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03.08.2012 13:02 / Opinión

(Des)afinidades ideológicas

Resulta mínimamente paradójico, que la divisa que nos recibió en la vida política hace ya 176 años siga teniendo una vigencia literal.

“Defensores de las leyes”. Nacimos aquel 1836, y en este 2012 permanecemos incaludicables bajo esa consigna.

Que lo político esté por encima de lo jurídico no es digno de nuestro sistema político. Es la confesión clara e inequívoca que comenzamos a caminar al ritmo del “bombo”, o en el caso, al ritmo del redoblante del Comandante Hugo Chávez.

El gobierno decidió, per se, abandonar la prudencia que nos caracterizó históricamente como Nación y nos reafirmó en nuestra orientalidad.

Esa noble actitud que permitió que un pequeño país como el nuestro sea un referente regional y mundial en lo legal y lo político.

Aquella independencia de denunciar los atropellos de los grandes contra los chicos, la independencia para defender la sagrada autodeterminación de los pueblos y la no intervención, se ve mancillada al transformarnos tristemente en el furgón de cola del bi-motor Chávez – Cristina Fernández de Kirchner.

Defensores de las leyes fuimos y defensores seremos.

América Latina nació para estar fraternalmente unida, pero jamás fuimos monocromáticos, siempre hemos sido un crisol de colores. Menos podemos intentar imponer un pensamiento único y muchísimo menos si ese pensamiento o esa idea es rechazada o simplemente no compartida por la mayoría de nosotros.

En el Mercosur hubo un golpe de Estado, de los propios presidentes contra la institucionalidad.

Se configuró una Triple Alianza 2.0, donde Paraguay volvió a ser “tutoreado” por los grandes de la región –y nosotros-. Ingresó con este hecho un nuevo estilo de relaciones internacionales.

¿Los uruguayos queremos este estilo de relacionamiento con el mundo? No.

¿Nos sirve? No. No es ni por principio ni por conveniencia el estilo que necesitamos.

Ni el Canciller Almagro, ni el vicepresidente Astori, ni el Instituto de Derecho Internacional Público de la UDELAR, ni los partidos de la oposición, ni la mayoría de los simpatizantes de izquierda están de acuerdo con el atropello legal y jurídico de Mujica, Rousseff, Cristina Fernández De Kirchner y Chávez. ¿Por qué lo hacemos? ¿Qué les debemos? ¿Fuimos lo suficientemente independientes para subirnos a este convoy altanero? ¿O es la reciprocidad a tantos favores de índole económica que el gobernante bolivariano nos brindó tan “generosamente”? ¿Cuál es el motivo que lleva embretar al Canciller de esa forma?

Recordemos que un par de días antes de la Cumbre de Mendoza, el Canciller nos aseguró personalmente que no se utilizaría la suspensión de Paraguay para “forzar” el ingreso de Venezuela.

¿Son tan importantes esos petrodólares, como para darles la espalda a sus compatriotas? No solo a la oposición.

Porque acá se está embarcando, también, a los propios dirigentes frenteamplistas en este contorsionismo jurídico.

Tal vez en las charlas de Chávez con Bolívar se encuentra revelado algún propósito que el común de los mortales no accedemos. Porque estoy seguro que lo de la “afinidad ideológica” no corre más.

¡Espero que hayamos aprendimos de los puentes, de La Haya, de las licencias de importación, del dragado!

Somos hermanos del PUEBLO argentino, no de su gobierno.

Somos hermanos del PUEBLO venezolano, no de su gobierno. Los países tienen intereses, no amistades ni afinidades.

Y cómo decía el Prócer, es la seguridad del Contrato la que nos cubre de la “veleidosa voluntad de los hombres”…es la ley, el derecho el que nos escuda de los atropellos…no seamos nosotros quienes perforemos ese escudo.

 

Jorge Larrañaga


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El autor
Soy Jorge Larrañaga, senador perteneciente a Alianza Nacional (Partido Nacional).

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