr", le hace el mono, bien fuerte y saltaba y reventaba la columna. Melano se fue a la mierda, salió para afuera (risas).

Lo fui a buscar, le digo "Vení que vamos a ensayar". "No se, no se" me decía Melano. Entonces lo hago entrar conmigo, y le digo al mono, "Éste es un compañero mío, guitarrista". "Grurrr., mucho gusto, grrr", le dijo el mono.

Y me dice Melano "Y habla también". "Cómo no", le digo, "Si canta, como no va a hablar" (risas).

Y subimos. Y el porteño andaba haciendo bulla, hizo venir unas chiquilinas, todas lindas, las había engatusado el tipo, que iban a filmar en Norteamérica con el mono. Y yo me hacía el capo, seguro, para lucirme también. Subimos arriba, el mono nos pasa las dos manos por encima, un jedor a cuero y nos aprieta; y Melano que estaba cagado hasta el pelo, pero disimulaba, como la gurisada miraba. Y el mono le dice a Melano, "grurrr, toca bien, grurr, que te voy a reventar una oreja, grurrr, acompañá bien, grurrr, hace fa, hace fa, grrrr". Melano estaba duro. Y bueno, cuando el teatro estaba lleno, yo también aproveché, le digo bien fuerte: "Portáte bien eh, ya sabés..." y le di un cachetazo al mono. Estaba arriba de una mesa que parecía que la iba a deshacer. "Quedáte quieto, quedáte quietito que estas muchachas van filmar con vos, quietito que no se asusten"; seguro yo estaba de capo ahí y también me hacía ver.

Y bueno, y cantamos, hicimos todo el repertorio con el mono; y Melano se fue sin saber qué era. Comimos un asado enseguida que terminamos de tocar. Tuvo un cagazo bárbaro y en un boliche que hay en Ocho de Octubre allá abajo, estábamos comiendo y me dice "Che, y quién es...". Y ahí le digo yo a Melano "Es un hombre así y así, vos no vayas a decir nada, que solamente lo acompañaste y nada más". Y bueno el porteño nos dice "No digan nada de lo que han visto, nosotros vamos a Salto mañana, que no se vaya a desparramar".

"No, no, quédese tranquilo",le digo, "yo voy a respetar todo eso". Y bueno, después la gente nos preguntaba "Y era mono o no era mono". "Y yo que sé, yo lo vi como un mono", decía.

Cantaba muy bien, tenía una voz preciosa. Pobrecito ¿no? Siempre me acuerdo porque tenía que ganarse la vida así al quedar invalido de las piernas, hacía de mono; y eso lo utilizaba el tipo, seguro, estos porteños son terribles. Y nosotros no le íbamos a reventar la campaña, ellos seguían en gira, que se corriera la voz que era un tipo disfrazado, no lo iba a ver nadie.

-Don Aníbal por este regalo y por el de anoche, muchas gracias.

-Gracias a vos que estuviste muy bien anoche y dijiste cosas que me emocionaron, me engrandeciste vo (risas). Y bueno yo te acepto porque sos un amigo además y un gran escritor y bueno, andamos en la misma, siempre detrás de los pasos de Artigas. El espectáculo estuvo muy bien y gustó mucho a la gente y yo creo que habrá estado lindo para vos también porque los muchachos todos cantaron bien y bueno manoteé el arpa, como decía una vieja "Es muy difícil eso Sampayo", "No", le digo, "no ve que tiene muchas cuerdas, y yo alguna agarro siempre" (risas).

[1]Reportaje realizado en el domicilio de Paysandú de Aníbal Sampayo, al otro día del lanzamiento de su último libro "Desde Paysandú, canto y poesía", el 20 de setiembre de 2001, que tuve el inigualable honor de presentar, junto a músicos sanduceros y otros invitados. Nelson Caula.

 

 

Nelson Caula

 

 




22.08.2014 10:35

El artista uruguayo Juan de Andrés (olimareño nacido en Pueblo Arévalo, Cerro Largo, 1941) es una referencia para varias generaciones de jóvenes que pasaron por sus clases en el Liceo de Treinta y Tres. Varias de sus obras forman parte del paisaje de esta ciudad, otras ya no están por que en algún momento hubo quienes decidieron arrancar un mural suyo con cepillo de acero, los mismos que creyeron que quemando libros se quemaban las ideas, que a garrote se corregía la ideología...

A muchos nos sigue doliendo esa barbaridad, otros la desconocen y unos cuantos se hacen los que no se enteran poniendo de manifiesto su característica indiferencia hipócrita. No hace mucho expuso en el Museo de Artes Visuales. A la inauguración de su muestra dijeron presente muchos amigos sembrados en el trayecto de ese largo y sinuoso camino que ha sido su fructífera vida, y también personalidades del arte como Braulio López o de la política como el Dr. Julio Maria Sanguinetti.

La muestra todavía no ha llegado a Treinta y Tres.

Pero aunque el flaco ande al otro lado del rio nunca va a dejar de estar entre nosotros. Por todos los olimareños que nos sentimos orgullosos de saberlo nuestro tomamos esta entrevista de La Pupila para traerlo de nuevo a su gente, a su pago... adoptivo. 


Radicado hace tres décadas en Barcelona, visita regularmente su tierra trayendo consigo su obra reciente. Una obra que respira un aire constructivista y que responde a su formación: estructuras yuxtapuestas, relieves en distintos planos cruzados por canaletas que pautan una composición donde el color es utilizado con sutileza y los planos telados remiten a lo táctil. La pulcritud y la calidez que da la utilización de la madera, configuran espacios que aluden al detenimiento del tiempo para unos, o al hallazgo de ciertas claves psicológicas para otros. El pasado mes de enero expuso sus obras en la “Galería de las Misiones” en José Ignacio, y fue momento oportuno para conversar sobre su obra, sus preocupaciones y proyectos.

Gerardo Mantero

En 1958 comenzaste a estudiar con Carlos Llanos y luego con Daimán Antúnez, ambos de la escuela de Torres García. Se puede decir que tú también tenés una formación torresgarciana.

Una formación torresgarciana que además agradezco, indudablemente, pero también es cierto que puede transformarse en una doxa para el pintor, para el artista. Yo soy consciente de que asumo lo que es la geometría -el constructivismo en concreto- porque es algo que siento. Fui elaborando mi proceso con el tiempo, el problema era no quedarse en las formulitas, digamos.

 

En tu obra se respira constructivismo, lo que no recoge es la simbología.

Porque, justamente, yo voy limpiando la obra de esos elementos, me quedo en esencia con el trabajo que tiene que ver con el plano, las relaciones de texturas, ytrabajo con una suerte de formas de relieve, diríamos. Eso me permite jugar con la luz,con una serie de elementos que ponen la obra en un tono de modernidad. A mí, indudablemente, me ayudó mucho salir del país en el momento que lo hice, en el año ´77, cuando la cosa estaba ardiendo. Yo soy nacido en Cerro Largo, pero viví muchos años en Treinta y Tres, incluso me casé allí.

