acerca de patrimonios varios
algunas reflexiones sobre nuestros "lugares de la memoria"

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13.06.2008 20:01 / MIS ARTICULOS

LA ATARAZANA Y EL APOSTADERO NAVAL / parte II (*)


          

Un rescate que apunta al futuro

            El “barracón de la Marina”, próximo al “puerto chico”, ocupó un terreno antes asignado a los jesuitas, que permanecía baldío al momento de su expulsión. Concretada ésta, pronto comienza un precario acondicionamiento del área, cuyo avance hacia fines de 1770 conocemos gracias a un plano -del que se hablará más adelante-, hecho por el ingeniero Francisco Rodríguez Cardoso, quien ya en 1753 había sustituido a su tío en la dirección de las obras de fortificación de Montevideo, teniendo a su cargo los trabajos de terminación de la Ciudadela, que no fueron pocos, y la entera construcción de las murallas que la unían al río y la bahía. Conviene detenerse en estas circunstancias. 

            La falta de recursos siguió marcando el ritmo cansino de los trabajos, pero al inicio de los años 70 podía darse la misión por cumplida, faltando tareas menores que no requerían la presencia del ingeniero. Estaba éste radicado en Buenos Aires, para cuyo puerto elaboraba un proyecto ambicioso y por entonces bien estimado. Un proyecto que no llegaría a ver construido, pero que ponía en evidencia su competencia para abordar un programa que era vital para Buenos Aires, y que Montevideo empezaba a asumir como perfil de identidad, ampliando las instalaciones del barracón de la Marina. El trabajo de Rodríguez Cardoso parecía entonces bien afirmado, pero en agosto de 1770 todo empezó a cambiar cuando se detectaron gravísimas fallas en uno de los baluartes de la Ciudadela de Montevideo..., el mismo que ya había complicado la vida a Diego Cardoso. Ahora le tocaba padecer a su sobrino. 

            El Gobernador Vértiz, que lo tenía en estima, lo incluye en una comisión -que también integraban otros dos ingenieros entonces residentes en Montevideo-, a la que correspondería el “examen de la ruina”, un diagnóstico de su situación y la definición de las medidas a tomar para la corrección de los daños. Se expidió la comisión -obviamente por mayoría- y su informe contundente fue luego refrendado en otras instancias judiciales, formándose en definitiva un expediente que dejó a Rodríguez Cardoso mal parado y sin apelación posible (sumando además nueva carga a la memoria ya conflictiva de su tío). Tal descrédito hizo que Vértiz, cuando envía a España el resultado de lo actuado, pida al ministro de la Corona “...que se digne mandar a estos reinos un ingeniero lleno de ciencia y práctica, activo y económico que, con conocimiento del terreno y estado de la fortificación, proponga los medios más adaptados a poner en mediano estado de defensa un puerto como Montevideo, que es el natural antemural de las provincias del Perú...”. Los asesores del Rey fueron en este punto diligentes, y a fines de 1771, junto con la respuesta y el consecuente nombramiento de Joaquín del Pino como comandante de ingenieros en el Río de la Plata, llegó para Rodríguez Cardoso el fin de su trabajo en las obras de la ciudad. Abatido por las circunstancias, viejo y enfermo, hace testamento en Buenos Aires en 1772 y muere allí a principios de 1774. A tío y sobrino les unían muchas cosas, entre ellas, un igual amargo final... Volvamos atrás.

            En noviembre de 1770, estando en Montevideo intentando defender su gestión y proponiendo ensayos de carga que no llegaron a concretarse, Rodríguez Cardoso elabora a las apuradas un plano que luego se adjuntaría al expediente antes citado, con detalle de las “fortificaciones ejecutadas y por ejecutar” (1). Incluye el plano una buena descripción de la trama de la ciudad y sus áreas edificadas, quedando bien definida la manzana del “barracón de la Marina” y en ella dos construcciones que ocupan parte del espacio central y a las que corresponde la leyenda: “Dos galpones para pertrechos de la Marina”. No existiendo antecedente de esas trazas en planos de fecha anterior, es probable que tengamos allí una versión de las primeras obras de remodelación, obras que alcanzarían su mayor expresión con la construcción del cuerpo central, la Atarazana, que aparece claramente expresada en varios planos de la ciudad posteriores a 1800, y con neta definición de situación y dimensión en plano correspondiente al año 1777 (2). En él, la graficación esquemática -anotada como “Arsenal de Marina”-, se dispone en el terreno en igual situación que el volumen actual, pero con una extensión sensiblemente mayor.  

