Versión para imprimir 23/11/18



MONTEVIDEO: EL LARGO DECLIVE DEL ESPACIO PUBLICO

 

Habían pasado poco más de 2 décadas desde la forzada fundación de Montevideo -“plaza fuerte” y con el tiempo “puerto de mar”-, cuando el  ingeniero Diego Cardoso daba los últimos toques a la puerta de la Ciudadela y se aprestaba a completar el cierre de la línea de tierra de la península.… montándose sobre el borde del trazado de Millán (32 manzanas que habían crecido hacia el este y empezaban a dividirse, ya no en 2 o 4 padrones sino en 8, y a poblarse con humildes construcciones de barro, paja y cuero). Era un escenario propio de un emprendimiento fundacional en las orillas del mundo, marcado por el protagonismo de una geografía sugerente y por un modelo de ocupación de rígido esquema: una cuadrícula apenas animada por la presencia de la plaza mayor, antesala pública de la iglesia matriz y la casa capitular, ambas tan precarias como su entorno. Y por un cerco amurallado mal ubicado y no mejor construido, que ahogaría el futuro crecimiento…

 

Mientras Montevideo era todavía un proyecto en proceso de consolidación -y ya con problemas-, Roma, capital de la cultura barroca, era el centro de referencia de los primeros tour-istas, élite intelectual de la Europa de aquellos tiempos, atraída por los fulgores de una “escena urbana” notablemente calificada. Allí un arquitecto y cartógrafo de justa fama, Giambattista Nolli, daba cuenta de las virtudes de ese palimpsesto excepcional, construyendo un plano casi tan ambicioso como el que pergeñaran los cartógrafos del cuento de Borges. No tendría su grabado la extensión de la ciudad -aunque ocupa en sus 12 planchas casi 44 metros cuadrados-, pero es un relevamiento iconográfico minucioso y admirable, con una característica agregada muy peculiar: los edificios de uso público o semipúblico aparecen dibujados con detalle de sus plantas bajas y con un tratamiento en continuidad con el área exterior. En ese contexto, el espacio público se percibe tal como lo vivimos, ampliada la traza habitual de calles, veredas y plazas, penetrando en pórticos, iglesias, teatros, cafés, tiendas y restoranes. La ciudad era una fiesta y el espacio público su protagonista. El plano de Nolli era su fiel reflejo. Y como lógica consecuencia, también una obra de arte, presentada al público en el año 1748 y luego reeditada en colaboración con Piranesi.

 

Doscientos años más tarde, Montevideo hubiera merecido un plano semejante. No era, obvio es decirlo, un escenario comparable a aquel en el que competían Borromini y Bernini, pero salvando las diferencias -algunas favorables, como la convivencia democrática de sus habitantes y el sentido de equidad de sus políticas públicas-, era a su escala, una “ciudad modelo”, siendo particularmente apreciable la extensión y calidad de los equipamientos y espacios públicos, así como los modos habituales de su apropiación, típicos de una sociedad, al decir de Real de Azúa, “hiperintegrada”.

 

Muchas cosas habían cambiado desde los tiempos en que Diego Cardoso pensaba estar construyendo “una Cádiz en Indias”. Apenas constituida la República la trama original había saltado -y demolido- esa barrera, y se extendería luego, y hasta nuestros días, a manera de fotocopia fraccionada e incontrolada. No faltaron los intentos de ordenamiento -varios decretos de zonificación de actividades, el trazado de bulevar Artigas, el plan del francés André y otros- pero el episodio de mayor significación ocurrió hace casi exactamente 100 años, cuando en 1911 el gobierno convoca a un concurso público internacional para la elaboración de un plan de ordenamiento urbano que incluyó el trazado de avenidas, parques y jardines- y el mejoramiento de los existentes-, más la ubicación de 15 edificios públicos, al tiempo que plazas de deportes y escuelas públicas de primer nivel se instalaban en los barrios de la ciudad.

 

En ese programa que hoy llamaríamos “de arquitectura y urbanismo para la integración ciudadana” está el cimiento de las operaciones de gestión territorial socialmente “sustentables” que dieron por resultado la ciudad que en 1941 el fotógrafo de LIFE Hart Preston registraría en una amplia secuencia -hoy felizmente accesible vía Internet-, en la cual destaca con brillo propio la arquitectura de la época, pero sobre todo, la calidad de los espacios públicos, su presencia decorosa y su uso gozoso e irrestricto. Una condición que se afirmaría a lo largo de los años 40.

