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07.05.2014 04:25 / Lecturas amenas

Extraña teoría sobre los nombres que llevamos los uruguayos

Por Marciano Durán

Cuando yo era chico los más viejos de mi barrio se llamaban Nepomuceno, Cipriano y Bonifacio.  Los colchoneros, los hojalateros y los afiladores tenían nombres como Casimiro, Nicasio y Epifanio.

En cambio nosotros, los niños de mi cuadra, nos llamábamos Mario, Jorge, Eduardo, Gustavo, Daniel y Juan.

Las abuelas también se llamaban distinto: Clotilde, Josefa y Adela.

Las que curaban el empacho o vendían leche cruda eran Aurora, Ofelia y Amalia.

Las que barrían todo el día la vereda también tenían nombres de vieja: Odilia, Justa y Brígida.  Y a nosotros nos parecía bien.

Nuestras hermanas en cambio se llamaban Mariana, Teresa, Susana y Raquel.

Las primas eran Anas, Sonias , Silvanas y Cristinas.

Eran tiempos en que nuestros mayores leían a Pérez Galdós y le ponían a la hija Marianella (mis suegros leyeron una lata de aceite y le pusieron a mi mujer Mary Carmen.  Te lo juro...  te lo juro por mi mujer.)

Por los 70 empezó a mandar la televisión y con ella comenzaron a cambiar algunas costumbres del paisito.

Con la tele nos enteramos de que las mujeres podían hacer algo más que un buen guiso, por ejemplo que podían ser profesionales.  Las madres -que todo lo saben- descubrieron que sus hijas no llegarían nunca a tener un título con los nombres que les habían puesto. 

Así que apareció la generación de las Beatriz, Ana María, Alicia y Graciela.  Y...  ¡¡zás!!  De una sola maniobra consiguieron hijas escribanas, abogadas y maestras.  Era tan fácil que nadie se había dado cuenta.

Otras mamás se dieron maña para que sus hijas deslumbraran por otros méritos...  así que las llamaron Sandras, Claudias y Patricias.

Yo las conocí a todas...  y todas estaban buenas.

Las Sandras, las Patricias y las Claudias se caracterizaron siempre por estar buenas.

¿Por qué?  ¡Pah!  Patricia fue la Hearts -que era brava- y Patricia apareció en la década del treinta como la cerveza más uruguaya, pero no creo que sea por eso que ha dado gusto ver a una Patricia cuando viene, y más aún cuando se aleja, mérito principal de las Patricias. 

Con las Claudias pasó algo parecido, seguro que fue la mujer de Poncio Pilatos la primera Claudia que nos instó a lavarnos las manos luego de verla. Después la Cardinale, la Lapacó y la Shiffer terminaron de mostrarnos atributos de Claudias que al contrario de las Patricias se acercan mejor de lo que se alejan (si no preguntale a Claudia Fernández). 

De las Sandras más vale no hablar.  Yo calculo que todas las que se llaman Sandras son hijas de las eternas amantes de Sandro.  Y calculo que crecieron viendo a su madre babeándose por el jetón de "Dame Fuego".  Y por eso han de haber salido todas enamoradas.

Algo parecido pasó con los Favios, muchachos complicaditos si los hay... solo porque sus mamás tenían problemas de contención urinaria cuando escuchaban "Queotravez seráááá, queotravez seráááá, tierno amaneceeer, sequenunnnnnca más".

Sí, señor...  los nombres nos han ido marcando a fuego a los uruguayos.  Y en algunos casos determinaron buena parte de nuestra vida.

Si no fijate en los gordos.  Sólo a una madre descuidada se le puede ocurrir ponerle al hijo Ramón, Horacio o Ricardo.  Alguien debió advertirles que con esos nombres iban a engordar antes de cumplir los 50.  Y a las Hildas, las

Delias y las Leonor les pasó lo mismo.  No les pusieron un nombre...  les agregaron 10 talles.

Y nosotros no nos quedamos atrás.

