acerca de patrimonios varios
algunas reflexiones sobre nuestros "lugares de la memoria"

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23.08.2008 15:11 / CARTAS, PONENCIAS Y OTRAS INTERVENCIONES

SEMINARIO INTERNACIONAL: PATRIMONIO Y SUSTENTABILIDAD (II)

II) El patrimonio como factor de desarrollo (que se supone “sustentable”)

           Desde el final de la guerra de Corea a la crisis del petróleo de 1973, los países industrializados vivieron dos décadas de crecimiento excepcional. “Crecimiento” fue palabra clave -en tiempos que fueron también de “guerra fría”-, y tuvo como uno de sus motores el turismo de masas, consecuencia a su vez de las condiciones de vida que esos “años gloriosos” iban gestando. En ese contexto, no era de extrañar que el patrimonio monumental pasara a engrosar la oferta turística como uno de sus recursos principales (ya los viajeros del “Grand Tour” tenían la “Descripción de Grecia” de Pausanias como guía de referencia, y en la segunda mitad del 800, los emprendimientos pioneros de Thomas Cook eran indisociables de las”guías rojas”, donde los monumentos - graficados y sumariamente historiados- pautaban el recorrido de los viajeros).

            Salvado el interregno de las guerras, en la década de los 60 se sucedieron varias instancias de promoción de ese vínculo, siendo en ese sentido particularmente significativa la Conferencia de Naciones Unidas sobre Viajes Internacionales y Turismo (Roma, 1963), donde se recomendó dar una alta prioridad dentro de los planes nacionales a las inversiones asignadas al sector, haciendo resaltar que "desde el punto de vista turístico, el patrimonio cultural, histórico y natural de las naciones, constituye un valor sustancialmente importante" por lo que urgía "la adopción de adecuadas medidas dirigidas a asegurar la conservación y protección de ese patrimonio".

            Esta mención está contenida en el texto de las Normas de Quito de 1967  (punto VII: “Los monumentos en función del turismo”), donde el desarrollismo promovido, ya por la CEPAL, ya por la “Alianza para el Progreso”, encontraban una muy precisa expresión en el plano del patrimonio cultural y su vínculo con el turismo. Vale citar al respecto: “... Partimos del supuesto de que los monumentos de interés arqueológico, histórico y artístico constituyen también recursos económicos al igual que las riquezas naturales del país. Consecuentemente, las medidas conducentes a su preservación y adecuada utilización no ya sólo guardan relación con los planes de desarrollo, sino que forman o deben formar parte de los mismos  (...) siendo la razón fundamental de la Reunión de Punta del Este el común propósito de dar un nuevo impulso al desarrollo del Continente, se está aceptando implícitamente que esos bienes del patrimonio cultural representan un valor económico y son susceptibles de erigirse en instrumentos del progreso (...) En suma, se trata de movilizar los esfuerzos nacionales en el sentido de procurar el mejor aprovechamiento de los recursos monumentales de que se disponga, como medio indirecto de favorecer el desarrollo económico del país”. 

           El voluntarismo optimista de la época daba por buena una espontánea convergencia de intereses y una ampliación democrática del goce de los bienes culturales. Así se dice: “...Que los intereses propiamente culturales y los de índole turística se conjugan en cuanto concierne a la debida preservación y utilización del patrimonio monumental y artístico de los pueblos de América (...) se trata de incorporar a un potencial económico, un valor actual; de poner en productividad una riqueza inexplotada mediante un proceso de revalorización que lejos de mermar su significación puramente histórica o artística, la acrecienta, pasándola del dominio exclusivo de minorías eruditas al conocimiento y disfrute de mayorías populares”.

Recorte de ilusiones en tiempos de cambio 

           La realidad, cabalgando además entre dos épocas, se encargaría de moderar esas expectativas. En el último cuarto del siglo, el “desarrollo”, que se veía como un proceso ilimitado, pasa a estar condicionado por un adjetivo -“sustentable”- que a partir de entonces ya no le abandonaría (quien pensaría en hacerlo a medida que la finitud de los recursos materiales no renovables y la afectación del medio ambiente se convertían en datos de la realidad cotidiana).

            Lo patrimonial, ya vimos, se expandía y transformaba, modificando tanto la extensión como el contenido del concepto. Sólo el turismo mantenía su perfil. Y tanto y tan bien lo hacía, que según las previsiones de su organización mundial, para el año 2020, 1.600 millones de viajeros -provenientes en su mayor parte de China- con un gasto de más de 2 billones de dólares, convertirán el rubro en la principal actividad económica del mundo (precio del petróleo mediante...).