 

Tras casi una década de crecimiento, un Nolli para el Montevideo del entorno de 1950 agregaría a calles y plazas la planta de la Estación Central y de los varios “mercados” que, descontando pérdidas, son aún orgullo de la ciudad. Estaría la “Pasiva” en la que se extendieron las mesas del café Británico cuando Capablanca  -dicen, el Mozart del ajedrez- diera en ellas lecciones de su arte, y los “Sorocabana” aparecerían como lo que en realidad fueron: plazas techadas, accesibles al bajo costo de un café.  Un igual escenario se vivía no solo en “el centro” y en el “boulevard Sarandí”, sino en “las capitales de los barrios”, y en las viviendas en torno a patios que proliferaban en la ciudad, no era usualmente la puerta de acceso el límite entre lo público y lo privado, sino la más discreta “puerta cancel”.

 

Una soñada “ciudad modelo” en línea con un pensamiento social “avancista”, había podido consolidarse de tal forma, que bien podía imaginarse una interacción cada vez más estrecha entre las formas de convivencia democrática que la sociedad asumía en una perspectiva de creciente equidad y ese escenario acogedor de la vida ciudadana. Pero no todas eran flores en esos tiempos, bien se sabe. Hacia 1952 aparecían los primeros síntomas de una situación estructural problemática. Las inercias del pasado y el contexto internacional de nuevo favorable jugaron fuerte e hicieron que los años 50 mostraran engañosos signos de crecimiento, concentrando inversiones y calificando el área costera, al tiempo que la trama hasta entonces consolidada empezaba a dar signos de debilitamiento y expansión descontrolada. Creció Pocitos; también Vista Linda y El Dorado …, también los “cantegriles”

 

Muchas cosas han cambiado en Montevideo en las 5 décadas comprendidas entre el alerta puntual de un “paralelo 38” en el puente del Pantanoso y el país salvado al borde del colapso en el 2002. Siguió a esto  una nueva década de crecimiento, igual y mejor a aquella de los años 40, pero los valores más significativos del escenario heredado son todavía los mejores valores del Montevideo en que vivimos. Sería absurdo ignorar o subvalorar todas las cosas que se agregaron con signo positivo, pero no lo sería menos el desatender el resultado de una tendencia de fragmentación  creciente. Ahora el espacio público ya no se percibe como una trama abierta y continua en la que equipamientos y servicios son asumidos como parte de un sistema integrado y de uso no segregado (o por lo menos, no dominantemente segregado), sino como el área residual de un sistema caracterizado por circulaciones que conectan lugares “seguros” en los que se concentran actividades antes dispersas (de producción o servicios), con otros lugares “seguros” donde la transición entre lo público y lo privado suele ser una gruesa reja…

 

El modo “country” de resolver las áreas de vivienda -sea a escala elitista, media o popular, incluyendo buena parte de las cooperativas- va ganando terreno y hoy convive con zonas intermedias deprimidas (un recorrido por Fernández Crespo y Gral. Flores puede ser tan desmoralizador como aleccionante), y con el avance de ocupaciones y asentamientos, ahora con riesgo de ser “asentados” al margen de una trama de potencialidades desaprovechadas, cada día más difícil de mantener. Y por si eso fuera poco, el viejo escenario empieza a pasar facturas…, y a caer los árboles añosos.

 

¿Hacia dónde vamos? Hacia profundizar un declive de medio siglo, olvidando lo que fuimos y tuvimos (hablo de un largo proceso, no de una administración municipal particular); hacia asumir como inexorable la existencia conflictiva de varias ciudades en una, o por el contrario, a volver a sintonizar con el espíritu creador de abuelos y bisabuelos, y alentar un espíritu de concertación que permita rescatar lo mejor del pasado. En particular y prioritariamente, un espacio público calificado, “condensador” de la vida ciudadana, con plena conciencia de que no habrá proyecto democrático consolidado si el espacio público se descuida, se fracciona, se hace inseguro, si deja de ser -o aspirar a ser- el espacio de todos.

Encarrilado ese proceso, ya habrá un nuevo Nolli que sepa registrar los resultados.

 

Publicado en la revista ARTE de El País digital con fecha 21.04.12

 

IMAGEN DE PORTADA:  poco tiempo atrás, este era uno de los espacios de la ciudad con mejor resolución de la articulación entre lo público y lo semi público. La plazuela informal y el pórtico de la iglesia de Punta Carretas tenían una sintonía amigable y generosa que aportaba a la ciudad un valor calificado.

Lo que fuera por décadas un lugar grato, hoy es inseguro; luego, una pesada reja lo ha fraccionado brutalmente (de un lado la circulación, del otro, apenas un encierro), y entre otras consecuencias, el diálogo entre el Santo y el parroquiano se ha hecho más difícil...





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acerca de patrimonios varios
algunas reflexiones sobre nuestros "lugares de la memoria"

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