Versión para imprimir 03/12/18



Balance de un elección inesperada (1ª parte)

La elección del domingo fue mucho más que una interna donde se seleccionan candidatos. Los resultados arrojan novedades que deben ser analizadas con cuidado. Desde un punto de vista político, podríamos decir que la jornada arrojó un triunfador indiscutible, el Partido Nacional. Consiguió el mayor número de votos entre todos los partidos, el ganador de su interna fue el candidato más votado y selló en la misma noche del domingo la mejor fórmula presidencial que podía presentar.

Para ordenar mi exposición comenzaré por analizar otro hecho relevante, la escasa participación, para luego concentrarme en lo que podrían considerarse sus principales consecuencias, esto es, el triunfo nacionalista, la derrota frentista y la buena votación lograda por los colorados. Muchos de los juicios de valor que incorporo en este análisis surgen de la comparación de los hechos con las expectativas reinantes en la semana previa a la elección. En esos días, el Frente Amplio era seguro ganador, Mujica era una fuerza arrolladora y ningún partido mostraba condiciones como para cerrar la fórmula en la misma jornada del domingo. Pero vayamos paso a paso.

1. El primer hecho relevante, de carácter general, fue la escasa participación registrada en las internas. Las empresas de opinión pública estimaron que la participación se ubicaría en el entorno del 54-55%, sin embargo la votación estuvo diez puntos por debajo. Esto quiere decir que los encuestadores estimaron que el domingo votarían 250 mil ciudadanos más que los que ciertamente lo hicieron. Esas estimaciones lucían razonables, pues se inspiraban en datos empíricos relevados en las encuestas durante más de cinco meses, y en la hipótesis teórica que sostiene que la participación en las internas es una función –o sea, depende- del nivel de competencia interna de los partidos. Desde esta perspectiva, como las internas de 2009 presentaban competencia real en los dos grandes partidos, la concurrencia a las urnas debía ser necesariamente superior a la registrada en 1999 y 2004 (53% y 44% respectivamente).

¿Qué fue entonces lo que sucedió? Comparando la estimación con los hechos, surge que aproximadamente unos 170 mil ciudadanos que pensaban votar en la interna del Frente Amplio no concurrieron a sufragar. Vale decir que también faltaron algo más de 10 mil nacionalistas y unos 2 mil colorados, pero estas ausencias no hacen la diferencia.

Esta idea ha circulado entre políticos de izquierda para explicar la mala votación registrada por el Frente Amplio. El razonamiento sostiene que miles de votantes desertaron debido al convencimiento o certeza de que la interna estaba resuelta. El argumento se complementa con alusiones a las características adquiridas por la campaña frentista en su tramo final: Danilo Astori ausente por enfermedad, baja movilización de la militancia de todos los candidatos, y un Mujica más enfocado en conseguir que su rival lo acompañe en la fórmula que en disputarle votos para dirimir el pleito. Puede ser, entonces, que la combinación de estos factores haya determinado la deserción silenciosa de muchos votantes. No obstante, esto es una mera hipótesis, imposible de demostrar por el momento. Sabemos que buena parte de esos electores se concentran en Montevideo y que probablemente integren el segmento de la población que presenta un escaso interés en política, un bajo nivel de ingresos, y una escasa escolarización, segmento esté donde Mujica logra un quantum de adhesión importantísimo. Esto demostraría que la maquinaria del MPP y el PCU no tuvo la capacidad de movilizar a estos sectores como inicialmente se creía, y ello puede explicar también porqué estos sectores no terminaron alcanzando la mayoría absoluta en la interna del Frente Amplio (si bien las listas mujiquistas superan juntas el 50%, el MPP conquistó algo más del 33%, la CAP-L de Huidobro casi el 8%, y el PCU mantuvo su 6% histórico de votación).

2. Si tomamos como válida la anterior explicación, deberíamos decir que la consecuencia inmediata fue la distorsión en el resultado final de la competencia entre partidos. El resultado final arrojó un triunfo del Partido Nacional por cinco puntos porcentuales, algo no imaginado ni siquiera por los militantes nacionalistas más optimistas. Pero si creyéramos que esto es simplemente el producto del azar, estaríamos cometiendo un error. A mi juicio hay aquí una convergencia de factores. Por un lado, Mujica y su grupo fallaron en el intento de hacer votar a todos sus simpatizantes, pero por otro, el Partido Nacional logró una performance casi perfecta, pues consiguió que casi la totalidad de los que estaban inclinados a participar en su interna, fueran finalmente a votar.

