Versión para imprimir 23/11/18



GIOVANNI VELTRONI (*)

Veltroni: un “Gran premio de Roma”, empleado público         

      

La presencia de Giovanni Veltroni entre nosotros tuvo muchos puntos de contacto con la de Luigi Andreoni. Ambos llegaron al Uruguay siendo muy jóvenes -27 y 23 años respectivamente-, aquí se afincaron y aquí terminaron sus vidas, dejando una obra digna de la mayor consideración. Una consideración que tuvo justo reflejo en nuestra historiografía en el caso de Andreoni, pero no en igual medida en el de Veltroni, situación que ha tendido a equilibrarse a partir del trabajo del arquitecto César Loustau (1) , y de la investigación más reciente del licenciado Antonio Bona y el arquitecto Domingo Gallo (2). En este último trabajo, se relata el encuentro fortuito de Veltroni con don José Batlle y Ordoñez en la “piazza di Ferrari” de Génova, cuando éste admiraba el Palacio de la Bolsa, todavía en construcción, ópera prima de quien había sido recientemente laureado con el Gran Premio de Roma.

Batlle, en el interregno entre sus dos presidencias, representaba en ese tiempo a Uruguay en la segunda conferencia de La Haya (junio-julio de 1907) y viajaba por el viejo mundo pergeñando los perfiles del “país modelo” que trataría de construir a su regreso, tomando nota de las experiencias que alimentarían su proyecto, no sólo en el campo de las ideas políticas, sino también a escala del escenario urbano. Y fue justamente en ese campo que la obra de Veltroni hizo sintonía con su imaginario, derivando -según cuentan Bona y Gallo- en una propuesta de traslado al Uruguay que se concreta apenas un año después. Llegado a Montevideo con su esposa y su pequeño hijo, Veltroni “en la valija, entre los papeles, trae su título de arquitecto otorgado por la Regia Accademia Fiorentina di Belle Arti y un contrato de trabajo por dos años”, integrándose al cuerpo técnico del ministerio que pronto pasaría a llamarse “de Obras Públicas”, con creciente incidencia en la realización de obras de equipamiento e infraestructura en todo el territorio nacional.

A poco de su arribo, es premiado en la exposición de proyectos organizada por el Círculo de Bellas Artes. La fachada del café, restorán y teatro que el jurado destaca, lleva al límite una ampulosidad de lenguaje y un sentido escenográfico que pronto encontrarían una expresión de mayor equilibrio y sosiego en las dos primeras obras que llegó a concretar: el acondicionamiento del parque Capurro y sus terrazas sobre la playa -en ese entonces punto de referencia de la ciudad-, y el “Hotel” del Prado, que proyecta conjuntamente con el arquitecto alsaciano Jules Knab (ver Nota agregada). Ambas han llegado hasta nosotros: la primera, hoy en proceso de puesta en valor (en rigor, de lo que ha quedado de ella luego de décadas de abandono y afectaciones de todo tipo); la segunda, felizmente rehabilitada a través de una intervención tan inteligente como respetuosa. Pero ni una ni otra hubieran cimentado la fama que Veltroni iría adquiriendo, de no mediar, entre 1912 y 1916, sus proyectos para el Palacio de Gobierno, uno de los dos “grandes palacios” que Batlle soñaba ver como remates visuales de la “Gran Avenida Central”, traza proyectada pero nunca concretada entre las sedes del poder legislativo (monumentalizada a su impulso por Moretti) y el ejecutivo.

Ya desde setiembre de 1909, Veltroni había actuado como asesor del presidente Williman en el frustrado proceso inicial de construcción del palacio según proyecto del ingeniero Foglia -nieto de Bernardo Poncini- y los arquitectos Tosi y Andreoni. Una vez en ejercicio de su segunda presidencia, Batlle detiene las obras -a menos de un año de iniciadas- y promueve un concurso internacional en paralelo con el concurso de las avenidas, a fin de elaborar un proyecto sustitutivo. Invitado a participar, Veltroni presenta un proyecto -lema “13”- que los diarios de la época difunden con elogios y que el Jurado valora positivamente, pero que debe dejar fuera del fallo al no ajustarse su presentación a las condiciones de las Bases (3). Asimismo, el primer premio quedó desierto y las circunstancias de la época hicieron que el programa recién pudiera retomarse cuatro años más tarde, ocasión en que se asigna la elaboración de un nuevo proyecto al Ministerio de Obras Públicas. Cumplida esa instancia, en su edición del 9 de julio de 1916, dirá El Siglo al respecto:

