Versión para imprimir 21/12/18



El ADN que te parió

Todo emprendimiento nace de un impulso, un sueño, un cierto "para qué", al que llamamos mito fundante.

En este impulso creador, el o los dueños albergan sus sueños y esperanzas respecto al proyecto a iniciar. Es el soplo inspirador.

Cuando trabajamos con empresas, muchas veces hemos de recurrir a recordar este momento, a reconectar con este impulso, con estos sueños y visiones que quizás con el devenir del tiempo se hayan diluído. Retomar contacto con las fuentes, suele ser algo inspirador, que ayuda a quienes están en la empresa a retomar impulso.

Sin embargo, algunas veces, este mito fundante no es positivo, sino que negativo. Son casos en que el emprendimiento nació del odio, del rencor, de la envidia o de otras energías negativas. Y así como la inspiración puede mover montañas, estas otras energías no son gratuitas y suelen embargar el futuro del proyecto.

María fue socia en una veterinaria. Durante años convivieron los tres socios, compartieron vacaciones y sueños. Fruto de desencuentros, María se retiró y abrió una veterinaria en la misma cuadra que la de sus ex-amigos-socios. Enfrentó demandas judiciales por competencia desleal (intentaba captar la cartera de clientes de su antiguo emprendimiento), y durante varios años esta dinámica fue cotidiana. Insultos, rencores, pequeñas comparaciones sobre quién gana a quién. María murió hace unos años, víctima de cáncer. 

Montevideo supo contar con una red de transporte municipal desarrollada. Supo contar con omnibuses importados de Inglaterra para dicho servicio. Sus líneas de trolleybus pusieron a la ciudad en un lugar de destaque en una modalidad de transporte limpio y ecológico y sus líneas penetraban diversos barrios y zonas que de otra forma no hubiesen contado con transporte. Con los años, se fue empobreciendo su funcionamiento y durante la dictadura militar (1973-1985) se resolvió sacarse de encima dicho servicio, impulsando la creación de tres cooperativas con sus trabajadores: Raincoop, Cooptrol y Cotsur. Con el impulso propio de una patada en el trasero, este personal municipal devino en empresario. Y allí se sembró la propia semilla de su destrucción. Sin formación ni mayor ambición, una a una de estas cooperativas desapareció. La última -Raincoop- logró sobrevivir 40 años. Sin embargo, en su ADN estaba ya el código de destrucción: no eran ni emprendedores, ni soñadores. Eran los herederos de quienes fueron obligados a subsistir. Y desde ese lugar, hicieron lo que pudieron.

Un emprendimiento siempre tiene un cierto código genético. Puede ser algo que lo estimule y rescate en momentos de crisis. O puede ser una maldición de la que resulte difícil escapar. Por eso, como todo en la vida, enfoque su energía en lo bueno. 

@2016 - Gustavo Nisivoccia





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Gestalt! by Gustavo
Gestalt aplicado a Organizaciones, Coaching y Gestión Humana

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