Ésa fue una época muy fructífera. El departamento no contaba con obras murales y a mí siempre me interesó el quehacer de la obra en espacio público. Hice bastante obra de gran tamaño allí; no sólo murales. En la iglesia, por ejemplo, hay un bajorrelieve de 14 metros de largo hecho en hormigón que me llevó un año y medio de trabajo. Yo no tengo una formación religiosa; su realización me significó estudios del Antiguo y del Nuevo Testamento. En el hall del edificio del Liceo departamental Nº 1 hay otro mural al fresco, también de gran tamaño.

También en Melo hay una obra en relieve de 6 metros de altura.

 

¿Fuiste un exiliado por razones políticas?

En el ´77 ya tenía pensado hacer ese viaje, pero me decido por la situación irrespirable. Había sido perseguido, allanado mi hogar varias veces, como sucedió a muchos en ese entonces. Inclusive luego de haber salido del país, en represalia, borraron un mural al fresco que había realizado en una escuela –de 11 metros de largo por más de 12 de altura– a pedido de la comisión docente de la propia escuela. Por decirte más, había sido inaugurado en acto público. Su destrucción es un episodio increíble. Además, no lo anularon cubriéndolo con pintura, sino que lo rasparon con cepillo de acero. Cuando retornó la democracia, durante la primera sesión del Parlamento, José Díaz -con quien tengo amistad de muchos años- se refirió a la destrucción de ese mural porque fue de las pocas obras  totalmente perdidas en esos años.

Volviendo al lenguaje de tu obra, hay en ella cierta vinculación con el arte madí, por el quiebre del marco. Interviniste, incluso, en una exposición de esa tendencia plástica en Reina Sofía. ¿Tuviste alguna relación directa con ese grupo?

No tuve relación directa con ellos. El encuentro con ese lenguaje tiene que ver con mi proceso como creador. Por un lado yo estaba trabajando en obra mural con relieve, y por otro lado estaba pintando el plano. Me sentía, en cierta medida, como dividido en esas dos líneas creativas.

Cuando salgo del país ya había hecho unos retoques de relieve sobre el plano, pero es justamente en Barcelona cuando doy el salto. Mantenía aún el símbolo, toda una serie de estructuras que tenían que ver con el constructivismo torresgarciano.

Empiezo a hacer una serie de cajas en madera, primero regulares, luego paso a hacer una serie de cajas irregulares, pero nunca pensando en arte madí. Aparece ese cambio en mi trabajo y sigo investigando por esa línea. Entonces me llama un día la crítica de arte María Luisa Borrás y me plantea que quiere hablar conmigo respecto a una exposición de arte madí que estaba montando en el Reina Sofía.

Me expresa que quiere que integre la muestra y, si no me importa, hacerlo en representación de España; ante dicho planteo yo no tuve ningún problema.

 

Antes de las cajas teladas y los relieves, ¿cómo era tu pintura?; ¿se trataba de un constructivismo “clásico”?

Había trabajado con una serie de “paisajes”, diríamos, con formas y símbolos espaciales, que expuse en Galería del Notariado en el ´76, aquí en Montevideo. A partir de allí seguí investigando más por el lado de la estructura, despojándome poco a poco del símbolo. Creo que hay referentes que inciden en mí, como el estudio más en profundidad del constructivismo ruso, de los minimalistas, de algunos expresionistas abstractos norteamericanos...

 

¿Qué fue lo que te aportó ese encuentro con Barcelona?

Implicó enfrentarme a una sociedad en la que tenés que jugar como en campo ajeno. Hay ciertas concesiones, cierta parte que te acompaña, pero allí es mucho más duro, más competitivo a nivel de lo que es la obra y eso te marca, te reobliga a trabajar en profundidad, a cotejar una serie de elementos, como te señalaba antes.

 

Paralelamente tuviste una importante actividad docente, que comenzó en Uruguay en 1964 como profesor de Secundaria.

Sí, di clases hasta el ´74 o ´75, que fue cuando me echaron de Secundaria. Era profesor efectivo por concurso de dibujo, de educación plástica, actividad que me gustó mucho. Luego, en España, hice varios talleres de formación para docentes. Fue una labor muy interesante trabajar con maestros, muy linda. Se trataba de introducir técnicas y formas de la plástica en la escuela. Asistían maestros de toda España, se dictaban durante el verano, pero era tanta la cantidad de gente que se inscribía para participar que en una ocasión dicté el curso en Bellas Artes.

 

Pero también tuviste un taller con alumnos propios.

Sí, lo más trascendente en mi actividad de enseñanza fue el taller en Sant Bois, en cuya plaza hay erigida, además, una escultura mía. La del taller fue una labor interesante, formé un grupo con mis alumnos que se llamó “Grupo de arte constructivo Rasen” que realizó varias exposiciones. Algunos de sus integrantes hoy día siguen trabajando.

 

¿Cuáles fueron tus premisas, la base conceptual, en tu labor docente?

Es muy difícil enseñar. A medida que uno ejerce la docencia toma consciencia de lo difícil que es esa tarea. Yo traté de dar unas pautas pero, a la vez, de que cada uno fuera libre, que fuera armando su camino.

Es muy difícil, porque uno tiende a adoptar las prácticas de su maestro. Muchos alumnos me culpaban por no mostrarles obra mía, sólo tenían posibilidad de verla en exposiciones, pero era justamente lo que yo quería.

 

¿Enseñabas composición, trabajo de líneas, ritmos? ¿La ortodoxia del dibujo al natural, de la naturaleza muerta?

Sí, todo eso. Empezaba un poco por el trabajo al natural, pero luego evolucionaba

hacia lo que era el camino que yo creía que debían recorrer. Sobre todo, los incitaba a que visitaran muchas exposiciones, galerías, museos, especialmente cuando llegaban muestras. Allá hay mucha riqueza en cuanto a exposiciones, permanentemente están inaugurando muestras que provienen de distintos orígenes.

España tiene una enorme tradición en cuanto a artes visuales se refiere, innumerables y destacados nombres en su historia. Sé que es muy complejo sintetizar, pero ¿cómo dirías que se está desarrollando la actividad plástica en España?

España es una realidad compleja de definir. Hay muchas “Españas”. Yo leí la entrevista a Yamandú Canosa que publicó La pupila(Nota: No. 5, XII-08) y coincido plenamente con la definición que hace al respecto. Esa diversidad –que aparece cuando vas de un sitio a otro en la península– a la que él se refiere, es parte de la riqueza que tiene España. La región no escapó a lo que sucede en el resto de los países; los efectos de la globalización se ven en la influencia de corrientes que provienen de afuera, pero sobre todo, en un momento dado, entraron con mucha fuerza las nuevas técnicas: la fotografía, el vidrio, y especialmente el conceptualismo.

 

A su vez, ¿sigue habiendo un arte catalán, uno vasco, uno gallego, o no se ven las diferencias?