“Resuelta la continuación de las obras del edificio proyectado para instalar la Presidencia y varios ministerios en la Plaza de Armas, el artista señor Veltroni ha trazado el plano correspondiente, aprovechando gran parte de la cimentación existente, obteniendo su trabajo la aprobación del Presidente de la República. El aspecto del edificio es monumental y de hermoso conjunto…”

Veltroni adquiere entonces un nuevo protagonismo, pero esa “obra magna” que hubiera puesto su nombre a la par de Meano y Moretti, correría igual suerte que el núcleo duro de la propuesta institucional de Batlle (el establecimiento del ejecutivo colegiado), derrotada en las elecciones del 30 de julio de ese año. En los tiempos que siguieron, ya no habría consenso político para que la obra pudiera concretarse, y aquella imagen largamente trabajada en la que Veltroni daba cumplida cuenta de las intenciones de su mentor, fue entrando en los oscuros campos de la desmemoria.

Es cosa notable que quien daba muestra de su valor en un nivel de competencia internacional, realizaba en tanto técnico de una oficina estatal, un trabajo calificado a escala de todo el país, con programas de escala menor. Valgan los ejemplos del Edificio de Oficinas Públicas para la ciudad de Salto o el Pabellón para el Mercado de Artigas, y ya en los años finales de su actividad -que fueron también los años finales de su vida- los muy valiosos proyectos de escuela y liceo para la ciudad de Durazno, dignos de quien había sido Gran Premio de Roma, pero aplicados saberes y destrezas aprendidos en la Academia -el dominio de la composición, y no menos del dibujo- ahora en clave de plena modernidad. Pero su contribución al proceso de construcción de la ciudad tendría otras referencias. Unas a nivel de proyecto, caso del edificio sede del Jockey Club, ocasión en que se reitera un enfrentamiento con el maestro Carré (a quien finalmente se asigna la obra, en tiempos en que aún reivindicaba la vigencia de su proyecto del Palacio de Gobierno). Otras como obras realizadas, de valor aún hoy apreciable (escuela Sanguinetti en el barrio de la Unión, palacete “florentino” en Bulevar Artigas casi Canelones, etc.). Otras, en fin, como resultado de nuevos concursos ganados: en 1925, con relación el edificio que hoy es sede del Ministerio de Salud Pública -muy ligado a las exaltaciones neo-hispanistas propias de esos años-; y entre 1918 y 1938, el concurso que tuvo por objeto la Sede Central del Banco de la República (4), un programa de fuerte simbolismo institucional, que en su arranque retomaba la sintonía entre el imaginario de una época -o más correctamente, de la visión política entonces dominante- y su concreción monumental.  

En el sinuoso periplo de esas dos décadas largas, el proyecto pasa de una formulación inicial en términos rigurosamente académicos, ocupando poco más de un cuarto de manzana, a la traza final de ocupación total, creciendo no sólo en el área ocupada, sino también en su empaque monumental, cada vez menos sustentable a medida que la modernidad -aún en sus vertientes políticamente regresivas- iba dejando atrás los estilemas consolidados en la cultura del Novecientos. Menos sustentable a su vez, porque los coletazos de la crisis del 29 ponían en evidencia el desfasaje entre la realidad del país y las proyecciones ilusorias que alentaban proyectos de notoria desmesura. La obra incorporaba además tecnologías sofisticadas para resolver problemas de acondicionamiento y seguridad, y lo hacía en términos de eficiencia global, superando la problemática compatibilidad de esos sistemas con el rigor formal del escenario en que se insertaban.

 Esas tensiones fueron asumidas en las últimas etapas de elaboración del proyecto -superpuestas incluso al proceso de obra-, haciendo que la supervivencia de los códigos académicos se hiciera sensible sólo en sus aspectos esenciales (composición simétrica, unidad del conjunto) y a través de una formalizaron libre de toda retórica ornamental, sin perder por ello -o tal vez afirmando- el efecto monumental que sus comitentes esperaban. Ese estar montado entre dos tiempos históricos hizo que el juicio “culto” sobre la gran obra de Veltroni, fuera casi siempre distante y ambiguo. Creo que la significación del edificio sede del Banco de la República va más allá de la valoración de la obra en términos disciplinares, para convertirse en una metáfora de lo que fue y sobre todo, de lo que aspiró a ser el Uruguay del primer tercio del siglo XX (y todo había empezado con el encuentro casual de Batlle y Veltroni en la piazza di Ferrari, en 1907).  

----------------------------------------------------------------- (*) El texto forma parte del trabajo “Los aportes italianos en el ámbito de la arquitectura uruguaya (1830-1950)”, incluido en el libro “América Latina y la cultura artística italiana: un balance en el Bicentenario de la Independencia Latinoamericana”, coordinado por Mario Sartor y editado por el Istituto Italiano di Cultura / Buenos Aires, marzo 2011.

