Versión para imprimir 23/11/18



El camino más largo.

Hace tiempo que vengo viendo algo que me alarma, o que por lo menos me extraña: la exaltación de la mediocridad.

Con toda razón el lector podrá preguntarse “¿Y ésta quién se cree que es?”

Y yo le respondo. Justamente: no soy nadie. Mi vida es más bien mediocre, no hay nada de extraordinario en mis actos cotidianos, mucho menos en mis pensamientos o sentires. Cualquiera que lea dos o tres artículos en este mismo blog puede llegar a esa conclusión.

Y cuando utilizo esta palabra -"mediocridad"- no me estoy refiriendo a algo malo, sino justamente a cosas que no sobresalen de la media, a cosas que no tienen nada de extraordinario, a cosas que más o menos todos hacemos y que no nos provocan un orgullo particular. Me refiero a cosas cotidianas, de todos los días.

Ahora bien, ya que mi vida es bastante mediocre de por sí, me gusta rodearme de cosas o gentes que, o bien son extraordinarias en sí mismas, o hacen cosas extraordinarias. Digo, como para que la propia existencia no sea tan miserable.

El tema es que uno prende la tele, por ejemplo, y se encuentra con un tipo que con tal de ganar 100.000 euros es capaz de contar sus más oscuros secretos. El problema es que estos secretos no son más oscuros que los de cualquier hijo de vecino:

“-¿Es verdad que alguna vez has deseado la muerte de tu suegra?”

“-¿Es verdad que has tenido sueños eróticos con tu cuñada?”

“-¿Crees que tu madre no ha sido lo suficientemente cariñosa contigo?”

“-¿Sigues enamorado de tu ex-esposa?”

Para ganar un concurso de preguntas y respuestas ya ni es necesario aprenderse de memoria aunque sea algunos datos enciclopédicos o de cultura general. Apenas hace falta vivir y no estar orgulloso de alguna que otra cosa que uno haya hecho. Y eso lo muestran en televisión para millones de personas. Y millones de personas lo miran.

O por ejemplo, otra cosa que me pasa muy seguido es asistir a alguna manifestación “artística” y quedarme completamente perpleja. No por la calidad artística de esa manifestación, sino por la total carencia de ella. Tipos que se creen artistas porque asistieron tres meses a un taller de expresión corporal, por ejemplo. ¿Teatro leído? No es más que una burda excusa para “No me dan las bolas para aprenderme mis parlamentos.”

Me han dicho que soy demasiado cerrada en cuestiones de arte. Sí, claro que lo soy. Me gustan las cosas buenas y bellas, que por lo general son las menos, y no están de moda. Y la mierda no me gusta. Si eso es ser cerrada, pues sí, lo admito. Creo que para ser artista hay que estudiar y trabajar mucho. No alcanza con desearlo mucho, mucho. Y arte no es cualquier cosa. No es lo mismo “El Quijote” que la lista del supermercado; o un tríptico del Bosco que una pared malamente pintada.

También me pasa conversando con gente que exalta algunas de sus habilidades o actitudes como si fueran el punto cúlmine de la cultura o el conocimiento humano.

“- Yo soy capaz de reconocer y distinguir cualquier grappamiel con los ojos cerrados…”

“- Yo gané el concurso de escupidas del Club El Tacho de 1988.”

“- Y entonces yo le dije: 'Lo que pasa es que vos no sabés cortar bien la cebolla...' Porque no cualquiera sabe cortar bien la cebolla… ”

“- Ah, sí. Yo soy un relojito: todas las mañanas me levanto a las siete y movilizo el intestino…”

Y así con tantos otros ejemplos.

Es como que las cosas buenas y bellas, las que cuestan trabajo y estudio (y a veces dinero también, lamentablemente), las actitudes y pensamientos más elevados y sutiles de los que es capaz el ser humano, no son interesantes, no presentan ningún atractivo. El esfuerzo por lograr las cosas difíciles, el recorrer el camino más largo para lograrlas, el saber que cuando uno las alcanza la historia no se termina ahí, sino que hay que seguir estudiando y trabajando, ya no tiene gracia.

En cambio, los aspectos más mediocres de nuestras cotidianeidades parecen interesantísimos. La sociedad actual y sus medios hacen culto de esas cosas. Las historias mínimas han alcanzado su esplendor. Cualquiera que haya tenido sueños eróticos tiene sus quince minutos de fama. Cualquier borracho se cree sommelier.

Y ojo que esto lo dice alguien que ha elegido el camino corto más de una vez. Esto lo dice alguien mediocre por de más. Esto lo dice alguien que escribe bolazos en sus momentos de ocio y cree que hace un bien o que a alguien le puede llegar a interesar. Pero no me siento orgullosa ni mucho menos.

No se engañe, querido/a lector/a; no espere encontrar nada extraordinario aquí. Como para no perder la costumbre.






Este artículo pertenece al blog:

Me extraña, araña...
Como en la peluquería...

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