acerca de patrimonios varios
algunas reflexiones sobre nuestros "lugares de la memoria"

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04.08.2008 21:48 / MIS ARTICULOS

EL TEATRO SOLIS (parte I)

PARA LA REPUBLICA NACIENTE, UN NUEVO ESCENARIO  URBANO Y UN NUEVO TEATRO            

            A poco de llegado desde Buenos Aires, el arquitecto Carlo Zucchi se incorporó a la Comisión Topográfica (especie de Oficina del Plan de Ordenamiento Territorial de aquellos tiempos) y en informe que eleva al Gobierno en junio de 1837, define con detalle las pautas de creación de un verdadero “centro cívico” a desarrollar entre dos polos: la vieja plaza Matriz y la nueva plaza que luego se llamará “de la Independencia”, ordenada –previa demolición de la Ciudadela-mercado- según el modelo que había admirado en el París de su juventud. Y en el punto principal del tramo que articula ambas plazas, a uno y otro lado de la actual Sarandí, propone instalar dos edificios de la mayor relevancia: al norte, la nueva sede del Parlamento -el Cabildo, ampliado, lo ocuparía el Ejecutivo- y al sur, el nuevo teatro de la ciudad, en un terreno que la propia Comisión había reservado para tal fin.

            Es sabido que poco quedó de esa propuesta -y lo poco,  bastardeado, valga el ejemplo de la “plaza mayor”-, pero en ese momento Zucchi pudo tener la esperanza de que el teatro se hiciera realidad. La posibilidad de concretar ese programa había sufrido ya varias frustraciones, por lo que se sintió obligado a distinguir -con florida adjetivación- a empresarios codiciosos y de especiosas propuestas, de otros movidos por el interés general; y así dice en su informe: “…la sociedad continúa defraudada en sus anhelos, y lo será hasta que el gobierno, con decisión peculiar de su autoridad paternal, no corte de una vez con mano firme las trabas que le opone la codiciosa especulación con especiosas propuestas para conseguir este establecimiento, y que al mismo tiempo con la otra, literalmente anime y fomente accionistas, a fin de emprenderlo bajo condiciones que le proporcione justas, pero limitadas ventajas (…) Es pues, a aquellos, en quienes vive perenne  el verdadero interés público, que les corresponde emprender la obra del teatro, asistidos por los recursos que pueda proporcionarles el Gobierno, separándose de otros a quienes sólo mueven egoísticas especulaciones y jamás satisfecha codicia”. Poco más de un año después, el gobierno al que invocaba había resignado por la fuerza su mandato. Rivera volvía al centro de la escena y en diciembre de 1839 lograba en Cagancha un éxito espectacular que alentó en Montevideo una efusión de optimismo… que poco duró.

            Todo cambió tres años mas tarde, cuando Oribe, tras vencer en Arroyo Grande se instala en el Cerrito;  pero en ese interregno cobró vida la propuesta del 37. En perfecta sintonía con el texto citado, en junio de 1840 se publica un llamado -hoy diríamos “a propuestas de inversión”- y apenas un mes después se formaliza la constitución de la sociedad por acciones que le dará condigna respuesta. El proceso de construcción del “nuevo teatro” cobraba forma y Zucchi era convocado, primero para definir su ubicación, y para elaborar los planos después. Elegido uno de los tres terrenos propuestos, Zucchi desarrolla un proyecto a la altura de sus antecedentes, fiel a los conceptos y las formas del neoclasicismo dominante en Europa y que él difundiera en su estadía en Buenos Aires, entre 1827 y 1836 (1).

            Pero no era un hombre ajeno al contexto político de su época y eso seguramente jugó fuerte en horas de decidir el futuro de su trabajo, porque era poco probable que quien fuera conocido como “el arquitecto de la Federación” –aunque había llegado a la Argentina convocado por Rivadavia-, hiciera buenas migas con los hombres del Montevideo de la Defensa, y en particular con los emigrados argentinos, que poco aprecio le tendrían. De no mediar esa circunstancia, seguramente la diferencia entre el costo de las obras estimado por el arquitecto y el precio menor previsto por los empresarios, hubiera generado una reformulación sin distanciamiento entre las partes. Pero la Sociedad cortó todo vínculo… sin pagar un peso de honorarios. Hizo luego una rápida compulsa y resolvió por fin adjudicar el trabajo a un joven técnico español aquí radicado, Francisco Javier de Garmendia (a quien Zucchi, años antes, había enmendado la plana con relación al proyecto de la plaza contigua a la Ciudadela- mercado). Las cosas empezaban a complicarse... 