Algunos intentan restar importancia al hecho de que el Partido Nacional haya ganado la elección, pues la competencia entre partidos en junio, en términos jurídicos es totalmente irrelevante. Sin embargo, olvidan que el resultado final tiene casi siempre una dimensión simbólica que no debe pasarse por alto. Obsérvese que por primera vez en los últimos diez años, el Frente Amplio como partido cae derrotado en las urnas, lo cual representa un hecho nada menor. El triunfo del Partido Nacional, por tanto, es el resultado del buen trabajo realizado por su dirigencia y militantes, pero también por la incapacidad de la izquierda para asegurar la concurrencia de sus simpatizantes. El resultado adquiere una relevancia especial para los blancos porque no sólo eleva la moral de su militancia, sino que lo coloca como una verdadera opción de gobierno al iniciarse la carrera rumbo a octubre.

A esto se agrega un hecho que hasta ahora fue poco analizado. Lacalle, el triunfador de la interna nacionalista, fue el candidato más votado. Obtuvo cincuenta mil votos más que Mujica, lo cual representa un hecho de innegable trascendencia, dado que el líder del MPP ha sido el político más popular del país por lo menos en los últimos cuatro años. Este dato confirma que la votación de Mujica fue necesariamente baja y obliga a reflexionar, como lo haré más adelante, sobre las razones del fenómeno.

Este suceso de gran relevancia se complementa a su vez con otro hecho, que no tengo dudas en catalogar como el más importante en términos políticos de la jornada del domingo. Me refiero a la consagración de la fórmula Lacalle-Larrañaga. Para este partido, el acuerdo alcanzado en la noche del domingo entraña una importancia superlativa pues el problema de la unidad ha sido desde siempre una de sus principales debilidades. Ni en 1989, cuando Lacalle ganó la Presidencia con el significativo aporte electoral del Movimiento Nacional de Rocha, el nacionalismo había mostrado un nivel de cohesión como el actual. Este detalle se amplifica si se considera la lucha fraticida de las internas de 1999 (entre Lacalle y Ramírez) o la aspera disputa entre los actuales protagonistas hace sólo cinco años.

Mirando en perspectiva rumbo a octubre, la consagración de la fórmula motiva dos consideraciones más. La primera se relaciona con el hecho de que el Partido Nacional logró acordar la mejor fórmula que podía concebir, esto es, unir al ganador de la elección con el segundo, lo cual maximiza el potencial partidario y lo convierte en un adversario temible para el hasta entonces favorito Frente Amplio. La segunda consideración tiene que ver con la puesta en escena del acuerdo. Luego de repasar varias veces las imágenes debemos convenir en que ni el más avezado director de cine hubiera logrado plasmar niveles de suspenso, sorpresa y euforia, como el que finalmente se observó en la honorable sala del Directorio del Partido Nacional. La escena se extendió durante más de cincuenta minutos y fue trasmitida en directo y en forma simultánea por todos los canales de televisión abierta. La multitudinaria audiencia tardará tiempo en olvidar la imagen de la dirigencia nacionalista exultante y eufórica ante el abrazo de sus dos principales figuras, en un hecho que simboliza sin duda la madurez del partido.

Capítulo aparte merecen las actuaciones de los líderes mencionados. Lacalle asumió el triunfo con la humildad de quien necesita el apoyo del derrotado. En una pieza oratoria de antología –realizada en la sede de la UNA- rememoró sus inicios en política, su dedicación y perseverancia, sus frustraciones y alegrías, en un largo recorrido de cincuenta años de lucha. Ese discurso fue expresado cuando todavía no tenía la certeza de que su rival integraría la fórmula. Larrañaga, por su parte, luego de lanzar durante el día declaraciones álgidas contra encuestadores y periodistas, apareció al final de la jornada como un hombre dispuesto a asumir el lugar que los votantes le habían encomendado. Fue un Larrañaga muy distinto al que nos acostumbramos a ver en el último tramo de la campaña, cuando arremetía contra todo y contra todos, haciéndonos dudar sobre su capacidad de lidiar con la presión y la adversidad. En cierta forma, su aceptación, con la sonrisa en la cara y los ojos humedecidos, reconciliaron al líder de Alianza Nacional con la opinión pública que otrora lo vio crecer y ganar la interna y ahora lo ve replegarse con dignidad a una posición de escolta.

