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El cine es verdad a 24 cuadros por segundo, dijo Godard. Si nos miente, mejor
13.02.2012 17:10 / Mis artículos

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Este espacio cree firmemente en la crítica cinematográfica desde varios frentes. Como pieza literaria en general, como ensayo en particular, desde ya como artículo editorial de cualquier medio. La valoración sobre equis película se da en cualquier ámbito y, aunque el ejemplo suele remitir a lo académico, es muy disfrutable en su fase primera: en los primeros pasos fuera de la sala. Es cierto que la pupila se entrena y la base de datos se amplia. Las películas, sin embargo, hacen su travesía en la consideración de un espectador desde el primer visionado tocando resortes afectivos de cada quién. Ejercer la crítica (por sobria o dura que sea) parte del entusiasmo del cinéfilo más acérrimo o del aficionado a disfrutar del cine como mero entretenimiento, algo tan válido como lanzar dardos cargados de fundamentos hacia lo que vemos. Ese mismo entusiasmo hace que empuñemos armas varias para argumentar a favor y en contra. No creo que logremos convencer a nadie aunque podríamos conformarnos con sembrar alguna duda.

No puedo suscribir el sudar tinta ante una película que nos parezca rematadamente mala. Hago un paralelismo rematadamente antojadizo ¿cuanto toma comentar -en un bar o lápiz en mano- un partido que termina con un 0-0 pudridor? Menos que una goleada, menos que una contienda tan reñida como entretenida seguro. Menos en tiempo y en energía. Habrá ejemplos de crítica apasionada sobre películas desganadas y, descuento, muy buenos. Sin embargo, como -insisto- toda mirada analítica tiene su cimiento en nuestro entusiasmo primero, suelo disfrutar las críticas a favor y no por ser un lector conciliador o conformista. Ocurre que ese entusiasmo, sublimado por lo que deja una buena película, coloca al crítico en un lugar que conjuga argumentos con el disfrute que tuvo al redactar esas líneas o formular su discurso. Por "La lata...", donde nos valemos de una columna semanal, muchas veces nos amparamos en esta última idea para poder transmitir con claridad una reflejo de ese par de horas bien invertidas en el ritual que más nos gusta.

Hay películas de las que no podría escribir a favor, aunque con solo mencionarlas esté dejando la impresión. Cada quien tiene las suyas. Obras que nos desarman, nos dejan expuestos, nos complican la vida incluso ante la idea de despuntar el oficio de crítico. Es eso o escribir el equivalente al Nuevo Testamento sobre tal film. Pero sumar palabras, caracteres y páginas difícilmente haga más revelador nuestro genuino entusiasmo. Hay películas, libros, obras de teatro, cuadros...pongan la expresión artística que les vaya a medida: complica argumentar porque uno siente que está todo dicho allí.

Hace por lo menos unos meses que pienso en escribir sobre The Straight Story (1999) de David Lynch. No he podido aunque creo tener qué decir sobre una película que vi al menos dos pares de veces. No es haraganería, claro que podría si quisiera. Pero no podría traducir en palabras una secuencia como esta, aunque se trate de un montaje al servicio de la gran banda sonora de Angelo Badalamenti

Tampoco le puedo "hacer frente" a una elaborada crítica sobre Manhattan (1979) de Woody Allen. Solo la secuencia inicial de Nueva York en blanco y negro con Gershwin de fondo es puro cine y es -nuevo paralelismo futbolístico- un gol desde el vestuario. Es tan jodidamente difícil ser pueril y sencillo en una escena que, ojalá, nunca haya tanto teórico sesudo buscando simbolismos y conclusiones definitivas sobre qué nos quiso decir. ¿Qué nos quiere decir Woody? Tan sencillo como que hay algunas cosas por las que vale la pena vivir y que perfectamente se las podemos contar a una grabadora (enorme mentira: ahí estamos todos para ir haciendo en simultáneo nuestra propia lista. Seguramente varios coincidamos con "Groucho Marx, por supuesto")

Y me queda una, al menos por este artículo. Pan y Chocolate (Pane e cioccolata, 1974, dir: Franco Brusati), película que por años fue casi imposible de conseguir. Si hablamos de actuaciones "bigger than life", ahí está la de Nino Manfedi como ese inmigrante italiano tratando de buscar el mango para mandar a su familia mientras falla en otra búsqueda más jodida: la de saber quién demonios es. El fin está por encima de su ser, lo desborda, lo sobrepasa. Y explota. Lo hace, nada menos, que en un partido de fútbol (acá no hay paralelismo) cuando, inmiscuido entre hinchas de Suiza, festeja feliz esa volea de Capello que le dio la victoria a Italia.

