Versión para imprimir 23/11/18



LOS APORTES ITALIANOS EN EL AMBITO DE LA ARQUITECTURA URUGUAYA

 

 

LOS APORTES ITALIANOS EN EL AMBITO DE LA ARQUITECTURA URUGUAYA (1830-1930)

Se incluye aquí Introducción y Epílogo de la nota que forma parte del libro coordinado por Mario Sartor y editado por el ISTITUTO ITALIANO DI CULTURA BUENOS AIRES: AMERICA LATINA Y LA CULTURA ARTÍSTICA ITALIANA Un balance en el Bicentenario de la Independencia Latinoamericana. Buenos Aires. 2011 (545 páginas, incluyendo presentación y veinte artículos de autores diversos).

Introducción

Tomando como referencia el siglo transcurrido entre dos fechas particularmente significativas en la vida del Uruguay (la Jura de la Constitución y la celebración de su Centenario), tanto el desarrollo de la arquitectura como los aportes que en ese período pudieron derivar -directa o indirectamente- de la cultura arquitectónica italiana, han sido objeto de diversos estudios. Me apresuro a decir que el término arquitectura está considerado en su acepción más amplia, indisociable a su vez del contexto cultural que justifica su existencia. En ese sentido, vale hacer una primera mención destacada al aporte que durante décadas realizara Aurelio Lucchini desde el Instituto de Historia de la Arquitectura de nuestra Facultad[1]. No es por cierto el único, pero sí el de visión más amplia y rigurosa; un trabajo que sumado a otros aportes sin duda valiosos (desde los clásicos libros de Juan Giuria[2] a las varias monografías editadas en la última década), pone a nuestra disposición un sólido bagaje de conocimientos

Atento a ese panorama, no se trata de abrir una hoja de ruta en un terreno inexplorado, aunque sería perfectamente legítimo el intentar una lectura ordenadora y una revisión crítica del conocimiento acumulado. Es este un camino abierto, pero no el que me propongo recorrer. Por lo menos no en sentido estricto. Sobre el mapa suficientemente detallado que otros han elaborado, la propuesta apunta a poner énfasis en algunas conexiones y en algunas áreas en las que el discurso académico se ha mantenido -creo- en un tono neutro y distante, sin definir suficientemente contornos y relieves que conviene poner en valor para que el escenario aparezca en su verdadera magnitud (y a veces con discreto esplendor).  Si ese objetivo llegara a concretarse, habría en el mapa del sitio menos discontinuidades y espacios en sombra, y seguramente seguirían más tarde otros planteos y otras investigaciones que enriquecerán nuestras miradas sobre aquellos tiempos (para mejor comprender y actuar en éstos…). ¿Cuáles son las áreas y los vínculos que se propone enfatizar? ¿Cuáles los tramos en los que se concentrará el análisis? He aquí una síntesis de partida.

Desde el tardío asentamiento de las potencias coloniales en el territorio de la Banda Oriental hasta la constitución del Uruguay como estado independiente, los criterios de implantación en el territorio tuvieron una clara determinante geopolítica, atento a su condición de “frontera caliente” entre españoles y portugueses, en tiempos en que ambos imperios reivindicaban el Río de la Plata como límite de sus dominios (lejanos ecos de Tordesillas…). La decisión de fortificar los puntos claves de la orilla norte del río, fue asumida por Buenos Aires a poco de su refundación -en 1580-, pero recién pudo empezar a concretarse hacia 1724, cuando el intento portugués de crear una segunda plaza fuerte en la Banda Oriental -Colonia del Sacramento había sido una primera “cabecera de playa”-, obligó a Zabala a atender las reiteradas Ordenes Reales de marcar presencia en la bahía de Montevideo.

Poco tiempo después, la toma de Portobelo por los ingleses impuso la necesidad de acelerar la fortificación de la línea de tierra de la península, hasta entonces desprotegida, e iguales prevenciones -y consecuentes decisiones- siguieron hasta los días finales del dominio español. Ese contexto, donde la ocupación del territorio era indisociable de su constante defensa, fue determinante para el protagonismo de los ingenieros militares, cuyas funciones se extendían mucho más allá de sus competencias específicas (al igual que en España, y seguramente más que en España). No todos eran oriundos de aquellas tierras: cabe recordar al francés Havélle -o Howell, como prefirió llamarse- y al portugués Saa y Faría, ambos prisioneros de fuerzas españolas, para cuya corona terminaron trabajando. Y a uno digno de destaque, llegado al Plata junto con Zabala y responsable de las primeras trazas de la ciudad: Domingo Petrarca. ¿Podría no ser italiano?. He aquí una huella -hoy borrosa- que convendría no dar por perdida.

