En 2005 Christopher Nolan (Memento, Insomnia) revivió al hombre murciélago en Batman Begins. Lo logró ya en la primera hora de dicho film, donde se puntualizaba de dónde venía y quién era el hombre sin disfraz, solo, dueño de una enorme herencia monetaria y apesadumbrado. La labor del director inglés no era fácil. Había que revivir a Batman: luego de que Joel Schumacher (habiendo olvidado el rico trabajo en dos entregas de Tim Burton con el enmascarado) se encargara prácticamente de violarlo y dejarlo en estado semi-comatoso en su Batman & Robin (1997). Aquella versión miserable con el inolvidable (por lo doloroso para los ojos de cierto espectador) traje con tetillas del Caballero de Ciudad Gótica, la cual es completamente congelada por un rayo de hielo, y para peor por el Capitán Frío, interpretado por el actual gobernador de California. Lo único que se destacó de aquel film fue el tema central de su banda sonora, a cargo de los Smashing Pumpkins: The end is the beginning is the end.
Tres años después de la primera entrega de Batman a cargo de Nolan, llegaría la segunda. Con un peso abrumador y, para algunos, con un accidental empuje de marketing o, mejor dicho, de morbo: la accidental muerte de Heath Ledger (Brokeback Mountain, I'm not there), actor en considerable ascenso que encarnaría al Joker.
Más allá del complejo trabajo de Nolan junto a su hermano Jonathan en este opus, vale destacar el trabajo de cámara. Rotación, traslación, pausa: desde los altos rascacielos bajo la inhóspita noche de la ciudad, pasando por los planos a ras del pavimento en las persecuciones, hasta los primeros planos en los protagonistas. El aura visual del film, de tinte desolador, evoca otros como M, de Fritz Lang, Alphaville de Jean Luc Godard, o Blade Runner, de Ridley Scott. Pero los hermanos no están solos: Wally Pfester es el encargado de la cinematografía, y es un lujo lo que logra en las noches de Ciudad Gótica y de Hong Kong; Hans Zimmer y James Newton Howard se encargan de darle el aura melódica al paisaje, y el afamado John Caglione Jr. se encarga de sorprender con el maquillaje del Joker como de Dos Caras.
Y luego las comparaciones con los tiempos que corren hoy en día, que en este caso no parecen ser tan odiosas. Una de las numerosas lecturas del film, la más simplista, es la de "temporalidad": si como señala el título del film, Batman es el "Caballero de la Noche", el abogado Harvey Dent es el "Caballero del Día", el héroe de la ciudad, quien se lleva el mérito de estratos del orden, sus aplausos y reconocimiento. "Sobriedad" es el adjetivo que puede ajustarse a la performance del actor Aaron Eckhart (Erin Brockovich, Thank you for smoking) quien interpreta al abogado, quien sufrirá en su justicia como en su propia carne una metamorfosis que culminará en el dictamen de las Dos Caras de una moneda. Uno hace su suerte. Dent es una lejana especie de Rudy Giuliani pero más comunicativo y más atractivo, con una pose de perfumes masculinos de Ralph Lauren. El abogado corteja a Rachel Dawes, el amor de infancia de Bruce Wayne, interpretada por Maggie Gyllenhaal (Donnie Darko, La secretaria), en un papel poco recurrente, que no termina de darle forma al triángulo amoroso pero que será clave para el rumbo de la segunda hora y media del film. Gary Oldman (Sid & Nancy, Amada Inmortal) interpreta al Comisionado Gordon, el policía que vive de fracaso en fracaso y cree más en la justicia que forja Batman que en la que ejerce el aparato estatal. Ciudad Gótica sería la metáfora de Nueva York, con el acierto de la oscuridad y desconcierto que desde hace ya setenta años patentó Henry Miller en su Trópico de Capricornio, o el mismo Federico García Lorca en Poeta en Nueva York, ambos presos de abstracción, de frío. Pero también cumple la función de ciudad desnuda, en estado próximo al nocaut como la Roma próxima a sufrir su último saqueo, o, como señala el mismo Joker en uno de sus monólogos de bagaje abrumador como filosófico: "Es cuestión de alterar mínimamente el orden para que todo se convierta en caos". Esta es su labor, su diversión, la justificación de su presencia. Dentro de esta lectura es el "terrorista".
