Versión para imprimir 23/11/18



“En el día más brillante, en la noche más oscura…” (I)

 

 

No me acuerdo ni del día ni del mes, y creo que en rigor, nunca  lo supe con certeza, solo sé que sucedió en el año de 1968.

Cuando desperté aquella tarde de lo que yo creía que  había sido una noche como cualquiera, lo que más me sorprendió fue ver a mi madre,  sentada a mi lado,  leyendo una revista de actualidad.  Esta no era una imagen que yo estuviera acostumbrado a ver.

Inmediatamente, aumentó el sentimiento de extrañeza el hecho de percatarme que me encontraba en una habitación muy pequeña, completamente rodeada de vidrios, en la que apenas entraban la cama, una mesita con una jarra de vidrio con agua, un vaso, y la silla en la que estaba mi madre.

-          ¿Dónde estamos?  - le pregunté.

Mi madre sufrió un sobresalto al escuchar mi voz, y repentinamente largó la revista de actualidad y se lanzó sobre mí. Me besaba y me tocaba la cabeza y me preguntaba si estaba bien. Intercalaba las preguntas entre gritos de ¡doctor, doctor! .

-               ¿Dónde estamos?  - le pregunté nuevamente

-          En el hospital – me dijo, sollozando - ¿no te acordás de nada?.

-        No, de nada – le contesté mientras me dormía otra vez.

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Cuando volví a despertar, recordaba apenas estar en un hospital  pero no recordaba cómo había llegado hasta allí. Un poco más atrás en la memoria, tenía presente un leve recuerdo de haberme acostado en mi casa, sintiéndome enfermo y mi madre disponiéndose a tomarme la fiebre.

Ahora, junto a mí, además de mi madre estaba también mi padre.  Al parecer se había enterado de mi reciente reacción y había venido a verme.

-          ¿Qué pasó? – pregunté -  ¿Porqué estamos acá?, ¿Porqué están juntos? –

-          ¿Te acordás de que te sentiste mal, de que tenías fiebre? – dijo mi madre.

-          Sí , un poco  –

-     Bueno, eso fue hace algunos días. Estuviste todo este tiempo durmiendo.  Te tuvimos que traer al hospital porque tenías mucha fiebre y no te la podíamos bajar. Ahora ya estás bien. Bueno, casi bien.

-          ¿pero me voy a curar?

-       Sí m’hijito,  te vas a curar, todavía te tenés que quedar unos días más pero ahora va a estar todo bien, ya verás…

-          Ahhh – dije sin tener claro, obviamente, de qué corchos me estaban hablando, dado que por ese entonces tenía yo tan solo 9 años.

Miré a mi padre que estaba cejijunto, sentado un poco más atrás, sin tampoco entender demasiado que era los que sucedía, pero en cierto modo aliviado de que su hijo, que había dormido durante 5 días de corrido, estuviera aparentemente sano, o mejor dicho, normalizado, porque en rigor nunca había gozado de buena salud.

-                    Hola papá! – dije - ¿Cómo te va?

-      Bien, Milito, yo bien, y ¿y vos?..¡qué susto nos pegaste!

-          Fue sin querer…yo no sabía…

-          Si, claro, ¡andá a saber quién tiene la culpa!...¿querés que te traiga algo? ¿bizcochos, helados, autitos?¿qué querés?

-          ¡Quiero revistas!

-          ¡Pero qué se yo de revistas! ¿Cómo voy a saber cual traerte?, pedime otra cosa y dejate de joder….

-          No importa que no sepas, traeme cualquiera.  Andá al kiosko de “Tarzán” y pedile de superhéroes, él sabe.

Mi padre miró a mi madre y le dijo,  - Andá y decile al Dr. que puede darle el alta nomás, ya está como siempre, jodiendo con las revistitas.

 

Según supe mucho después, había despertado en la sala de internación  de “Infecto-contagioso” del antiguo Hospital pediátrico Pedro Visca.

La afección; una varicela que no evolucionó normalmente y se complicó con meningoencefalitis y cerebelitis aguda.

Las crónicas de la época establecen que estuve 5 días en estado de coma, con altísimas fiebres de hasta 42º, y que luego, cuando recuperé la conciencia, tenía un cuadro de parálisis de los miembros inferiores. Recuerdo perfectamente el porrazo que me di al intentar pararme para hacer pipí, así como la segunda punción lumbar (la primera había sido a las pocas horas de la internación y obviamente, no tenía conciencia de ella) y el desorden que supuestamente había en mi casa, donde mi padre, separado de nosotros desde hacía tres años, intentaba cuidar de mis hermanos más chicos mientras mi madre estaba apostada en el hospital junto a mí y a unos cuántos niños más de los que se hizo enfermera asistente por iniciativa propia. El alta, finalmente, se tardó como una semana más a partir de mi pedido de “revistitas”, dado que me costó entre 3 o 4 días recuperar la completa motricidad de mis piernas.