Por su formación, el objetivo de su trabajo y los modos y condiciones en que éste se concretaba, los ingenieros militares jugaron en España de los primeros Borbones el papel de una avanzada del imaginario “neoclásico” que habría de convertirse en dominante en la segunda mitad del siglo XVIII. En el caso de Montevideo, precaria y lejana plaza fuerte, una referencia explícita a ese universo surge como consecuencia de  una circunstancia excepcional: la llegada en 1799 de Tomás Toribio, el único arquitecto de formación académica que se afincó en el Plata en tiempos de la Colonia. Pero los ingenieros militares ya habían preparado el terreno. Su condición de racionalistas “avant la lettre”,  generó modos de operar en sintonía con los valores de orden, rigor y mesura de un arquitecto fiel a las enseñanzas de la Academia de San Fernando. Sumadas ambas experiencias, dieron por resultado un ambiente diferenciado del dominante en la cercana Buenos Aires, donde lo neoclásico será -con Rivadavia- un referente de la República, marcando distancia con la herencia colonial. Esa característica del escenario montevideano se mantuvo sin mayores variantes durante la dominación lusitano-brasileña (1816-28), y a pesar del corte político-cultural que significó la independencia, y del impacto generado por la demolición de sus murallas, “el espíritu del lugar” mantuvo una continuidad -con variantes pero sin rupturas- en las tres décadas siguientes, ahora con protagonismo de técnicos y constructores nacidos en Italia o en su área de influencia. Tal el caso de Carlos Zucchi, Pedro Fossati y los ticineses Bernardo y Francisco Poncini.

Queda así definida una primera conexión fuerte entre nuestras circunstancias y la cultura italiana, apreciable en dos situaciones separadas en el tiempo: por un lado, con relación a la incidencia de esa cultura en la gestación de la Academia de San Fernando y en su desarrollo en tiempos de Carlos III (allí donde se formó Tomás Toribio); por otro, al aporte calificado de arquitectos y constructores en un Montevideo en expansión, que entre los años 1830 y 1860 vería triplicado el número de sus habitantes.

Un segundo tramo de análisis está centrado en los “maestros de obra” llegados de Italia, activos constructores de nuestras ciudades, con notoria presencia durante las décadas de crecimiento sostenido que siguieron al fin de la Guerra Grande (1851), cuando la “casa-patio” de matriz mediterránea era el “tipo” de referencia obligada para programas de vivienda (un “tipo” heredado del período colonial, que estaba en perfecta armonía con una trama catastral de lotes estrechos y cuya adaptabilidad funcional y constructiva aseguró una larga vigencia). Un tercer tramo pone el foco en técnicos nacidos y/o formados en Italia, que trasladan al Uruguay las modalidades académicas de cuño ecléctico dominantes en Europa desde mediados del siglo XIX, generando un distanciamiento con la impronta neoclásica amortiguado por la persistencia de los modelos del pos-renacimiento italiano. Son referentes de esa etapa, Juan Antonio Capurro, Juan Tosi y Luis Andreoni, y en un plano menor y un tiempo más tardío, Domingo Rocco -ya receptivo a las influencias modernistas- y Albino Eusebio Perotti. Sigue un tramo final con cinco arquitectos que dejaron en la ciudad, ya entrado el siglo XX, propuestas y obras de excepción. Tal el caso de Augusto Guidini, Vittorio Meano, Gaetano Moretti, Mario Palanti y Juan Veltroni.

 ----------------------------------------------------------------------------

Sobre este esquema, en páginas 156 a 184 del libro de referencia, sigue un desarrollo  de cada una de las áreas temáticas consideradas.