No te podría contestar esa pregunta hoy. Te puedo hablar de nombres, de artistas, pero no sé. Quizás hay esa impronta del vasco en lo que tiene que ver con la escultura, con el hierro, se nota esa fuerza expresiva en una serie de materiales.

 

Debe ser muy difícil hacerse un lugar en un país europeo.

Es muy complejo. Yo tengo la suerte de estar en una galería ya hace unos cuantos años, que me representa y me lleva a ferias.

 

¿Tener un representante es la clave para lograrlo?

Sí, yo creo que sí. Si tú no tienes una galería que te respalde es un poco difícil que puedas existir –diríamos entre comillas– en el panorama cultural, ser visto, puesto en escena, y quieras o no quieras ése es el medio no sólo para mostrar tu obra sino también a nivel comercial.

Siempre, detrás de la obra, hay algo que no se ve: la motivación interna del artista; a veces no está implícitamente reflejada, ni es necesario que lo esté.

 

Mirando tu obra me resultó interesante el tema de los relieves, el tratamiento del color. Uno percibe un clima de cierta asepsia, de pulcritud. El historiador y curador Julio Niebla habla -a mi entender con buen criterio- de cierto detenimiento del tiempo. ¿Esa percepción es correcta?

Yo creo que sí. Pienso que siempre la obra de un artista es el mejor retrato que puede haber de él. Cuando se habla de arte figurativo no puedo afirmar lo mismo. Si se habla, por ejemplo, de mi obra, ahí estoy yo, absolutamente con todas las implicancias que conlleva, con esa parte subjetiva que aun yo desconozco. ¿Por qué utilizo determinados colores?, ¿por qué llego a los relieves?, ¿por qué me gusta trabajar lo táctil o la búsqueda de los problemas en el espacio? En esos aspectos estoy manifestando una cualidad mía como individuo.

Esa parte subjetiva yo la desconozco.

Encontrarás en los catálogos de mi exposición que hay una serie de obras trabajadas con telas naturales, dadas vuelta; utilizo el color porque me encantan las texturas, porque lo siento así, si no la obra derivaría en una creación fría, que puedo verla como válida en otro artista pero que yo no siento.

 

Tu obra tiene la particularidad de transmitir calidez, lejos de cierta frialdad que siempre da lo geométrico. El uso de la madera puede ser una explicación para ello.

Me agradan mucho los materiales. No hace mucho, hablando con mi amigo Wilfredo Díaz Valdez, coincidíamos –entre varios aspectos que tiene que ver con el quehacer artístico– en que para elaborar un discurso hay que contar también con una técnica, afinarla, trabajarla de tal manera que lo que quieras decir lo digas en plenitud. A eso te ayuda la técnica. Esta obra mía, por ejemplo, si se hace en forma descuidada, mal terminada –no estoy defendiendo la obra en sí–, sería inconducente a los efectos de lo que busco expresar.

 

El hacer es parte del concepto, de la obra en sí misma. También hay una rigurosidad compositiva muy clara, los relieves, los canales rectilíneos que estructuran la composición, las texturas de las telas, la aparición de la madera por momentos, la sutileza del color…

Exacto. Como le sucede a todos los artistas, hay obras que salen más rápido, otras llevan más tiempo, como si no tuvieran vida, no viven. En esos casos termino rehaciendo, a veces deshaciendo la pieza.

 

¿Experimentás otros caminos paralelos?

Yo siempre había pensado que el investigar en otros campos técnicos enriquece mutuamente las distintas técnicas. He hecho grabado, muralismo, algo de escultura, collage; en fin, he trabajado con otros materiales, como el papel.

 

¿Qué materiales has elegido para las esculturas?

Para las destinadas a espacios públicos he elegido el hierro y el acero. Tengo una pieza de 12 metros de altura que está hecha en hierro, luego pintado. Son obras grandes que requieren un taller grande y el trabajo de operarios; incluso para mover la pieza se trabaja con grúas. Yo realizo la maqueta y voy corrigiendo, voy visitando el taller de manera de ejercer un control.

 

¿Venís seguido a Uruguay?

Normalmente vengo una vez por año. Últimamente lo he hecho más seguido. Ahora tengo una casa aquí, con lo que concreto la idea de tener un espacio en Montevideo para poder trabajar, hacer obra en este país, porque es costoso trasladarla desde España. Yo agradezco a la gente de mi galería, la Galería Barcelona, porque ayudó mucho en el traslado de la muestra hasta aquí, ya que ése es todo un tema.

 

Recorriendo tu currículum, realizaste pocas muestras antes de irte. ¿Tu trayectoria está marcada por lo que hiciste en el exterior?

Expuse muy poco aquí. Siempre he sido un individuo más preocupado –quizá se deba a mi carácter– por mi obra que por preparar exposiciones. Yo entiendo la importancia de la actividad del taller, de la maduración de la obra, de sacar la obra; el hacer las exposiciones no era algo que tuviera como meta. Lo más importante es la búsqueda de un lenguaje y tratar de desarrollar la obra, porque creo que lo demás viene solo, con el tiempo, si en realidad lo hecho resiste.

 

Yo estudie con Hilda López, y siempre me decía que el artista es como un caballo con anteojeras, que tiene que buscar su camino: el de la concreción de su lenguaje. Todo lo otro está a la vera del camino.

Estamos de acuerdo. Allá también se aprecia a veces esa ansiedad por la carrera. A veces da la sensación de que interesa más el espectáculo y todo lo que hay detrás del producto artístico que la obra en sí misma.

 

¿Existe una discusión, en España, sobre lo que genera el arte contemporáneo?

Te diría que lo que está primando es el arte conceptual y lo que se está trabajando es eso y nada más. Pero te diría que hay gente joven que está trabajando la pintura otra vez, no sólo en España, se ha vuelto al concepto de la pintura-pintura.

 

También existe un gran aprecio por su propia cultura.

Es parte de ese nacionalismo, que desde afuera a veces molesta por lo excesivo, pero que obtiene muy buenos resultados especialmente en el tema del que hablamos, la defensa de su cultura. En España hay mucho apoyo cultural a nivel oficial. El Estado ha puesto dinero para salvar varios bancos culturales que han estado a punto de hundirse, por ejemplo en Cataluña. A esta altura, tengo una relación amorosa, diríamos, con España, con Cataluña, con Barcelona. Uruguay es un tema complejo para mí. Me sigue pareciendo un lugar muy lindo. Cumplí ya 30 años de radicación en el exterior, sin embargo soy de los uruguayos que sigue extrañando, incluso a veces he dicho a mis amigos que soy más uruguayo ahora que, quizá, cuando salí del país.

No hablo de la bandera, ni es escudo, de símbolos, sino en cuanto a esos valores profundos que identifican al ser uruguayo: cuando tú mirás y encuentras en el contexto valores que nos distinguen a nivel de la cultura, a nivel mismo del arte. Además es un país lindísimo para trabajar, es tranquilo, uno aquí se distrae mucho menos.

