Tendría 10 años, pero como todo pibe de "cantegril", aparentaba 7. Habitante de "El Gallinero Chico", nunca lo vi ir a la escuela. Su casa era cuatro o cinco chapas debajo de un eucaliptus. Y sus ejemplos: el Orlando (padrastro borracho) y la Rosa (madre borracha).
Allá por el 98, casi todas las noches lo llevaba a cenar en "Portones", acompañado de alguno de mis hijos. Como en su casa comía lo que había (cuando había), prestaba yo mucha atención a lo que le compraba.
Gustavito pedía Panchos y yo ordenaba milanesa con ensalada. Pedía Coca-Cola y yo ordenaba Pomelo. Pedía alfajores y yo ordenaba fruta. Pedía helado y yo ordenaba yogurt.
Y además lo educaba (en lo posible). Recuerdo que la primer noche que fuimos al Shopping, escupió hacia abajo -por la escalera mecánica- a todos los que subían. ¡Patada en el culo que se llevó!
Y lo usaba también (con ética) como "mensajero del amor". Rubiecito, simpático, calladito... conquistaba más por presencia que por "verso".
-¡Qué rico! -decía una-
-¡Qué divino! -decía otra-
-¡Qué buenito! -decía aquélla-
-¡Qué churro! -decía alguna-
-¡Qué chorro! -pensaba yo- pero consciente de que Gustavito no era culpable de nada.
Durante el verano de ese año salimos juntos y siempre tratado "a cuerpo de Rey".
Para el invierno, por razones personales me fui al interior. A la vuelta le "perdí la pista".
Ahora debe tener 18 años. Cambió... y no para bien. Por lo que sé, hoy es "el Jaimito", capitán de una banda de pibes chorros, y anda "de caño" por ahí.
Y con un futuro negro, prisionero de dos encierros: la Cana y la Pasta Base.
Ubaldo Rodríguez - LaQuincena@montevideo.com.uy
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