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26.11.2013 18:14 / Voces ajenas

Cultura dañina

Escribe: Pablo Da Silveira García

El País

Curriculum del autor

Todas las personas tenemos formas de pensar que nos identifican y nos permiten diferenciarnos de los demás. Cuando una manera de pensar es compartida, deja de ser un atributo personal y se vuelve cultura. En Uruguay hay una forma de pensar compartida que define toda una actitud hacia la política. Es una manera de pensar que ha ganado influencia en las últimas décadas y que nos hace daño como sociedad.

Aunque en esto no hay exclusividades, esta cultura política se detecta con especial frecuencia entre las personas que se identifican con la izquierda. Muchas de ellas no son muy conscientes de haberla incorporado y hasta reaccionan con rechazo cuando se las enfrenta a una descripción del modo en que piensan. Pero la inercia o el contexto las empujan a razonar una y otra vez de la misma manera. Por eso es bueno intentar describir esa cultura que nos hace peores: para dejar a la vista sus debilidades y mostrar cómo nos influye.

¿Cuáles son los rasgos típicos de esta cultura dañina? El inventario puede ser largo, pero entre los componentes principales están los siguientes.

En primer lugar, esta cultura funciona según la lógica amigo-enemigo. La sociedad está dividida entre aquellos que son intelectualmente lúcidos y moralmente sanos, y aquellos que son intelectualmente despreciables y moralmente corruptos. Dicho en breve, la sociedad tiene una parte sana y una enferma. Nada que venga de la parte enferma merece consideración y todo lo que venga de la parte sana debe ser apoyado. La cosa es entre “ellos” y “nosotros”.

Dado lo anterior, un segundo rasgo es la constante descalificación de quien piensa distinto. Si Fulano dijo algo, lo que menos importa es lo que dijo. Lo crucial es que Fulano es de derecha, blanco, colorado, conservador, neoliberal o lo que se prefiera. Y una vez que lo hemos ubicado en el bando de los malos, quedamos relevados de la tarea de escucharlo. Cualquier cosa que diga tiene que estar mal, por la sola razón de que sale de su boca. No sólo ocurre que los dirigentes identificados con esta cultura descalifican todo el tiempo a sus interlocutores. Además, quienes los siguen viven reclamando motivos para descalificar. Y una vez que se les ha dado uno, respiran con alivio porque ya nadie podrá incomodarlos.

Una tercera característica es la permanente apelación a una causa única que explica los problemas. Dado que la vida social se limita a un choque de los buenos contra los malos, las dificultades que encontramos no pueden tener causas complejas ni mucho menos pueden atribuirse a errores cometidos por los buenos. Todo lo que anda mal se explica en función de una causa externa que hay que combatir. Según las épocas puede tratarse de la explotación capitalista, el imperialismo, el neoliberalismo o la globalización. Pero siempre hay una y está afuera.

Una cuarta característica es el desprecio a las instituciones. Dado que todo se reduce a una lucha entre “ellos” y “nosotros”, no existen reglas de juego separables de los conflictos ni una forma de convivencia que sea de todos. Lo único que hay son intereses y correlaciones de fuerza. Todo lo demás queda reducido a esa lógica. Por ejemplo, si se propone reformar la Constitución, la pregunta importante no es si esa reforma mejorará nuestra vida institucional, sino a qué intereses favorece.

Sobre estas y otras ideas conviene que reflexionemos como sociedad.

Pablo Da Silveira García - El País - Curriculum del autor



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