Pero hay otras lecturas, por suerte. Otra puede ser la de "espacialidad". Y aquí el villano, el malo de la película: El Joker. El trabajo que realizó Ledger fue de pura dedicación, y se convierte de inmediato en una molesta presencia, la que nos recuerda, más allá de su tragedia personal, la desaparición de un joven nuevo talento que el cine, como arte, pierde. Dicha performance es el espíritu del film. Y no hay con qué darle. Hay que verla. Es verdad que cuando el Joker no está en escena se lo extraña. Más allá de la cáscara del personaje, los tics de la lengua (sobre los cuales hasta la vendedora de quiniela de varias esquinas puede emitir juicio sin siquiera haber visto el film), el uso de su voz, hay más, mucho más. Más allá del preciso trabajo de maquillaje, la melena siempre húmeda, los ojos negros de cachorro y sus movimientos de pura explosión silenciosa (ver la escena del interrogatorio con un inspector), los modismos y estampa de "junkie" que el actor australiano le aportó, empujan al villano hacia un precipicio que no tiene fin, sólo sistemática evolución. Y aquí aparece nuevamente Christopher Nolan junto a su hermano Jonathan, quienes construyeron arduamente el alma del Joker, su "representación". Aquí hay un trabajo importante, más allá de la adaptación de comics como The Killing Joke o The Dark Knight Returns, para solventar la trama. Este "villano" busca otras cosas. Su fin es magnánimo, no se conforma con poco (ver la escena de la montaña de dinero en un galpón y el monólogo correspondiente). Esta es una creación contra-cultural en el fiel sentido del concepto: es la sombra de los cuatro Sex Pistols, una pesadilla de Malcolm Mc Laren, el contorno de oralidad Dadá, Artaud, Nijinski, Lautréamont cantando, Miller caminando en la Gran Manzana, es una aproximación al libre albedrío dostoievskiano. Es un fantasma, puro impulso a la libertad de acción por donde se la mire, quizá la que inevitablemente lleva a la destrucción, y no a la locura.
Lo que no se sabe es si Bruce Wayne tiene noción de todas estas cosas, pero de cierta manera parece sentirlas. Batman es interpretado por Christian Bale (American Psycho, El Maquinista), actor quien mejor ha hecho justicia hasta el momento al hombre alado, vuela por una ciudad que parece no corresponderle, a imponer justicia. Pero el Joker, alter-ego, es el ángel que viene a barrer, a limpiar. Y eso es de temer. Batman no se siente el salvador, y aquí uno debe recordar nuevamente Batman Begins. Ni su fortuna, los consejos del paternal mayordomo Alfred (Michael Caine) o los inventos prácticos de Lucius Fox (Morgan Freeman) lo alejan de su ensimismamiento. Atormentado desde niño, Batman se hace hombre y se cuestiona, y aquí un gran acierto en lo que supone ser un film de un superhéroe. El Caballero de la Noche está destinado a la solitud y, finalmente, a correr.
Junto a V for Vendetta, esta es la adaptación de comic mejor lograda de los últimos tiempos en el cine, alterados por el terror, por la indiferencia, demostrando la intemperie a los cuatro costados.
El éxito de Nolan, su visión de Batman, ha causado impresión en Hollywood, como billetes. No faltarán próximos atropellados intentos que vean en esto simplemente una máquina de hacer dinero y por ello fracasarán. Pero este hecho visto desde otra perspectiva puede aportarle mucho al cine y alejar ciertos clichés que sirvieron para acumular montañas de basura azucarada, para apelar al hecho meramente artístico como logró Nolan junto a su equipo de trabajo. En 2010 se prevé la vuelta a la gran pantalla de Robocop: el proyecto estaría a cargo de otro gran realizador contemporáneo como Darren Aronofsky (Pi, Réquiem por un Sueño). Habrá que esperar de qué lado está la razón, si es que anda por ahí.
