Eliza y Miguel
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28.08.2013 02:29 / Relatos de Miguel

Para burreros nostálgicos

En marzo de 1946 se inicia en nuestro país una empresa llamada Haras Uruguay S.A., que se dedica específicamente a la crianza de caballos de carrera. Cuenta con dos establecimientos: uno de 300 hectáreas en Florida, paraje Paso Pache, Ruta 5, Km. 68, recostado a la carretera en el límite con Canelones; y el otro de 1.800 hectáreas en San José, paraje Rincón del Pino, tres Kms. al norte de la Ruta 1, Km. 76.

El grupo estaba formado en su mayoría por accionistas argentinos con vastos conocimientos en la materia: José Martínez de Hoz (propietario del haras Chapadmalal, uno de los más importantes en ese tiempo, ubicado en las cercanías de Mar del Plata), Rodolfo Peraca, Pueyrredón y otros.

La dirección técnica y administrativa era responsabilidad del más joven del grupo, el Dr. Aureliano Rodríguez Larreta, de quien debo destacar que hasta el año 2003, siendo el único sobreviviente de una generación de genios turfísticos y con ochenta y nueve años de edad, estuvo dirigiendo el hipódromo de Las Piedras de forma brillante.

Mantener una empresa de esa dimensión implica una aventura y un riesgo en todos los tiempos. Más aún en aquellos años, con la competencia de más de veinte establecimientos del mismo tipo en el Uruguay, como el Haras Atahualpa, el Nacional, el Casupá y otros.

Los propietarios de caballos de carrera de la época, veían esa actividad desde distintos ángulos. Para algunos era un deporte, un pasatiempo. Para otros un negocio, con la ayuda de la suerte. Y también estaban aquéllos, para los que representaba un buen pretexto para estar ausente los fines de semana, evitando los reclamos de sus esposas y la temida visita de la suegra y su comandita... lo que también podía ser considerado un buen negocio.

Es importante señalar que en estas empresas y en los hipódromos trabajaban miles de personas, lo que convertía a todo el sector en una invalorable fuente laboral del Uruguay floreciente de aquel entonces.

Europa aún sangraba. Era común ver llegar barcos al puerto de Montevideo, con su tercera clase cargada de inmigrantes procedentes de España e Italia. Ellos aumentaron la población, dándole impulso al país –sobre todo los italianos, que llegaban a trabajar la tierra– con brazos dispuestos al trabajo en este territorio de campos poco poblados. Y continúo reiterando que el esplendor uruguayo no fue obra de los corruptos políticos de todos los tiempos, sino de la nefasta situación de Europa que incidía indirectamente de forma favorable para estas latitudes... ¡era tanto lo que había, que los “notables” se daban el lujo de repartirlo con nosotros...!

En el año 53 comencé a formar parte del personal del Haras Uruguay. Recibía a los visitantes y posibles compradores de “productos” y también formaba parte del plantel que cultivaba la tierra en plantaciones de avena, alfalfa, maíz y trigo, manejando tractores, cosechadoras, enfardadoras y demás maquinaria agrícola.

Vivía en una enorme casona muy bien construida enclavada en una parte alta del terreno –que a pesar de sus años se conservaba en excelente estado– rodeada de un hermoso parque con arbustos multicolores y césped perfectamente cortado, bordeado por callecitas delineadas expresamente para caminar en el terreno. Desde la casona se divisaban los galpones.

Las instalaciones se habían construido colmando todas las necesidades de la empresa. Dos enormes y modernos galpones albergaban por las noches a más de cien yeguas de la mejor calidad, y en su parte alta estaban bien distribuidas las viviendas de los peones.

Había también dos galpones más chicos, en uno funcionaba la cocina y el comedor del personal y el otro era el de los padrillos, con una completa vivienda incluida para el padrillero –responsable del cuidado del mayor patrimonio de un haras– que convivía con ellos muy cerca de los boxes. Esos campeones son “mimados” con la gran esperanza de que alguno de sus hijos les siga los pasos para convertirse también en ídolo de la afición turfística.

Ahí se encontraban –y esto va para los memoriosos sobrevivientes de aquellos tiempos– Uranio (el último Congreve), Blackamoor, Latero, Enterprise, Hidalgo... por nombrar los más conocidos.

El Haras Uruguay marcó toda una época en la reproducción de caballos de carrera, con nacimientos que permitían la exportación a Europa. Se llevaban a venta cada año más de cien “productos” cotizando los mejores precios.

Se ganaron por diez años consecutivos todas las estadísticas en el hipódromo de Maroñas. Voy a nombrar algunos de aquellos notables “productos” nacidos en Rincón del Pino: Luceiro, Lebrón, Bakelita, Barboleta, Urano, Euforión, Pour Epater, Pampita, Bizancio, Miss Nobel, Cireneo, Bucéfalo, Marela, Mi Tocayo, Kosenkina, Blamble... y muchos otros que en estos momentos no recuerdo, porque estoy escribiendo sin documentación, a pura memoria.

Es bueno que se diga que reinaba un buen nivel de camaradería entre todos los integrantes de la empresa. El Dr. Aureliano –aún siendo accionista, técnico y administrador– no hacía ninguna discriminación con el personal, se conducía como un compañero más sin importarle cuál fuera la categoría de sus empleados. Creo que ese era uno de los pilares del éxito de la empresa porque su actitud se ganaba nuestro sincero respeto y todos teníamos un profundo sentido de nuestras obligaciones y deberes.

En el año 62 dejé aquel bonito y querido lugar donde había permanecido por casi diez años para regresar a Montevideo.

Lamentablemente, por la década del 70, el Haras Uruguay empezó a desintegrarse debido a situaciones económicas de Uruguay y Argentina, y terminó sucumbiendo.

Permanece en mi mente la imagen de un lugar que siempre me pareció hermoso. A un costado del parque salía una calle de más de un kilómetro de largo que llevaba hasta la entrada principal del predio. Estaba cubierta de balasto y bordeada por profundas cunetas laterales que evitaban que las lluvias la estropearan.

Añejos eucaliptus la vestían de ambos lados... tan altos que sus ramas se entrelazaban allá arriba. Recorrer por las noches esa hermosa avenida era como atravesar un túnel.

Si hubiera andado por el mundo y visto todo lo hermoso que pueda haber en él, jamás dejaría de maravillarme ante una noche de luna en Rincón del Pino. Las luces y las sombras que producía el brillo de la luna a través de los árboles eran mucho más cautivantes que las que formaban los rayos del sol... tal vez porque la noche por sí misma tiene un encanto insuperable.

Así perduran en mi mente intactos –tantos años después– los hermosos recuerdos del tiempo vivido en ese lugar. Mientras escribo esta historia recorro con mi mente todo el establecimiento y me veo caminando hacia el pasado, como buscando el milagro de atravesar el tiempo y volver a estar allá, detenido en el mismo esplendor del lugar y de mi juventud. Pero inexorablemente ya pasó, no hay retorno.

Al final del camino miro hacia atrás lo necesario para rescatar los recuerdos, los frutos que ese pasado dejó y que nos acompañan en el tejer de melancolías que es la misión de vivir.

Miguel



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