            Visto el desarrollo precedente, se puede concluir -como ya se ha hecho- que ese volumen pudo ser obra de Francisco Rodríguez Cardoso (los arcos de planta baja se emparentan con los que él realizara en la Plaza de Armas de la Ciudadela), siempre que su datación no vaya más allá de 1771, cuando ya su lugar en la dirección de las obras de la ciudad quedaba en manos del ingeniero Joseph Antonio de Borja. Queda planteada la duda, pero haya sido uno u otro ingeniero el responsable, los planos antes citados demuestran que la Atarazana estaba ya construida en 1777, año en que Cevallos llegó al Plata, y que aún no lo estaba en 1770. En el mismo lapso en que la ciudad, nacida “plaza fuerte”, asumía a pleno también su condición de “puerto de mar”, en el “barracón de la Marina” nacía la Atarazana. 

“Puerto chico” con talleres grandes y un “Apostadero” que dará que hablar   

            Se trataba de un verdadero “taller” de reparaciones navales, funcionalmente similar a los construidos en las ciudades-puerto españolas desde tiempos de la dominación árabe. De ellos tomaron su nombre -Atarazanas- y aún hoy conservan justa fama las que han llegado hasta nosotros (notoriamente en Barcelona, pero también en Sevilla). En América hay sólo dos ejemplos: uno en Santo Domingo (Patrimonio de la Humanidad)…y otro, ruinoso pero aún rescatable, en Montevideo. El volumen de referencia fue complementado en el entorno de 1800, cuando combinando reformas y obras nuevas, se construye un cuerpo adicional alineado sobre el frente de la actual calle Zavala. Muchas veces confundido con el Hospital del Rey, que se había levantado en la media manzana contigua sobre la actual calle Solís y con frente a Piedras, constaba de un tramo central de dos pisos -el que hoy se conserva restaurado-, y dos laterales, demolidos en épocas posteriores.

            Allí encontró el Apostadero un escenario más adecuado a su jerarquía, y en él se instaló Bustamante y Guerra, primer Gobernador de la ciudad que asumió en paralelo la jefatura de la sede naval. Fue también en sus dependencias que Andrés de Oyarbide confeccionó la muy notable “Carta esférica del Río de la Plata”.  Desde 1805 y a consecuencia de Trafalgar, los corsarios armados en Montevideo acosaban a las naves inglesas en todo el Atlántico sur, haciendo de la ciudad un objetivo previsible. Tomada por asalto en febrero de 1807 -en una jornada que costó a los ingleses tantos muertos como bajas tuvieron en Trafalgar-, el Apostadero será sede del comando invasor. Retomado el control, España tendrá allí su último bastión naval en la América meridional, siendo esa fuerza el factor decisivo para explicar el mantenimiento de Montevideo fuera de la influencia de la Revolución de Mayo… hasta que la victoria de Brown en el Buceo selló su destino. El 19 de junio de 1814 se firmaba en la capilla de la casa de los Pérez la capitulación de las fuerzas españolas, y un día después se ratificaba formalmente: a treinta y ocho años de su fundación, el Apostadero Naval dejaba de existir. 

Las historias que siguieron, luego el olvido... y ahora un futuro posible 

            Porteños, patriotas artiguistas, portugueses y brasileños ocuparán sucesivamente las instalaciones levantadas por los españoles. Entre la salida de Alvear y la entrada de Lecor funcionó allí la comandancia de la ínfima Armada oriental. En 1830, constituida la República, se instalará la Aduana y la Oficina Central de Correo, y en tiempos de la Guerra Grande servirá de asiento a Garibaldi en su condición de Jefe Naval del Gobierno de la Defensa y será también teatro de terribles hechos, cuando el coronel Estivao, ante el acoso de los amigos de Rivera -vuelto a escena-, allí resiste y muere... y su cuerpo es arrastrado por las calles. 