PROYECTAR Y CONSTRUIR EN TIEMPOS REVUELTOS           

            Zucchi había presentado sus planos en enero de 1841; a fines de marzo recibía la carta de desistimiento y ya en agosto la Sociedad aprobaba el nuevo proyecto y formalizaba el contrato con Garmendia. Una nota aparecida en El Nacional en julio de ese mismo año, es ilustrativa del clima político de esos tiempos: “... No es menos importante la consideración del color político y de los principios que profesan los empleados. En circunstancias como estas es indispensable la identidad de creencias y afecciones políticas entre el gobierno y sus empleados (...) Si es cierto que el Sr. Zucchi es enemigo del General Rivera, si lo es que blasfema con toda la impetuosidad biliosa de su elocuencia contra el actual gobierno, si es cierto que mantiene relaciones de que hace alarde con un hombre peligroso de Buenos Aires (se refiere a  Pedro de Angelis, mentor de Rosas), llamamos la atención de la Autoridad para enfrentar esta demasía...” (2). El arquitecto italiano mantendría todavía su trabajo en la Comisión Topográfica hasta setiembre de 1842, pero al año siguiente emigraría a Río de Janeiro y de allí a su Reggia natal,  alejándose definitivamente de estas tierras. Llevaría en sus maletas un saldo de amargura... y también un voluminoso archivo -poco tiempo atrás reencontrado- con detalle de sus obras y proyectos. Entre otros, los del concurso para erigir el mausoleo de Napoleón, más una rica documentación histórica sobre los asentamientos coloniales del Río de la Plata que le facilitara el citado de Angelis. 

            Es seguro que Garmendia aprovechó el proyecto que Zucchi se había tomado el trabajo de publicar en cuidado folleto, pero aunque por ese motivo poco mérito se concede a su trabajo, y seguramente se le critica con razón en cuanto hace al manejo de la técnica escénica -de la que probablemente poco conocía-, su planta resulta mejor ordenada, dando continuidad al zócalo de base y poniendo énfasis en el tratamiento de los accesos diferenciados. Esta es una valoración discutible, pero no cabe duda en cambio, que en uno u otro proyecto se hubiera obtenido por resultado un volumen de neto perfil neoclásico, diferenciando las unidades funcionales básicas e integrándolas en una composición con tratamiento unitario de fachadas. Y sus plantas hubieran tenido también el típico ordenamiento de los teatros “a la italiana”, esto es: el pórtico exterior de acceso, luego el vestíbulo principal seguido de un vestíbulo de distribución donde las escaleras juegan un papel relevante; siguiendo la gran sala, la caja escénica y sus apoyos logísticos. Los planos de Zucchi, y también los firmados por Garmendia en agosto de 1841 -publicados por Arredondo en 1951- se ajustan estrictamente a ese esquema.  

            Así estaban planteadas las cosas cuando empezaron los trabajos en setiembre de 1841, y así seguirían sin mayores tropiezos hasta que debieron suspenderse apenas un año más tarde, cuando ya las paredes “levantaban dos varas del suelo”. La prudencia y los esmeros de los administradores, factores de incidencia notoria a lo largo de todo el proceso, se hicieron particularmente necesarios en los años del “sitio”, cuando los materiales acopiados podían pasar sin mayores trámites a manos de terceros y aun el propio lugar correr el riesgo de ser expropiado (como ocurrió con “los cuartos” de la Matriz situados entre los contrafuertes de su fachada sur). Por fin llegó la paz, pero la guerra no había pasado en vano y cuando se retomaron las obras, muchas cosas cambiaron para siempre… y no en el mejor sentido. 

DOS DECISIONES QUE NO TRAJERON BUENAS CONSECUENCIAS         

           Una de estas decisiones fue sin duda traumática, pero la imponían las circunstancias y el sentido práctico de los empresarios. El país estaba en ruinas y era delirio pretender financiar el proyecto original. Luego, afinando los cálculos, se vio que la única posibilidad de cumplir con el objetivo inicial y no perder lo ya avanzado, era reducir la obra al cuerpo central. El teatro se limitaría a lo estrictamente necesario para funcionar como tal, cuidando tanto como se pudiera el decoro del único tramo de fachada sobreviviente (proyectada por Garmendia y “corregida” por Clemente César), asumiendo que por un tiempo, las vistas restantes serían las propias de un vulgar galpón. Cuando años después, en 1868, Richard Burton -ese Indiana Jones de la Inglaterra victoriana-, pudo ver el resultado de esas decisiones, aquello le pareció, exagerando la nota, un perfecto “granero de ladrillo”, Pero en ese mismo año, ya la empresa contrataba con Rabú el proyecto de las construcciones que completarían el precario “cañón central”.  A eso volveremos. 

            El otro cambio fue consecuencia de una sana intención de mejoramiento (cosa que a veces apenas se distingue de un gravoso capricho). Ocurre que estaba Garmendia ocupado en rehacer sus planos, de modo de conciliar el programa inicial con un área reducida a dos quintos de su dimensión original, cuando Juan Miguel Martínez, presidente de la empresa y principal gestor del emprendimiento, le acerca un croquis del vestíbulo de un teatro que él viera y admirara en un reciente viaje: el Carlo Felice de Génova, que fuera asimismo probable modelo del proyecto de Zucchi. Atento a  las limitaciones del terreno disponible, mal podía Garmendia llegar al ordenamiento y las dimensiones del hall del teatro que proyectara el famoso Barabino, y con razón resistió hasta último momento la “solución” sugerida -y al final impuesta- esto es: disponer las ocho columnas del hall de acceso con el eje perpendicular a la fachada, eliminando el vestíbulo de distribución y pasando directamente del vestíbulo -ahora único- a la sala; en tanto las escaleras … bueno, para las escaleras ya se buscaría una ubicación adecuada (que tardaría 150 años en encontrarse).           

