acerca de patrimonios varios
algunas reflexiones sobre nuestros "lugares de la memoria"

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13.03.2007 16:37 / CARTAS, PONENCIAS Y OTRAS INTERVENCIONES

SOBRE EL PATRIMONIO EDILICIO DEL URUGUAY (*)

                Comienzo expresando el reconocimiento de la Comisión del Patrimonio Cultural de la Nación hacia los responsables de la organización de este Encuentro, por dos motivos principales. En primer lugar, porque se abre una posibilidad de tratamiento sistemático de la problemática patrimonial - con un amplio espectro de participantes a escala regional y con aporte académico de nivel internacional -, habilitando con ello una reflexión y un análisis crítico sobre una práctica que está entre nosotros huérfana de una adecuada apoyatura teórica; En segundo lugar, porque hace explícita la voluntad del Poder Ejecutivo de asumir un fuerte involucramiento en la temática que nos ocupa, acreciendo con ello la posibilidad de lograr un avance sensible en el abordaje de las políticas patrimoniales, asumidas como políticas de Estado. El desarrollo de una conciencia patrimonial tuvo durante el siglo XIX episodios puntuales, dispersos e inorgánicos. Valgan como ejemplos el papel de Andrés Lamas formalizando una visión de la memoria histórica en el “nomenclator” de Montevideo en 1843 – o defendiendo más tarde la conservación de la pirámide de Mayo en Buenos Aires -; Melián Lafinur alertando sobre la importancia de salvar de la ruina la fortaleza de Santa Teresa - bandera que retomaría con éxito Arredondo -; Francisco Bauzá clamando contra el “vandalismo ilustrado” que estaba destruyendo la ciudad en la que había vivido o los sanduceros decretando por sí “monumento a perpetuidad” su formidable cementerio ...

                   Sumemos a ello el proceso de creación de un “mito unificador” del sentimiento nacional, al que Zorrilla de San Martín y Blanes pusieron voz e imagen .  Al entrar en el siglo XX, dos nombres adquieren un papel relevante: Horacio Arredondo y Pivel Devoto. A impulso de Arredondo – en cuyo homenaje se han desarrollado las jornadas del Día del Patrrimonio del presente año -, entre 1927 y 1937 se declaran  monumento histórico las fortalezas de Santa Teresa y San Miguel en Rocha y del Cerro en Montevideo. Hombre sin formación académica, logró a lo largo de su vida conformar una biblioteca especializada de más de dieciocho mil volúmenes, e igual pasión dedicó al rescate de bienes de notable valor patrimonial, a lo largo y a lo ancho de un país que recorrió palmo a palmo, en tiempos en que ese valor no era moneda corriente. En paralelo con el trabajo de Arredondo, pero en otro contexto de gestión, se impone la mención a la obra de Pivel Devoto - sin duda uno de nuestros mayores historiadores -, quien desde el llano o desde la actividad política, ayudó a cimentar las bases de nuestra conciencia patrimonial, concretando de hecho la constitución del núcleo básico del actual padrón de bienes protegidos, en propiedad del Estado.

                    El papel de Arredondo y Pivel merecería un tratamiento más extenso, incluso para detenernos en intervenciones que hoy nos merecen una opinión crítica – caso de las reformas supuestamente regidas por la búsqueda de la autenticidad que se llevaran a cabo en el Cabildo y la Matriz en la década del 40 -, pero baste lo dicho para señalar la trascendencia de la gestión de ambos pioneros.  La ley de Patrimonio aparece tardíamente, en 1971, sin llegar a incorporar buena parte de los aportes renovadores que se habían concretado a escala internacional (valga el ejemplo de la política de “sectores protegidos”, consagrada en la ley francesa de agosto de 1962). Se tiende aquí a proteger una colección de monumentos y en los muy escasos ejemplos en que el listado de bienes contempla un determinado sector urbano, quiso la suerte que lejos de servir de ejemplo para otras intervenciones de esa escala, sufrieran el peor destino: así Reus al Norte, Reus al Sur y el conjunto de viviendas en torno al conventillo de Yaguarón y Nueva York, terminaron en lo que ustedes conocen: el primero semidestruído y banalizado, el segundo ya prácticamente inexistente y el tercero con el conventillo demolido – “EL Palomar”, tan notable como “el Medio Mundo” -, y su entorno degradado sin levante.... 