 

Uno no puede captar una realidad en poco tiempo de estadía, pero yo tuve la impresión de que no es, desde el punto de vista creativo, el mejor momento de Europa.

Sinceramente, yo creo que no pasan muchas cosas, no veo nada nuevo que me llame la atención.

Quizá tenga que ver con el hecho de que las necesidades satisfechas no siempre generan el mejor producto.

Eso es verdad. En cierta oportunidad yo miraba a los cubanos y pensaba “qué gente más creativa son, arman un espectáculo con poca cosa”. A veces la gente quiere que le den todo hecho y eso lleva a la chatura.

 

¿El arte es hijo de cierta incomodidad con el mundo?

También nosotros, los que estamos trabajando, tenemos que tener siempre en la vida algo que no la haga tan placentera, porque es eso lo que nos lleva a cuestionarnos, a hallar algo que se mueve en tu interior.

Además, yo creo que esta sociedad, llamada “del bienestar”, llevada a los extremos a que lleva el mismo sistema, hace que la gente se vuelva mucho más egoísta. Yo lo he notado en España. Cuando reflexiono sobre la España actual percibo que la relación de la gente no es la misma, a nivel humano, que tiempo atrás. Es grande la diferencia. Se han impulsado valores mejores, sí, pero el ser humano ha perdido otros valores. No sé si no es un problema global, pero quizá se sienta más en las sociedades acomodadas.

Porque en muchos casos el consumismo en nuestras sociedades se ha transformado en el fin de la propia vida. Si la sociedad le da al individuo todo hecho, le quita una parte que está en la esencia de todo ser humano: la creatividad. El individuo empieza a exigir que le den hecho aquello que tiene que hacer él mismo. Son sociedades que se vuelven muy monótonas, grises. Últimamente he estado leyendo algo de lo mucho que se ha escrito sobre el arte en Latinoamérica, sobre todo procedente de países que no están dentro de los considerados más difusores de arte, como pueden ser Estados Unidos o los países europeos. Hablan mucho del arte latinoamericano como ese valor al que nos referíamos, al cual en la actualidad se está atendiendo especialmente. Se está mirando mucho hacia Latinoamérica. Lo mismo que sucede en política y en lo social, sucede en el arte: lo importante es saber ver, identificarse.

Las situaciones socioeconómicas y sociopolíticas son determinantes.

 

En América Latina se están procesando cambios a partir de una gran complejidad. Las reivindicaciones históricas están encontrando válvulas de salida que crujen debido a la contraposición de intereses. Eso puede generar un caldo de cultivo para el arte.

Indudablemente eso va a suceder. Está claro que las situaciones socioeconómicas, sociopolíticas de un medio están muy ligadas al arte, la determinan. ¿Qué pasó con el constructivismo ruso?, ¿qué pasó con la Bauhaus? Yo siempre digo que puedes tener vaivenes, pero se debe ser consecuente con tu trabajo porque, si no, nunca llegas a ningún puerto. Hay que ser consecuente y, además, entregado. Hay una frase, no recuerdo de quién es pero siempre me gustó mucho, que dice: “El arte es un amante que no permite doble juegos”.

Tomado de la revista / LaPupila




16.03.2012 14:17

Esta entrevista fue realizada por Julio Cesar Corrales (varelense, olimareño, arquero de Barrio Artigas, guitarrista de Zitarrosa y comunicador) y Macunaíma (o simplemente Macu para nosotros, sus amigos) para el programa El Faro de Emisora del Sur, y la entrevistada es la Sra. Justa Lacuesta de Lena, maestra y compañera de vida de Ruben Lena, por tanto testigo directo de las vivencias de uno de los personajes mas trascendentes de la historia de Treinta y Tres y el Uruguay. Escucharla es volver 50 años en el tiempo, y un aporte trascendental para poder entender esos años trascendentalmente fermentales para la cultura popular local y del país. Y se puede escuchar de propia voz de los protagonistas. 

 

Doña Justa Lacuesta: “Rubito decía que él no era poeta, era hacedor de canciones. Porque él no concebía una letra sino con una melodía”.

 

Con una visita de lujo cerró la semana El Faro, la de la maestra Justita Lena, compañera de vida del maestro de la canción Ruben Lena, uno de los homenajeados en este Fin de Semana del Patrimonio en que se celebran las tradiciones rurales del Uruguay.

A los 83 años se compró una note book y está escribiendo sus memorias, que fueron las de su compañero de docencia y de vida, Ruben Lena.

“A 14 años de su muerte sigue cosechando lo que tanto amó. Y todos orgullosos” dice Doña Justa Lena del que fue su marido desde los 17 años.

Ruben Lena (1925-1995) es una de las 10 figuras referenciales de las tradiciones rurales a quien se dedica este Fin de semana del Patrimonio.
Pilar de la canción popular uruguaya, fue autor de un himno folclórico como A Don José, entre otros temas que compuso y dieron lugar al cancionero del dúo Los Olimareños.

Rubén Lena era maestro rural en su Treinta y Tres natal, al igual que Doña Justita, un oficio nada fácil de ejercer en ese momento.

Clásicos como De cojinillo e Isla Patrulla cumplieron la misión de traducir en versos los paisajes de su tierra olimareña y los sentimientos de su gente, y surgieron de la relación de Lena con sus alumnos y un entorno cotidiano arraigado y rural.

“Siendo matrimonio era más fácil” reflexiona hoy su viuda, evocando cómo juntos ella y su esposo encararon con el privilegio de su unión y la fuerza que les dio los avatares de una tarea llena de responsabilidad.

“Cuando pidió más terreno le dieron un empleo en México para que se fuera” bromeó Doña Justa, no sin tintes de verdad, entre otras anécdotas entrañables. Y emotiva reveló: “Fuimos felices junto a los niños. Son lo más puro, lo más sincero..hasta la muerte yo voy a ser maestra”.

En octubre próximo Banda Oriental edita Rubén Lena, Maestro de la canción de Guillermo Pellegrino, un repaso biográfico del autor que incluye una selección de cincuenta de sus mejores canciones.

Maestro, poeta y músico, Lena abrazó un oficio profesional y artesanal con pasión, instinto y tesón. Cantó a los héroes de la Historia en A don José, A Simón Bolívar, Al General Leandro Gómez, y transformó en héroes a personas sencillas del pueblo en canciones como Pobre Joaquín, o ¿No lo conoce a Juan.

Desde fines de los cincuenta Los Olimareños, Alfredo Zitarrosa, Santiago Chalar, y Labanois-Carrero -entre otros- pusieron voz a sus canciones. Durante la dictadura militar fue destituido. En 1985 fue restituido a su puesto de Inspector.

http://www.sodre.gub.uy/Sodre/Portals/0/Radiodifusion/EmisoraDelSur/Audios/EL%20FARO_250909_Do%c3%b1a%20Justa%20Lena.mp3

 




05.09.2011 16:44

"No soy tan bueno como para considerarme guitarrista, ni tan malo como para considerarme guitarrero, por eso me defino como guitarrerista".