Dirección: Christopher Nolan
Guión: Christopher y Jonathan Nolan
Cinematografía: Wally Pfester
Reparto: Christian Bale, Heath Ledger, Aaron Eckhart, Michael Caine, Maggie Gyllenhaal, Gary Oldman, Morgan Freeman, Eric Roberts.
152 minutos.
Warner
Trailer:
M. Dávalos.-
Christopher Nolan (1970) - Otras obras: Memento (2000),Insomnia (2002), Batman Begins (2005), The Prestige (2006).
Se escuchó de todo: que el álbum mainstream más esperado del año jugaría un papel preponderante en el futuro de la industria discográfica mundial (luego de la jugada actitud marketinera de Radiohead con su reciente disco In Rainbows), que Viva la Vida era el "Sargeant Pepper" no sólo de Coldplay, sino del nuevo siglo en términos melódicos, esto alimentado indirectamente por rumores con los mismos músicos como protagonistas acerca de "experimentar con nuevos instrumentos de viejas y remotas culturas", y en parte a la imagen de vestuario ofrecida en el video de su nuevo single "Violet Hill" (la cual se asemeja mucho más a soldados del ejército francés de comienzos del siglo XIX). En fin, nada de esto es totalmente cierto y se sabe que sólo con eso no basta para semejante empresa. El cuarto álbum de la banda inglesa no es más de lo mismo, pero tampoco es de lo que se venía hablando. Lo que sí se sigue escuchando es que esta es una banda que genera o simpatía o total desdén, casi sin punto medio.
Brian Eno (ex Roxy Music, genio musical y productor de discos de bandas como Talking Heads, U2) es el elegido para manejar el timón en este disco, a la manera de Phil Spector. Pero no está solo, sino junto a otro productor, Markus Dravs, quien ha trabajado con bandas como Arcade Fire y hasta con la misma Bj�rk. Una primera impresión de la reunión Eno-Coldplay puede sacar ciertas conclusiones a priori: Coldplay sigue en busca de su Joshua Tree o (más pretencioso) de su Unforgettable Fire. "Cemeteries of London" es un alevoso ejemplo de la influencia de guitarras y voz de la banda irlandesa. Las comparaciones son odiosas, pero cabe destacar que Coldplay siempre hizo un guiño sobre su dirección musical hacia el destino de los U2 que culmina en 1991 con su Achtung Baby! (donde el productor preferido de los irlandeses era Eno), y quizá por ello cierta crítica les tire a su blindaje por ese lado.
Musicalmente, Viva la Vida es su álbum más completo. Desde la influencia de cuerdas hindús en temas como la instrumental intro "Life in Technicolor", o el sexto track "Yes", hasta cierto crecimiento en estructuras creativas de temas que pronto devendrán obligados himnos de estadios como "Violet Hill" y "Viva la Vida"."Death and all his friends" es el tema en el cual quizá se note lo que se denomina "la receta Coldplay", apelando a esos trucos repetitivos de formato pop extra-large, con el esqueleto de los coros como premisa visceral, por los cuales la banda ha dado tanto que hablar en sus discos anteriores. Asimismo, hay quiebres en temas que generan atmósferas, como la de "Lovers in Japan/ Reign of Love", o la misma "Yes", que afortunadamente aportan. La guitarra finalmente ha tomado su lugar: Jon Buckland parece por momentos hasta correr a Martin en sus intromisiones en el piano. El batería Will Champion experimenta con ritmos tribales en "Lost!", marcando el ritmo de lo que será un próximo hit. El bajista Guy Berryman, que ha sido clave en composiciones como "Clocks" del afamado A Rush of Blood to the Head (2002), o "Don't Panic", del Parachutes (2000), sigue estando presente, quizá hasta bajando un poco el perfil.