                  Sin desconocer un balance general positivo de su aplicación, en este momento la ley vigente es una especie de “corsé” que limita el trabajo de la Comisión del Patrimonio. La necesidad obvia de proteger un bien al que se asigna un determinado valor patrimonial, se enfrenta con la rigidez de un texto que admite esa protección solamente a partir de su declaración como “Monumento Histórico Nacional”, sin que medien grados ni escalas de valoración, punto particularmente sensible cuando se trata de elementos cuya calificación está referida a un colectivo de escala regional, departamental o local. Tampoco en la ley están contempladas las Comisiones Departamentales de Patrimonio, que hoy están funcionando en el marco constitucional que habilita a los Intendentes a formar comisiones asesoras, pero sin que exista un marco legal específico para su gestión fuera de ese ámbito. Los motivos expuestos y muchos otros que sería largo detallar aquí, han llevado a la Comisión del Patrimonio a la convicción de que un punto central de su agenda debe estar referido a la elaboración de un texto sustitutivo de la ley vigente. Y en eso estamos. Bienvenidos entonces los aportes que puedan enriquecer ese proceso... 

                   Bastaría ver la agenda de trabajo de una sesión ordinaria de la Comisión del Patrimonio para tomar conciencia del “territorio” denso y complejo en que debe moverse, sin contar para ello con el apoyo de un fundamento teórico suficientemente riguroso. En atención de esta circunstancia, nos vimos obligados a ensayar – a manera de “hoja de ruta” -, un marco de referencia en base a lo que podríamos llamar “certezas provisorias”, que paso a reseñar con la intención de su consideración crítica, cosa que  nos permitirá afirmar aquello que se justifique y corregir lo que se pruebe equivocado. Básicamente tienen que ver con cuatro temas principales, a saber:

                 UNO: la convicción de que no existe en rigor “el” patrimonio, sino “los” patrimonios, con diferentes escalas y contenidos. Esta referencia obvia parece sin embargo necesaria, en tanto una visión simplificada y reduccionista puede quedar limitada al “gran patrimonio de la humanidad”, a esos setecientos y tantos monumentos catalogados por UNESCO  y considerados como “obras excepcionales de valor universal”. En ese listado nosotros tenemos un único ejemplo: Colonia del Sacramento. Sin desconocer la racionalidad de ese criterio, hemos puesto el acento en las distintas escalas de valoración patrimonial, desde el patrimonio personal e intransferible que cada uno posee, hasta las escalas de familia, de grupo, de barrio, de localidad, de departamento... también de país y de región. Es obvio que nosotros participamos de patrimonios compartidos: hablamos español; somos parte de la cultura del mate, común a paraguayos, argentinos y riograndenses; compartimos con los porteños la cultura del tango, pero no la del candombe o de la murga, que es específicamente nuestra. A su vez, la gente de Rivera – por poner un ejemplo entre tantos posibles - tiene una subcultura muy particular y muy sentida, compartida con otras comunidades fronterizas con Brasil. Esa superposición de mallas, de tramas de distinto contenido, densidad y extensión – variables a su vez en el tiempo -, da a la cultura patrimonial una estructura compleja, multidireccional y de gran riqueza interactiva, contexto en el cual deberíamos  ubicar las problemáticas particulares, para su mejor apreciación.  

                 DOS:  En segundo lugar, vemos el patrimonio no como algo elaborado y terminado en un pasado que impone por sí mismo esa condición; algo que extraemos sin crítica e incorporamos a nuestra realidad cotidiana sin más obligación que la conservación y la reverencia. Los concebimos en cambio como el resultado de la construcción de un “relato” que cada comunidad hace en un momento histórico en continuidad pasiva o crítica con procesos anteriores; seleccionando en el fárrago de datos, de artefactos, de historias y memorias que se han generado en ese devenir, aquellos que permiten afirmar ya un proyecto hegemónico, ya un discurso de amplio consenso. Memoria y olvido se entrelazan; ponemos el foco en algunos elementos y dejamos en sombra otros, y eso a su vez da resultados que no son inmutables sino que se modifican con el tiempo. La materia prima del patrimonio está en el pasado, pero la construcción de un “relato” patrimonial está inexorablemente atada al presente, en tanto su justificación y validación apuntan al futuro. Afirmando ese carácter, asumimos una responsabilidad y un desafío, en tanto gestores activos y conscientes de un proceso, que involucra tanto a técnicos e instituciones como al conjunto de la comunidad. 