O sea...  no fueron sólo nuestros padres.

Entre el 60 y el 70 -con Cuba primero y con Vietnam después- nos fuimos alejando de los estadounidenses y resolvimos eliminar de nuestras casas a todos los Washington, Walter y Wellington con los que nuestros padres nos habían internacionalizado... y a nuestros hijos les pusimos Maicol, Yonattan y Braian.

¿Mujeres?... lo mismo.  Ellos se habían enamorado de la Hepburn, de la Taylor y de la Temple y castigaron a nuestras hermanas con Catherine, Elizabeth y Shirley.

Nosotros reivindicamos la esencia charrúa y a nuestras hijas las llamamos...    Yennifer, Daiana y Jessica.

¡Y mirá qué cosa increíble!  Hasta políticamente les pusimos la marca para siempre.  Los que se llamaban Fidel o León no tuvieron más remedio que hacerse izquierdistas.  Y como eran inevitablemente izquierdistas llamaron a sus hijos Ernesto, Germán, Líber, Tabaré y Camilo.  ¡Lo contás en Europa y no te creen!

Los que se llamaban Aparicio, Leandro, Bernardo, Juan Andrés, Álvaro, Carlos Julio, Juan Martín y Luis Alberto... sí,, adivinaste: se volvieron blancos. Los César, Julio María y Juan María...  colorados.  Los Jacinto, Patricio, Cirilo y Baltasar se volvieron negros y los Yamandú alcahuetes.  (Perdón, Cardozo, no es por usted).

Hubo sí en este país una década infame.  Algo taró las cabezas de las mujeres embarazadas y de sus esposos.  Allá por los 80, recién salidos de la dictadura, con problemas notorios de razonamiento todos, todos, todos les pusimos a nuestros hijos Federico, Nicolás, Rodrigo, Sebastián y Santiago.

En esos días las maestras decían: "Nicolás, de pié: lea la página 4" y se paraba media clase.  "¡A cabecear, suba a cabecear Federico!" gritaba el director técnico de baby-fútbol y arrancaba una excusión para el área.

Elegimos esos nombres porque eran largos, sonoros y con personalidad.

Hoy les decimos Fede, Nico, Ro, Seba y Santi.

Con las nenas pasó algo parecido, se llamaron todas Carolina, Agustina y Valentina, es decir Caro, Agu y Vale.

Eso sí, extrañamente tres nombres consiguieron atravesar las generaciones: José, Pedro y Carlos.

Todos tenemos un tío, un primo o un sobrino que se llama así.

¡Y fijate qué cosa rara!  En todas las generaciones los Carlos apodados Carlitos se convirtieron en buena gente.  Los que no consiguieron pasar esa barrera quedaron en deuda con la sociedad y seguramente con el carnicero.

Yo desconfío de los Carlos que nunca fueron Carlitos.  Fijate: Carlos Rohm fue, es y será Carlos.  Pero no por ladrón, es por otras razones misteriosas, las mismas que hacen que Juan Carlos Blanco, Carlos Daners, Carlos Reyles, Juan Carlos Paysee o Carlos Vaz Ferreira, (por nombrar a algunos) también se hayan quedado en el Carlos.  Sin embargo Carlitos Roldán, Carlitos De Lima, Carlitos Bueno o Carlitos Páez Vilaró a poco de crecer abandonaron el Carlos.

Yo no le prestaría plata a un Carlos que no sea Carlitos.

Y lo mismo me pasa con los Pedro y los Pedrito.  ¿Has visto algo más bueno que un Pedrito?  Nunca dejaría que mi hermana salga con un Pedro.  Sin embargo un Pedrito...  ¡Qué querés que te diga!  A ver si me explico, Pedro Bordaberry, Pedro Picapiedra y José Pedro Damiani no serán nunca Pedritos. El premio se lo lleva Bordaberry que prefiere ser Pedro antes que ser Bordaberry.

