Por Fernando Gallardo Castro
Eduardo Galeano daba todos los días su pequeña lucha contra el consumismo, contra la hipercomercialización de las necesidades humanas (las de verdad de llenar el buche, abrigar, educar, y las Nikeadas: necesidades superfluas inventadas).
Enemigo del automóvil, andaba a pie, firme.
Enemigo de los Shoppings hacía sus compras en la feria de su barrio. "Ese punto de encuentro primitivo para el trueque que desarrolló caminos y, en sus cruces, ciudades y culturas", como nos decía (palabra más palabra menos) a los feriantes de la Plaza de los Olímpicos y de Alto Perú, alentándonos en nuestra lucha por sobrevivir vendiendo cosas en la calle.
En los 90 mi puesto era de "Miel Pura" y productos de la colmena. Traía desde Nueva Helvecia el polen granulado que él pasaba a recoger acompañado de su inseparable mascota. Un lujo impensado para mí, poder intercambiar algunas palabras, cada semana, con tamaño gigante, que pasaba inadvertido entre mis compañeros y que se entreveraba con la mayor sencillez entre los vecinos.
–¿Por qué no anda en auto, don, usté que puede?– le preguntaban.
–Le tengo miedo– ironizaba, y agregaba, enigmático– pero además usted nunca es quien lo maneja...
He leído en los manuales de enfermería que ante una hemorragia abundante hay que apretar la arteria más próximo muy fuerte. ¿Cómo cicatrizar, entonces, tamaño sangrado de esta inesperada reciente vena abierta? Habrá que buscar al compañero más próximo y darle un abrazo fuerte y éste a su vez a quien camina a su lado y así desde la Plaza de los Olímpicos en Malvín hasta la frontera y en brasilero y en guaraní y en quechua y en incaico y en maya y en todas las lenguas que por suerte aún no conocemos; atravesar todas las fronteras, construir ese gigantesco abrazo-torniquete que haciendo nudo nuevamente en Malvín contenga la vida que ya nadie jamás debería derramar.
Eduardo Galeano: ¡Que el fuego de tu memoria nos siga prodigando el calorcito de siempre!
Fernando Gallardo Castro
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