Videos mediante, terminamos hablando un poco de las tres. Es el mundo multimedia ¿vio? ¿La crítica? Otro día...

 




03.02.2012 18:18 / Drama

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La película "de..." suele ser una denominación correcta aplicada al tema de cualquier film, una bajada descriptiva al título. De perogrullo pero útil. Si se trata de sintetizar o identificar un título entre decenas, funciona. Eso si, esa simplificación de una trama equis es haragana y tramposa. De ahí a que se rotule, por ejemplo, a Red Social (David Fincher, 2010) como la la película "de Facebook" cuando es bastante más que eso. En un escalón menor estaría un director prestigioso ("la de Fincher", en el caso mencionado) o la de su protagonista ("la de Carlitos Balá y Donna Summer", si existiese tal joya). También genera equívocos que condicionan la opción del espectador. Como el de un allegado que alegó que no le interesa ver "Moneyball" (foto) o "El juego de la fortuna" porque trata sobre baseball, algo tan vinculado a la idiosincracia uruguaya como la interna del partido conservador británico en el mejor de los casos. Sin embargo todo contenido político afecta de importancia al asunto y no pasa lo mismo con la pelotita en el aire.

Lástima: "la de béisbol" (a estrenarse próximamente) es una estupenda película. No así "la de Margareth Thatcher" (que se estrena hoy) en la que muchos esperan ver (además de una composición de Meryl Streep acorde a las circunstancias) una biografía imponente, un tratamiento hasta el hueso de distintas etapas y acciones en la vida de quien fue la primera mujer en llegar a ser Premier británica. Sí van a encontrar un gran trabajo de maquillaje y una labor competente de una actriz que, vamos, este tipo de papeles los hace sin despeinarse. El resto es un drama endeble que repite un mismo recurso en toda la narración (anciana senil que alucina que conversa con su esposo ya fallecido+flashback al pasado de la "dama de hierro" del título+imagenes de archivo), desaprovecha a un gran actor como Jim Broadbent, juega a ser un musical basado en los recuerdos del personaje principal (hay varios planos que remiten al cine musical, como uno cenital en el que una multitud se mueve siguiendo a la entonces parlamentaria Thatcher cual si realizaran una coreografía) y, claro, en ese panorama ¿cómo no saldría beneficiada Meryl? Eso si: para películas "de..." mejor jugarle la ficha a "la del FBI", "la de DiCaprio" o "la de Clint Eastwood", como gusten. J.Edgar es una gran película.