Entrevista a Lucio realizada por Jaime Clara en Radio Sarandí hace ya unos años, con la excusa de un disco que andaba por presentar, pero muy vigente e enriquecedora.

Siguiendo el enlace pueden escucharla:

http://www.sarandi690.com.uy/temasAgenda_ver.asp?idTema=5140

 




22.03.2011 14:00

Cultural


Con el narrador y poeta Gustavo Espinosa

Una densidad poética y política.

 Daniel Mella

La solapade Carlota podrida (HUM Editores, 2009) dice que Gustavo Espinosa nació en Treinta y Tres en 1961, hace crítica literaria y cultural en varios medios uruguayos, publicó China es un frasco de fetos allá por los ochenta (premio Posdata de novela, 2000) y en el 2009 editó su poemario Cólico Miserere (premio fondos concursables del MEC, Trilce). Había rumores de que Carlota podrida era uno de los libros más importantes de nuestra narrativa de los últimos veinte años. Narración pura y ensayo político en clave íntima, arrabalera y poética, agotó una primera edición en pocos meses.

LA EDUCACIÓN SENTIMENTAL.

-Carlota podrida es de algún modo expresión de algo que siempre sentí, estando en Finisterre, de traer el mundo a casa -dice Espinosa un mediodía en el bar Las Flores. El personaje principal de la novela, Sergio Techera, idea y concreta el rapto de Charlotte Rampling, superestrella del cine y largo objeto de su obsesión, en una visita de caridad a la ciudad de Treinta y Tres. Igual que el autor, Techera es un tipo culto, que ha leído, visto abundante cine y curtido jazz y rock argentino de los setenta-. Los libros me llegaron a través de mi familia. Era plena época del boom. Los escritores jóvenes que estaban escribiendo en Latinoamérica en esa época eran parte de un big bang que los llevaba hasta la misma mesa de una familia de clase media baja en Treinta y Tres. Mi padre era carpintero y tenía Cien años de soledad en una edición del setenta, un par de años después de que saliera. El rock era un poco más complicado, porque te lo censuraban los milicos y también las fuerzas de la revolución porque no era comprometido y era en inglés. Pero fuimos recuperando discos de desertores del rock, hippies que habían cambiado, gente que había ido en cana y habían renegado de eso. Abrieron, además, una efímera sucursal de El Palacio de la Música y así nos fuimos haciendo nuestra educación sentimental.

 

-¿Cómo te situás en el mapa literario después de la buena recepción por parte de los medios y la gente?

-Estoy sorprendido de que le haya gustado tanto a la gente. Pero a la hora en que me siento a escribir no me importa nada de eso, ni me planteo a cuántos les va a gustar ni lo del mapa ni esa cosa de las generaciones. Yo soy un escritor retardado. He publicado a los cincuenta años más de la mitad de las cosas que publiqué en toda mi vida. Ahora que me está llegando cierto retorno por primera vez, lo único que espero es que por la particularidad de que vivo en el interior no se me considere un escritor de OFI, en términos futbolísticos, como con cierto paternalismo.

-¿Por qué un escritor retardado?

-Fui un escritor retardado porque no publiqué, y porque tampoco produje mucho. Siempre algún poema o alguna cosa pero tampoco lograba reunir obra. En el ochenta y seis escribí China es un frasco de fetos y tuve enormes problemas para publicarlo.

-¿Desde cuándo escribís?

-Yo siempre quise escribir. Lo que he mantenido hasta ahora es ese deseo. Lo que me interesaba a los dieciocho me interesa ahora. Hablar de libros, escribir. Empecé a querer ser escritor en 1972. Había un libro de texto escolar que se llamaba Cuento y Canto. Era una selección de prosas y poesía pero no tenía ese prejuicio tonto de que a los niños hay que darles literatura infantil. No presentaban cuestiones de sentido muy complejas ni nada, pero traían datos de escritores. En la pág. 169 había un poema de Antonio Machado. Creo que el poema debía de ser malo porque exhibía de manera muy ostensible distintos mecanismos de metaforización. Hice una especie de plagio y descubrí que me gustaba mucho hacer eso. A mi viejo le encantó, le dio orgullo. A mi madre no le gustó, le pareció que era un documento de mi propia infelicidad. Después le doy el poema a la maestra y me lo devuelve con un "muy bien". Me quedé muy decepcionado: yo no le estaba entregando un deber. Si algo aprendí es que nunca le tenés que dar tu texto a la institucionalidad. A partir de ahí me quedó durante mucho tiempo y hasta el día de hoy la idea de la escritura como algo medio clandestino, a resguardo de los demás.

-¿Fantaseás con ser escritor profesional?

-Uno está resignado a que es muy difícil ser un escritor profesional. Seguramente eso colabora con la sensación de que dedicarse a la escritura es una empresa destinada al fracaso. Pero es probable que no haya habido buenos tiempos para los poetas en ninguna parte. Esas cosas hay que reconvertirlas, no usarlas como excusa para dejar de escribir o andar amargado.

-¿Uno puede enamorarse también de la marginalidad?

-Sí. Hay que tener ojo: en esos barrios cunde el malditismo. Se admira al canalla que es capaz de escribir Viaje al fin de la noche. La monumentalización de escritores cuyas existencias han sido sórdidamente infelices me parece inmoral.

-¿Por qué vivir en Treinta y Tres?

-Una de las razones por las que regresé a Treinta y Tres luego de estudiar letras, hace veinticinco años, fue que empecé a ver toda clase de mezquindades en lo que se viene a llamar el mundillo literario. Eran muchos nenes con unos egos tremendos para un solo trompo miserable. Se sacaban los ojos por éxitos a la escala diminuta de este pueblo. Fue una razón secundaria, hay que decirlo, pero definitivamente tuvo su que ver. En esa pérdida de inocencia que sufrí hace treinta años descubrí que toda esa especie de cosa tan brillante tenía un backstage sórdido, de conventillo, de asuntos sexuales o partidarios. Capaz que fue muy naïf, pero tal vez a uno lo impresiona más que el mundo artístico sea así porque se plantean todo el tiempo cosas trascendentes, altruistas incluso.

FALTA EL INTELECTUAL INDEPENDIENTE.

-¿Un ensayista de cabecera?

-Baudrillard. No necesariamente por sus ideas. Por su estilo.

-¿Qué te inspira el estado de cosas en el país?

-Lo que está pasando ahora me inspira cierto pensamiento apocalíptico. Estamos en una especie de pulverización de la civilización uruguaya, si es que esa civilización existió alguna vez. Desde el gobierno hay una tendencia peligrosa de anti-intelectualismo, de jerarquización de lo técnico y popular, una entronización de las ciencias duras y del saber popular y ahí los escritores quedamos fuera. Se ha desvanecido la figura del intelectual independiente, que habla sin estar vinculado a ninguna institución. No hay un intelectual en la tribu que tenga prestigio suficiente por su propia investidura, no sé si porque no hay escritores con una obra lo suficientemente sólida. Capaz que es una redundancia decir intelectual independiente, en el sentido de la voz de Casandra, del que siembra fuera del surco desde un no lugar y que a su vez tiene el suficiente prestigio como para autolegitimarse.