Pero donde el álbum convence musicalmente, fracasa en su mensaje político. Allí se pasa del romanticismo de la fachada, del arte visual del disco, para frustrar la idea en las letras de tinte "unificador". Porque esto intenta desde la tapa misma de "La Libertad guiando al Pueblo", de Eug�ne Delacroix, en ese afán de globalizar sentimientos más allá de la música, con el mensaje entrelíneas por momentos y gracias a letras del frontman Chris Martin, que en busca de amplitud queda en ecos molestos. A lo largo del disco, parece erigir una Torre de Babel en dirección a un "All you need is love". No se logró. Dicen por ahí: el que mucho abarca, poco aprieta.
Coldplay es una banda que al arriesgar sabe cuál es su terreno y, a medida que se desarrolla el álbum, se nota que no hay ningún interés en perderlo. Viva la Vida no es un Family Man. Esto no quiere decir que no valga la pena la aventura.
M. Dávalos.-
Coldplay: Chris Martin (vocales, piano, guitarra), Jon Buckland (guitarra), Guy Berryman (bajo), Will Champion (batería, percusión).
Álbums:Parachutes(2000),A Rush of Blood to the Head(2002), Live 2003, X&Y (2005).
�Toda la literatura moderna norteamericana procede de un libro escrito por Mark Twain llamado Huckleberry Finn. Todos los textos norteamericanos proceden de este libro. Antes no hubo nada. Desde entonces no ha habido nada tan bueno.�
Ernest Hemingway, Las verdes colinas de África.
Serán procesados quienes intenten encontrar una finalidad a este relato;
serán desterrados quienes intenten sacar del mismo una enseñanza moral;
serán fusilados quienes intenten descubrir en él una intriga novelesca.
Por orden del autor.
Samuel Langhorne Clemens (alias Mark Twain), junto a Walt Whitman, fueron las influencias más importantes de la oriunda como libertina literatura norteamericana del siglo veinte.
Twain fue uno de los autores que mejor se salieron con la suya, logrando una "huída" literaria. Su modus operandi: la oralidad. Su obra trata de ello. La literatura norteamericana, si uno esboza un trazo cronológico, brinda un papel fulminante sobre el término de "Odisea". Dicha literatura es la hija rebelde de la literatura helénica; allí están sus cimientos, siendo única en su sentido salvaje, ambiguo y hermético. Twain es el gran padre de hijos agradecidos, paisanos autores que devinieron, como Hemingway (con su famosa sentencia de que "todos los narradores norteamericanos del siglo veinte son herederos directos de Twain"), Faulkner, Kerouac y Truman Capote, entre otros.
Si Las aventuras de Tom Sawyer fue el gran canto a la infancia de Mark Twain, Huckleberry Finn es la conjetura del fin de esta y su indestructible presencia, hacia el comienzo de la adolescencia. Pocos escritores han logrado con total fidelidad este retrato.
Hay tintes autobiográficos: Mark Twain vivió su primera infancia en Missouri, y en su granja su padre contaba con alguna docena de negros esclavos. San Petersburgo, el pueblito que evoca el escritor, allí encuentra sus cimientos. El autor sabía de lo que hablaba y lo que se jugaba. Los primeros párrafos muestran de pique a Twain conociendo la sociedad que retrata y denuncia, con un humor que a fuerza de alguna carcajada, se aleja del fácil camino burlón de una imitación inglesa o francesa.
Huck Finn tiene trece o catorce años, aproximadamente. Es Ulíses de niño, Sal Paradise, de niño, Jack Barnes de niño, el Free Bird que evoca Lynyrd Skynyrd. Que quede esto claro para el lector y nunca lo olvide: Huckleberry Finn es un niño.