"El juego de la fortuna", en cambio, se juega en un terreno imcomprendido para este cronista. El bat, el catcher, el jardinero derecho, el lanzador y el "jonrón" son terminos familiares pero no sabría dónde encastra cada pieza. Le creo a Homero Simpson cuando, tratando de mantenerse sobrio y sentado en las gradas de un estadio de béisbol dice "no sabía lo aburrido que era este deporte sin cerveza". Ocurre que, precisamente, el tema de la película no es el deporte en sí sino cómo una fórmula matemática puede acabar con la ley del más fuerte y con ese axioma que dice que, a mayor presupuesto e inversión, mayores serán las victorias. En Estados Unidos el poderío de un equipo de béisbol se mide en la cotización de cada jugador. El equipo más rico, es favorito, suele ganar, cuenta con el visto bueno de la prensa especializada. Las contrataciones, además, son extrañísimas. Una especie de pichuleo al teléfono en el que el manager de un equipo conviene con su colega de otro equipo y llegan a trocar jugadores como figuritas. Como jugar al PC Fútbol en "Modo Manager". Los Oakland Athletics son un equipo de segunda línea que, a pesar de ello, llegaron a las finales. Tras perder los partidos clave, comienzan a perder a sus jugadores más valiosos los que son adquiridos por equipos con mayor cuenta bancaria. Billy Beane (Brad Pitt) es manager de los "A's" y buscando conformar un nuevo equipo se topa con un cerebrito recién graduado llamado Peter Brand (Jonah Hill) que juna poco de baseball pero sí de matemáticas y estadísticas. Sabe qué jugador lanza más rápido basado en promedios aunque ningún equipo lo quiera porque es más bien tosco en sus movimientos, lo que lo convierte en un jugador que no interesa: un jugador barato. La fórmula: armar un equipo que, promedialmente, tenga tanta eficacia como los consagrados pero con un costo diez veces menor. Sin embargo, la épica deportiva tiene reservado un tramo menor en el metraje (el equipo logró entonces romper un récord al obtener 20 victorias consecutivas) y sí libra los verdaderos partidos fuera de la cancha. Claro, los guionistas son Aaron Sorkin (el de la película "de Facebook") y Steve Zaillian ("La lista de schindler"), un tándem que más que escribir parlamentos arma verdaderas batallas dialécticas, aquí defendidas por un elenco notable. El papel de Pitt es ingrato para aquellos actores a los que le gustaría resultar deslumbrantes en su rol. Ese hombre apasionado pero algo apocado en sus gestos, que prefiere no ver los partidos porque se considera jettatore, que intenta acercarse a su hija adolescente y revetir su imagen de perdedor, está lejos de un registro rimbombante. Doble mérito y merecida nominación para Pitt. No cabía esperar mucho del director Bennett Miller cuyo antecedente era la soporífera "Capote" (otra película sostenida apenas por su actor principal, Phillip Seymour Hoffman, también presente aquí) pero su estadística ha mejorado, definitivamente.

A priori, la etiqueta "béisbol" pareciera no resultar muy atractiva para el público local.Hay que mirar bajo la etiqueta.

Para cerrar, vamos al soundtrack de Moneyball. Buscando la canción que le dedica la hija de Billy a su padre dimos con este montaje de las secuencias que la incluyen. Una gran canción llamada "The Show" que nos recuerda que, en lo posible, lo mejor es tratar de disfrutarlo.

 

 




20.01.2012 16:35 / Drama

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Hay una especie de máxima en el mundo teatral que he oído pronunciar a algunos directores y que, con algunas variantes, quiere expresar algo como "poco es mucho". Ésto, que refiere al empleo de una cierta economía de recursos a la hora de componer un personaje o montar una escena para no caer en gestos grandilocuentes y parlamentos declamados y sobreactuados, es perfectamente aplicable a las cuatro películas que ha dirigido George Clooney. En tres de ellas, si dejamos de lado la subvalorada y muy atendible comedia Leatherheads (aquí llamada "Jugando Sucio", 2008, sobre los primeros pasos del fútbol americano como deporte "profesional"), los personajes mantienen un registro preciso, medido, pero sin llegar a ser tosco. Las tres restantes de su filmografía (Confesiones de una mente peligrosa, la notable Buenas noches, Buena suerte y la que hoy nos ocupa) tienen planteos narrativos austeros y a pesar de lo inmenso del "afuera" (los medios de comunicación y la censura en "Buenas noches, buena suerte", una elección presidencial en "Secretos...") Clooney se ocupa de los micromundos tras bambalinas y sus infiernos. Las instituciones quedan algo de lado: es el accionar de sus personajes lo que importa. Y aquí, lo que importa (Tom Zara/Phillip Seymour Hoffman dixit), es la lealtad.

