Versión para imprimir 12/12/18



Imparable Bola de Nieve.

Bola de Nieve

Bola de Nieve

Por Juan Sasturain
Página 12, Argentina

“Yo soy negro social / intelectual / y chic”
Mesié Julián, de Armando Orefiche, por Bola de Nieve.

Este es (debería ser) el Año de Bola de Nieve. Y si nadie lo celebra, lo haremos nosotros, los admiradores del impagable, aunque sea con pretextos de almanaque. Es que el negro Ignacio Jacinto Villa Fernández nació, apenas al Este de La Habana, en Guanabacoa -de donde también eran otros dos coetáneos pesos pesados de la música cubana que mucho tuvieron que ver con él: el blanco Ernesto Lecuona y la mulata Rita Montaner, “La Unica”- el 11 de septiembre de 1911. Así, este año van a hacer cien que se despidió provisoriamente del vientre de Inés Fernández (la Mamá Inés de la canción) y cuarenta que murió, con sesenta apenas cumplidos, en México, en tránsito hacia Lima y al encuentro de su amiga Chabuca Granda, el 2 de octubre de 1971.

Si no fuera por eso -por los recurrentes aniversarios, digo- bastaría volver a frecuentar tres o cuatro temas suyos en piano exacto y voz quebrada para celebrarlo. “Vito Manué”, por ejemplo, o “No puedo ser feliz” o “Be carefull”, “It’s my heart”. Alcanzarían para mostrar la amplitud de registro, la invariable excelencia. El genio, en suma.

Tal vez me equivoque, pero creo que quien me hizo escuchar por primera vez al gordo negrazo e irrepetible fue el peruano (también irrepetible) Hugo Guerrero Marthineitz, en El Show del Minuto por Radio Belgrano, que empezó en el ‘67 y duró un rato, hasta principios de los setenta. Es que por esa época salió un disco de Bola de Nieve en Buenos Aires -en Cornamusa o Trova, creo recordar, y que debe haber sido el primero- con hermosa tapa de Sábat. Y esos temas, supongo, debería pasar el peruano entre comentarios admirativos con voz grave y habitual risa cómplice con ronquidos incorporados.

Contar la biografía de Bola de Nieve, la historia muchas veces contada de su apodo irónico y políticamente incorrecto -era “negro como un teléfono” (sic)-, reseñar sus más de cuarenta años de actuación profesional -desde ponerles piano a las películas mudas apenas salido de la adolescencia a fines de los años veinte hasta la fama última, de cubano universal-; puntualizar su cultura amplia y rigurosa; hacer un paneo exhaustivo del intrincado, subrayado itinerario de sus viajes por literalmente todo el mundo (de EE. UU. y Europa, a Chile; de México a Moscú y Pyonyang parando en todas); o recorrer su repertorio tan cubano como versátil en media docena de lenguas, es pisarse con lo que cualquiera encuentra/encontramos en Google & Co. Mejor, detenerse en algunos detalles, puntas motivadoras.

Por ejemplo: Ignacio Villa, a la hora de la discriminación, tenía todos los números: negro, gordo, homosexual y artísticamente extraño, original sin abuela. Para vivir y sobrevivir, puede decirse que, en todos los sentidos y aspectos, se inventó de una pieza, clase de uno. Construyó sabia y dolorosamente un personaje único, coherente y sin fisuras en el que la singularidad era rutina. Seducción lúcida, sonrisa perpetua y rigor profesional. Elegancia impecable y pudor de su privacidad. Todo lo que se puede ver y sentir o equívocamente intuir de Bola de Nieve está en sus canciones. Que son, por apropiación genuina de intérprete (en sentido literal), siempre suyas, incluso las que firma Irving Berlin, canta Edith Piaf, componen Nicolás Guillén-Eliseo Grenet o sueñan nuestros hermanos Expósito.

En otro orden, interesante para nosotros, es curioso corroborar -una desmañada pero completa biografía artística de Ramón Fajardo Estrada lo puntualiza- cuánto tiempo (cuántos años) estuvo Bola de Nieve en la Argentina actuando en radio, teatro y cine. Hay por lo menos dos estadías prolongadas, a mediados de los treinta y a principios de los cuarenta, durante la guerra, con Ernesto Lecuona y sus diferentes compañías, pero también solo. Existe una foto de 1940, posando a caballo y disfrazado de gaucho en Bahía Blanca, por ejemplo.

Después están las cuestiones siempre polémicas vinculadas con su actitud durante los últimos años de su vida, que fueron los de la primera década de la Revolución: Bola de Nieve, artista famoso, cómodo y bien pagado en el mundo, pudiendo haberse ido se quedó en Cuba y adhirió, sin énfasis (acaso con reservas) pero sin ambages, al nuevo y a menudo incómodo orden. Y fue uno de sus embajadores culturales por el mundo hasta el final.

Para algunos, no todo es transparente. En momentos en que recrudecía el rigor persecutorio contra artistas y escritores homosexuales -con el pretexto, además, de ser más o menos disidentes-, él resultó indemne y nunca se manifestó. Ese largo y oscuro período de humillaciones y vergüenzas está en saludable pero aún incompleta revisión. El amplio arco de casos, que va de los notorios Lezama Lima y Virgilio Piñera hasta el trágico Reynaldo Arenas, no incluye a Bola de Nieve, blanco móvil, sabio negro esquivo, ubicuo sobreviviente. Vale la pena leer las diatribas del desmadrado autor de Antes de que anochezca -”Bola de Nieve era el calesero del Partido Comunista”- o aquella exclamación cuasi despectiva de Piñera tras oírle una declaración de adhesión entusiasta al régimen: “¿Pero quién se cree este negro, la viuda de Robespierre?”. La polémica, en la que todos -quien más quien menos- resultaron salpicados, sigue ahí.

Lo que también, y sobre todo, sigue ahí como el primer día, son las canciones de Bola de Nieve. Y hay, entre tantas, una que elegiríamos a ciegas y para siempre del repertorio universal contemporáneo: “Vete de mí”, un bolero que compusieron -entre tango y tango- los talentosísimos Homero y Virgilio Expósito en 1946. Bola de Nieve lo incorporó tarde a su repertorio, en 1960, cuando ya había sido larga y correctamente grabado por Yanés y la Guillot y tantos otros, incluso Manzanero, después. Y lo hizo de nuevo, lo inventó con su voz quebrada de vendedor callejero de mango.

“Vete de mí” (”Seré en tu vida lo mejor/de la neblina del ayer/cuando me llegues a olvidar/Porque es mejor el verso aquél/que no podemos recordar”) dura dos minutos trece segundos. Gracias a cosas como ésta, escuchar a Bola de Nieve sigue siendo una experiencia definitiva.





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