eclipse total de inteligencia
Blog de literatura de cajón

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11.09.2010 14:06 / de mate y bodguaiser

puerto viejo...

 

 

 

Visitaba el trago amargo que ya no se disfruta. Eran muchas las canciones que volaban en el aire atraídas desde afuera por la luz. Una sorpresiva alegría desfilaba por las calles y la batuta la llevaba una niña hermosa, la más hermosa niña. Sueltos los perros de la noche, olfateaban a la multitud esperando el juicio, atrayendo la atención de los que han llevado la alegría ya muy lejos. Pero en aquel corzo parecía no haber fronteras, en aquel corzo me encontraba yo. Las luces intermitentes, como el humor de los paseantes, florecían en destellos claros, absorbiendo la noche tibia, dejándonos respirar. Pero aquel era un corzo raro por que no era febrero, por que de repente los tambores se encendieron y empezaron a llamar a un dios sin cueros, por que los que aguantaban el repique eran transparentes.

Una noche en tregua. Un domingo cualquiera. Salí tras la batucada temiendo que el sol la despidiera. Cruzando las esquinas de la ciudadela nadie parecía verla, solo los sonámbulos se asomaban en los balcones. Como si entre sueños la escucharan perderse en las veredas de baldosas sueltas, salpicando el agua del tiempo perdido. Apreté el paso entonces, ya que en todo aquello había algo que de otro sueño parecía, aquella niña dirigiendo la embestida, aquel dulce rostro dirigiendo la llamada, muerta en vida. Pero cuando alcancé el principio de aquel frenético desfile no la vi por ningún lado. Quise salir del camino para buscarla desde fuera, pero las manos de los tamborileros estaban ya por todas partes sosteniendo mis brazos y piernas, tuve que seguir hasta que las lonjas parecieron explotar y después se detuvieron.

El viento fresco de la rambla desarmó al candombe y se llevo la llamada al cielo. Yo sentía que las piernas me fallaban y busque en un murito oscuro descanso para mi cuerpo exhausto. El amanecer despertó con el canto de gaviotas y todo pareció terminar, sin embargo, en los oídos sentía un persistente zumbido, una resaca para la que no estaba preparado. Me puse de pie y comencé mi camino a casa. Caminé pensando en lo que había pasado, tratando de discernir entre la dolorosa realidad y aquella dulce mentira cuando en la parada del 169 vi lo que por la noche busqué, la bella niña sentada sola mientras la mañana era joven. Me acerqué y me senté no muy cerca de ella. Esperé a que la niña hablara primero pero ella parecía no hacer caso a mi presencia. Entonces quise hablar pero las palabras no emitieron sonido alguno. La niña finalmente volteó y me miró tristemente diciendo:

 

“Has cerrado un trato injusto y las lonjas te han quitado el cuerpo.”

 

 

R.B.

 



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Lo no dicho es lo que no se ve, estos, Estos somos nosotros, una hecatae masculina, una deidad triple, pagana y blasfema, tres tristes humanos olvidados cuando no mal recordados, apasionados lectores de autores inexistentes en una biblioteca que NO está en la vigilia, respetos oneiromantes

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