¿ Libertad de expresión ?
Anna Donner Rybak. Compañeros; hasta la victoria.

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12.11.2012 15:34 / Un hombre llamado Nerón

Un hombre llamado Nerón III

III

El hombrecito insignificante, mínimo, insustancial, ínfimo, entra al Ayuntamiento a cumplir, como todos los días, desde que ingresó en el Ayuntamiento de Degollado,  con sus deberes de funcionario estatal.

Nerón García cuelga su saco gris de una percha de madera que le regaló la tía-abuela Edmunda el día que ingresó  en el Ayuntamiento de Degollado y luego cuelga la percha con el saco gris colgado del mueble destinado a cargar con todos los sacos, los abrigos, los sombreros  y las bufandas de todo el funcionariado del ayuntamiento, a excepción del Señor Alcalde y otros servidores públicos con mayor abolengo estatal.

Con el saco gris colgado y no ahorcado, como aquel fatal día, cuya víspera había sido el feriado posterior al feriado del Día de Peregrinación a la Tortuga, día en que Nerón García casi muere incendiado en su bañera, día en que Nerón García cayó en desgracia a lo largo y ancho de todo Degollado y sufrió el más humillante de los tormentos que le puede suceder a un hombre puesto que todas las señoritas en edad de merecer de Degollado lo habían visto con sus partes pudientes al sol satisfaciendo la urgente necesidad de evacuar que su aparato digestivo le demandaba, al pie del plátano de su vecino y pintado absolutamente de negro.

Aquel día Nerón García se había levantado a las cuatro de la mañana. Después de haberse cepillado los dientes, y mientras observaba si le habían quedado bien blancos, más o menos blancos o menos más blancos fue que tuvo una fulminante revelación.

Trémulo, abrió el cajón de la mesa de noche y se quedó por espacio de trece segundos mirando fijo aquella infame llave de hierro. Como poseído por el mismísimo demonio, Nerón García tocó aquel maléfico instrumento por primera vez en años, lustros, décadas. Y por primera vez en su vida, Nerón García tomó una decisión. Agarró la llave con furia y se paró frente a frente a aquel armario, cuyo interior no veía la luz desde el trágico día del plantón en la iglesia de Degollado. Imbuido de valor, Nerón García introdujo la llave de hierro en la cerradura y la giró abriendo así la puerta de una buena vez. ¡Allí descansaba el desgraciado!

Aquel desgraciado que quedó semi-estrenado. Aquel desgraciado que quedó semi-enterrado en un armario. Aquel desgraciado que le trajo la mala suerte y desgracia a Nerón García.

Aquel desgraciado conjunto de levita negra con añadidos de seda de cola abierta con dos filas blancas de botones, con un infame pañuelo amarillento de seda que alguna vez supo ser blanco que descansaba en su bolsillo, con un pantalón negro sin pinzas  con galones, con un chaleco de piqué marfil y con una camisa también amarillenta que alguna vez supo ser blanca.

Pleno de coraje Nerón García lentamente se fue vistiendo con  la camisa amarillenta, el pantalón negro con galones, el chaleco de piqué marfil y la levita negra.  Se miró en el espejo del baño y se puso gomina.

A la hora de aquel fatídico día en que Nerón García llegó a las puertas del ayuntamiento, el portero del Ayuntamiento de Degollado dormitaba beodo en la silla de la portería del ayuntamiento.

Sigilosamente, alcanzando la línea de su cuerpo que buscaba la perfección que le habría permitido encontrar el eje  perfecto; en puntas de pie, con tan sólo el dedo gordo apoyado en el piso de baldosas de la entrada del ayuntamiento, Nerón García dirigió sus pasos hacia el salón destinado al trabajo esclavo.

Cerciorándose Nerón García una y mil veces que  no había ni una hormiga, ni un mosquito, ni una mosca, ni una cucaracha, ni una araña ni ser viviente alguno, se detuvo exactamente frente al perchero y se quitó el cinturón del pantalón negro sin pinzas con galones y acarició el preciado objeto con adoración.

El portero del Ayuntamiento de Degollado se había tomado hasta el agua de los floreros el feriado del Día de Peregrinación a la Tortuga y el feriado después del feriado del Día de Peregrinación a la Tortuga. Tenía aferrada en su mano derecha una botella de plástico de Coca-Cola que tenía un resto de vino suelto, y tenía aferrado en su mano izquierda un papel amarillento titulado “No os embriaguéis de vino”,  que  decía “Y manifiestas son las obras de la carne como la fornicación, las herejías, las envidias, los homicidios, las borracheras y los banquetes de las cuales os denuncio, y como ya os he anunciado, que los que hacen tales cosas no heredarán el reino de Dios.”

Un extraño zumbido despertó al portero del Ayuntamiento de Degollado. El señor Nepomuceno Luz, aún ganso, aún bobo, aún confundido, lerdo, aún azorado y semidormido, de golpe abrió los ojos.

Aunque no podía hacer ni el “4”, Nepomuceno Luz se levantó de su silla y en menos de lo que canta un gallo golpeó a la puerta del salón destinado al trabajo esclavo. Y golpeó y golpeó pero nadie respondió.

Fue entonces que Nepomuceno Luz abrió la puerta del salón destinado al trabajo esclavo y quedó con los ojos como el dos de oro; estupefacto: Nerón García se había colgado con su cinturón al perchero vestido de novio.

Pero sorprendentemente Nepomuceno Luz tuvo su instante de iluminación.

Como Nerón García aún no estaba degollado, velozmente desabrochó el cinturón del occiso y el hombrecito cayó al piso.

Cuando Nepomuceno Luz tocó a Nerón García avizoró que aún tenía pulso. Ni corto ni perezoso le hizo respiración boca a boca y así fue que Nerón García reingresó en el reino de los vivos.

El hombrecito insignificante, mínimo, insustancial, ínfimo, entra al Ayuntamiento a cumplir, como todos los días, desde que ingresó en el Ayuntamiento de Degollado,  con sus deberes de funcionario estatal.

Nerón García cuelga su saco gris de la percha de madera que le regaló la tía-abuela Edmunda el día que ingresó  en el Ayuntamiento de Degollado y luego cuelga la percha con el saco gris colgado del mueble destinado a cargar con todos los sacos, los abrigos, los sombreros  y las bufandas de todo el funcionariado del ayuntamiento, a excepción del Señor Alcalde y otros servidores públicos con mayor abolengo estatal.

Anna Donner Rybak ©2012



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Sobre mí
Anna Donner Rybak nace en Montevideo el 21 de setiembre de 1966.Desde 1989 hasta 1996 es docente en UTU de Programación de Sistemas y de Lógica.En 1993 se recibe de Analista de Sistemas.Escribe desde 2000, diversos géneros: Cuentos históricos, cuentos de humor, Columnas de actualidad, Ensayos, Poesía y fantástico.

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