            A todo esto, los cimientos del área de acceso estaban construidos en correspondencia con el proyecto original, por lo que de poco servirían, en tanto las bases de las columnas -en obra desde el inicio del proceso- ya no serían adecuadas a las nuevas condiciones y quedarían entonces en depósito, o mejor, a la intemperie, luciendo como curiosos mojones en la plazoleta de acceso (desde la inauguración y hasta nuestros días). Pero esas eran para la empresa, consecuencias asumidas de una decisión sin retorno, debiendo Garmendia concentrarse en rehacer de apuro sus planos, rediseñar plantas y alzados, atender la opinión de técnicos “consultores”, revisar todo de nuevo, y luego, cumplida pacientemente esa tarea, afrontar dos instancias amargas: el estrepitoso derrumbe de la pared que separaba el vestíbulo de la platea (octubre de 1853), y la decisión de la Comisión Directiva de prescindir de sus servicios, alejándolo de la dirección de las obras (julio de 1855) (3).       

            Aquellas cosas ocurrían mientras Giró iniciaba su presidencia con un recorrido por todo el país para apreciar de primera mano su estado calamitoso. Lo acompañó en su periplo de varios meses el ingeniero-arquitecto francés Edouart Penot, el mismo que un poco antes había corregido la última versión de los planos de Garmendia, mejorando, dijo, el diseño de la sala y su acústica. Aunque en este tema es posible que haya pasado lo mismo que con  Garnier, que al proyectar la sala de su famosa Opera en París, estudió con cuidado las teorías de acondicionamiento acústico de su tiempo, que poco le aportaron, por lo que resolvió confiar en su intuición y en la suerte. Y le fue muy bien. Igual que acá.            

            Por fin llegó la buena hora y el 25 de agosto de 1856 el teatro se inaugura en histórica ceremonia, colmando las expectativas en una ciudad cuya población era veinte veces menor que la actual. Zucchi ya había vuelto a su tierra natal y allí había fallecido; no consta que Garmendia hubiera sido invitado a la función de gala, y además, como prudente -y temeraria- medida preventiva, días antes de la inauguración, un batallón de infantería hizo una primera visita al teatro, haciendo las veces de espectadores para verificar la confiabilidad de la estructura... El prestigio de los arquitectos no pasaba por su mejor momento y el teatro se tragaba a sus hacedores. No sería la última vez que ello ocurriera. 

SIGUE EN PARTE II

 NOTAS:  

(1)    Atendiendo al desarrollo que la construcción del teatro habría de inducir -y a la propia expansión que seguiría a la reciente demolición de las murallas-, Zucchi rebatía a quienes opinaban que la ubicación era “extremadamente lejana de la ciudad antigua”, o que se trataba de un paraje “despoblado”, y ponía además como argumento a favor de la opción finalmente adoptada, la configuración topográfica del terreno, en función de la cual los trabajos de excavación requeridos “se hallan casi de antemano hechos por la naturaleza”. En cuanto a la fidelidad a sus modelos, cabe relativizarla por sus propias palabras: “... es una composición variada y, por decirlo así, más bien un capricho artístico que otra cosa...” (de todos modos, sin duda, un “capricho” neoclásico).

(2)  Citado por Daniela Bouret en “Teatro Solís: historias y documentos”. Intendencia  Municipal de Montevideo. 2004

(3) Entre esas dos circunstancias, medió un reconocimiento muy excepcional. que un informe de la Comisión Directiva a los miembros de la Sociedad recoge en estos términos: "Cuando menos se esperaba, la pared del vestíbulo que divide la platea con 25 varas de altura y 30 de ancho se vino abajo (...) En presencia del suceso, y sin esperar a más, el Arquitecto, fiel a la honradez que tanto le distingue, se atribuyó toda la culpa del fracaso y como era consiguiente se reconoció obligado  repararlo de sus expensas. Fue en ese momento que la Comisión, penetrada de la insuficiencia de los medios que el Arquitecto podía disponer, tomó aquella resolución (aportar un complemento de los honorarios acordados), dejando a vuestra  generosidad y bondad de sentimientos la apreciación de la petición que con tal motivo el Arquitecto dirigió a la Comisión, y que ella recomienda a vuestra consideración. La asamblea dio por bueno lo actuado por la Directiva... y a su vez aprobó el despido de Garmendia.

IMAGEN DE PORTADA: el “Teatro de Solís” a poco de su inauguración; grabado acuarelado de Godel, sobre dibujo de Roesler.



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