            Terminada la guerra, en 1852 la Aduana pasa a funcionar en el edificio que al efecto construyera el ingeniero francés Aimé  Aulbourg y que se incendiara -o fuera incendiado- en 1921. Luego todo el padrón sale de la órbita pública y las históricas instalaciones se subdividen y complementan con precarias construcciones adosadas, siendo ocupado por modestísimas viviendas y pequeños talleres de toneleros del puerto. Así reciclado, se convierte en un “conventillo”, como otros cientos que durante décadas fueran la única opción de las clases populares. Y de esos usos todavía quedan huellas. Todas esas historias merecerían un mejor escenario que ese desolado espacio que el Banco República usa como estacionamiento de sus funcionarios, rodeando unas ruinas de ignorada significación y un cuerpo de edificación cuyo actual destino podría mejor orientarse hacia “el re-descubrimiento” de nuestras raíces coloniales. Vale en ese sentido la referencia al arqueólogo canadiense Robert Grenier, consultor de UNESCO y presidente del “International Committee for Underwater Heritage”, quien en el año 2002 visitaba Montevideo y veía ese lugar como el ideal para ubicar la sede de un “museo del mar”. O mejor, de la “ciudad-puerto” ... 

           La comisión a la que inicialmente hacíamos referencia se planteaba un horizonte comparable, con énfasis en el rescate del sitio como “lugar de la memoria” -de nuestra hoy desvanecida memoria histórica con referencia a esos eseenarios-, sin perjuicio de una inteligente remodelación del área contigua y de la integración en el padrón de nuevas construcciones. Y esto sigue vigente, ahora con fuertes posibilidades de hacerse realidad, en la medida que el emprendimiento promovido por el Banco de la República pueda llegar a concretarse en los términos antes previstos: esto es, rehabilitar las construcciones allí existentes con el objetivo de ”evocar la tradición de la ciudad de Montevideo, Plaza Fuerte y Puerto de Mar”. Y eso en el contexto de una visión urbanística renovada del entorno del área portuaria y de una intervención en la manzana donde vibre la tensión entre centenarias piedras y ladrillos, y -dando adecuada respuesta al programa específico de la comitente- los novísimos escenarios de la arquitectura de nuestros días (3).  

            ¿Podrá el Banco de la República, coordinando con quien tenga que coordinar, estar a la altura de esos desafíos?. ¿Podrá conciliar objetivos tan diversos y en buena parte ajenos a su práctica concreta?. En resumen, ¿será posible retomar aquellos objetivos, o seguirán caminando historia y memoria por un lado, y los lugares todavía vivos en los que ambas se gestaron, por otro?. Montevideo, desde hace más de 230 años “puerto de mar”, no debería dudar en la opción.   

NOTAS:

(1) Corresponde al plano Nº 20 de la edición que Carlos Travieso hiciera en 1937, y en el que una nota del Rodríguez Cardoso da cuenta de las condiciones en que tuvo que realizar su trabajo: “Que este papel se resume y no hay otro en este lugar; va hecho muy de prisa por lograr embarcar en este correo que está con la Ancla a pique, en cuya cortedad de tiempo lo he trabajado como he podido, Montevideo y Nov.e de 1770” 

(2) El plano en cuestión, según hace constar el Dr. Daniel Castagnin en el libro editado por la Academia Uruguaya de Historia Marítima y Fluvial al celebrase los 220 años de fundación del Apostadero, fue incorporado al Registro de Protocolizaciones del escribano Francisco Araucho en 1888, pero referido a una donación del año 1777.  

(3) Para poner un ejemplo, y salvando las distancias en cuanto a la relevancia de las preexistencias y a su destino, ¿ya no mostró el arquitecto Norman Foster en Nîmes, en torno a la Maison Carré, la viabilidad y sugerente potencialidad de ese diálogo de siglos?. La foto de portada da cuenta de ello.

(*) Una primera versión -ahora revisada y ampliada- fue publicada en el semanario Brecha, en edición de 18.08.2006.            



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