acerca de patrimonios varios
algunas reflexiones sobre nuestros "lugares de la memoria"

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03.03.2007 21:52 / MIS ARTICULOS

ARTIGAS EN LA MESETA

              

            Hoy los límites de los estados-nación se nos aparecen como poderosas trazas en el suelo, desdibujando a veces el formidable peso de la geografía. No pasaba lo mismo en la dilatada cuenca del Plata, en tiempos en que estas tierras eran para la Corona española apenas el antemural que protegía sus posesiones más valiosas en el Perú de los Virreyes. Entonces sí las continuidades o las fracturas que la naturaleza impuso en el terreno, jugaron fuerte en el entramado de encuentros y desencuentros de los grupos humanos que por allí transitaban, y en una penillanura de relieve discreto, los ríos fueron fronteras; entre todas, la del profundo Paraná la más notoria. Como ha hecho notar Diego Bracco en “Charrúas, guenoas y guaraníes”,  las primeras poblaciones fundadas desde Asunción -salvo la muy cercana Corrientes- se instalan en la margen occidental del río, en tanto la “banda oriental” permanecería largo tiempo como escenario de disputa entre las parcialidades aborígenes, españoles y criollos, los pueblos misioneros y las “bandeiras” portuguesas.

            El río Uruguay sería el elemento vertebrador de ese escenario conflictivo, ruta obligada del vínculo entre Yapeyú y Buenos Aires, suficientemente caudaloso para marcar un límite, pero también con “pasos” que habilitaban un vínculo activo entre sus orillas. Y no faltaban los “saltos” en los que los jesuitas veían puesta la mano de Dios para dificultar la llegada a las Misiones del influjo disolvente de costumbres ajenas a su doctrina; una valla natural para quienes remontaban el río, preanunciada por la presencia de un atalaya natural y luego por las turbulencias de un tramo en que el cauce se estrecha y el agua se agita, como si aquello fuera un “hervidero”.  Hacia 1796 el geógrafo español Andrés de Oyarbide describe el lugar, haciendo constar que aguas abajo “... hay un arroyo que llaman del Hervidero, en donde se acaba el peligro de estas restingas y pasaje, y sigue la costa oriental alta de piedra tajada”. Y agrega que esa sucesión de barrancas escalonadas culmina a una distancia de legua y media en un promontorio con forma de cono truncado, cuya cima aplanada se eleva unos 45 metros sobre el nivel de las aguas. En tiempos en que lo describe Oyarbide, el lugar tenía una referencia hasta hoy enigmática (“el castillo del Bautista”), en tanto “Chapicoí”,  su nombre en guaraní, era precisamente descriptivo de su forma y situación. En ese tramo del río marcado por “el hervidero de las aguas” la meseta era -y sigue siendo- un punto de referencia obligada desde donde se domina una vasta extensión a la redonda.  Un escenario privilegiado que también la historia pondría en valor.

DE VALENZANI  A  CARLOS MARIA HERRERA         

            Según relato de Isidoro de María, a poca distancia del lugar sobre la costa del Uruguay donde Artigas levantara la villa-campamento de la Purificación “...existía una altura dominante, que el dicho popular llamó la mesa de Artigas (...), por ser el punto elegido de preferencia por Artigas, para plantar su tienda, abarcando con la vista aquella parte del Uruguay donde tantas veces se cruzaron las armas de los combatientes, defendiendo unos el suelo originario y otros la conquista extranjera...”. Barrios Pintos hace constar que esa afirmación “de plantar su tienda” no ha podido ser confirmada “sobre base documental de época”, pero no duda en cambio en cuanto a su condición de “inspiradora de artistas”. Y por cierto que los ejemplos abundan.    

         El primero de ellos fue muy celebrado en su época, aunque hoy esté casi olvidado: se trata del óleo que el italiano Pietro Valenzani -llegado a estas tierras en 1847- pintara hacia 1865 (”Artigas en Purificación”, hoy en la sede del Centro Militar). A partir de esa imagen, pero con diferencias respecto al original en algunos detalles, el dibujante Alfredo Michón hizo un dibujo en grafito que luego el litógrafo Alfredo Godet -francés radicado en Montevideo- llevaría al grabado. Al pie del mismo, una leyenda dedicada a “EL GENERAL Dn. JOSE G. ARTIGAS  Fundador de la nacionalidad oriental (...) Campamento sobre el Río Uruguay cuando la invasión portuguesa ...”, termina con esta constancia; “...parecido confirmado por la opinión de contemporáneos, tomado de un cuadro al óleo del Ser. Valenzani”.  A su vez, Salterain y Herrera en su biografía de Monterroso, incluye la imagen de un cuadro al óleo pintado por José Hidalgo (“Artigas en la Meseta, con el campamento de Purificación embanderado”), que reproduce con ligeras variantes el trabajo de Michón-Godet.    