 NOTA AGREGADA AL TEXTO ORIGINAL.

En la edición del diario “El Siglo” de fecha 7 de agosto de 1908, consta que se presentaron seis proyectos al concurso convocado para construir en el Prado un Hotel y Casino en sustitución del local existente en el mismo sitio, y se da cuenta de la pronta resolución del Jurado, formado por el doctor Lapeyre, el ingeniero Foglia y los arquitectos Vásquez Varela y Carré. El fallo se publica dos días más tarde, resultando ganador “el arquitecto alemán Jules Knab”. El segundo premio correspondió a los arquitectos Bartolomé Triay y Alfredo Jones Brown, y no existe ninguna mención a Veltroni, recién llegado a Montevideo. Su vínculo con el proyecto probablemente pudo concretarse a partir de su sociedad con Knab y ya en la etapa de elaboración del proyecto ejecutivo (que presenta variantes importantes respecto a la propuesta de 1908).

La obra intentó ser inaugurada el 18 de agosto de 1912, Al respecto diría el matutino "El Siglo": "Tiene lugar hoy a las 3 p.m. el acto de incorporación de la ex quinta de don Miguel Sienra en el Prado al dominio municipal, como así mismo la inauguración del hermoso edificio que para hotel se ha construido en ese paseo, de acuerdo con los planos que en oportunidad preparó el malogrado arquitecto Knab".

Lo de "intento de inauguración", convertido en inauguración frustrada, surge de la nota publicada en "El Día" el lunes 19 de agosto, dando cuenta que "a causa del mal tiempo fue suspendida la fiesta que debía realizarse ayer en el Prado con motivo de la anexión de la quinta Sienra a aquel paseo público, al mismo tiempo de la inauguración del nuevo edificio Restaurant-Casino" Consta allí que la Junta resolverá la nueva fecha, y como nota curiosa, se hace saber que "todos los elementos preparados por la Confitería del Telégrafo (...) para el buffet de ayer, fueron repartidos entre los establecimientos de beneficencia, Asilo Dámaso Larrañaga, Hospital Peryra Rossell y Hospital Maciel". Un "mal tiempo" entonces con imprevistas consecuencias: malas para algunos, buenas para muchos...

 

Casi un mes más tarde, el 15 de setiembre, "EL Siglo" haría referencia "a la toma oficial de posesión de la ex quinta de don Miguel Sienra y la inauguración del edificio del Restaurant-Casino del paseo, construido de acuerdo con los planos formulados por el malogrado arquitecto Knab". No hay constancia de un nuevo buffet.

 En el edificio -proyectado no como Hotel, sino como Restaurant-Casino- sólo aparece el nombre de Jules Knab como proyectista. Vistos estos antecedentes, habrá que seguir investigando para poder dar fundamento a la supuesta participación de Veltroni en el proyecto del Hotel del Prado.

 IMAGEN DE PORTADA: página de "El Siglo" del 7 de febrero de 1912; arriba a la izquierda, el proyecto de Veltroni (lema "13").

 NOTAS



(1) C. LOUSTAU, Influencia de Italia en la arquitectura uruguaya, cit. pp. 51-60.

[2] A. BONA, D. GALLO, Imágenes de Juan Veltroni. Un arquitecto florentino en el Uruguay del 900., Montevideo, Instituto Italiano de Cultura, 2005 

(3) “La Comisión, muy a pesar suyo tuvo que proceder de inmediato a la eliminación del proyecto 13, por carecer notoriamente del número de planos pedidos por el programa, aún cuando las manifestaciones artísticas que contiene, sobre todo en fachada, le habían producido muy excelente impresión”. Texto incluido en el Fallo del Jurado de fecha 14 de abril de 1912, antes citado. En el libro de Bona y Gallo (página 64 y siguientes) se dice: “1912 es el año de gloria para este joven arquitecto florentino emigrado. Su proyecto para el futuro Palacio de Gobierno es galardonado con la Medalla de Oro entre los numerosos que se presentaron en el certamen organizado por la Presidencia de la República.”. No fue así que ocurrieron las cosas, y ese error se ha repetido luego en otras publicaciones. 

(4) El proyecto ganador de la segunda convocatoria del  Concurso Internacional para la Sede Central del Banco de la República (1918),  lo realiza junto con el arquitecto Genovese. En la posterior reformulación y ampliación del proyecto y en su desarrollo ya en fase ejecutiva, Veltroni se asocia con Raúl Lerena Acevedo, con quien también participa en el concurso del año 1925 y realiza otros trabajos en común (caso de la urbanización del balneario San  Rafael, en Punta del Este).

 

 

 

 





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