Frontera Norte (Ruben Abrines)
notas y propuestas políticas de actualidad, relatos

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31.07.2013 07:33 / Memoria, casi poemas

Días imposible de olvidar.

                                         

Me acuerdo, y sabría ubicar, del edificio y su puerta de entrada con los vidrios recién lavados.

Porque nunca llegué, no podría con exactitud, ubicar el piso y la puerta del apartamento.

Tampoco puedo recordar los nombres de  los compañeros que tenían secuestrados, con sus hijitos, las FF.CC, esperando que llegara alguien de la organización clandestina del PCU.

Un puñado de compañeros habíamos pasado los primeros seis años de la resistencia en la clandestinidad.

La dictadura ya estaba empantanada, encharcada en sangre y en el horror de los desaparecidos, asesinados, torturados, presos; y no seríamos  los últimos.

Los emboscados de las FF.CC estaban en varios pisos, adentro del edificio, en algunos departamentos.

Supe, cuando me sacaron entre varios del edificio, por el revuelo que armaron, de otros que estaban afuera, entre ellos una joven mujer.

Nunca llegue al apartamento. Nunca más vi a los compañeros.

Entre ellos y yo, lo más cercano era la ventana y un hombre que la custodiaba.

Creí ver mi última posibilidad de escapar, me lancé en carrera, ciego, para llegar a los vidrios de la ventana.

Caímos los dos enredados contra el piso, en un rincón. Antes de que pudiera levantarme otros estaban sobre los dos golpeando a ciegas.

Ahí acabó mi último intento de resistir para  salvar mi libertad.

En el fondo del piso del auto, arrollado boca abajo, encapuchado, esposado de pies y manos, sobre mi cabeza y espalda apretaban sus botas, hasta llegar al Fusna.

Uno de los que iba en el asiento de adelante habló todo el viaje, por la radio, en clave, pidiendo órdenes.

El olor de los perfumes y desodorantes del auto me hicieron vomitar adentro del trapo, con olor aceite de motor, que me pusieron de capucha.

Había perdido un zapato, la remera desgarrada desde el cuello hasta la cintura, me dolían los riñones, me ardía la frente y me zumbaban los oídos. En el viaje un milico me sacó el reloj.

El ruido del auto corriendo sobre el empedrado no me dejaba dudas de que estábamos entrando al puerto de Montevideo.

Me entregaron a alguien que esperaba, y entre dos me hicieron girar sobre mi eje, hacia un lado y hacia otro, y, rápidamente, perdí toda noción de a donde me llevaban.

Me ataron a una argolla empotrada a la pared. Ahí quedé hasta vinieron a buscarme para interrogarme.

Muchas veces me interrogaron, muchas veces me preguntaron lo mismo y muchas veces contesté lo mismo.

...el olor de un nuevo perfume me dejo que era otro el que me iba a interrogar.

El del nuevo perfume no usaba alpargatas como lo otros, que me sujetaban, a mi espalda, y llevaban y traían desde la celda 13. Siempre creí que estaba debajo de la línea de flotación de los barcos anclados en muelle.

Se arrimó por la espalda. Sentí su mano apoyada en mi hombro derecho. El del nuevo perfume parecía ser el jefe en ese momento. No venia solo, se vino con un colaborador conocido.

Me levantó la capucha y dijo:

Mírame nomás.

Después me enteré, era un tal Tróccoli. (Fugado de la justicia, con residencia en Italia).

Más de veinticuatro horas después de haber sido secuestrado no sabían cual era mi nombre verdadero, ni que responsabilidad ocupaba en la organización clandestina.

El colaborador les recomendó que fuera tratado como General. 5 estrellas.

Nada iba ha cambiar y tuve mi primera paliza de agua, con el chorro de la manguera de incendio de la Marina.

 

Ahí perdí mi otro zapato y el calzoncillo, para siempre..



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Sobre mí
Vivo en Canelones. Realizo actividades como comunicador en Radios. Escribo, entre cosas, notas y artículos, algunos publicados en la prensa local y nacional. Mi correo: rabrines@adinet.com.uy

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