Eliza y Miguel
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22.06.2014 19:19 / Notas de Eliza

Fanatismo

El ser humano apegado a lo que sea (belleza, religión, dinero, amor, política, suficiencia, poder, deporte, etc.), cuando se vuelve fanático deja de ser normal. Porque lo anormal es el fanatismo y quien lo padece se convierte en un monstruo sin cabeza. Monstruo por su personalidad deforme; sin cabeza por lo irracional.

El fanático no es idiota, ni tonto ni torpe: posee todas las condiciones necesarias para usar el raciocinio como cualquiera... pero la ceguera que se ejerce en él, le impide ver la realidad, llevándolo a actuar como un opa, muchas veces bruto y otras tantas peligroso para sí mismo y/o para los demás.

EL FANÁTICO DE LA BELLEZA sólo piensa en que su aspecto debe ser perfecto y se somete a cualquier sacrificio para lograrlo. No le importa lo que gaste ni en dinero ni en salud.

Es más notorio en las mujeres, pero no privativo; muchos actores, cantantes y presentadores también se fanatizan por su figura. No tienen paz, porque el tiempo pasa para todos, y sólo se sienten bien frente al espejo mientras la imagen reflejada no les muestre imperfecciones.

La consecuencia puede ser la de Narciso, Michael Jackson, las Nymphas o Isabelle Caro.

EL FANÁTICO RELIGIOSO se despega de este mundo atribuyéndolo todo a la voluntad de su deidad. A lo bueno que le pasa le niega mérito propio y asume lo malo sin rebelarse ni luchar: sólo reza.

Entre ellos están los que se inmolan para alcanzar la plenitud de su alma en el otro mundo en que creen; los que entregan sus bienes a sectas prometedoras de milagros; los que dejan morir a sus seres más queridos o a sí mismos rechazando una transfusión.

Padece de resignación y conformismo. El resultado es la pérdida de la vida, el dinero... y algún familiar por el que puedan decidir. 

EL FANÁTICO DEL DINERO no piensa más que en obtenerlo. No lo disfruta, su placer es acumularlo. Se priva de los pequeños gustos en que invierte cualquier proletario y restringe al máximo los gastos de su familia.

Vive estresado por el temor de perder su capital y desatiende las normas más simples del relacionamiento con su entorno. La consecuencia es una enfermedad limitante, y muchas veces la muerte... para que luego de una u otra, sus parientes desbaraten su fortuna con el mayor desparpajo.

EL FANÁTICO DEL AMOR acepta, justifica y perdona cualquier falta, maldad o injusticia realizada por las personas que ama. Consiente a sus hijos sin ponerles límite y tolera malos tratos de su pareja. Se adjudica culpas de sus seres amados para librarlos de afrontar el precio de sus faltas, incluida la privación de libertad.

Vive para servir a los que ama, alimentándoles la idea de que ésa es su obligación. Sufre, porque no recibe lo mismo que da. Son las víctimas de abuso y violencia doméstica, y los que  –cuando dejan de ser útiles para asistir a los suyos–, obtienen el abandono, encerrados de por vida en un geriátrico de mala muerte.

EL FANÁTICO DE LA POLÍTICA elige un líder y/o un partido y lo condecora con su fidelidad incondicional. No pone en tela de juicio nada de lo que su elegido diga o haga, por más aberrante que sea. Al contrario, lo defiende y justifica, atacando a quienes lo contradigan.

Deplora toda buena intención o actitud de sus contrarios y los ofende aun valiéndose de la difamación. Nadie es superior a su paladín o grupo, los opositores son veneno.

Es el monstruo sin cabeza que cuando prolifera, arrastra consigo a todos los demás y sufre con ellos –aunque no lo admita–, la misma frustración.

EL FANÁTICO DE LA SUFICIENCIA cree que nadie hace nada mejor que él. El convencimiento de su idoneidad lo hace petulante e insolente.

En los médicos se llama "complejo de dios". Son peligrosos, sus damnificados son los que padecen las consecuencias más graves y la muerte no es la peor.

Cuando el fanático suficiente es un magistrado se siente soberano, y va a procesar al que le parezca culpable, fundado sólo en la creencia de su infalibilidad.

EL FANÁTICO DEL PODER es uno de los más comunes y abunda por doquier. No hace falta más que un carguito para que muestre las uñas con soberbia y arrogancia  –a falta de aptitudes y talento–, menospreciando siempre a sus subalternos con prepotencia.

Todos conocemos unos cuántos, así que prefiero mencionar a los déspotas que tuvieron títulos encumbrados y pasaron a la historia, como Atila, los Inquisidores y Hitler.

EL FANÁTICO DEL DEPORTE es aquél que transforma su afición en una adicción patológica. Hay en todos los deportes, y suelen ser hinchas que se gastan lo que no tienen para asistir a un campeonato en el exterior, y si no da para tanto, comprándose un TV Led y asociándose a una red de cable... o colgándose de la del vecino. Ése sólo daña su propio presupuesto.

Pero en el básquet y en el fútbol son mucho más notorios los que se autodenominan "barras bravas" y por cierto que lo son... si usamos el adjetivo "bravo" como sinónimo de "violento", "provocador", "agresor" o "patotero".

Los más "famosos" fueron los hooligans de Heysel, aunque todos los países tienen los suyos. En Inglaterra los contuvieron a rigor... y funcionó. En estas latitudes es distinto: los protegen los dirigentes de los clubes y tienen madrinas con altos cargos públicos...

Ocupan los titulares de la crónica roja muy a menudo y aunque dejan un tendal de víctimas inocentes, la ineficacia en el control los mantiene impunes. Aunque algunas veces sucumben, a mano de otros como ellos.

EL SER HUMANO con tendencias fanáticas debería –si después de esta lectura sigue con ganas de caer en alguna–, apuntar hacia la AUTOESTIMA, que es inocua. Le aportaría coherencia, sensatez, y por sobre todas las cosas, dignidad. Lo libraría de caer en la tentación de los fanatismos nocivos, le daría paz, y haría muchísimo más fácil y agradable la convivencia de toda la especie.   

Eliza



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