acerca de patrimonios varios
algunas reflexiones sobre nuestros "lugares de la memoria"

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03.03.2007 21:41 / MIS ARTICULOS

EL COLOR EN LA CIUDAD / parte I (*)

                  En su “Historia de la sensibilidad en el Uruguay”, Barrán describe el escenario de una época “bárbara”, que hacia 1860 empieza a sufrir un proceso de “disciplinamiento”, generando una transición hacia un modo de vida y una escala de valores de nuevo tipo, que llegarían a consolidarse plenamente hacia 1920. Respecto a la morfología y el color de las ciudades -tema al que alude marginalmente-, dice: “ A la ciudad de casas pintadas de distintos y cálidos colores que todavía había observado en 1890 el viajero norteamericano Teodoro Child, la estaba sustituyendo la de fachadas uniformes -blancas primero y luego grises- que imponían los nuevos métodos de construcción y el gusto “moderno”.                                 

                Pienso que la hipótesis de trabajo es inobjetable como encuadre general, pero se sostiene mal en cuanto hace referencia al ordenamiento urbano, donde la tradición colonial, más el aporte de los ingenieros militares y de los arquitectos y técnicos de formación académica que influyeron fuertemente en los primeros sesenta años del siglo XIX (Toribio, Zucchi, los Poncini, etc.), dieron por resultado un tipo de ciudad de gran unidad tipológica y formal, tal como podemos apreciar en el notable relevamiento del ingeniero Capurro (en el entorno de 1868) y en la abundante iconografía de esos tiempos. Es justamente en la década del 60 que empiezan a injertarse modelos típicos del eclecticismo romántico (Rabú, Pedrálbez), consolidándose luego la ampulosidad de lenguaje tan grata a la sociedad del 900. Pero difícilmente veríamos ese proceso como yendo de lo “bárbaro” hacia lo “disciplinado”, aunque la magnitud del cambio fue sin duda notable, tanto como lo fue el crecimiento de la población, multiplicada por cinco entre 1860 y 1920. Vale citar al respecto las palabras pronunciadas en el Senado de la República por Francisco Bauzá, en junio de 1896:  “...Me duele ver desaparecer todas las tradiciones de la ciudad ... Entre nosotros no se ha dejado nada absolutamente que nos recuerde la vida de 30 años (atrás), y no sé por qué razón, desde el mobiliario hasta los edificios, todo ha sido renovado en la capital, y lo mismo sigue haciéndose en las ciudades del interior; una especie de vandalismo ilustrado que asusta! “                   

                       Tal vez el proceso de desarticulación y objetiva “barbarización” de la plaza Independencia, pasando del meticuloso ordenamiento de Zucchi al desastre actual –habilitado por las ordenanzas “liberales” de principios del siglo pasado y recientemente consolidado por la acción municipal-, sea un buen ejemplo de situaciones cuya complejidad y dominio específico no es conciliable con el esquema general. Por el contrario, el tema del color de la ciudad se ajusta a la óptica de Barrán sin el mínimo forzamiento.           

EN TIEMPOS DEL COLOR SIN MIEDO

                  Hacia 1868 llegaba a nuestra tierra el capitán Richard Burton -una especie de Indiana Jones victoriano-, confirmando con sus observaciones el contenido de las láminas de Capurro : “Las casas parecen pensadas para la guerra hasta en sus torrecillas que las hay en todas las formas (hace mención a los balcones del nivel de azotea, que cincuenta años más tarde también llamarían la atención de Clemenceau): la mayoría están pintadas, fundamentalmente en la gama de los amarillos, desde el parduzco al tono de la goma arábiga; muchas son blancas, unas pocas rojas con techos de teja a dos aguas, y tampoco faltan los tonos oscuros y achocolatados.”                                 

                 Todavía hacia 1890, según vimos, Child podía decir que en Montevideo “triunfan el estuco y los colores vivos”, pero ya en un contexto crítico, porque también dirá ...”cuanto menos hablemos del gusto de los Orientales, mejor será” ... Dos años más tarde, el Conde de Saint-Foie (en ese entonces Ministro Plenipotenciario de Francia ante el Uruguay), hace mención a las grandes quintas, que a su gusto “nada hacen para agradar a la mirada, pues la mayoría tienen sus fachadas pintadas de rojo, amarillo o azul” y la propia quinta de Berro -“la más grande y la mejor considerada de las quintas de Montevideo”, que siempre conocimos tan blanca-, había recibido ...”una deplorable capa color borra de vino”.          

                Fiel a sus recuerdos de juventud, Capurro podía tratar las fachadas del Palacio Santos combinando mármoles y estucos con colores plenos, tal como cincuenta años antes se había hecho con la fachada de la casa de Montero (hoy Museo Romántico). A su vez en los barrios, mantendrían su presencia aún durante décadas, casitas de zaguán y patio -o casas de inquilinato- con frentes pintados de colores vivos. Pero eran ya ejemplos aislados que formaban parte de una tendencia recesiva, ya pronta a desaparecer, sustituida por un procedimiento que adquiriría una prevalencia absoluta en todas las escalas y tipos de construcción: esto es, un mortero con base de cal y agregado de cemento puzolánico primero  (”tierra romana”) y pórtland después –o con mezcla de uno y otro, más polvo de mármol-, usado como capa uniforme de revoque y material de apliques y molduras. Un material con color incorporado - en la gama de ocres claros y grises -, que hizo de la pintura de fachadas un recurso marginal. 