                TRES: En tercer lugar, afirmamos la necesidad de ligar estrechamente las políticas de protección patrimonial con las políticas de desarrollo urbano y territorial, con fuerte involucramiento de las comunidades afectadas y con adecuada articulación de los ámbitos público y privado. Este tema, muy transitado en la experiencia italiana, en nuestro caso es de tratamiento muy reciente, debiendo destacarse el avance generado en los últimos años en el caso de Montevideo. A partir de la aprobación del Plan de Ordenamiento Territorial, la visión de la defensa del patrimonio en Montevideo está inexorablemente ligada al desarrollo de programas de escala urbana y territorial. Una experiencia que está en vías de consolidación y que servirá de base para su extensión a todo el país, donde ya existen ejemplos – aún incipientes - con similar enfoque, resultantes de una coordinación entre las intendencias y el Ministerio de Vivienda, Ordenamiento Territorial y Medio Ambiente, con incidencia creciente de la Comisión del Patrimonio. 

                 CUATRO: En cuarto lugar, afirmamos la necesidad de asegurar un razonable equilibrio entre la memoria y el valor de uso, entre los valores de conservación y los de desarrollo,  asumiendo cada bien protegido como parte de un “capital social” que se integra a un proceso de crecimiento económico. Hay  ejemplos en los que la Comisión ha asumido un fuerte compromiso. Intervenciones a nivel edilicio donde el respeto por el pasado no pasa por conservar el edificio tal cual llegó a nosotros, o tal cual fue – o se supuso que fue -, en la medida en que esa conservación fuera imposible de conciliar con demandas y requerimientos de la situación actual, sino que supone básicamente una actitud atenta a la continuidad histórica del tejido urbano y de la memoria de la comunidad - sin descuido de las obras singulares de reconocida significación -, alentando intervenciones que habrá que dimensionar en cada caso, a fin de reubicar  esa preexistencia en nuevos contextos de uso y gestión, alentando un diálogo equilibrado entre los distintos tiempos de intervención. Valgan en ese sentido como ejemplos paradigmáticos las intervenciones aprobadas en el Hotel del Prado, en el Hotel Carrasco y en la ex sede de Casa Mojana. Ustedes juzgarán los resultados... 

                  Siguiendo a Francoise Choay,  apreciamos de que manera “patrimonio” es un término que ha crecido en lo tipológico, lo cronológico y lo geográfico. Recordemos que el encuentro de Atenas del 31 es estrictamente europeo, e incluso en Venecia hay solamente tres países no europeos, y hoy no hay país del mundo, por pequeño que sea, que no haga el mayor esfuerzo para lograr inscribir una obra en el listado del patrimonio mundial. Pero es un término que no ha perdido cierta opacidad y que tiene contenidos contradictorios, habilitando con ello un manejo tan extenso y ambiguo como se quiera. En ese sentido nos seduce la visión sintética de los economistas. Para ellos no hay duda alguna: el patrimonio es “activos” menos “pasivos”. 

                 ¿Cuál es nuestro activo? Es el lugar, la gente, su historia, los artefactos y los valores que se han creado a lo largo de esa historia. Los pasivos son los mismos, vistos bajo otra óptica. Aparentemente no avanzamos gran cosa, pero esta visión tomada de los economistas, tiene la virtud de darnos una idea del patrimonio como algo global, que permite poner en valor cada cosa particular sin perder de vista su sentido general y más profundo. Y yo hago hincapié en este punto. Porque estamos viviendo un año terrible. Tenemos que remontar todo el siglo XX y llegar al XIX para encontrar un año que pueda parecerse a éste (1875 y 1890 también lo fueron) ... 

                Creo que esta visión globalizadora del patrimonio nos permite una reflexión sobre nuestra identidad. Nos permite reflexionar y ayudarnos a dar respuesta a esa interrogante tan genérica y típica de la condición humana: “ de dónde venimos y hacia dónde vamos”, y que reflota, curiosamente o no, temas que justamente desde el año 1875 estaban guardados en un cajón, y que tienen que ver – nada menos - con nuestra viabilidad como nación. Hay una frase de Renán que viene a cuento: "La nación es un plebiscito cotidiano". Vista la cantidad de uruguayos que buscan otros horizontes, es evidente que en este momento no estamos “votando” bien, pero reivindico el papel del patrimonio como plataforma de reflexión que puede ayudarnos a reconstruir el país, rescatando y potenciando lo mejor de lo que tuvimos. 

