Frontera Norte (Ruben Abrines)
notas y propuestas políticas de actualidad, relatos

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12.07.2012 19:36 / Mis artículos

"No soy Perfecto"

 

“No soy perfecto”.

Así me lo dijo muchas veces mi padre.

No soy el mejor.

Soy el mayor.

Soy quien mejor puede hablar de la vida de mis padres.

Los recuerdos y las fantasías de un niño de familia proletaria son esquivos si se trata de tiempos mejores.

Un día de otoño llegamos todos a Los Boulevares.

Se podía llegar en un viejo tranvía que había sido un vagón de ferrocarril, o en el mítico 127, un ómnibus que seguía por la Ruta 1 hasta el puente de la Barra Santa Lucía.

Cansados y aburridos de disfrutar aquella travesía desde el Cerrito de la Victoria.

Era nada. Campo y flechillas muy doradas, y calles trazadas con piedra de canto rodado.

Mi hermana de pocos meses, por suerte, dormía con mi nuevo hermanito, en la falda de quien a partir de ahí sería su madre, y de todos nosotros. Mi  madre.

Algunos de mis hermanos están muertos.

Otros se perdieron en esa carrera de posta y laberintos de la vida, hasta no saber a ciencia cierta si aun alguno sigue viviendo.

No evoco. Simplemente  repaso lo ínfimo de muchos recuerdos y fantasías, de mis padres y mis hermanos, y ese lugar donde aprendimos las primeras peripecias de ser felices, sin casi nada. Nada más que lo que nos trajo al mundo.

Y nos hicimos, en prole, hijos de trabajadores, solidarios, crédulos y tenaces ante la adversidad. A la escases le conocimos el rostro agrio desde muy chicos.

No fuimos los únicos ni los primeros, después conocimos las cosas peores  de los hombres, la mezquindad  y también sus ratos de grandeza.

Crecimos correteando detrás de los perros, jugando a cuidar gallinas con pollitos, molestando chanchos, jugando al borde del pozo de agua, a escondernos  entre los pastizales, a jugar con juguetes caseros ,hechos por mis padres, de fácil delación que no eran de los reyes magos.

Entre aromas de árboles, con el sol de frente y los olores: olor a aserrín y desechos de aserraderos, quemadas en braseros y horno de barro; nos fuimos criando entre hermanos y hermanastros. Crecimos con luz de farol y candil, sin luz eléctrica, con agua de pozo, sin vecinos cercanos  y con un monte de eucaliptus como horizonte, que escondía una gran quinta de verduras y frutales, lo más parecido a la magia de un vergel.

Hoy mi padre y mi madre alcanzaron los 90 años.

Hablar y escribir de gente sencilla, de trabajo, de gente simple, no es cuestión de escritores ni de esta época tonta e insulsa, profundamente individualista, egoísta y zonza.

No pretendo hacer biografías de mi familia y menos de mis padres,  personas comunes, aunque hayan protagonizados hechos y cosas fuera de lo común.

Juntaron sus vidas de matrimonios separados y llegaron, con apenas veinte años, a poblar junto a cuatro o cinco primeros vecinos, ese lugar lejano casi inhóspito, aun hoy  lejos de todo.

Mi padre y su compañera con sus hijos, una de mis hermanas de pocos meses.

 Nada seria igual para ellos, tampoco para nosotros.

 Con 90 años y  70 de compartir las  acechanzas de la vida en común, continúan juntos.  Sin una queja, sin reclamos, pendientes el uno del otro, ofreciéndonos  el penúltimo legado, ”de que se trata la vida”: compañerismo y solidaridad hasta el ultimo aliento, sin atajos, sin dar ni pedir tregua a las adversidades.

Ayer,  decía mi padre, dentro de sus olvidos por ese terco accidente vascular que lo mantiene a raya: “yo viví la vida”. Y cuando lo hace no se refiere a sus  90 años, habla de lo que fue partícipe.  Creador de una familia, fundador y creador de innumerables amistades en sus trabajos por los aserraderos y carpinterías, constructor de ranchos de terrón y de casillas como las de Jacinto Vera, lugar en el que nació, de madera y lata por fuera,  en su nueva  comunidad.

 “Yo viví la vida”

 Jugué al futbol.

Y no jugué más porque no me dieron el pase para Peñarol.

Fundó, con otros pocos vecinos, todas las organizaciones deportivas, sociales y políticas en su barrio.

La Comisión Vecinal, varios clubes de fútbol, organizó con sus vecinos la lucha contra la invasión de la langosta, restaurador de barriles y pipas de vino para los bodegueros gringos de Camino El Jefe, reparó cajones de frutas y verduras para los quinteros del Camino La Redención, ayudó a quinchar con el viejo Izquierdo, y siguió al pie de la letra las indicaciones de Don Gamboa de como tratar la tierra de su terreno, recién arada. Con el italiano aprendió a buscar agua con una vara de mimbre e hizo su pozo de agua, de once metros, solo con su mujer.

Y cuando todo estaba encaminado  alguien le dijo que había construido su casilla dos terrenos más arriba.