3. El Frente Amplio fue la contratara del Partido Nacional. La baja participación de sus potenciales votantes terminó por relegarlo al segundo lugar. La distancia entre Mujica y Astori fue tan sólo de cincuenta mil votos y en la capital la diferencia se ubicó en apenas siete mil. En la sede central partidaria se observaron caras de preocupación. La alegría y la euforia, propias de toda noche de elección, faltaron a la cita. Un estrado improvisado y mal iluminado se convirtió en la escenografía perfecta para una jornada lúgubre. El triunfador, José Mujica, se dirigió a los concurrentes con seriedad y escaso entusiasmo, manifestando un discurso que encierra claves para la comprensión de la actual situación del Frente Amplio.

En su intervención, Mujica reivindicó, por vez primera en su campaña, los logros del gobierno frentista. Suponemos que esa actitud –la de ignorarlos y ahora mencionarlos- responde a una decisión premeditada dada las diferencias entre él y el Presidente Vázquez. Una vez consagrado el triunfo sobe el candidato “oficialista”, Mujica se habría sentido legitimado para hablar en nombre del colectivo y también del gobierno que integró. Para algunos esto puede ser lógico, para otros esto fue un error que finalmente se subsana. De una forma u otra, este hecho representa de por sí uno de los problemas que deberá resolver Mujica en su carrera presidencial.

Pero el discurso también tuvo otros ingredientes. Nuevamente Mujica dedicó unos segundos a fundamentar su decisión de ser candidato presidencial, como si el veredicto de las urnas no alcanzara para legitimarlo ante el colectivo partidario. En sus palabras, así como un negro llegó al gobierno en Estados Unidos o un indio hizo lo propio en Bolivia, Mujica, el representante de los de abajo, también alcanzará el gobierno en Uruguay. El cambio o la subversión del viejo orden alcanzaría a todos y nuestro país no estará ajeno a ese movimiento. No sabemos como esta idea de corte fundacional se ensambla con los cinco años de gobierno progresista, no tampoco como entra en ese proceso Tabaré Vázquez y el Frente Amplio. ¿Son parte del viejo orden o son un simple interregno? No lo sabemos. A todas luces, parece claro que, a esta altura, Mujica debería abandonar estas ideas si quiere ganar, pues desde un punto de vista político son incorrectas y desde un punto de vista electoral, no hacen otra cosa que centrar la discusión en torno a sus peculiares atributos personales. Eso puede haber sido una fortaleza en la competencia interna de la izquierda, pero en la carrera presidencial puede pasar a ser una debilidad.

Por otra parte, Mujica también dedicó un momento a su principal contendor, Danilo Astori (a Carámbula, sencillamente lo ignoró). Al principio del discurso, recordó al líder de Asamblea Uruguay con palabras que podrían interpretarse como una invitación a complementar la fórmula. Pero al final del discurso disparó innecesariamente algunos tiros por elevación al mencionar que la razón –encarnada obviamente en la figura de Astori- sin pasión de nada vale. Sin duda, un grave error, dadas las necesidades de Mujica rumbo a octubre.

En tal sentido, el acto televisado a la ciudadanía dio la idea de un partido en un momento no muy afortunado, con grandes incertidumbres, y donde ciertas cosas parecen no funcionar. Obsérvese que la votación alcanzada por el Frente Amplio está demasiado lejos de la popularidad que ostenta el presidente y su gobierno. Mientras un 62% de los uruguayos apoya la gestión de Vázquez, el Frente Amplio consigue un esmirriado 41% en las urnas. Si Mujica quiere convertirse en presidente, deberá ingeniárselas para resolver esta brecha. La alegoría de la subversión del orden no contribuirá en nada en esa tarea, pero sí, algunas de las ideas adelantadas en su blog de campaña donde Mujica aparece como un político razonable y moderado.

La primera tarea que tiene Mujica por delante es convencer a Astori de que lo acompañe en la fórmula. Para eso deberá resolver una serie de diferencias de carácter programático. Él sabe que para ello deberá ceder y eso no será sencillo dada la expectativa de su entorno y el posicionamiento ideológico de su base de apoyo. Hasta el domingo, grupos como el PCU o una parte del MPP, no observaban a Astori como el compañero ideal (preferían a Carámbula o tal vez, Martínez). A partir de ahora parecen verlo como el peaje necesario para alcanzar el triunfo. Esa dependencia, a pesar de ser meramente instrumental, puede dar mayor libertad a Mujica para resolver el dilema. La derrota partidaria del domingo aumentó su debilidad y urgencia y la votación de Astori, que llegó casi al 40%, fortaleció su posición negociadora. No obstante, así como Mujica carece de alternativas (es Astori o Astori para ganar), el líder de Asamblea Uruguay tampoco tiene mucho margen de acción (o asume la vice o se va para la casa). Planteado así, es de esperar que las posiciones encuentren un acuerdo, no sin antes negociar, consultar y discutir, como nos tiene acostumbrados desde largo tiempo el Frente Amplio.