        Según ha consignado Ana Ribeiro, una obra posterior de Eduardo Carvajal (“Artigas en el Paraguay”, ya anciano pero con rasgos concordantes con los pintados por Valenzani), contaría con la aprobación de quienes trataron directamente con el prócer en varias etapas de su vida, tal el caso de Ramón de Cáceres. El cuadro de Carvajal se supuso a su vez inspirado en una obra de pintor anónimo realizada en vida de Artigas, obra que llegó a conocimiento público de modo imprevisto, cuando en setiembre de 1994 fue incluida en una subasta realizada en Montevideo, formando parte de la sucesión de Alfredo y Jacobo Vázquez  Acevedo. La presunción sobre el antecedente de la obra de Carvajal -que reproduce con pequeñas variantes el cuadro original- quedaba confirmada, agregando con ello un nuevo elemento de ratificación acerca de la verosimilitud de obras realizadas antes de que Blanes trazara la imagen que se convertiría en “oficial”, bastante distante de aquéllas (de la de Valenzani en particular, que bien hubiera podido ilustrar la célebre carta de Robertson sobre su encuentro en Purificación)..   

          A partir de Blanes, la noble presencia del caudillo, con los brazos cruzados sobre el pecho, quedaría grabada en el imaginario colectivo con fuerza de cosa juzgada, sin que pesara mucho su atuendo de oficial del cuerpo de Blandengues, ni su imagen recortada sobre la portada de la Ciudadela ...por él dos veces sitiada.  Pero un elemento del cuadro de Valenzani se mantendría sin variante en toda representación que ligara a Artigas con la meseta: la expresión de serena meditación y la mirada clavada en las tierras del Protectorado, allende al río. Así lo veía Carlos María Herrera, en el muy notable cuadro que pintara hacia 1911 mientras residía en la estancia del Hervidero, donde se guarda aún alguno de sus bocetos. Y en la misma perspectiva se ubicó el monumento hoy existente en la meseta, inaugurado el 25 de agosto de 1899, igualmente significativo pero más modesto que el originalmente proyectado.  

EL MONUMENTO COLOSAL QUE NO LLEGO A SER  

              En junio de 1894, al cumplirse 130 años del natalicio de Artigas, se inician los procesos de construcción de los dos primeros monumentos levantados en su honor en la República, uno en San José y otro en Paysandú. Las iniciativas anteriores, en tiempos de Berro primero y luego de Santos (*), quedarían prefiguradas por Blanes en su “Revista de 1885” (donde a espaldas del coronel y su “corte”, un gallardo Artigas cabalga hacia la península), pero recién tomarían forma en Montevideo en 1923 . 

              Desde inicios de la década del 70, las polémicas de Carlos María Ramírez con Berra y con el diario porteño “El Sud América” y las investigaciones de Maeso y Fregeiro, fueron disipando “la influencia de la leyenda hostil a la memoria del General Artigas”, ... pero todavía en 1895 se publicaba la cuarta edición del “Bosquejo Histórico” de Berra, donde esa hostilidad -y una consecuente visión crítica- alcanzaba su expresión más depurada. Y todavía estaba fresco el recuerdo de la diatriba que Sarmiento, en tiempos de su presidencia, se creyó obligado a ensayar en la propia meseta. En ese contexto, aquellos emprendimientos cobran aún mayor significación y convocan nuestra atención.  

            En el caso de Paysandú, la piedra fundamental del monumento se colocaría en el Chapicoy de los guaraníes, en tierras donadas por Nicanor Amaro, quien presidió la comisión formada en Salto para llevar adelante esa iniciativa y corrió también con buena parte del costo de la obra. Siendo muy joven, Amaro se salvó de milagro de la degollatina de Quinteros y dejando sus pagos de Malbajar, emigró hacia el norte con familia y pertenencias. Allí creció su experiencia y su fortuna explotando el saladero de Guaviyú junto con los Piñeyrúa, hasta que separado de éstos, adquiere parte de los extensos campos del Hervidero que ocupara desde principios del ochocientos Juan Bautista D´Argain, y en los que Artigas estableciera -desde mayo de 1815- el Campamento y Villa de Purificación.   

