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BRUNO PODESTA: LAS DOS CARAS DE JANO

CLAEH / relanzamiento de la colección ARGUMENTOS

Alianza Francesa / 10 de diciembre de 2008

PRESENTACION DEL LIBRO DE BRUNO PODESTÁ “LAS DOS CARAS DE JANO: la cultura y los países en la era de la globalización” (*)

Empiezo por dejar constancia de mi reconocimiento hacia quienes hicieron posible la existencia de estos libros, y en cuanto me toca, de este libro. Va entonces un reconocimiento para Rilla, y para el resto de los compañeros del CLAEH que, me consta, se involucraron en este emprendimiento con el mayor empeño.

 

 

Más allá de lo personal, y seguramente en sintonía con el sentimiento de los aquí presentes, va también un reconocimiento fuerte para el CLAEH como institución, que apuesta a promover una reflexión con argumentos, en estos tiempos de incertidumbre donde es tan fuerte la tentación de ver al mundo en blanco y negro, de mantenernos aferrados a prejuicios en lugar de situarnos en condiciones de pensar escuchando a los otros.

 

Bienvenidos entonces los argumentos, para no correr el riesgo de reconstruir los relatos totalizadores con más virulencia que aquellos que conocimos y aún perviven, y para poder afrontar en cambio, con las mejores herramientas, la muy notable posibilidad de aprender del pasado y ayudar a generar un escenario de equidad y convivencia en paz. Cosa difícil a escala del mundo en que vivimos, pero tal vez utopía realizable –si es posible salvar la contradicción de esos dos términos- en estas tierras nuestras.En esa perspectiva, no podía ser más acertada la elección del autor y del libro que da inicio a la colección, ni más adecuada a esa circunstancia la referencia, ya desde su título, al dios Jano. Un dios que los romanos heredaron, no de los griegos sino de los etruscos, y a quien se asignaba el don de escrutar a la vez el pasado y el futuro; y con esa envidiable información, promover una toma de decisiones alineada con el equilibrio de las cosas del mundo.

 

Pudiendo disponer del preciado diario del lunes –y de todos los lunes siguientes-, bajo la tutela de Jano, los hombres podían tomar decisiones sabias acerca de sus situaciones problemáticas, y en tiempos de crisis, decisiones reconstructoras de equilibrios amenazados. De allí que se abrieran las puertas de su templo en Roma para potenciar su influjo cada vez que el caos amenazaba la ciudad, y que más cotidianamente, fuera invocado en los inicios de todo emprendimiento.

 

 

Sabiendo esto, bien haría el CLAEH en pedir prestada a Bruno Podestá la imagen icónica del dios bifronte y exponerla como protectora de la colección. Y tomarla tal como ha sido conocida hasta ahora, antes de que en estos tiempos de individualismo narcisista, se genere una variante previsible, con las dos caras mirándose a los ojos...

 

 

La imagen -la tradicional, queda claro-, es perfectamente funcional a la idea en torno a la cual Bruno organiza su texto (“al igual que el dios Janonos dice-, también la cultura mira al pasado y al futuro, y constituye un punto de encuentro de cambios y transiciones). Y es justamente ese cruce de caminos el que busca iluminar, guiándonos en un territorio donde se dan a veces intercambios amigables de manifestaciones culturales diferentes, y otras veces -que no son pocas-, ese territorio se convierte en escenario de formas más o menos encubiertas de competencia y dominación. Y ya vamos anotando en el haber del libro, el claro enunciado de que la cultura es simultáneamente un territorio de diálogo e interrelación amistosa y uno de disputa por espacios simbólicos, políticos, económicos y comerciales”. Un territorio complicado según vemos, donde ya de poco sirven las hojas de ruta que antes nos daban seguridad para recorrerlo. Vista la historia reciente, una seguridad por cierto engañosa...