-¿Harías política?

-No. A ver: hago política. Uno tiene que tratar de darle a sus intervenciones una densidad política, no sólo poética.

-¿Te acordás de un poema?

-Sí, muchísimos.

-Uno.

-Un soneto en lunfardo, de Daniel Giribaldi. El tipo va a un bar y en el mostrador hay un frasco con un feto humano dentro, y escribe:

Corona el mostrador su forma absur- /da

conservada en alcohol dentro de un

/frasco

Es un feto, junémoslo sin asco

Pudo vivir, pudo haber sido un curda

Pudo volar con chorros a la gurda

O llevar un milico abajo `el casco

Pudo ser tan fulero como un fiasco

O, langa, hacer latir los de la zurda.

Iba para machito esa pavada

Pudo ser todo y eligió ser nada

O acaso prefirieron que no fuera

La cosa es que bandeao por el escabio

Yo creo que a la final jugó de sabio

El seguirá en su alcohol cuando yo

/muera.




07.03.2008 13:08

Otro maestro treintaytresino, otro contador de historias que ya forman parte de la "mitologia popular olimareña".  En esta oportunidad expuesto ante un entrevistador que hila finito como César di Candia, que desnuda interiores y sentires. 

 

 

Tomado de la web del diario El País, que no especifica la fecha en que fue realizada.

 

 

 

 

 

 

 

 

José María Obaldía, maestro y narrador oral.
"Entré al liceo a los veinte años, obligado por un amigo de mi familia."

Maestro legendario de Treinta y Tres, como Ruben Lena, José María Obaldía, apodado el Tronco, ha guardado en la memoria, docenas de cuentos fantasiosos que escuchó en el campo.

¿Qué tiene este hombre petiso y setentón de ojitos vivaces y hablar pausado al que las escuelas solicitan continuamente? Algo muy envidiable que muy pocos tienen: el don de saber contar.

Nacido y criado en Treinta y Tres, cuando el campo abierto estaba a cinco o seis cuadras del centro, sus frecuentes rabonas escolares fueron para pescar en el río Olimar, fumar a escondidas en las orillas del Yerbal o matrerear en los montes todavía salvajes de los alrededores de la ciudad. No se precisa mucho más para madurar con rapidez. Años más tarde, cuando empezó a trabajar para pagarse el tabaco y las partidas de billar, se enredó en mil oficios.

Hubo uno que lo marcó hasta hoy: el de ayudante de su padre, que era escribano. En las permanentes recorridas por la campaña, registrando transferencias o haciendo testamentos, pudo escuchar los cuentos más inverosímiles y más llenos de inocente fantasía. Sin darse cuenta, los fue guardando. Su excepcional memoria y su capacidad para repetirlos (y agrandarlos) ha hecho el resto.

Hoy es Presidente de la Academia Nacional de Letras y vale la pena escucharlo. –Usted es del año 24, así que sus primeros recuerdos claros de la ciudad de Treinta y Tres donde nació, deben ser del 1928 o 29.

–Sí, pero habría que aclarar que en aquellos años, a la capital departamental difícilmente se le hubiera podido llamar ciudad. El Treinta y Tres que yo recuerdo era un pueblito muy aislado. Probablemente no exista hoy un pueblo tan dejado de la mano de Dios como aquél. La única relación que tenía con Montevideo era el ferrocarril que hacía un trayecto muy fatigoso de doce o catorce horas. Venir a la capital era todo un acontecimiento y el viaje solamente se efectuaba cuando mediaban condiciones muy especiales. No existía la ruta 8 y el aislamiento era muy marcado. Mi padrino que vivía a la vuelta de casa y era un hombre de importancia en el pueblo, recibía los diarios al día siguiente de haber salido porque se los traía el tren. Obviamente no había vendedores ambulantes de diarios porque éstos ya llegaban viejos.

–¿Qué otras características tenía el pueblo?

–Estaba muy penetrado por el campo. Yo nací y viví en una casa que estaba a tres cuadras de la plaza principal y otras tres cuadras más allá, empezaba el campo. De modo que las costumbres eran muy campesinas. Siempre digo que no había garajes sino galpones donde se guardaban aperos, bolsas con alimentos, un mortero, una pila de boniatos en un rincón, una manta de charque secándose a la sombra, una ristra de ajos. Eran las mismas costumbres del campo. El pueblo tenía luz eléctrica pero solo en algunas partes. En mi barrio sí, felizmente. Tampoco existía la radio. Cuando vi el primer aparato que pertenecía al ingeniero Echegoyen recibí una tremenda sorpresa: era un mueble de madera, largo, bajo, que tenía encima una gran bocina. Yo le hacía mandados a la señora y le pregunté para qué servía aquel aparato tan extraño. Me contestó que era para escuchar y lo encendió para mí. Pero de adentro apenas si salieron ruidos de todo tipo, así que me quedé sin saber cual era su utilidad. Ella me explicó que ese día había muchas descargas. Con el tiempo me habitué a escuchar estaciones argentinas porque las de Montevideo apenas si llegaban. Hubo incluso un bolichero muy hábil que los sábados y los domingos de tarde ponía una radio en la ventana de su comercio, sacaba sillas y mesas a la vereda y juntaba a la gente para escuchar los partidos de fútbol. La verdad es que se oía con mucha dificultad. Las personas conversaban o jugaban al truco y solamente paraban la oreja cuando había algún grito de gol.

–¿De qué año me está hablando?

–De los años treinta y uno o treinta y dos. En el pueblo había también un cine parroquial para concurrir al cual había que acumular puntos que los curas otorgaban por la asistencia a las clases de catequesis.

–Parece un lejano antecedente de los premios que otorgan los supermercados por la cantidad de puntos sumados.

–Exactamente ( se ríe). Con tantos puntos uno ganaba una entrada al cine. Los teóricos de la publicidad moderna deben haberse enterado de aquellas promociones. El repertorio de la parroquia estaba integrado por películas mudas de Chaplin, de Harold Lloyd o de Buster Keaton. A veces tocaba un pianista acompañando a las escenas o se utilizaba una ortofónica que tenía un disco grandísimo lleno de valses. Lo malo era que había que darle cuerda todo el tiempo. Había ocasiones en las que Tom Mix parseguía a tiros a los bandidos al compás del vals Los patinadores por ejemplo.

–¿Usted aprendía catequesis?

–E incluso hice la Primera Comunión.

–¿Lo hacía porque tenía fe o por las entradas al cine?

–No me pida ahora esas definiciones (se ríe). Han pasado como setenta años. No sé si tenía fe, pero nunca se me arraigó demasiado. Pese a que también las Hermanas Carmelitas invitaban a los niños del pueblo a unas reflexiones que terminaban con cocoa y biozcochos. Era muy difícil resistirse a asistir a esas reuniones o a escuchar la catequesis. Por eso culminé haciendo la Primera Comunión.