             El monumento debería estar en sintonía con la nueva significación del prócer en esos tiempos de refundación, expresando a la vez un estado de cosas donde nuevos agentes asumían una creciente relevancia en el plano económico y social, promoviendo iniciativas que en este caso -no así en el de San José- se desarrollaban prácticamente sin participación estatal. El monumento nacía con un impulso de “gran obra”, y el ingeniero Honoré, a quien se encomendó el proyecto original, bien que lo entendió ...  

          Propone desde el inicio una escultura de grandes dimensiones, porque asentada sobre la meseta, se decía entonces, “una estatua de tamaño natural habría sido ridícula en esa posición. Un monumento algo mayor, insignificante”. En línea con una tentación por la desmesura que daría en el futuro varios ejemplos (la sede del Banco de la República, etcétera...), el proyecto se presentará con seductora monumentalidad como una escultura inmensa y “habitable”... En tres ediciones consecutivas (6, 7 y 8 de noviembre de 1894), el diario “El Día” da cuenta de la propuesta de Honoré, incluyendo amplia documentación gráfica. Según ese texto, “Adoptado y realizado el proyecto del ingeniero Honoré, habríamos construido y erigido a la memoria de Artigas el mayor busto del mundo”. Y no había exageración en ello, porque el busto de referencia, con base de piedra y estructura metálica, tendría una altura de 28 metros, conteniendo en el nivel de acceso una “sala de honor”; sobre ella se sucederían otras dos salas de mayor tamaño, llegando por medio de una escalera central a una plataforma situada a 70 metros sobre el nivel del río. Desde allí, a través de los ojos de esa colosal imagen del patriarca -y de otras pequeñas ventanas convenientemente disimuladas-, los visitantes podrían disfrutar de una vista excepcional. Y sentirse Artigas por un instante...    

              Salvando la diferencia de escenarios, se tendría un efecto similar al que aún se admira en el San Carlone de Arona -que tanto impresionara a Aldo Rossi-, levantado a fines del siglo XVII junto al lago de Como. Pero allí San Carlo Borromeo aparece de cuerpo entero, con una altura similar al torso monumental de Honoré. Esa diferencia proporcional podía también invocarse con relación a la estatua de la Libertad, instalada en la bahía de Nueva York pocos años antes (en 1886), aún cuando la altura de la figura de Bertholdi alcanzaba los 46 metros, casi 20 más que el santo homenajeado en el Piamonte. El primer artículo publicado en el “El Día” incluía esas referencias comparativas y su titulación no dejaba dudas en cuanto a la magnitud del compromiso asumido:               

El monumento colosal del Hervidero

PROYECTO DEL INGENIERO SEÑOR HONORÉ

EL BUSTO: SUS DIMENSIONES 

SIN IGUAL EN EL MUNDO !

         Un “falso” paisaje de Manuel Larravide, también citado en la crónica y hoy apreciable en el Palacio Gallino de la ciudad de Salto (una vista de la meseta desde el río, que incluye el busto proyectado) da cuenta de la magnitud del emprendimiento y del “efecto grandioso” que preveían sus promotores. Pero “el monumento colosal” no llegaría a concretarse… por lo menos en  los términos proyectados. A poco de hacer números la propuesta de Honoré quedaría descartada y en su lugar se erigiría la obra que hoy conocemos. Que a su vez, ¡buen trabajo dio!, llevando en carretas los bloques de granito para construir el fuste sobre el que descansa el bronce modelado por el genovés Azzarini. Finalmente el objetivo quedaba cumplido, alcanzándose incluso una altura mayor que la prevista por Honoré, aunque no su ambiciosa monumentalidad.   

             Y siendo consecuente con el modelo que impusiera Valenzani, también ahora la mirada de Artigas se pierde en las llanuras argentinas...  

NOTA: 

(1) Cuando a principio de los años 80 se puso la piedra fundamental del monumento que en homenaje a Joaquín Suárez habría de levantarse en la plaza Independencia (recién en 1896, en frente y a pocos metros de la Casa de Gobierno), Santos organizó un contra-acto, teniendo a Artigas, y no a Suárez, como objeto de la ceremonia. Poco después dobló la apuesta, promoviendo un concurso internacional para erigir el monumento. La maqueta del proyecto de Federico Soneira -autor de la propuesta ganadora, que no llegaría a concretarse-, puede verse en la ciudad de Maldonado, en el museo que alberga la colección donada por Nicolás García Uriburu.

IMAGEN DE PORTADA: plano de corte del monumento proyectado por el ingeniero Honoré, incluido en la edición de el diario "EL DIA" de fecha 07.11.1894



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