 ----------------------------------------------------------------------------

 Epílogo

En los 100 años transcurridos entre 1830 y 1930, los aportes italianos en la arquitectura uruguaya tuvieron una significación de notorio destaque. Hemos hecho una reseña sintética, suficientemente representativa pero no exhaustiva, de aquellos que actuaron como vehículo de ese aporte, desde Zucchi -radicado temporalmente en Montevideo desde 1836-, hasta Andreoni o Veltroni, afincados definitivamente en nuestro suelo y todavía activos al final del período de referencia. Muchos de esos actores han tenido una valoración histórica a veces ajustada a sus méritos, a veces deformada por una visión que traslada al pasado valores de estos tiempos, o que reduce su enfoque a un campo estrictamente disciplinar. Otros en cambio, han quedando de hecho marginados de nuestra historiografía (caso de Domingo Rocco o Albino Perotti), situación compartida -con excepciones puntuales-, por toda la escala de “maestros de obra” llegados desde Italia, cuya contribución a la construcción de nuestras ciudades merece una consideración hasta hoy postergada (aún cuando las investigaciones ya realizadas, habiliten un juicio con sólido fundamento).

Si esa reseña sirve para incorporar en la agenda de futuras investigaciones un espectro ampliado del aporte italiano a nuestra arquitectura, se daría el objetivo del trabajo por bien cumplido. Pero sería una limitación no sustentable el suponer que ese aporte puede relevarse y valorarse poniendo el foco en una serie -ampliada, según vimos- de experiencias particulares. El ejemplo de Aurelio Lucchini es suficientemente convincente en cuanto a la necesidad de situar la obra en un contexto cultural más amplio, y es justamente ese contexto el que genera una irradiación que va más allá de sus “portadores” italianos, impactando en un ámbito global que incluye no sólo al conjunto de los “constructores”, cualquiera fuera su origen y la escala de su intervención, sino a los propios demandantes de las obras, se trate de gestores institucionales o cabezas de familias, cuyo “gusto” se ha modelado -con distinto grado de incidencia según tiempos y lugares- teniendo aquel universo cultural como uno de sus referentes. El caso de la casa-patio (standard consolidado en el imaginario de amplias capas de la población demandante de vivienda) es claro ejemplo de esa influencia cultural, a la vez difusa y de profundo arraigo.

Esa irradiación cultural desde un foco específico -el de la Italia milenaria en el caso que nos ocupa-, se funde con influencias generadas en otros espacios histórico-culturales y en su interacción con valores y circunstancias de un lugar concreto, va conformando a lo largo del tiempo un perfil propio de este, nuestro sitio. Tal el proceso del particular melting pot uruguayo, con una particularidad importante, en cuanto hace a la proverbial unidad de la familia italiana y a la consecuente condición de célula básica de trasmisión de pautas y valores. Es en nuestro caso muy notable la incidencia de ese ámbito familiar como promotor de vocaciones que hicieron perdurar por generaciones una herencia cultural, no siempre en continuidad con los oficios y saberes de los mayores, pero siempre alineada con modos de ser y hacer que abrieron caminos en campos muy diversos. En cuanto hace a la construcción de nuestro escenario de vida, baste citar alguno de los arquitectos uruguayos hijos de italianos, que tuvieron relevante presencia en el primer tercio del siglo pasado: Leopoldo y Esteban Tosi, Silvio Geranio, Eugenio Baroffio, Juan A. Scasso, Juan Giuria, Antonio Azzarini, Mauricio Cravotto, Carlos Surraco (agregando un número igual de nombres, cubriríamos todo el espectro de nuestra mejor arquitectura de las primeras tres décadas del siglo XX…).

A través de las múltiples vías por la que llegó a concretarse el aporte italiano a nuestra arquitectura entre 1830 y 1930, hemos adquirido un legado muy valioso, buena parte del cual es aún presencia tangible en nuestras ciudades. He aquí una herencia con futuro, que deberíamos asumir con un cuidado y un rigor que hasta ahora no siempre hemos podido alcanzar. Tarea pendiente entonces…    

 

NOTAS:


[1] A. LUCCHINI, El concepto de arquitectura y su traducción a formas en el territorio que hoy pertenece a la República Oriental del Uruguay, Libro primero. Modalidades historicistas Montevideo, Ed. Universidad de la República, 1986.  He aquí un ejemplo particularmente importante de su producción, referencia obligada de este trabajo

[2] J. GIURIA, La arquitectura en el Uruguay, Montevideo, Ed. Universidad de la República. 1958

--------------------------------------------------------------------------------------- 

       

  

 


 





Este artículo pertenece al blog:

acerca de patrimonios varios
algunas reflexiones sobre nuestros "lugares de la memoria"

Más información:
http://blogs.montevideo.com.uy/hnnoticiaj1..aspx?46011,1321,1321,1321,,0,0