Tampoco se desanimó.

Esa es otra historia que vale la pena contar aparte.

Hicieron las columnas y los pozos para el tendido de la luz eléctrica, porque UTE  en esa época, no lo hacia para unos pocos vecinos en ese lugar perdido del oeste de Montevideo.

La paciencia y la tenacidad de esperar  mas de cincuenta años para ver cumplida la promesa de muchos intendentes,  para que las calles tuvieran los nombre que ellos habían elegido en asamblea de vecinos, entre otros nombres que recuerdo: Zanja Reyuna, Reglamento de tierras y todo el ideario Artiguista.

Antes debieron pasar por la indiferencia y la dictadura cívico militar.

Después, con el tiempo y el gobierno del Frente Amplio  vino el asfaltado de las calles, línea de ómnibus, agua de OSE, Policlínica de Salud Publica, Feria vecinal, como antes, en  pelea a brazo partido por Expendio de leche y carne con las tarjetas de pobre de tres categorías y mas adelante el puesto de Subsistencia .

 “Yo viví la vida”. Recuerda, y sonríe buscando mi complicidad, su participación, con sus compañeros y vecinos de los que nunca se olvida, en la lucha contra la dictadura por la recuperación de la democracia.

Es su relato, donde apela a la seriedad, y la sigue contando a los que vienen a visitarlo, habla de sus  vecinos, amigos y camaradas perseguidos, presos  o los que marcharon al  exilio.

De sus andanzas de organizador en esa época por las fábricas, talleres y quintas, que recita sin olvidar las mas pequeñas, fue tenaz  y meticuloso  organizador dela  lucha, la resistencia y la solidaridad de las organizaciones  sindicales.

No existía lugar donde no fuera conocido; desde el Paso de la Arena, barrio Llamas, El Aperiá, Nuevo París, las viviendas de Simón Martínez. Carpinterías, aceiteras, curtiembres, aserraderos, barracas, panaderías, herrerías, comercios, chacras, paperos, lecheros de San José.

Y los largos años de  idas y venidas al Penal de Libertad. La visita y la información política a los familiares de presos y la recolección de víveres permitidos para hacer “la bolsa”, entre los familiares de los presos políticos.

Sus inefables recuerdos y largas charlas con el cura de la parroquia pegada al clausurado local  del PCU del barrio  los Boulevares.

 Él y el cura contaron, siempre a su modo, el “hacer de la vida algo más que una queja” o un reproche al sistema.

Y se pusieron de acuerdo, en plena represión dictatorial,  convencidos  de que debían “hacer algo mas”. Como decía, Paco Espínola: “por los hombres hay que hacer algo mas que amarlos”. Y lo hicieron durante años. No creo que Dios ni Marx los condenen.

De esa  conjunción patriótica, libertaria y revolucionaria, solo una anécdota: hoy, aun muchas  vecinas beatas, y no, sueltan una sonrisa y agradecen a aquellos dos hombres  tan comunes y tan indisolublemente pegados al pobrerío de su barrio.

“Yo viví la vida” y cuenta con modestia y orgullo, “a los golpistas fascistas nunca les di un día de tregua y viví para verlos caer”

Exhibe como si fuera un blasón de gente de otra clase, que en su casa estuvieron los mejores revolucionarios. En primer lugar siempre cita a Julia Arévalo, la cual disputan con mi madre quien fue que la invitó a organizar la agrupación de mujeres comunistas  de los Boulevares.

Los siguen Arismendi, Enrique Rodríguez, Doña María, su vecina de enfrente, la más antigua afiliada al Partido. Jaime Pérez, y entre otros, que se le pierden en la memoria,  un recuerdo cariñoso para el negro Pedroza del Sunca,  los rezongos al Gordo Cabrera “Jesús”, la visita de Tabaré y de Arana intendentes, quienes atendieron sus añejos reclamos que llevaban décadas encajonados, desde  la visita de Don Luis Batlle Berres.

 Una vez le hizo una changa y de ahí para siempre dijo “un tipo macanudo este presidente y vecino del chalet del Camino de las tropas”.

“Yo viví la vida”

Domingo y misa de once.

Capilla de techo de cinc, cualquiera sabe que algún día, si dios no provee, se llueve.

El ruido agudo de la uña afirmada en el martillo de mi padre, levantado la primera  chapa agujerada, tapó la voces del coro de rezos con un chirrido mas propio de satán que de la casa de Dios.

Fiel y calmo, como corresponde a un cura de barrio pobre en época de dictadura y con la seguridad de que estaban en el camino correcto, tranquilizó a todos con naturalidad, diciendo: “hermanas,  hermanos, no es Dios, es el hermano Bibí arreglando el techo de nuestra pobre y querida parroquia”.

No es perfecto,  pero es el mejor de nosotros.

 



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Vivo en Canelones. Realizo actividades como comunicador en Radios. Escribo, entre cosas, notas y artículos, algunos publicados en la prensa local y nacional. Mi correo: rabrines@adinet.com.uy

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