                  Volviendo al campo del patrimonio construido, es fácil constatar las limitaciones de las políticas de protección patrimonial.. En la década del 30, cuando se construye la sede central del Banco República, se concreta a costa de la demolición de dos de las joyas del Montevideo del momento: la Bolsa de Comercio – la obra que más estimaba Rabú -, y el Hotel Oriental, uno de los mejores de Latinoamérica. Y no hay constancia de críticas, que sí las hubieron cuando se demolió la llamada Casa de Zabala para dar paso al Hotel Colón, o más notoriamente cuando se construyó la Rambla Sur (y se inmortalizó la nostalgia del barrio perdido bajo “la piqueta fatal del progreso”)  

                   Ya hemos hablado del papel pionero de Arredondo y Pivel, pero sin mengua de la significación de su aporte, así como de la significación de la ley del 71, es recién al inicio de los años 80 – aún en dictadura -, cuando surge una reflexión cuyos efectos concretos se multiplicarían en las décadas siguientes, a través del formidable empuje del Grupo de Estudios Urbanos, liderado por el actual intendente de Montevideo, del aporte fundamental de la Sociedad de Arquitectos y de no pocos técnicos comprometidos con una renovada - aunque todavía difusa - visión patrimonial. Han pasado más de veinticinco años del inicio de ese proceso. ¿Qué cosas debemos rescatar? ¿Qué nos motiva y nos genera un desafío? He aquí una respuesta posible:Empecemos por rescatar el valor de nuestra herencia urbanística. Si tiene razón Churchill cuando dice "Nosotros construimos la ciudad y la ciudad nos construye a nosotros", esa trama que heredamos de la cultura española - la ciudad como construcción de la mente, procesada a través de instancias burocráticas diversas y situada en un contexto geográfico particular -; es sin duda un factor de identidad. A eso se suma el aporte académico. Es algo muy curioso, porque estas “tierras sin ningún provecho” como las llamaban los españoles en tiempos de la conquista, este lugar felizmente definido como “pradera, frontera y puerto” que fuera el último enclave en que los españoles pusieron su atención, tuvo ya desde mediados del siglo XVIII un aporte de técnicos constructores de formación académica verdaderamente excepcional. Un aporte que empezó con los ingenieros militares. Esos racionalistas “avant la lettre” que se encargaron prácticamente hasta 1810, no solamente de procesar las construcciones militares específicas, sino de toda la infraestructura de la ciudad-territorio.

                   Más tarde, desde Toribio a Boix, de Zucchi a Veltroni, pasando por los Poncini, Tosi, Andreoni y otros muchos, hubo un formidable aporte académico – abonado además por los técnicos uruguayos formados en Europa - que ayudó a formar un sustrato aún legible en la arquitectura de nuestro país. Se ha visto este aporte como una transferencia de ideas y formas. pero hoy podemos hacer una lectura complementaria, en el sentido de valorar la obra de técnicos formados en las academias europeas que realizaron en un contexto diferente, obras que tal vez no hubieran podido concretar en su país de origen y que en todos los casos, admiten una comparación de igual nivel con las obras contemporáneas de sus coterráneos.

                 En síntesis y para poner un ejemplo, parece de estricta justicia que Andreoni pudiera figurar en cualquier historia de la arquitectura de fines del siglo XIX, aunque no siempre asumimos las consecuencias que derivarían de esa valoración (pienso en el penoso estado de la fachada del Hospital Italiano o en su casa de la calle La Paz). Ese proceso tuvo una consecuencia especialmente trascendente cuando Carré  se instala en Montevideo e impulsa lo que sería una verdadera “escuela del Sur”, consolidando y extendiendo la experiencia nada desdeñable forjada en la vieja Facultad de Matemáticas.  Por su propio magisterio y a través de sus alumnos dilectos, Vilamajó y Cravotto, promueve una constelación de arquitectos de primerísimo nivel que construyen, entre los años veinte y cincuenta, una arquitectura que merece nuestro mayor respeto y cuidado, como parte indisociable de nuestro mejor patrimonio.. 

              Y el último punto de este proceso, que explica, a mi modo de ver, por qué tenemos el ambiente de vida que tenemos, estriba en que ese aporte académico permeó todos los niveles del proceso constructivo a través del trabajo hasta hoy subvalorado de los pequeños y medianos constructores. Esta es una línea escasamente estudiada, y sin tenerla en cuenta, es imposible entender la calidad del tejido urbano y de lo que podríamos llamar “textura arquitectónica” de Montevideo -  y de varias ciudades del interior -, que es justo motivo de orgullo. Valga una reflexión final. Una sociedad que generó un modelo democrático de fuerte contenido igualitario, tuvo un tránsito azaroso durante buena parte del siglo XIX; se recompuso en el último cuarto del siglo en un proceso de verdadera “refundación”, tuvo luego el impulso del batllismo en un contexto de paz asumido por todo el espectro político,  pudo capear –no sin dificultades - el temporal de los años 30 y renacer aún en la última posguerra, hasta que a mediados de los 50 aparecieron los primeros síntomas de una situación problemática en la que hoy estamos plenamente instalados..