El libro trata de un escape, del quiero salir de aquí. El tedio aflora desde el comienzo: hacia 1830, los férreos valores de los Estados Unidos de Norteamérica, vadeada por el Mississippi, en el correcto ejemplo del inicio de la historia; la casa de la viuda que adopta a Huck, hijo de un golpeador, vividor y borracho, al cual el niño teme y está alerta de su alejamiento. La vida aquí es terriblemente monótona como injusta, con la religión y la opresión sobre la raza negra (con el personaje del criado Jim) como leit-motivs cantados, frente a la inocente ocurrencia de crear "La pandilla de Tom Sawyer", con el objetivo de robar y aterrorizar a quien se cruce en sus caminos, junto a sus camaradas. Dicha empresa fracasa. Huck vuelve a mirar el techo de su habitación y piensa que su padre volverá más allá de todo. Así lo siente: lo reconoce en sus ensueños hasta que finalmente aparece en persona y vuelve a atormentarlo. Quiere el dinero de la tutoría, busca rectificarse, fracasa, bebe, golpea y se lleva a su hijo a una cabaña donde tan mal no lo pasan (según el propio Huck), pero el infante decide escapar. Llega a la Isla de Jackson y allí encuentra a Jim, el criado de la viuda que se fugó al vérselas negrísimas frente a su inminente venta. Juntos emprenden viaje, río abajo, y aquí se desarrolla una aventura bastante particular basada en la amistad. He aquí la canoa, y el gran personaje de la historia: el río Mississippi. Pero hay otros personajes no menores: la esclavitud, la indiferencia, la simpleza, la libertad fuera de chabacanerías, la amistad cara a cara, la denuncia. Por esta relación particular entre el niño y el criado, en su momento a Twain se lo tildó de liberador y ama negros; y varios años después, peor; ciertos "liberales postmodernos" o "psicoanalistas de la historia" lo llamaron racista al autor, por el trato que les daba a los modismos y sumisión de Jim sobre el niño Huck (Amito esto., Amito lo otro, o el ejemplo de su sumisión para hacer de "buen preso", según la idea límite de Tom Sawyer y de Huck). Pero claro, estas personas saben ir de la correa sobre ciertos gélidos esquemas de recolección de datos (que a veces llaman contemporaneidad), y poco y nada saben de un fiel retrato de una época y se pierde todo. En fin, hay gente para todo. La última palabra es del mismo autor, que en su escrito El hombre que corrompió Hadleyburg(1900), dijo: "No tengo prejuicios raciales. Todo lo que me importa es saber que un hombre es un ser humano. Eso es suficiente para mi; nada puede ser peor".
La aventura, bajo el paisaje del valle del Mississippi, se desarrolla con la naturaleza envolviendo a los personajes. Hay reminiscencias de Huck hacia su excéntrico compinche Tom Sawyer, al cual admira profundamente. A esta travesía se unirán dos falsarios: un rey que se considera a sí mismo "El hijo del Delfín", y un duque de supuesto renombre, que intentarán por medio de sagaces inventos hacer plata por los pueblos que pasen, sometiendo al niño y a Jim a su supuesta "sangre azul". Pasarán por un pueblo poblado de tediosos vagabundos, cerdos ambulantes y barro, haciéndose pasar por actores ingleses de renombre, donde Twain aprovecha por rendirle tributo a William Shakespeare, con un trágico destino de dos pueblerinas familias rivales, y las desdichadas representaciones de estos bufones de la escena del balcón, de Romeo y Julieta, el duelo a espada de Ricardo III, y el inmortal monólogo de Hamlet.Luego otro pueblo, donde el rey se hará pasar por un querido párroco inglés en búsqueda de un botín, al cual se espera por un tema de herencia.
Siguiendo viaje, la codicia acerca a estos "nobles" a su destino mientras a su vez los aleja del camino de Huck y Jim, los cuales son separados, y el niño intentará una difícil jugada para volver a liberarlo, donde reaparece en la historia su compañero Tom Sawyer, con las luces que iluminan sin encandilar la trama y los dos intentarán una nueva jugada, liberar a Jim.
Como sentencia Huck: no queda nada por escribir. Lo que queda tiene que ver con indios, civilización, y son ideas suyas. Algunas quizá vislumbre el lector; al menos sobre las que yo noté, que poco y nada importan por lo personales que son, no diré ni mú.
M. Dávalos.-
Fotografía: Mark Twain fumando en el porch de su casa de New Hampshire (1905).
Mark Twain (1835- 1910). Otras obras:Cuentos humorísticos(1872)Las aventuras de Tom Sawyer(1876), Príncipe y mendigo(1882), Un yanqui en la corte del Rey Arturo (1889), Viajes alrededor del mundo siguiendo el ecuador (1897), Autobiografía (1924).
