Volviste con una flor azul

en tus blancas manos

y un ¡te quiero!

en tus rojos labios...

Y la distancia aquietó tus ansias

ávidas de aventuras falsas.

Mientras se concretaba mi ausencia

del entorno de tu vida pálida

se alimentaba tu esencia

de los recuerdos de tu antigua calma.

Regresaste más tierna,

mas dulce y mas humana

y obtuviste de mí

-oh inspiración sabia-

como bienvenida, mil palabras,

que, como caricia por ti deseada

te hicieron otra vez mía,

desde tus solitarias noches

a mis desoladas albas...

Cuando murmuro mi letanía

rogando tu compañía,

tu ausencia y mi muerte lenta

serán sólo recuerdos

de la locura tuya y mía...

¡Qué benditos los versos nuestros

que nos ayudan a seguir riendo!

¡Qué divinos los sentires tiernos,

que trocan los repulsivos adioses

en bienvenidos reencuentros!

SILDAGO