Finalmente, quiero dejar unas breves palabras sobre el fracaso de la candidatura de Marcos Carámbula. Nació como una promesa de romper la polarización entre Mujica y Astori y fracasó. Ambos reunieron más del 90% de los votos. Nació como una promesa de incrementar la votación del Frente Amplio y fracasó. El Frente Amplio votó peor que en 2004. Su principal grupo, la Vertiente, disminuyó su apoyo casi a la mitad respecto a la interna de 2004 (7,7% a 3,9%). En Canelones, donde gobierna el propio Carámbula, su votación fue tres veces menor al logrado por las listas que apoyaban a Astori, y también tres veces menor al obtenido por el MPP. En términos políticos, a mi juicio, esta candidatura sólo generó una consecuencia de envergadura: debilitar sensiblemente la chance de Astori, al desactivar un probable escenario plebiscitario en torno a las virtudes y defectos de la candidatura de Mujica. La expectativa inicial provocada por su presentación y el discurso unitario y frenteamplista, desactivaron algunas de las principales cartas que Astori podía jugar. No digo que los promotores de Carámbula buscaran precisamente ese resultado, sino que simplemente lo generaron con el lanzamiento al ruedo de una tercera candidatura. Se dirá que la Vertiente quería evitar una fractura, que había un escenario potencial de un tercio del electorado frentista, o que la campaña de un candidato nuevo y sin estructuras siempre enfrenta problemas. Puede ser, aunque dudo seriamente de algunas de esas excusas. En suma, la experiencia de un tercer candidato en el Frente Amplio demuestra que, bajo la regla de que “la elección la gana él que tenga más votos”, el número óptimo de competidores es siempre dos (2).

4. Otra consecuencia importante de la baja participación fue la buena votación que finalmente terminó logrando el Partido Colorado. Lo que debería haber sido una votación del 8% o 9%, se terminó transformando en un estimulante 12%. El viejo partido de la defensa le debe este aceptable desempeño a Pedro Bordaberry, figura joven emergente en un anquilosado escenario político nacional. Una campaña publicitaria fina e inteligente, que apuntaba a tocar la fibra íntima del votante colorado histórico, apoyó y coronó un arduo trabajo desarrollado por Bordaberry y sus colaboradores durante más de dos años a lo largo y ancho del país. El triunfo representa un estímulo para el líder de Vamos Uruguay que de ahora en más tendrá que resolver algunas cuestiones estratégicas cruciales. Me refiero a la elección de su compañero de fórmula, la definición de su posicionamiento en la carrera electoral y la necesaria e imprescindible tarea de alentar a la otra parte del partido para edificar y potenciar la oferta electoral colorada rumbo a octubre.

Relacionado con esto último aparece otra de las sorpresas de la jornada: la ubicación de José Amorin como segundo y la mala votación del candidato de Luis Hierro López. En tal sentido, no queda otra cosa que manifestar nuestra admiración por el trabajo desarrollado por el candidato de la 15, ya que cuando ni siquiera marcaba en las encuestas, continuó trabajando en todo el país, haciendo giras, reuniones, y acuerdos con liderazgos locales deseosos de renovar el liderazgo partidario. La otra cara de la moneda fue precisamente Hierro. Su performance marca el final del otrora poderoso Foro Batllista. Su votación apenas superó los 15 mil votos y algo más de la mitad fue reunido en Montevideo y Rivera. En la capital Hierro abrió 19 listas –casi la misma cantidad que todo el Frente Amplio- y en Rivera, el éxito se debió a la performance de Tabaré Viera, que volvió a demostrar que goza en su tierra de una base electoral fiel y respetable. Con este escenario, crece entonces la chance de Amorin como eventual compañero de fórmula de Pedro Bordaberry, y abre una gran interrogante sobre el futuro político de Hierro y sus seguidores.

30 de junio de 2009

(continuará)





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