En aquel mundo más rural que ciudadano, los niños se autoabastecían de juguetes. Las cometas eran caseras, las pelotas, hechas con trapos, los trompos, con perillas viejas de cama en las que se colocaban púas. En el pueblo no se podían acceder a muchas cosas pero se tenía lo fundamental: el arroyo Yerbal, el río Olimar, montes en abundancia y campos abiertos. En esa abundancia de vida libre y salvaje, cualquier carencia era pasada por alto. Allí se crió el futuro maestro José María Obaldía, a quien las fotos de aquellos años lo muestran retacón y de piernas sólidas. En aquellos pagos nació también el sobrenombre que habría de acompañarlo siempre: Tronco, un mote ganado en buena ley en los campitos olimareños, aunque él se apura a aclarar que se debió a su fortaleza física y no a su falta de habilidad técnica.

–Olimareños es una forma de nombrar a los nacidos en Treinta y Tres que no nació pero sí se popularizó a partir del dúo de Pepe Guerra y Braulio López. Es muy cierto que teníamos el Olimar y el Yerbal para nosotros. Pero había una gran rivalidad entre una zona y otra. Hasta creo no equivocarme si digo que éstos últimos son muy localistas y capaz que no les gusta que les digan olimareños en lugar de treintaitresinos. Ellos son primero yerbalenses. Dentro de los nacidos en Treinta y Tres diría que existe no una fisura pero sí un límite impreciso entre los del Olimar y los del Yerbal.

–Hace diez años le hice un reportaje en el cual usted me dijo "no creo que a mi casa se le pudiera llamar hogar". ¿Por qué llegó a esa conclusión un tanto patética?

–No me crié guacho ni nada que se le parezca. Es que nuestra forma de vida hacía que las cosas funcionaran así. Eramos cinco hermanos muy dispersos. Nunca jugábamos entre nosotros. Cada uno tenía su grupo generacional fuera del ambiente familiar. La integración de un hogar como se concibe normalmente se daba a veces en algunas noches de invierno cuando la luz se iba temprano, el sueño demoraba y nos templábamos en la cocina. Ahí aparecían los cuentos. A veces teníamos la suerte que viniera un tío que vivía afuera y al cual esperábamos con ansia porque era de esos adultos que se acercaban a los niños, lo que en aquella época no era muy común. Mi tío se llamaba Lino y nos explicaba que le habían puesto ese nombre porque había nacido el 25 de agosto que es cuando se toca "lino" nacional ( se ríe). El tío Lino no tenía muchos cuentos pero había uno de un perro que lo repetía siempre.

–¿Lo recuerda?

–El contaba que tenía un perro muy fiel llamado Sobeo y que siendo joven cuando trabajaba como tropero, había salido muy lejos llevando ganado. En una feria consiguió trabajo, luego fue a dar a otra y concluyó yendo al Brasil, mucho más allá de la frontera. Al regresar a las casas, varios meses después, cruzó el arroyo, se acercó a la cuchillita donde tenía su rancho y le extrañó que el Sobeo no viniera a alcanzarlo. Al llegar, su mujer le enteró de la desgracia. Al perro lo había picado una crucera y había quedado muerto allá entre las pajas. No pudo aguantarse y fue a ver el cuerpo del pobre bicho. Estaban los huesitos nomás. "me entró una tristeza" –nos decía– "que no pude menos que hablarle. "Sobeo viejo, ya estoy de vuelta". Y los huesitos de la cola se revolearon para todos lados como saludándome". (Se ríe) Lo curioso es que nosotros nunca sabíamos si creerle o no.

–¿Es cierto que era un gran rabonero en la escuela?

–Por supuesto. Era muy lindo hacerse la rabona. El Olimar y el Yerbal tenían la culpa. Más el primero porque nos quedaba más accesible. Pasábamos la tarde en la costa del río. A veces mojarreábamos y otras veces armábamos una gran fogata sin ningún motivo, por ver el fuego nomás. Eso era lo más lindo de todo. También aprovechábamos la ocasión para fumar a escondidas. Juntábamos plata entre todos y comprábamos medio paquete de tabaco, porque había un bolichero que partía en dos los paquetes con un cuchillo para venderlos más fácil. Eran tabacos que ya ni se ven, marca Peruano, Tijuca, Colosal o Ganador. Los armábamos en hojas de chala y los prendíamos en los tizones que es mucho más lindo que hacerlo con yesquero. Y si el tiempo era lindo nos tirábamos al agua a jugar al "capincho y los perros", una variante acuática de "ladrones y policía". El mejor nadador era el capincho y los demás éramos los perros. El que lo agarraba, pasaba a ser el capincho y él ingresaba a la categoría de perro. Eran ejercicios de natación muy singulares en los que uno aprendía a nadar sin darse cuenta. Son esos juegos de campaña a los que la gente de Montevideo ni conoce.

–¿No jugaban a "los matreros"?

–¡Cómo no! Ese juego era una secuela de los circos que venían al pueblo. Los circos tenían pruebistas en su primera parte y en la segunda, representaban algo que aunque fuera gracioso, era denominado igualmente "drama". Generalmente daban una comedia llamada "La virgencita de madera" y otro de origen español titulado "En un burro tres baturros". Pero además representaban nada menos que "Juan Moreira", y cuando se iban los circos quedaban encendido el juego de "los matreros". Jugábamos de noche en plena plaza del pueblo. Cuando éramos más grandes empezamos a jugar a los cowboys que era una variante del anterior, motivada por el cine. Por ahí comenzó la globalización en Treinta y Tres (se ríe). Con todo no era mal alumno porque tuve una maestra que otorgaba puntos y premiaba a los mejores con un lápiz o un cuadernito de esos que repartía Primaria y yo los ganaba siempre. Y más de una vez me eligieron para recitar, que en aquellos tiempos configuraba el máximo del destaque. –¿Y en el liceo raboneaba también? –No por una razón muy sencilla: empecé a ir al liceo a los veinte años y como consecuencia fui un brillante alumno (se ríe).

–¿Qué pasó entre la salida de la escuela y el ingreso al liceo?

–Bueno... a los trece o catorce años ya tenía unas ganas bárbaras de trabajar. Yo tenía mis gastos y precisaba dinero. Fumaba a escondidas, jugaba al billar que costaba no me acuerdo cuanto la hora y alquilaba bicicletas que estaba muy de moda en el pueblo. El dinero me daba logros inmediatos. Por eso trabajé en mucha cosa. Cuando estuve pasando una temporada en Montevideo, agarré como repartidor de una farmacia y luego de una panadería y de un almacén. En esos años se me planteó ser ayudante de camionero. Estábamos en plena guerra y el país vivía en plena crisis de combustible. En el barrio había un señor que tenía camión y se enteró que la Ancap daba nafta para trabajar en unas carboneras enormes que se habían establecido en el norte del río Negro que iban a quedar bajo el agua cuando empezara a funcionar la represa. Como el carbón se consumía mucho, porque muchos autos tenían el motor adaptado al gas que producía este combustible, la venta era segura. Este vecino me invitó a trabajar con él como capataz porque nunca en su vida había ido más allá de La Paz. Estuve meses trabajando con él. Ibamos desde la estación Blanquillo, pasábamos en balsa y luego de pasar el arroyo Carpintería nos metíamos campo adentro. Allí trabajaban cientos de personas que habian fundado un pueblo carbonero. Había cerros de carbón y no exagero. Nos volvimos a Montevideo el día en que empezó la famosa seca del año 42.