 

Valga a título de referencia puntual de este debilitamiento de las certezas y de la problematización de códigos que parecían bien amarrados, la movida de Camnitzer acerca “del último libro” o la gran sala vacía de la reciente Bienal de San Pablo. Pero también, más allá de las tribulaciones en el mundo intelectual (en el mundo del libro y de las artes), tomada en su acepción más amplia como el modo de ser y hacer de una comunidad, “la cultura -dice Bruno- navega hoy en aguas turbulentas”. Y genera con ello un malestar general que nos lleva a interrogarnos, y a mirarnos incluso en espejos lejanos, buscando respuestas que permitan enfilar la nave hacia algún puerto seguro... que no sabemos bien cuál es, ni donde está.

 

Y a este panorama nada consolador, se agrega una dificultad adicional, cuando por primera vez en la historia, estamos tocando límites muy sensibles. Esos límites a los que hacen referencia las apocalípticas -y parece que muy reales- previsiones sobre los efectos del calentamiento global, o la proyección a 30 años del consumo actual, con la consecuente necesidad de disponer de un segundo planeta para atender esa necesidad. O el dato inquietante de que el crecimiento explosivo de la población a partir de la última guerra mundial ha hecho que los que hoy estamos vivos, sumemos más que todos los muertos habidos desde que las pequeñas bandas del homo sapiens comenzaron su periplo colonizador –y luego depredador- del planeta. O el hecho de que la autonomía e irracionalidad del capital financiero haga hoy temblar al mundo. O a escala de la comarca, el debilitamiento de las “ficciones orientadoras” que hasta mediados de los años 50 dieron vigencia a un país, diría Real de Azúa, hiperintegrado y autocomplaciente... del que hoy se aleja un estadio entero cada 4 años.

¡Si será no ya importante sino vital, abrir una reflexión crítica sobre el papel de la cultura en estos tiempos difíciles!

 

Bruno Podestá es “agregado cultural” de la embajada de Perú en Uruguay. Lo de “agregado” tiene a mi juicio una connotación inadecuada, sin correspondencia con un trabajo de años, que tuvo como objeto -y como resultado reconocido- el poner lo cultural en el centro de la gestión diplomática del Perú en el Uruguay; aquí entre nosotros, que por largo tiempo también fuimos peruanos, hasta que 1776 a Carlos III se le dio por inventar el Virreinato del Río de la Plata (que no llegó a vivir 40 años). El texto de Bruno Podestá tiene todas las virtudes formales que uno prevería encontrar en la obra de un académico de su talla: que lleva a cuestas -bien llevados- un doctorado en letras en la Universidad de Florencia, un Master en artes en la Universidad de Texas, años de docencia en Italia, Alemania, Estados Unidos, Perú y Uruguay, y varias incursiones en un plano de estricta creación literaria. Pero esa calidad formal del texto es un valor agregado -de uso no muy corriente, vale precisar-, a la cuestión central, referida a la significación de “lo cultural” en tiempos de globalización.

 

Empieza Bruno por precisar los cambios en extensión y contenido del propio concepto de cultura, referido a una práctica intelectual en el campo de la literatura, las artes plásticas y la música, “que incluye no sólo a los productores, sino en diversas escalas, todos los que están familiarizados, conocen y gozan -o dicen que gozan- de esa producción, sintiéndose unos y otros, oficiantes de una misma religión”. Pasa luego a revisar la expansión de ese significado, una expansión de avance irresistible apenas etnólogos y antropólogos dejaron de enfocar su análisis en etnias casi perdidas, para concentrarse en el transcurrir cotidiano de las sociedades de nuestros días. Y llegados a este estado de cosas que hoy goza de notorio prestigio –la cultura todo lo abarca; todos somos patrimonio, etc-, aborda luego el proceso de su esperable y bienvenida revisión crítica, habida cuenta de una esterilidad en correspondencia con su desmesura. Esas distintas maneras de definir “lo cultural” se han sucedido en el tiempo sin dejar por ello de coexistir pacíficamente: basta con abrir un diario para ver en el suplemento cultural, el espacio diferenciado y perfectamente acotado de lo que Bruno llama cultura culta, Pero sobran los ejemplos para marcar el carácter residual de esa visión de las cosas, aunque nuevos paradigmas -todavía imprecisos- intenten corregir desequilibrios de las visiones “macro” que aún damos por buenas.