           A todo esto, ya la experiencia mostraba que turismo y patrimonio podían entrar en colisión (valga la cueva clónica de Altamira como ejemplo del problema y de las soluciones ensayadas), o mantener una apariencia  saludable tras acordar un maridaje de conveniencias (a cada uno lo suyo, aun  cuando para mantener el status hubiera que maquillarse a gusto de la demanda...). En tanto el número de viajeros no dejaba de crecer, aunque involucrando apenas a un 5% de la población mundial. Ya no estábamos en los tiempos de la minorías  eruditas del Grand Tour, pero lejos todavía del conocimiento y disfrute de mayorías populares.

            De esas variaciones y asimetrías resultarían consecuencias bastante distantes de las previstas en los años 60, dando lugar a reflexiones y propuestas tendientes a reconstruir un equilibrio perdido (en realidad imaginado, pero nunca concretado). Tal el caso de la Declaración de Budapest, adoptada en ocasión de la XXVIª sesión del Comité del Patrimonio Mundial en junio de 2002, donde se dice: “...A fin de responder a los crecientes desafíos que enfrenta el patrimonio que compartimos, nos hemos propuesto (...) Promover que se asegure un equilibrio adecuado y equitativo entre conservación, sustentabilidad y desarrollo, a fin de que los bienes del Patrimonio Mundial, puedan ser protegidos a través de actividades adecuadas que contribuyan al desarrollo económico y social y a la calidad de vida de nuestras comunidades...”. ¿Empezamos a pisar ahora un terreno más sólido? 

Corrigiendo el rumbo, con resultados todavía problemáticos 

            La posibilidad de lograr “un equilibrio adecuado y equitativo” volverá a ser otra expresión de voluntarismo -como en los 60- en tanto lo patrimonial sea considerado no como parte específica del capital social de la comunidad, sino como un recurso manejable en los términos corrientes de una política de desarrollo -ahora preceptivamente “sustentable”-, y en particular, como insumo privilegiado de la industria turística.

            Convendría, creo, situar la cuestión sobre bases más firmes, poniendo en el centro de las alianzas la cuestión patrimonial, de modo que la integridad de su territorio no se vea comprometida por el avance de intereses, que aunque puedan presentarse como “políticamente correctos”, no resulten concordantes con los valores que justifican su existencia. Delimitar el territorio, implica explorarlo en el espacio y en el tiempo, en su materialidad y en su historicidad, dejando clara constancia de qué cosas son para nosotros -para las comunidades que asignan valor-, lugares de memoria, mojones de referencia de un proceso cultural que asume su pasado como parte indisociable de un proyecto de futuro.

            Implica un “relato” conductor, una valoración, una selección, un criterio de inserción de ese legado en nuevos contextos de uso. Implica “inventar” un futuro para ese pasado. Implica en fin, e inexorablemente, un plan de gestión, un reglamento de manejo del sitio, un sistema apropiado para su lectura y clara comprensión, y una estructura institucional y legal adecuada a su condición. De ese modo, ya definido el “mapa” del territorio patrimoniable, con su historia y memoria, con sus instituciones, con sus leyes y reglamentos, las políticas globales de desarrollo y las particulares de turismo (“cultural” en sentido amplio -que todo el turismo lo es-, o restringido), tendrían referencias precisas acerca de las fronteras que deberían respetar; no sólo en honor de la integridad del espacio patrimonial, sino por la propia sustentabilidad de esas políticas, para las cuales no habrá futuro si lo que tienen por insumo comienza a deteriorarse, a banalizarse, a convertirse en un lugar como tantos otros; a devaluarse en fin en un proceso de difícil retorno. Si eso ocurriera, los activos -materiales e inmateriales- se convertirían rápidamente en onerosos pasivos. Nada bueno para nadie...  

Patrimonio  / desarrollo: una ecuación con muchas incógnitas 

            La potencialidad de aporte del patrimonio cultural al producto global, ha quedado probado en múltiples ejemplos, y la principal incidencia del turismo en el éxito de esa ecuación es innegable. Paro los riesgos no son pocos y las afectaciones no deberían considerarse como daños colaterales de una estrategia centrada en el crecimiento económico.  Agreguemos a ello que la forma en que la rentabilidad de ese recurso, “antes inexplotado”, ha revertido sobre la comunidad -en su conjunto y en los grupos directamente involucrados- no es fácil de cuantificar ni se aprecia tan claramente, y que es apenas una hipótesis de trabajo suponer que los nuevos contextos de uso y gestión hayan ayudado a generar un fortalecimiento del sentido de identidad y pertenencia en los residentes, o a motivar el crecimiento vital en los visitantes, haciendo del lugar de encuentro, ese escenario de “diversidades dialogantes” que invoca la última Convención de UNESCO (tal vez esté más cerca de la realidad aquello de que “el turista sólo viaja para confirmar sus prejuicios”...).      

SIGUE EN PARTE (III)                         


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