Versión para imprimir 30/11/18



La dictadura y este escribidor

 

¿Y LA CABEZA DÓNDE ESTÁ?

 

"Quien a los 20 años no sea revolucionario no tiene corazón, y quien a los 40 lo siga siendo, no tiene cabeza"
Winston Churchill

 

 

Consecuencia de vivir en un país donde aún quedan muchísimas cuentas por saldar con el pasado, reciente o no. Efecto colateral de la empecinada discusión parlamentaria sobre la tristemente célebre Ley de Caducidad de la Pretención Punitiva del Estado, ley aborrecible, indefendible, impresentable y ratificada por el pueblo uruguayo si no en dos al menos en un plebiscito. El hecho es que el tema de la relación entre los uruguayos "de a pie" y la dictadura cívico-militar de 1973-1984 ha cobrado en estos días una notoriedad que hacía ya algún tiempo no se le concedía. Vaya como ejemplo la convocatoria que aparece anunciada con gran despliegue en la fachada de la Facultad de Humanidades: "Memoria de niños y jóvenes en dictadura: ¿Cuál es tu historia?" (ver http://elpolvorin.over-blog.es/article-uruguay-memoria-de-ni-os-y-jovenes-en-dictadura-cual-es-tu-historia-61313816.html)

Voy a aceptar en este espacio la invitación realizada por la Facultad, sin remitir a ella el resultado. Quien suscribe, por meras razones de cronología, pasó buena parte de su niñez - como tantos otros - en los años en que el régimen dictatorial ejercía su poder en el país. Lamento declarar que mi "historia" de esos años carece absolutamente de cualquier elemento que pueda suscitar algún tipo de emoción en quien se moleste en leerla. Quizás por eso mismo - a la luz de tantas historias dramáticas que han surgido luego de que las botas se retiraron de nuestro espinazo - puede parecer asombrosa.

Yo deploro haber carecido de la perspicacia necesaria para darme cuenta, a los seis años de edad, que la democracia en Uruguay había sido arrasada. Seguramente mis mayores, mis padres y abuelos, supieron mucho más que yo de tan terrible asunto. Deploro también admitir que mi hogar en aquellos no fue, que yo recuerde, un modelo de "militancia". Más allá de votar a la izquierda en 1971 (mi abuelo era un comunista de la vieja guardia, admirador de Stalin para más datos), mis padres no tuvieron participación activa en la política; y fuera de algún episodio de postergación en su carrera laboral - me alegro de poder decir que tampoco fueron jamás chupamedias de los milicos - no sufrieron en carne propia la atroz persecución que desató el régimen. Voy a tomarme el atrevimiento de expresar mi alivio y mi alegría por ello, y por ellos. Probablemente habrá quien piense que mis padres fueron unos meros cobardes, que no se la jugaron por la Patria, que hicieron la plancha... Puede ser. (Quien así piense, tiene toda la libertad para expresarlo en este espacio, si así lo desea. Yo sé quiénes son, quiénes fueron, qué hicieron y qué no. No necesitan que yo los justifique) (1)

En lo que a mi concierne, en esos años, la dictadura quedó puertas afuera. De mi niñez en esa época no hay nada para decir. Asistí al colegio y después al liceo, con túnica y uniforme, respectivamente. Por cierto, jamás me produjo ninguna contracción muscular o crisis de nervios el hecho de "ir de uniforme" al liceo. Creo que a la gran mayoría de mis compañeros tampoco les produjo secuelas graves, ni siquiera a los que por desprolijidad natural solían llevar el uniforme de cualquier manera - tampoco vi a nadie estaqueado o colgado de los pulgares por tan tremendo delito. En cuanto al famoso tema del "pelo largo", del cual las estudiantes femeninas estaban por naturaleza exentas, no recuerdo que ello nos generara a los muchachos problema alguno. Y no, nadie nos obligó nunca a llevar el pelo corto "a lo milico", ni nuestros padres ni nuestros docentes, y de hecho, no recuerdo a ninguno de mis compañeros luciendo tal muestra de "hair style".

De la calidad de la educación en la dictadura no había mucho que pudiéramos decir. En primer lugar porque no tuvimos jamás voz ni voto en el tema, en segundo lugar porque "era lo que había, valor". Cierto, en las clases de Historia Nacional no llegábamos jamás a superar el año 1830. Más tarde, quienes tuvimos el displacer de enfrentarnos a los impenetrables textos de  Historia Universal de Susana Mazzara y Matilde Arocena nos encontramos con notas al pie de página que aseveraban cosas como que "la teoría marxista de la lucha de clases contradice uno de los principios fundamentales de la civilización occidental, de raíz cristiana, basado en el amor y la colaboración fraterna". Ya para la época en que mis ojos tropezaron con esta lindeza inolvidable, tenía bastante discernimiento y cierta información de lo que ocurría en el mundo. como para comulgar con esta y otras ruedas de molino semejantes.

Tal vez la nuestra fue una adolescencia "pasatista", como expresaron en su momento algunas voces admonitorias (lamentando seguramente que no fuéramos algo equiparable a la guerrilla sandinista). Recién hacia 1980, con el terremoto plebiscitario o ya en 1983, cuando las famosas "internas", nos fuimos dando cuenta de que algo estaba pasando. Personalmente, era un fenómeno que no podía ignorar, pero en mis pensamientos ocupaban un lugar secundario. Por un lado, empezaba a descubrir la música como medio de expresión (y también en eso cometí el pecado casi mortal en aquella época de mantenerme ajeno al "canto popular"). También por aquel entoces los aspectos más desdichados de la sexualidad incipiente y las primeras y tristes degustaciones del "desengaño amoroso" y el "rechazo", significaron más para mí que la derrota de Jorge Pacheco Areco o la liberación de los presos políticos. Paradójicamente, la "caída de la dictadura" y el "retorno a la democracia" coincidió con una de las etapas más ingratas de mi vida personal, que no es del caso exponer aquí. Lamento no haber podido participar de estos sucesos admirables con el 100% de felicidad correspondiente que todos parecían respirar en 1984. (Desde luego, no soy tan necio como para establecer una relación causa-efecto entre la recuperación de la democracia y las desdichadas experiencias familiares que me tocó vivir en aquel momento).

Mi redención llegó cuando hacia 1985 empecé a "militar" activamente en el comité de base del FA que correspondía a nuestro barrio. Allí me apliqué con conciencia a realizar lo que creía sería mi contribución personal a la tan ansiada "revolución" que tanto necesitábamos. El idilio duró más o menos hasta 1989, cuando el batacazo que supuso el triunfo del "voto amarillo" (la ratificación de la Ley de Impunidad) dio por tierra con buena parte de nuestras ilusiones. Muchos se sobrepusieron y continuaron la lucha. Otros muchos, entre los que me cuento, pasamos a ejercer un papel menos "activo", sin dejar de apoyar a través del voto las propuestas políticas en las que creíamos o creemos. No sé si llamarlo decepción, quizás simplemente terminamos encontrando nuestras cabezas.

(1) Dicho sea de paso, mi familia no perteneció jamás a la "oligarquía" ni a las "clases acomodadas". Tampoco fueron "proletarios" explotados en fábricas, o "pobres" o "indigentes". Mis padres eran lo que fueron muchos habitantes de Montevideo en esa y en otras épocas: trabajadores empleados en empresas públicas y/o privadas, que ganaban su sueldo y de él vivían. Mis abuelos eran jubilados.





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The Dark Knight Chronicles
El Caballero Oscuro escribe sobre cine, letras y otras inutilidades varias

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