 

 

¿Qué es entonces la cultura?.¿Qué relación tiene con la identidad?. ¿Qué con el desarrollo, la economía y el mercado?, temas estos que el auge del turismo y la industria cultural han puesto en el centro de la escena, pero no sin problemas, como se hace patente en la forma de encarar el patrimonio, a veces sacralizado, a veces banalizado, y asumido casi siempre como refugio compensatorio de perturbaciones varias. Pues esas son las cuestiones que Bruno desarrolla en el capítulo inicial, como paso previo a la dilucidación de una interrogante vertebral en su planteo: ¿Qué cosa vincula hoy día la cultura con la globalización?.

 

Y a ese capítulo siguen otros -que pocos podrían abordar con el conocimiento de causa que el texto hace evidente- donde se pone énfasis en el papel de la cultura como parte implícita o explícita de la políticas de organismos nacionales o internacionales, se reflexiona sobre los alcances y límites de la diplomacia cultural y sobre su incidencia en la integración regional y en el campo multilateral. Cuestiones por cierto problemáticas, donde se superponen y entremezclan potenciales enriquecimientos mutuos, con no menos reales situaciones de dependencia y aculturación.

Termina Bruno su libro con dos referencias motivadoras: una relativa a la conocida expresión de Jean Monnet sobre su experiencia en la gestación de la unión europea (“si tuviera que empezar de nuevo, empezaría por la cultura”). Bueno, si todavía estamos en tiempo de empezar, aquí hay unas piedras fundacionales muy bien puestas.

 

 

La segunda referencia nos permite medir la magnitud del desafío que enfrentamos en estos tiempos de cambio hacia un futuro incierto. Dice Bruno:

 

“LA INCERTIDUMBRE PESA MUCHO EN LOS TIEMPOS QUE CORREN, TANTO ASÍ COMO LA AUSENCIA DE UTOPÍAS INSPIRADORAS. DE AHÍ QUE SUENEN TAN FUERTE A VECES AMARGAS PROFECÍAS COMO LA DE EMIL CIORAN CUANDO AFIRMA QUE LA HISTORIA TIENE UN CURSO PERO CARECE DE SENTIDO. EN REALIDAD SUCEDE MÁS BIEN –PODRÍAMOS TAMBIÉN AFIRMAR- QUE VUELVE A TENER VIGENCIA LA VISION DE ANTONIO GRAMSCI CUANDO SOSTENÍA QUE UN ORDEN MUNDIAL HA LLEGADO A SU FIN EN TANTO QUE OTRO NUEVO NO HA LOGRADO AÚN CONFIGURARSE”.

 

En términos simbólicos, la modernidad, que nació asociada a un derrumbe -la Bastilla-, vería en otro derrumbe -el muro de Berlín- bien su final histórico, bien el fin de una etapa, donde un proyecto inacabado debería revisarse y corregirse para dar sustento teórico a los tiempos por venir. Cuando Gramsci muere, no suponía seguramente que el modelo que él defendía -con visión crítica, bueno es decirlo-, también habría de colapsar. ¡Menuda tarea será la de construir un nuevo orden mundial donde reine la equidad, sin necesidad de rendir pleitesía a la utopía!.

En todo el libro, y en particular en sus capítulos finales, el tema recurrente es el modo en que se relacionan cultura y poder, y la forma en que “lo cultural” vale como herramienta de superación de los problemas e incertidumbres que nos acucian, en tanto se asuma como ámbito de concertación de diversidades dialogantes. Y allí el modo de enfocar el tema y las citas que apoyan su desarrollo, dan cuenta de un bagaje intelectual y una sensibilidad de muy amplio espectro que bien justifican las palabras de su calificado presentador en Lima, cuando en una ocasión similar a ésta, dejaba constancia de la calidad de este distinguido académico que prestigia a la intelectualidad peruana dentro y fuera de su país”. Es una suerte tenerlo entre nosotros, estar con él hoy aquí, poder leer y releer su libro...

 

(*) El texto precedente reconstruye la intervención realizada en ocasión de la presentación conjunta de los libros de Bruno Podestá ("Las dos caras de Jano") y Nery González ("Patrimonios varios").

 





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acerca de patrimonios varios
algunas reflexiones sobre nuestros "lugares de la memoria"

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