Sopa de ideas
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18.07.2018 10:54 / Mis artículos

¡Vivan los constitucionalistas!

 

Hace poco menos de un año, tuve la suerte de adquirir por muy poco dinero un ejemplar de la Constitución de 1917, perteneciente a una reducida edición de 21 ejemplares, anotados, comentados y firmados por el ex presidente de la República Baltasar Brum.

 

No hace falta que mencione cuán valioso es para mí ese libro, ni el lugar destacado que ocupa en mi biblioteca. Para un batllista que se precia de tal, como es mi caso, constituye un amarillento pero vivo recordatorio de dónde vengo y cuáles son mis principios y deberes cívicos. Fue por la vigencia de esa Constitución y el imperio de la ley, que Brum entregó su vida. “¡Viva Batlle! ¡Viva la demo…!”, gritó sin poder completar la palabra -¡vaya metáfora!- mientras caía muerto en medio de la calle, procurando despertar -sin éxito- a sus adormilados compatriotas de la indiferencia con la que secundaban el golpe de Estado perpetrado por Terra y sus secuaces con vistas a cambiar, justamente, esa Constitución.

 

Aquella reforma que enmendaba la Carta Magna de 1830, recogía-parcialmente- el sueño de Batlle, Brum y tantos otros de un Poder Ejecutivo colegiado, que separaba el Estado de la Iglesia y consagraba la libertad de cultos, que ampliaba la ciudadanía a extranjeros y otros habitantes de la república privados de ella hasta el momento, que establecía el sufragio universal masculino, el voto secreto, la representación proporcional y reconocía a las mujeres el derecho al voto, lo que constituía un enorme salto en términos sociales e institucionales. Pues, no sólo democratizaba la república, ampliando su base de sustentación social, sino que la independizaba de la tutela moral de la Iglesia y transparentaba y garantizaba los mecanismos de participación de la ciudadanía en la vida política del país. Era la concreción, en suma, de un nuevo contrato social, en el que los uruguayos de principios del siglo pasado, con ideas y tradiciones diferentes, acordaban encarar el futuro con nuevas reglas de juego, reconociéndose como adversarios y ya no como enemigos.

 

El antecedente de aquella Constitución que estrenó Baltasar Brum en 1919 -siendo él el primer presidente de la República elegido por el voto popular-, sirve a mi modesto entender de ejemplo y referencia para comprender que de nada vale una constitución como aquella si no es custodiada, honrada y defendida aún a costa de la propia vida -como hizo solitariamente el ex presidente- por una ciudadanía consciente de que es ella, en definitiva, su principal escudo contra el abuso de los sátrapas y su única barrera contra la barbarie.

 

Hoy que celebramos casi en silencio la jura de nuestra primera Constitución, sin reparar si siquiera por un instante cuán poco respeto se le tiene por estos días, ya sea porque se la ultraja sin el más mínimo pudor o se la quiere remendar en función de intereses electorales o demagógicos, me permito evocar a aquella que le sucedió y que cayó por obra de la prepotencia de unos pocos y la indiferencia de la mayoría.

 

Por eso, permítanme que mi “Viva” de esta hora no sea para el libro, que reposa en un estante de mi biblioteca, sino para los hombres y mujeres de ayer y hoy que la honran en los hechos: ¡Vivan los constitucionalistas!



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