Durante muchos años después mi madre recordaba con aprensión aquellos aciagos días en que su hijo estaba en manos de la fiebre y la fortuna, y los médicos no hacían más que decir que “la cosa es muy brava, de estas situaciones se sale muerto o retardado” (no olvidar que estábamos en 1968).

Morir, evidentemente no morí, así que cada uno saque sus conclusiones.

Por suerte, todo pasó, pero en el interín, además del susto, el increíble dolor de la punción lumbar, la novedad casi de “C.F.” de ser sometido a un electroencefalograma, utilizando algo que parecía yeso para la adhesión de los sensores y la preocupación de los mayores de tener que lidiar el resto de sus vidas con un lisiado, yo me llené de revistitas ( hoy más comúnmente conocidos como COMICS).

Entre los comics que ligué en aquella ocasión, cantidad nunca antes y nunca después repetida sino hasta cuando, un par de décadas después, yo mismo me dediqué a conseguirlos, estaban unos cuantos de Supermán, otro tanto de Batman, y seguramente alguno que otro salpicado de personajes comunes de aquel entonces, como Turok, o El Llanero Solitario o Tarzán.  Pero, a pesar de que mi corazoncito siempre fue bati-maníaco, allí había un comic en particular que además de ser novedoso, ( nunca antes había tenido contacto con el personaje), resultaba ser la historia inicial ( la historia con la cual lo presentaban).

¡ Eso nunca antes me había sucedido!.

 En este país y por aquellas épocas, lo que leíamos de comics era lo que sobraba de las ediciones de Editorial Novaro en México. Eran traídos aquí  en compras por lote de oferta y llegaban, por supuesto, sin solución de continuidad y con un retraso bastante importante.

Así que conseguir la historia inicial de un personaje desconocido creaba esa ilusión de “estar allí”, en aquel país maravilloso y lejano donde las cosas buenas realmente sucedían.

Este personaje era, ni más ni menos, que el mismísimo LINTERNA VERDE, en su encarnación como “Hal Jordan” o “Raúl Jordán”, como lo conocíamos los hispano-parlantes.

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Como ya dije, además del hecho fortuito de encontrarme con un personaje de estreno en su historia de presentación, LINTERNA VERDE me cautivó por varias otras razones.

En principio, su elegancia. Tenía una forma de volar distinta, propia de quien lo hace aparentemente sin esfuerzo, como un Fred Astaire de los cielos. Su cuerpo era estilizado y no presentaba el hiper-desarrollo de Supermán  o Batman, algo que quizá uno podía sentir más alcanzable. Su traje era sobrio, una rara mezcla de super-traje con uniforme militar que imprimía respeto.

Por otro lado, el anillo. Una magnífica pieza de utilidad, que siendo fácilmente portable, tenía todo un arsenal guardado en él, y cuya única fuente de energía y toda su logística e ingeniería provenían del corazón de este hombre, de pelo castaño y ojos marrones, como uno. Es fácil de entender lo que para un niño enfermo de 9 años puede ser imaginar tener un anillo con ese poder. Creo que para muchos de nosotros se debe de haber convertido en uno de los pasatiempos ideales (recuérdese que no teníamos ipods o playgames) imaginar las cosas que haríamos para nosotros mismos, para nuestras familia y para el mundo entero si tuviéramos ESE anillo de poder, en nuestro poder.

¡Guau! Su recuerdo me trae nostalgias de tiempos de sueños sin límites…

Y finalmente, algo que por aquel entonces percibí y que muchos años después lo vi escrito en algún lugar.

Mientras que Supermán o J'onn J'onzz tienen sus poderes por su condición de alienígenas, Batman y Flecha Verde ser procuran un ingenioso arsenal y se entrenan dedicadamente, Flash y SpiderMan obtienen sus capacidades extraordinarias por accidente y El Capitán Marvel a través de la magia, sólo un LINTERNA VERDE es ELEGIDO para portar tan grandes poderes, gracias a su naturaleza noble, perseverante y dedicada.

Ser un LINTERNA VERDE, pues, implicaba el honor de un compromiso y la responsabilidad de un Don. De alguna forma y por alguna extraña razón, en la escala de valores que yo atesoraba en aquella edad, estas cosas parecían ser sumamente importantes. Eran una forma de vida, una definición.  Parecía ser ese tipo de heroísmo con el que uno puede sentirse identificado.

Obviamente que después, el mundo, me daría una lección.

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P.D. – En la imagen aparece, en forma resaltada a la izquierda de la misma, el facsímil de la carátula de aquel legendario número de “EN” (editorial Novaro) en el que se presenta a nuestro Héroe. Es el Nº 402 de la serie "Batman" de 1967.

LINTERNA VERDE (HAL JORDAN) – Creado por John Broome y Gil Kane. Hizo su aparición estelar  en octubre de 1959, en el Nº 22 de la colección "SHOWCASE" de la editorial DC COMICS.





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