Frontera Norte (Ruben Abrines)
notas y propuestas políticas de actualidad, relatos

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20.08.2013 19:59 / Relatos

Cerca pero no entreverados.

No diré donde, ni quienes, sólo diré cuando y que fuimos vecinos.

Él, militar, y nosotros militantes clandestinos.

Ellos vivan en una casita al frente.

Nosotros, los nuevos de la cuadra, una pareja esquivando la represión con dos niños, alquilábamos al fondo de otra casa, después de un largo pasillo, un apartamento que tenía una potencial salida, sorteando tablas de construcción y alambres, fácil  de alcanzar en caso de allanamiento, saliendo a la otra manzana al fondo del sanatorio.

Solo diré que la patrulla del ejército estaba con cuatro soldados armados a guerra, las veinticuatros horas del día, todos los días, también, dormían por turnos en el intimidante vehículo.

Custodiaban la casa de un alto oficial militar que ocupaba un importante cargo en el comando general del ejército.

Fuimos atentos vecinos, con su mujer y la mía.

También con  sus suegros y sus niños y los míos.

Sólo que vivíamos cosas diferentes.

A él y su familia los custodiaban hombres armados a guerra, a nosotros nos buscaban día y noche, mas en las noches que a la luz del día.

Los dos teníamos calle por medio, la casa de la palmera muy flaca y muy alta, de donde se habían llevado a un compañero.

En la misma calle, antes del repecho, una fabrica de envases de oxígeno, donde unos meses antes habían hecho destrozos con la represión contra los sindicalistas y militantes, en su mayoría de familias de obreros comunistas.

Parecía rugir esa fábrica día y noche llena de ruidos metálicos y fuertes estruendos.

Un día de agosto un fuerte estruendo y un inmediato apagón de energía eléctrica dejó el barrio a obscuras.

Todos los vehículos militares y policiales se apostaron cercando la fábrica cortando todas las salidas de las dos manzanas.

Las custodias llevaban y traían a todos los miembros de esa familia, todas las veces que fuera necesario, de y hacia cualquier lugar, de día y de noche: almacén, escuela, cuarteles, hacer pagos, llevar paquetes, hasta conseguir querosén cuando escaseaba en los boliches.

Pero entrar a la casa, sin orden, ni siquiera para agarrar el termo de agua caliente que mi vecina les alcanzaba. Sin orden, esa, era otra historia.

Me dijo: la vecina dice si no te animas a mirar la caja de los tapones de la luz, porque ellos son los únicos que no tienen luz en toda cuadra.

Sus ojos se agrandaron con un gesto en la frente interrogándome antes de que diera la respuesta.

-       “Hay muchas gracias vecino, disculpe que lo moleste, mi marido no sabe cuando puede llegar, porque tiene mucho trabajo”

-          No hay problema, déjeme ver que podemos hacer.

-          ¿Tiene escalera vecina?

-          No, no tenemos.

-          No importa… puedo subir a la mesa ¿y ese taburete?

Terminaba de emparchar el último tapón con unos pedacitos de cables, sin darme vuelta sentí el girar de las llaves en la puerta de entrada.

Con la mano izquierda apoyada en el techo para mantener el equilibrio y en la otra el destornillador comencé a bajar con cuidado hasta quedar sobre la mesa.

Pensé que podría clavárselo en el cuello.

-           “A ver vecina, por favor, suba la llave general, vamos a probar si hay luz”.

Y se hizo la luz.

El hombre uniformado, tieso, sin palabras, miró a su mujer y a sus suegros sin entender que estaba sucediendo, sin su consentimiento, dentro de su casa.

Salté de la mesa hacia el suelo al otro lado, donde todavía el militar permanecía como si esperara una nueva orden para moverse del lugar, sin decir palabra.

Me acompaño hasta la calle y antes de despedirme habló con los de la patrulla.

-           “Gracias vecino, cualquier cosa que necesiten a las órdenes”.

Alerta, tenía el destornillador de mango amarillo en la mano y seguía pensando en lo mismo.

Todavía, nunca había estado tan cerca de un oficial militar, sin luz.

Camilo estaba del otro lado de las rejas del portón de entrada del pasillo, trepando, queriendo salir para alcanzarme.

Aprendimos aquello que dice:

Cerca pero no entreverados.



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Vivo en Canelones. Realizo actividades como comunicador en Radios. Escribo, entre cosas, notas y artículos, algunos publicados en la prensa local y nacional. Mi correo: rabrines@adinet.com.uy

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