Increíblemente, por una vez démosle la razón a la muchas veces insólita nomenclatura en castellano que se basa libremente en el título original en inglés. La expresión "The Ides Of March" (tal su verdadero título) es casi intraducible. El "Ides" refiere al día 15 de Marzo en el calendario romano y su definición en latín ("idus") significa "división". No solo eso: es la fecha en la que Julio César fue asesinado en el Teatro de Pompeya por el traidor Marco Bruto (y conspiradores afines) en el siglo 44 antes de Cristo. La traición en su punto máximo (o la primera que quizá recuerde la historia), siglos más tarde representada en "Julio César" de Shakespeare, la que también incluye el parlamento "los idus de Marzo han llegado", en relación a la muerte del emperador romano a manos de quien menos lo esperaba. Sin embargo, éste no es un drama shakespereano ni pretende trasladar su lenguaje a nuestros tiempos. Esta es la crónica de un error de cálculo de Stephen Meyers (Ryan Gosling) un asesor de campaña que no debía fallar. No obstante, tiene una carta en la manga: sabe algo que involucra otro error mucho más grande que implica a alguien más poderoso. Nada menos que su candidato asesorado (el propio director y co-guionista Clooney). Esto no es más que la simplificación de la trama, que nadie se preocupe. Las claves de la película se saltan olímpicamente esta crítica.

Clooney es Mike Morris. Gobernador de Ohio, candidato del Partido Demócrata, pensamiento tímidamente progre, pragmatismo puro y duro y -como cualquier aspirante a la Casa Blanca- hombre de familia. Su equipo de campaña cree en él o, mejor dicho, cree en su imagen. La película pone especial énfasis en el rol que cumple cada uno de sus hombres y mujeres. Sus discursos están rigurosamente pronunciados, un guión sólido. También es hábil declarante y sabe a qué está jugando. Sus afiches de campaña guardan similitud en la estética con los que ayudaron a Barack Obama a llegar a la presidencia. La la palabra clave aquí no es "cambio" sino "cree". Los electores, sin embargo, no se estarían volcando hacia un hombre que tiene una imagen intachable como gobernador de su Estado. Buena parte del electorado es conservador, vaya novedad. Ese partido es el que se juega ante cámaras o sobre el escenario. El partido más importante tiene lugar detrás del telón y las cámaras.

Meyers no es un personaje complejo. Es un treintañero con aspiraciones. Se sabe pintón, goza del respeto y la confianza de sus asesorados y de los asesores rivales. Pero también están los viejos zorros. Paul Zara ( Phillip Seymour Hoffman) por un lado y de su lado, y Tom Duphy (Paul Giamatti) tienen unas cuantas batallas libradas, línea directa con la influyente periodista del New York Times que interpreta Marisa Tomei y un panorama real de cómo vienen los números. Ya estuvieron arriba, se cayeron y volvieron a levantar. Cada cual hará su jugada. Lo que apunta en principio a un drama de tensión política, deriva en un suspense llevado con pulso maestro por el director. La escena que desata el conflicto y parte la película en dos (el "idus" del mismo film) se revela en el dialogo entre dos protagonistas que no deberían estar en el ojo de la tormenta. Clooney nos ahorra los quiebres emocionales, las reacciones desmedidas, los gritos y pataleos, pero todos nos damos por enterados que, detrás del juego electoral, hay algo más.

El elenco es sólido. Gosling no es precisamente un actor carismático aunque esté recibiendo unos cuantos mimos de la industria, pero sale bien parado. Todos los mencionados más la joven Evan Rachel Wood (a quien recientemente se vio en "Whatever Works" de Woody Allen) confirma que es una de las mejores actrices jóvenes actuales.

El gran ganador de toda esta apuesta es George Clooney. Un director que entrega una nueva estupenda película, basada en otra máxima pero de corte cinematográfico: "Storytelling" . Ésta suele ser la respuesta de productores o directores cuando se les consulta qué es lo más importante en una película. Contar una buena historia. Todos tratan, todos tienen la frase incluida en su cassette para las entrevistas. Pocos lo logran

Clooney promete, Clooney cumple. Dele su voto.


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Sobre mí
Montevideo, 1978. Periodista y crítico cinematográfico de vocación y profesión, en ése orden. Responsable de la sección Cultura y Espectáculos de Telemundo (La Tele).Ha publicado notas en Brecha, La Diaria, El Observador y Revista Socio Espectacular. Docente de Historia del Cine en la Universidad Católica del Uruguay. Actualmente integra la murga Los Diablos Verdes

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