Eliza y Miguel
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25.02.2014 00:40 / Notas de Eliza

Una vida de amor, tambores y sol

Con noventa años de vida plena, dejó este mundo físicamente... porque Carlos Páez Vilaró es de los pocos que no se irán nunca. No solamente nos deja su vasta obra pictórica, literaria y arquitectónica, sino lo más grande de su ser: un ejemplo de amor, respeto y convivencia sin engaños ni hipocresía, con entrega humilde y total. Un inmortal, un grande.

No contaré su biografía... el mundo entero la conoce. Transcribiré un fragmento de uno de sus libros, el que dedicó a ese conventillo donde se instaló desde muy joven para conocer de cerca a sus habitantes, integrarse a ellos y mostrarlos en sus lienzos, enalteciendo sus costumbres y sus vidas:

Fragmento de "MEDIOMUNDO":

«Había una vez, un viejo caserón café con leche, que como buen café que era, estaba acompañado por una medialuna. Golero de la calle Cuareim, su arco nació en un campito de la época y un número, 1080, lo identificabas como a los presos.

Era un poco rosado, un poco azulado en las cicatrices. Era una vieja casa montevideana donde por sus muchas puertas corría el viento más rápido que la botijada y por sus ventanas entraban y salían los pájaros libres a sorprender los tramperos sin caer en ellos.

Era una casa bien diferente a todas, porque tenía cuerpo de pueblo. Colgada en la percha del siglo, abrigaba una familia formada de cien familias, que bajo su calor se fundían en una forma única, más allá de la jurisdicción del apellido.

Tenía dos madreselvas de hierro que a manera de escaleras crecían justito en la mitad del patio y se deshojaban en escalones de chapa a medida que el tiempo subía por ellas, para alcanzar el piso alto, antesala de la luna que Figari tocó tantas veces. O esa medialuna a que me refería al principio, siempre colgada en el cielo del candombe, como una escarapela, para invitar al diálogo. La misma, que cabeceando al braceo del lubolo cuando llega el carnaval, pasa a ser el estandarte jefe y bailotea en lo alto haciéndole cosquillas al balcón. Sólo que ésta es de trapo desflecado y proviene de la constelación del Nyanza, cumpliendo su itinerario en la mano de negros históricos.

En este patio se desarrollaba la vida de la casa. Era un tablado privado en el que todos actuábamos. Una vereda común. Todas las puertas de abajo daban sobre él. Por eso, cuando los vecinos lo barrían o lavaban, aquello se transformaba en la coreografía de un ballet de escobas.

En un tarro de bleque se guardaba la basura. La que no se quemaba, esperaba en la puerta el paso del carro del corralón tirado por las mulas cascabeleras que era tan viejo como la casa. ...»

Y también transcribiré completo su hermoso homenaje al Sol, rito cotidiano desde Casapueblo:

CEREMONIA DEL SOL

«¡Hola Sol…! Otra vez sin anunciarte llegas a visitarnos. Otra vez en tu larga caminata desde el comienzo de la vida.

¡Hola Sol…! Con tu panza cargada de oro hirviendo para repartirlo generoso por villas y caseríos, capillas campesinas, valles, bosques, ríos o pueblitos olvidados.

¡Hola Sol…! Nadie ignora que perteneces a todos, pero que prefieres dar tu calor a los más necesitados, los que precisan de tu luz para iluminar sus casitas de chapa, los que reciben de ti la energía para afrontar el trabajo, los que piden a Dios que nunca les faltes, para enriquecer sus plantíos, y lograr sus cosechas.

Es que vos, Sol, sos el pan dorado de la mesa de los pobres. Desde mis terrazas te veo llegar cada tarde como un aro de fuego rodando a través de los años, puntual, infaltable, animando mi filosofía desde el día que soñé con levantar Casapueblo y puse entre las rocas mi primer ladrillo.

Recuerdo que era un día inflamado de tormenta, el mar había sustituido el azul por un color grisáceo empavonado, en el horizonte un velero escorado afinaba el rumbo para saltear la tempestad, el cielo se llenaba de graznidos de cuervos en huida, la sierra se peinaba con la ventolera alborotando a la comadreja y al conejo.

Pero de golpe como un anuncio sobrenatural, el cielo se perforó y apareciste vos. Eras un Sol nítido y redondo, perfecto y delineado, puesto sobre el escenario de mi iniciación con la fuerza sagrada de un vitreaux de iglesia.

Desde ese instante sentí que Dios habitaba en ti, que en tu fragua derretía la fe y que por medio de tus rayos la transmitía por todos los sitios donde transitabas. Los mismos brazos de oro que al desperezarte iluminan el cielo, al estirarse a los costados entibian las sierras, o apuntando hacia abajo laminan el mar.