De los José ni te hablo.  ¿Viste algo peor que un José al que no le digan Pepe?  José Peirano, José Rohm, José Nino Gavazzo por ejemplo... ¿Y viste los Pepes?  Mujica en los 60 era José...  ahora es el Pepe.  Y andá anotando: El Pepe Sasía, el Pepe Guerra, el Pepe Urruzmendi, el Pepe Vázquez, el Pepe D'Elía.  ¿El premio? El premio se lo lleva el Pepe Schiaffino, que consiguió ser Pepe llamándose Juan Alberto.

¿Y los María?  ¡Pobres tipos!  La mayoría de los José María hizo un pozo en el fondo de la casa y como si hubiera sido un cadáver enterró el María para siempre.  Sin embargo otros lo lucen con orgullo.  Si a mí me hubieran puesto Culo María, me hacía llamar Culo.  Te lo juro.

En algunos casos les pusimos profesión a los nombres...  así, todos los Conos se convirtieron de deportistas de Florida, los Manuel en bolicheros de Montevideo, los Samuel en tenderos del Chuy.  Los que quisieron tener hijos basquetbolistas les pusieron Ramiro y Oscar, los que querían buena gente los crucificaron con Jesús, Ángel y Belén, los que quisieron relatores de fútbol los llamaron Víctor Hugo, Walter Hugo, Carlos María; Luis Víctor y Julio César.  Los que odiaron a sus crías los llamaron Mamerto, Simeón, Cornelio y Gilberto.  Un aborto hubiera sido más humanitario.

Hasta en el campo cambiamos la pisada y los Zenón, Floro, Aniceto y Aquilino, gauchos machos si los hubo, los cambiamos por ambiguos Gonzalos, Hernán y Franciscos.

A propósito de Francisco, por los 90 en un momento de felicidad, fantasía y fraternidad a los uruguayos les atacó fuertemente la letra efe.  Y nos llenaron de Facundos, Fabricios, Felipes, Florencias y Fabianas.

Pero donde nos exprimimos la cabeza fue en el fútbol.

La selección del 24 (la olímpica) en 18 jugadores tenía seis Pedros, de verdad: Arispe, Casella, Cea, Etchegoyen, Petrone, y Zignone.  La del 28 tuvo otro tanto.  De allí seguramente vinieron los Pedros de los 60 y 70: Rocha, Grafiña, Pedrucci y otros tantos futbolistas.

Siempre fue así, alcanza que le pongan un nombre de futbolista a uno para que haga un buen cambio de frente, le pegue de empeine o se desmarque con facilidad.

Acá las madres volvieron a pegar en el clavo: ¿Tenés la más mínima idea de cómo se llaman hoy los jugadores de fútbol de este país?  ¡Se llaman Diego!

Yo sé que no vas a hacer la prueba de repasar todos los nombres de los jugadores que juegan en la A, la B y el exterior, pero yo que no tengo nada que hacer lo hice. ¡¡La mayoría se llama Diego!!  Claro, tienen entre 18 y 23 años, es decir nacieron en pleno esplendor de Maradona...  y allá fuimos nosotros, que primero quisimos a "m'hijo el doctor" y después a "m'hijo el futbolista" es decir: a "m'hijo el futbolista millonario" porque a ninguno le pusimos Obdulio o Ladislao.  ¡Todos se llaman Diego!  Los marcamos al nacer.

¿ Los demás futbolistas?  Fernando y Pablo.

Fernando...  de más está decir que ha sido el Nando el que marcó el camino.

¿Pablo?... por Bengoechea no me dan los años.  Por Millor...  no me dan las encuestas.  Tal vez sean una mezcla de Forlán y Pablo VI (boniato más papa da justamente este tipo de jugadores más parecidos a un tubérculo que a un volante).

¡Andá a saber!

Lo cierto es que los uruguayos a la hora de ponerle nombres a nuestros hijos hemos sido distintos al resto del mundo.

Te lo digo yo.

Mi nombre no me deja mentir.

Marciano Durán - Humor 2005 - Abril



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