acerca de patrimonios varios
algunas reflexiones sobre nuestros "lugares de la memoria"

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03.03.2007 21:40 / MIS ARTICULOS

EL COLOR EN LA CIUDAD: "LA CIUDAD GRIS" (*)

           

         Hubo un tiempo -ya algo lejano- en que los edificios se revestían en su paramento externo con una capa de pintura al óleo. El gusto de los diferentes propietarios y de los numerosos artistas de la brocha abandonados a su libre albedrío, hacía que las fachadas de nuestra ciudad ofrecieran una diversidad de tintes que resultaba de agradable efecto en el conjunto de su variedad policroma. No faltaba algún tono demasiado violento que constituía una nota discordante en aquella sinfonía de color, pero a pesar de estos inconvenientes el sistema de decoración no era, en general, desfavorable para la estética de la ciudad.              

         El progreso de la construcción introdujo luego el empleo de los frentes a base de Pórtland, que, según la fórmula consagrada, son una “imitación de la piedra arenisca”, imitación que con una pequeña dosis de buena voluntad produce la ilusión completa de que las casas están construidas realmente con un noble material pétreo.          

         Como las piedras areniscas empleadas en la construcción montevideana parecen proceder de la misma formación geológica, presentan un aspecto análogo y un color casi idéntico que, por un capricho de la naturaleza, se asemeja extraordinariamente al color del Pórtland y puede ser clasificado dentro de la categoría del gris.             

         A consecuencia del empleo de ese sistema de revestimiento, la edificación moderna de Montevideo se ha ido envolviendo en una capa plomiza que trae a la memoria aquel blanco ropaje de iglesias que según los cronicones cubrió al mundo después del famoso milenario.             

         En esta sinfonía gris de nuestra edificación había, sin embargo, una nota que desentonaba lamentablemente del concierto general. Junto a las casas de reciente data que ostentaban el gris sacramental quedaban todavía los edificios levantados en épocas anteriores, los cuales seguían pintándose con variedad de tintas, según la libre voluntad de sus propietarios.          

         El contraste que formaban los paramentos policromos de esos edificios con los frentes grises a base de Pórtland era en realidad chocante y conspiraba abiertamente contra la uniformidad, esa cualidad suprema de la belleza edilicia.             

         Felizmente la Corporación Municipal intervino como correspondía en el asunto y dictó, hace ya algunos años, una oportuna ordenanza por la cual se prohibe emplear en las fachadas otros colores que no sean “los que imitan algún material de construcción”. La ordenanza era muy sabia, pero más sabia aún fue la aplicación que se le dio en la práctica. ¿Cuál era el fin que perseguía la prudente ordenanza sino el de uniformar el aspecto exterior de la edificación? Y el mejor medio de llegar a esa anhelada uniformidad, ¿no era acaso el que la pintura imitase el color de la piedra arenisca, material empleado casi exclusivamente en la ciudad?. Así lo comprendieron las oficinas municipales a quienes incumbe el cumplimiento de la ordenanza, de tal modo que ésta vino a quedar prácticamente redactada en la forma siguiente: “Las casas de Montevideo sólo pueden ser pintadas de gris”.             

         Desde entonces, los inspectores municipales, que no por ser empleados subalternos dejan de poseer refinados gustos artísticos, se dedicaron con laudable empeño a la paciente tarea de perseguir sistemáticamente a todos los edificios acusados del gravísimo delito de ostentar un color que no fuera aproximadamente el gris oficialmente adoptado.             

         Los brillantes resultados que cabían esperarse de la ordenanza y de su enérgica aplicación pueden observarse ahora en el máximum de su intensidad. A ambos lados de las calles se extienden las líneas rectas de las fachadas envueltas todas en su frío ropaje gris. Unas revocadas a imitación de la piedra arenisca; otras pintadas de manera que imiten la imitación de piedra arenisca. Pero tanto aquéllas como éstas con perfectamente grises, implacablemente grises. Toda la gama de ese color está representada exclusivamente, desde el poético tinte gris perla hasta el tono algo funerario de la ceniza.             

         Para mayor perfeccionamiento la moda exige que las puertas, ventanas y celosías se pinten igualmente de gris – tal vez con el objeto de que imiten también la piedra arenisca. Por otra parte, el afirmado de las calles, ya sea adoquín de piedra o asfalto es también gris. Además, las aceras, en virtud de otra ordenanza están pavimentadas con baldosas cuadriculadas de Pórtland, todas idénticas, que son naturalmente grises.        

         No puede darse nada más igual, nada más uniforme y, por ende, nada más hermoso que esa coloración grisácea que envuelve como una bruma a nuestra capital proporcionándole un aspecto cuya rígida solemnidad parecerá quizás un poco triste a los que no saben percibir la elegante belleza de su monotonía.             

         Por desgracia el cielo rara vez se pone gris, como sería su obligación para cumplir debidamente las ordenanzas edilicias y se obstina en desentonar del conjunto cubriendo la ciudad con el azul intenso de su cúpula. Indudablemente que hasta allí no puede llegar nuestra saludable tarea de grisificación. Pero acaso será posible hacer algo todavía para uniformar, es decir para embellecer más aún el aspecto de Montevideo. ¿Por qué no dictar una disposición obligando a pintar de gris los vehículos que circulan por las calles y cuyos variados tonos rompen actualmente la armonía del color dominante? Es indudable que esa reforma sería fácil de llevar a la práctica. Y una vez obtenida ¿por qué detenernos en ella? ¿No sería factible conseguir que también los transeúntes se vistieran exclusivamente de paños grises?...             

Pero no vayamos tan lejos. No aspiremos todavía a conquistas que el progreso impondrá con seguridad en el porvenir. Mientras tanto, a la espera de ese supremo perfeccionamiento, disfrutemos de las bellezas que la uniformidad de coloración ha derramado sobre la capital, nunca más hermosa que ahora, cuando se ha cubierto de una alegre vestidura que se adapta en forma maravillosa a nuestro ambiente al fundir todos los tonos en la exquisita armonía del gris. 

(*) Artículo de Román Berro (profesor adjunto de Teoría del Arte en la Facultad de Arquitectura), publicado en la revista de la Sociedad de Arquitectos (tomo XXI – agosto/setiembre de 1917)

IMAGEN DE PORTADA: POSTAL CON DIBUJO DE GUILLERMO MORDILLO



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