Yo quería tocarlo

tomarlo entre mis manos – despedirlo.

Como un pichón de alondra

perdido sin su madre

permaneció muy quieto entre las sombras.

Yo quería tocarlo

sólo eso.

Saber que era verdad

que existía su voz desapegada

de los instintos huecos.

Quería traspasar las puertas de su invento

atraparlo en su día

de irrefutable propiedad de consumirse

y apoyarlo suavemente

entre mis manos.

Yo quería tocarlo

sólo eso.

Saber que había pasado por mi alma

decirle que fue amor

y soltarlo con un adiós sin besos.

Resuelto y liberado

voló hacia algún tiempo indevelado

bordando sobre el piso

una pluma de gracia.

Sin dejarse rozar

inició el viaje.

BEATRIZ OJEDA

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