IMITANDO A PARIS

                      Hacia 1890, Reus al Norte y la Estación de Ferrocarril daban ejemplo de la plena adopción de estos procedimientos. A su vez, a medida que el cemento “pórtland” iba desplazando a la “tierra romana” y que en paralelo se acentuaba la dependencia cultural de los modelos europeos, se fue imponiendo el revoque “símil  piedra París”, incluyendo un buñado que pretendía hacer más explícita la referencia a un material que si no se podía importar, bien se podía tratar de imitar...               

                    En el año 1914, Guillermo Reboratti -años después asociado con Bello para construir “medio Montevideo” en sintonía con la sensibilidad de las capas altas de la emergente clase media -, publica una reseña de los que son, a su criterio, los edificios más importantes construidos en esos años; de las decenas de ejemplos que documenta, ninguno se aparta de esa técnica. Los colores “bárbaros”, habían sido eliminados de las fachadas, quedando recluidos en los ambientes interiores, donde el proceso de “disciplinamiento” se hizo más lento. Esa gradación de primarios saturados, luego apastelados, luego atenuados hasta llegar a la aceptada “corrección” de un gris perla o un ocre suave -sin traza además de ningún dibujo sobrepuesto-, puede aún ser experimentada al remover las sucesivas capas de pintura de viejas construcciones, mudos testigos de una lenta mutación de los gustos y las costumbres. 

QUE NADA QUEDE SIN REGULAR

                   Pero no se trataba sólo de una coincidencia de técnicas y sensibilidades espontáneamente alineadas con los modelos europeos, sino que también existía un encauzamiento institucional de incidencia nada despreciable, ejercido en Montevideo por una Comisión de Estética que supervisaba cada permiso de construcción y observaba todo apartamiento del “buen gusto”. Gestión a su vez estrictamente reglamentada por las ordenanzas municipales referidas al tratamiento de fachadas, aprobadas entre 1911 y 1913, donde se imponía el uso de revoques –salvo sobre materiales “que se han hecho para no ser revocados” -, admitiendo únicamente “la pintura o blanqueo de los edificios imitando materiales de construcción, como ser piedra arenisca, ladrillo, piedras en general “...          

                  Al decir del arquitecto Román Berro en un cáustico artículo publicado en el N° 21 (años 1916-1917) de la revista de la Sociedad de Arquitectos (**), podría resumirse el contenido de esas ordenanzas en una frase: “Las casas de Montevideo sólo pueden ser pintadas de gris”... En rigor, la pintura dejaba de ser una opción y el revoque gris, la norma. Agregaba Berro: “ Por otra parte, el afirmado de las calles ... es también gris: Además, las aceras, en virtud de otra ordenanza están pavimentadas con baldosas cuadriculadas de Portland, todas idénticas, que son naturalmente grises”.  Figari a su vez, que años después volcaría en sus cuadros los colores intensos de los escenarios “bárbaros” de su juventud, clamaba en 1913 contra aquella “grisura” importada: ...“En vez de acentuar el tipo autóctono de la ciudad si puede decirse así, que es y debe ser luminoso y alegre, rodeada como está de mar y coronada por un cielo radiante –cielo que riñe con la severidad y mucho más aún con la monotonía de la melancolía-, se la embadurna con gris inverosímil, y en vez de utilizar sus dones, se la tritura, se la castra, se la decapita”. Los intelectuales más combativos no congeniaban con las pautas que imponían una unidad regimentada ... pero su prédica tuvo escaso eco. La “ciudad gris” era ya una realidad sin vuelta.  

FUENTE DE REFERENCIA: "MONTEVIDEO NO FUE SIEMPRE UNA CIUDAD GRIS" / ARQUITECTAS SUSANA ANTOLA Y CECILIA PONTE, PUBLICADO EN EL Nª 263 DE LA REVISTA "ARQUITECTURA"

(*) Publicado en el semanario "Brecha" (partes I y II) en edición de fecha 21.04.2006

 (**) El artículo de Román Berro se reproduce en EL COLOR DE LA CIUDAD (parte III)   http://blogs.montevideo.com.uy/hnnoticiaj1.aspx?1460

IMAGEN DE PORTADA: CASONA PRÓXIMA AL PUERTO DE FRAY BENTOS: DETRAS DE LOS OCRES,  APARECEN LOS AZULES Y ROSA FUERTE DE SUS TIEMPOS DE ORIGEN.

SIGUE EN PARTE II   http://blogs.montevideo.com.uy/hnnoticiaj1.aspx?1454,

       



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