¡Hola Sol…! Cómo me gustaría haber compartido tu largo trayecto regalando luz, porque a tu paso acariciaste la vida de mil pueblos, compartiste sus alegrías y tristezas, conociste la guerra y la paz, impulsaste la oración y el trabajo, acompañaste la libertad e hiciste menos dura la oscuridad de los presidios.

A tu paso Sol, se adormecen los lagartos, despiertan los girasoles y los gallos cacarean. Se relamen los gatos vagabundos, los perros guitarrean, y el topo se encandila al salir de la cueva. A tu paso Sol, hay sudor en la frente del obrero y en los cuerpos de las mujeres cobrizas que alcanzan el cántaro de la favela. Con tus latidos conmueves el mar, das música a la siembra, la usina y el mercado. A tu paso corrieron en estampida búfalos y antílopes, desperezó el león, se asombró la jirafa, se deslizó la serpiente y voló la mariposa. A tu paso cantó la calandria, despegó el aguilucho, despertó el murciélago y emigró el albatros.

¡Hola Sol…! Gracias por volver a animar mi vida de artista. Porque hiciste menos sola mi soledad. Es que me he acostumbrado a tu compañía y si no te tengo, te busco por donde quiera que estés. Por eso te reencontré en la Polinesia, cuando te coronaron rey de los archipiélagos de nácar y los arrecifes dentellados de coral, o también en África, cuando dabas impulso a sus revoluciones libertarias y te reflejabas en el espejo de sus escudos tribales para inyectarles coraje.

Te estoy mirando y veo que no has cambiado, que sos el mismo sol que reverenciaron los aztecas, el mismo de mi peregrinaje pintando por América, el que envolvió la Amazonia misteriosa y secreta, el que me alumbró los caminos al Machupichu sagrado del Perú, el de los valles patagónicos o los territorios del sioux o del comanche. El mismo Sol que me llevó a Borneo, Sumatra, Bali, las islas musicales o los quemantes arenales del Sahara.

A diferencia del relámpago que apenas proyecta en la noche latigazos de luz, desde tu reinado planetario, tus destellos continúan activos, permanentes. Alguna vez la travesura de las nubes oculta tu esplendor, pero cuando ello ocurre, sabemos que estás ahí, jugando a las escondidas. Otras veces, en cambio, te vemos sonreír cuando las golondrinas o las gaviotas te usan de papel para escribir las frases de su vuelo.

Gracias Sol, por invadir la intimidad de mi atardecer y zambullirte en mis aguas. Ahora serás la luz de los peces y su secreto universo submarino. También de los fantasmas que habitan en el vientre de los barcos hundidos en trágicos naufragios.

¡Gracias Sol…! Por regalarnos esta ceremonia amarilla. Gracias por dejar mis paredes blancas impregnadas de tu fosforescencia. Entre ventoleras y borrascas, cruzando ciclones y tempestades, lluvias o tornados, pudiste llegar hasta aquí para irte silenciosamente frente a nuestros ojos. Porque tu misión es partir a iluminar otros sitios. Labradores, estibadores, pescadores te esperan en otras regiones donde la noche desaparecerá con tu llegada.

Y como respondiendo a un timbre mágico despertarás las ciudades, irás junto a los niños a la escuela, pondrás en vuelo la felicidad de los pájaros, llamarás a misa.

A tu llegada Sol, se animará el andamio con sus obreros, cantarán los pregoneros en las ferias, la orilla del río se llenará de lavanderas y entrará la alegría por la banderola de los hospitales.

¡Chau Sol…! Cuando en un instante te vayas del todo, morirá la tarde. La nostalgia se apoderará de mí y la oscuridad entrará en Casapueblo. La oscuridad, con su apetito insaciable penetrando por debajo de mis puertas, a través de las ventanas o por cuanta rendija encuentre para filtrarse en mi atelier, abriéndole cancha a las mariposas nocturnas.

¡Chau Sol…! Te quiero mucho…Cuando era niño quería alcanzarte con mi barrilete. Ahora que soy viejo, sólo me resigno a saludarte mientras la tarde bosteza por tu boca de mimbre.

¡Chau Sol…! Gracias por provocarnos una lágrima, al pensar que iluminaste también la vida de nuestros abuelos, de nuestros padres y la de todos los seres queridos que ya no están junto a nosotros, pero que te siguen disfrutando desde otra altura.

¡Adiós Sol…! Mañana te espero otra vez. Casapueblo es tu casa, por eso todos la llaman la casa del Sol. El sol de mi vida de artista. El sol de mi soledad. Es que me siento millonario en soles, que guardo en la alcancía del horizonte.»

Sólo me queda dar las gracias al gran hombre que estuvo entre nosotros, y siempre estará.

Eliza

Blog de Páez Vilaró

Video de YouTube "Ceremonia del Sol"



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