El Mahoma Social Club
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20.06.2008 13:18 / El legado de Mahoma

Déjalo comer



Sobre la foto: Por si alguien jamás llegó al vinilo original de "Let It Bleed" de The Rolling Stones (1969), dejamos constancia de su contratapa. El post no tiene nada que ver con ello (aunque, para mi, es un eterno favorito stone) pero la foto tiene una torta y hoy, queridos radioescuchas, vamos a hablar de comida y de nuestra ineptitud para gozar plenamente de su ingesta (salvo que se trate de bróccoli, la porquería más grande que nuestro señor ha puesto sobre la tierra y regado para su cultivo)

De todos los hábitos que detesto pero -lamentablemente- he adquirido, el que más me pesa es el de comer apurado.

Algo tan vital (lo segundo que hacemos en nuestra vida tras berrearle al desconocido de la túnica blanca) y básico no debería practicarse a la ligera. Tras mucho tiempo he intentado hacer de la comida un pequeño ritual y, si bien reconozco no hacerlo siempre, trato de dedicarle un tiempo en el que nada ni nadie joda ni desconcentre. 

Cada tanto me paso de rosca y realizo el peor de los auto-boicot posibles: como parado, caminando, apurado porque tengo que rajarme, trabajando en la computadora o en horario de trabajo con la cabeza en cualquiera menos en el hecho de que estoy por perpetrar un acto sagrado. Nunca haciendo pogo por dos razones: una, porque no soy tan kamikaze. Dos, porque evito las multitudes y odio cualquier forma de pogo. 

Envidio sanamente a aquellas civilizaciones que hacen de comer una celebración aún más sagrada. Incluso, he mirado con desprecio el acto de bendecir los alimentos y hoy me doy cuenta que, ey, esa gente no está tan equivocada. Están agradeciendo tener alimento y que, además, éste sea bueno y pasible de todo disfrute. Es un momento, nada más, pero vaya que cambia toda la forma posterior de aniquilar lo que hay en el plato.

Creo que todo ésto surgió como forma de rebelarme ante otro hábito, éste adquirido desde niño: el de sentir culpa tras partirme la boca como dios manda.

Desde hace unos años porto en mi mochila, bolso o portafolios un pequeño botiquín al que llamo "Farmacia Font" (ay, si, qué original y vivaracho que soy...) con el que auxilio a todo aquel que necesite analgésicos, relajantes musculares y hasta profilácticos. Todo ese botiquín (hecho en buena parte con blisters incompletos) comenzó como forma de llevar conmigo siempre mi dependencia completa de sales de fruta, tranquilizantes viscerótropos y sobrecitos de té de cedrón y manzanilla. Todo ésto porque me volví incapaz de comer opíparamente sin sentir remordimiento después. En castellano: seguramente dije más "me parece que se me fue la mano, qué pedazo de (inserte el insulto que quiera aquí)" que "carajo, qué bueno que estaba este soberano matambre a la leche con cremosísimo puré".

Las medidas restricitivas aplicadas por nuestros mayores en la infancia son, en buena parte, responsables. Un segundo plato era mirado con desprecio por mis mayores. A diferencia de muchos lectores, alguno quizá integrante de la colectividad italiana en nuestro país, no tuve abuelas que insistieran en que terminase toda la comida del plato ni que miraran con beneplácito el hecho de que el niño en desarrollo pidiese más. Más bien recibí unos cuantos "seguí comiendo así que vas a reventar", por ejemplo. Ir de visita a alguna casa de parientes o amigos suponía como advertencia previa el "no comas mucho que quedás mal", aún cuando los dueños de casa te ofrecieran disfrutar de lo lindo de lastrar en casa ajena.

Dentro de esta catársis gastronómica que estoy haciendo y con la que quizá alguien se sienta identificado, remato con una salva de ítems polémicos: El asado se come a punto, el arroz parboiled es una aberración, el puré de papas en caja también, las barritas de cereales son basura radiactiva, una buena picada previa realza una cena mediopelo, el vino es tinto siempre más allá de lo que digan los expertos del pescado y el vino blanco, las empanadas de carne sin aceitunas no deberían existir, la gelatina es con frutas, sin ellas es algo sin gracia y...gelatinoso (¿con qué otro adjetivo decribirían una gelatina?), una buena cena de dos, de esas que exacerban los sentidos tiene como posible resultado muy buen sexo. La remolacha hervida debe ser solo ingerida cuando está rodeada de otro montón de verduras hervidas que disimulen su insoportable hedor. La nata de la leche hervida es glo-rio-sa (suelo recibir un torbellino de puteadas cada vez que digo esto), ningún pan debe llevar semillas, todo lo que lleve panceta es potencialmente delicioso (me quedan dudas sobre el budín de pan en este caso), el agua mineral Dap tiene millones de burbujas y, además de adictiva, es ideal para un buen concurso de eructos en familia y la polenta a secas es polvo disuelto en agua. Con salsa y muzzarella, un manjar de dioses. La albahaca con queso y tomate es la combinación ganadora por excelencia.

Me molestan los fundamentalistas de los modales en la mesa, aunque puedo llegar a entenderlos en razón de la consideración a terceros. Lo que jamás entenderé y no pienso tolerar jamás en la vida es a alguien que ose arruinar mi almuerzo o suculento desayuno con las frases ya consignadas.

Lectores de El Mahoma, coman y dejen comer. 

Y escuchen "Let It Bleed", ya que estamos (hay una mula muy simpática que provee una copia con material de descarte y temas que quedaron fuera, no se la pierdan) 

 

 

 

 

 



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EL MAHOMA SOCIAL CLUB SE DESPIDE En la foto vemos al responsable del club proyectando la última película antes de cerrar la sede. Alguien debería decirle que la cinta va por dentro y se proyecta lámpara mediante, pero el cree que para ver cine lo mejor es mirar la cinta fotograma a fotograma. Allá él.

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