–¿Qué hizo después?

–Ingresé en la empresa de ferrocarriles donde trabajaban dos hermanos mayores. Fui a Vergara y me emplearon como "meritorio". Debía hacer de todo sin cobrar sueldo y a los seis meses, luego que me hacía baqueano podía dar examen. Ahí trabajaba por la propina y los asados de cordero con que se concluía la operación. Estaba ya por ingresar en forma definitiva, porque no podía perder el examen, cuando un viejo amigo de la familia apodado El Chinche, que también estaba en la empresa poco menos que me obligó a estudiar. Era un hombre leído, que tenía tres hijos: Esmeralda, por la gitana de El jorobado de Notre Dame, Leucipo, por una parábola de Rodó y Aldebarán por una estrella. No sé por qué razón, este hombre me inscribió en el liceo de Treinta y Tres y allí marché. Como fui buen estudiante me becaron para hacer Preparatorios en Montevideo.

En esos años, trabajando como amanuense de su padre, que era escribano, el Tronco Obaldía comenzó a conocer personajes cuyos cuentos fue atesorando. La escribanía trabajaba mucho en la campaña y hacia allá marchaba con su padre con la maleta de papeles sellados y un tintero involcable de los que se usaban en la época. Registraban hasta testamentos de personas de mucha edad que no podían desplazarse hasta la oficina notarial. Todo eso le fue dando oportunidad para conocer mucha gente y conversar con ella, familiarizándose incluso con el vocabulario. Eso y su facilidad para el relato oral, lo fueron transformando, lentamente en uno de los grandes memorialistas del país.

-Gracias a esos recorridos por la campaña pude conocer a un viejo conductor de carretas llamado Juan Pérez que había peleado con Aparicio en la Revolución de 1904 y participado en la batalla de Paso del Parque, culminada con derrota. Un día le mostré una reproducción en bronce de la carreta de Belloni para que se enorgulleciera del trabajo que había llevado a cabo toda su vida. Ante mi asombro no entendió para qué se le había hecho un monumento a algo tan vulgar. Pensaba que nadie podía interés en ver una cosa que era para ganarse la vida y no para estarla mirando. Sin embargo la estudió y me dijo: "se ve que el que va a arriba es carrero mismo, porque ella está peludeando y el hombre está donde hay que estar cuando se peludea". Siguió observando y agregó: "acá se boleó el autor porque estos bueyes delanteros no pueden estar nunca allí. Los de adelante son las que llevan la carreta con el óido nomás. La picana no hay ni por qué usarla. Y el buey hecho no tira con la cabeza gacha sino con la cabeza levantada".

–Me gustaría ubicar a usted desde el punto de vista intelectual. Primero es un cultivador de la memoria y trata de perpetuar los hechos del pasado. Pero además es un contador de relatos fantasiosos ubicados en el interior. Ambos aspectos integran su trabajo.

–Yo creo que las dos cosas que usted menciona son facetas de un mismo panorama. Todo lo que he escrito son recuerdos de niño, reproducciones de cuentos fantasiosos que me han hecho. Soy un memorialista no de sucedidos reales sino de sucedidos de fantasía. Una vez siendo maestro les conté a los niños una de estas mentiras y tuvo tal éxito que debí seguir repitiéndolas. Luego, hacer cuentos de este tipo se me hizo habitual.

–¿Todos sus cuentos tienen una raíz nacional?

–No. Las raíces andan desparramadas por el mundo. Cuando dieron El Herrero y la muerte, anunciado como una adaptación de un cuento del colombiano Tomás Carrasquilla, recordé que lo mismo estaba en Don Segundo Sombra y que además, lo había escuchado cuando niño en Treinta y Tres. Yo creo que los cuentos llegan a algún lugar y se impregnan de los elementos locales. Yo escribí un libro Veinte mentiras de verdad y se lo presté a una amiga andaluza que pasaba ya los ochenta años. Ella lo leyó y me comentó que muchas de esas mentiras ya las había escuchado en su aldea española y yo las había cambiado un poco. Yo hablaba de un tigre y un león y ella me dijo que los protagonistas verdaderos eran los perros de un marqués de su tiempo.

–Lo invito a ponerse serio: ¿cómo tomó la carta de sesenta y nueve intelectuales uruguayos ante la inclusión del doctor Julio Sanguinetti como jurado del concurso Onetti organizado por la Embajada Española y la editorial Santillana? Usted también era miembro del jurado.

–Quienes firmaron están en uso de un derecho y no puedo decir más nada. No quisiera hablar de esto.

–No me saque el cuerpo.

–Es que saber si una persona está o no capacitada en un terreno como ese, no es fácil de determinar. No hay título que habilite para ser jurado.

–¿Usted hubiera tenido problemas en compartir el jurado con Sanguinetti?

–Francamente no y esto no significa que esté cercano políticamente a él. Tampoco quiero enjuiciar a quienes lo repudiaron. No me resulta grato hablar de estas cosas. –Son los riesgos de las entrevistas. ¿Usted renunció, como otros miembros del jurado? ¿Fue presionado? –No, para nada. Yo representé el jurado como Presidente de la Academia Nacional de Letras y no he renunciado porque esta decisión debo tomarla formalmente ante la Academia.

–¿Si el año que viene volvieran a designarlo en otro jurado en el cual estuviera de nuevo Sanguinetti, aceptaría? Respóndame con uno de sus cuentos, si se anima.

–¡Cómo no! Cuando iba al liceo tenía de compañero a un muchacho grande llamado Ceferino y una vez en clase de filosofía el profesor le hizo esta pregunta: "Si usted fuera ateo y tuviera una novia muy católica que le planteara que si no se casaban por la iglesia abandonaba la relación. ¿Usted qué posición tomaría?" Y Ceferino dio una respuesta que parece simple pero merecería un análisis más profundo: –Yo agarraría igual. Uno es hombre y no se le pega nada.

César di Candia

 

 



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De allá vine, aunque mi lugar en el mundo está en otra parte. "Lo bueno de los años es que curan heridas, lo malo de los besos es que crean adicción". Los años añejan el alma, hacen que la vida sepa mejor, y los besos me hicieron hechar raiz. Ahora cuando me preguntan de donde soy digo que nací allá y vivo en este agujero. Las dos querencias, por ahí viene la cosa...

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