                  Llegados al punto tan crítico en que nos encontramos, sentimos ahora la necesidad de recomponer un modelo viable, rescatando lo mejor de aquel que duró casi un siglo y tuvo la capacidad de generar un ambiente de vida y un paisaje urbano de calidades en muchos aspectos notables, valores aún apreciables a pesar del deterioro que acompañó todo este último y dilatado período de estancamiento y recesión. Haciendo referencia al caso particular de Montevideo, hace cuarenta años que la venimos afectando con intervenciones incontroladas, con acciones puntuales ajenas a una visión de conjunto y en el mejor de los casos, con el agregado de valores dispersos y de escasa significación urbana. Una ciudad antes consolidada y fuertemente estructurada y hoy fragmentada y disociada, donde se multiplican los escenarios de la pobreza ...

                    Sería este un panorama incompleto y alejado de la realidad si no incluimos en ese análisis todo lo que se ha hecho para retomar un camino perdido. Hoy Montevideo tiene un excelente plan de ordenamiento territorial, que habilita a la defensa del patrimonio en un contexto ordenado. La anterior referencia es del año 56. (un punto de discontinuidad del proceso económico que se confirma sincrónicamente en el campo arquitectónico y urbanístico). En ese momento se hizo un plan director, con muchos elementos positivos, que incluía un plan sectorial de gestión urbana, felizmente no concretado. Este último representaba el espíritu de la época, de gente muy valiosa pero de alguna manera “intoxicada” más que influenciada por las vanguardias europeas. El plan de Ciudad Vieja, aprobado por la elite de nuestros técnicos, era una especie de reedición a la uruguaya del “Plan Voisin” de Le Corbusier, dejando en pie la Matriz, el Cabildo, el Banco República ... creo que también el Mercado del Puerto. En las manzanas centrales se proyectaba un zócalo comercial de dos niveles y encima dos pantallas de 60 metros de altura.

                 Esa visión - hoy espantable -, tuvo una difusión popular muy grande, presentada como la versión uruguaya de la ciudad del futuro. Cabe recordar que dos años antes se había demolido la Pasiva proyectada por Zucchi – última traza del intento ordenador de la Plaza Independencia -, y que hacia 1965 se concretaba la demolición del Mercado Central, desestimando el proyecto del arquitecto Monestier que hoy tanto valoramos. Las cosas han ido cambiando, pero no nos separa tanto tiempo de esas situaciones tan conflictivas y que tuvieron tanta incidencia en lo que vino después. En ese deterioro hay una responsabilidad colectiva. Deberíamos asumirla como un desafío que a todos nos involucra, por lo que se impone la necesidad de elaborar una propuesta sensata y viable para poder generar un ambiente receptivo a nuevas formas de gestión urbana, con el fin de revertir las tendencias desestructurantes y realizar un trabajo compartido de rescate de nuestra mejor herencia urbana.  .

                 En ese contexto el objetivo de esta intervención es apuntar a una convergencia de esfuerzos para ayudar a construir entre todos un escenario de vida en correspondencia con este nuevo proceso de “refundación” que de alguna manera se abre ante nosotros y nos compromete como antes a nuestros antepasados en situaciones igualmente dramáticas.  He aquí un formidable desafío que llevará a las jóvenes generaciones – y a los no tan jóvenes que han ido marcando el camino con intervenciones en todo sentido valiosas-, a enmendar los errores y los renunciamientos de las últimas décadas, para dialogar con respeto y sin inhibiciones, con la formidable ciudad que hemos heredado. Y eso vale para todo el país. Que así sea, para bien de todos y para que, al tiempo que reconstruimos la esperanza de volver a generar un desarrollo sostenible y de resultados compartidos – privilegiando un sentimiento de equidad que nos viene desde el fondo de la historia -, y en tanto avanzamos en su concreción privilegiando los acuerdos sobre las disensiones, podamos pasar de los monumentos aislados a una ciudad de tramos y “retazos”, cada vez mejor hilvanados en un escenario recalificado y de centralidades compartidas.                 

                Volviendo al principio, llamamos patrimonio a los valores en los que nos reconocemos y que marcan nuestra identidad. Se trata - según vimos - de la construcción necesariamente contemporánea de un relato siempre renovado cuya materia prima es parte del pasado, pero que se justifica y adquiere verdadero sentido en tanto proyecto de futuro. Esa construcción ha estado durante décadas fragmentada u omitida. Es bueno que retomemos esa tarea con renovado impulso en momentos que el país más lo necesita.  

  

(*) Intervención en el foro organizado por la Presidencia de la República y el CICOP, en noviembre de 2002, en representación de la Comisión del Patrimonio Cultural de la Nación



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