Hacía unas doce noches que no descansaba bajo un techo. Los días se sucedían y me encontraban afilando mis garras en troncos de palmeras, en ruedas de automóviles y hasta en el cuerpo de una comadreja muerta. Los focos de las calles y tres bares se sucedieron bajo mis patas. Pocas veces logré ingresar a un bar: las luces de neón, mostradores vacíos, inútiles boletas de sorteos, puchos y olor a orín, aquellas ocasiones no mío, sino humano, fue lo poco que vi allí dentro.
Habré orinado seis veces en las primeras noches cuando noté que comenzaba a sufrir una obstrucción renal. Por cinco noches soporté, y en una madrugada logré un destartalado container verde de basura, al cual no tenía pensado ingresar, y observé, no con poco desdén, en derredor: un batallón de hormigas negras, el esqueleto de un cochecito de bebé, dos profilácticos de humanoides usados y cerrados en nudo, el envoltorio vacío de unas galletitas "Chiquilín", una mancuerna quebrada en la mitad y un esbelto billete de quinientos pesos. En ese momento me urgió el deseo de poder orinar sobre ese papel. No lo logré: el cuerpo iba a un kilómetro por hora y la mente a ciento sesenta. Nada que hacer.
Continué mi rumbo. Si era errante, no lo sabía. Me sentía seco y aún estaba lejos de ciertos techos donde reino luego de un sin fin de batallas campales, partos y hasta balazos a quemarropa. En fin, marchaba.
La vuelta era difícil. Me echaba sobre calles desiertas y ningún perro aparecía en el paisaje. Cerca, canciones tropicales se sucedían de un bajo balcón, y decidí con inmediatez reanudar mi camino. Llegué a una esquina la cual le tengo aprecio: tiene dos palmeras, gemelas. Al afilarme las garras, me sentí más liviano. Un repentino afloje de mi obstrucción, placer.
No olía bien, estaba sucio. Al dejar atrás las palmeras, me sorprendió la muerte de una imagen física: una de mis amantes, la negra gata Maracaná (de la cual aquí confieso que a otros gatos les comentaba que ciertas noches ella era un "Maracanazo", y que siempre caía rendida bajo mi barbilla gris), yacía exprimida, lisa, a un costado del pavimento. La había matado un automóvil. Era tuerta hacía año y medio, buena en los techos y claraboyas, jovial y de rico aroma. Pero todo era pasado. Una nueva derrota, bajo el sol naciente. De inmediato se me cruzó una frase: antes que el diablo lo sepa yo estaré vivo.
Encontré fuerzas para trepar un breve olmo, salté y llegué a una casa amiga, que en verano dejan espacio abierto entre las rejas. Me colé e intenté llegar a su baño, a una llave de luz. Los gatos vemos en la oscuridad, pero en aquel momento estaba harto. Luego, con cautela, la manija del bidet, despacio y en silencio, y el agüita comenzó a emanar. Sentí una apertura en mi corazón. Como dije anteriormente, me sentía seco. Pero las ganas de orinar se encontraban todavía lejos. La agüita corría y me ubiqué, con mis genitales sobre ella, y algo comenzó a subirme hacia la zona ocular. Pensé en colirio y en mi rostro en una fotografía. A orillas del bidet me senté y lloré.
En aquel momento no rememoré los buenos momentos con Maracaná, amante destrozada a unos tantos metros de distancia, sobre la calle, ya en el olvido. "Te odio. Me dejas solo, con otras", fue una frase que le regalé dos veces. Luego de una hora de catarsis en el bidet, le hice una despedida más digna; salí, la tomé con mi boca, la arrastré y la enterré al costado de una plaza, no tanto por su imagen, sino más bien por mis hijos no reconocidos que ella se encargó de parir, por la versatilidad de su cuerpo bajo el mío, y finalmente por mí, siempre cantando bajito.
Sobre mí Tiene 26 años. Es Licenciado en Ciencias de la Comunicación, egresado de la Universidad de la República. Escribe sobre literatura, cine, y arte en general.