Versión para imprimir 23/11/18



MONTEVIDEO. LA PUERTA DE LA CIUDADELA (III)

DE VUELTA A SU SITIO,

FRENTE A LA MANHATTAN QUE NO FUE

En 1957, la comisión encargada de elaborar el Plan Director de Montevideo puso a consideración de la Junta Departamental su Plan de Remodelación Integral de la Península y abrió una etapa de nuestra cultura urbanística que es merecedora de la mayor atención.

Probablemente no hubo en nuestra historia otra instancia comparable a ese tiempo, en el que nuevas y radicales formas de concebir la ciudad seducían a los intelectuales -no sólo a los arquitectos- con sus referencias modernistas y su carga utópica. También lograban una fuerte penetración en el imaginario ciudadano, donde el futuro se veía más cerca de los escenarios del comic que de cualquier lugar existente. Así, una intoxicación vanguardista que alcanzaba el nivel de pandemia, hacía perder el rumbo a los técnicos responsables, pero no quedaba encerrada en ámbitos académicos o burocráticos. Por el contrario, se extendía y multiplicaba a nivel popular.

En un clima de optimismo futurista -en momentos en que el futuro empezaba a pintar feo para el país- la Asociación pro Ciudad Vieja promovió una segunda propuesta urbanística; un proyecto de gran fuerza mediática, más ingenuo y menos atado a la retórica de la Ville Radieuse, pero igualmente a-histórico y destructivo.

En ambos dominaba un espíritu de tabla rasa. Todo había que hacerlo a nuevo, con la única excepción de las trazas de las calles -sólo las trazas- y la supervivencia de algunos edificios y sitios históricos, expuestos a manera de íconos del pasado (tal como Le Corbusier lo había propuesto en 1925, en su plan Voisin para París); el Cabildo y la Matriz, el Solís, el Banco de la República, las bóvedas, la casa de Ximénez, alguna otra residencia patricia y muy poco más; el resto...al suelo.

Hubo debates sobre detalles de una y otra propuesta, decretos y contradecretos, alguna demolición que Pierre Fossey ilustraría a página entera (1) y la habilitación para levantar un edificio dentro de los nuevos parámetros -el Ciudadela-, recién iniciada su construcción cuando la Asociación incluyó su imagen en los dibujos de promoción de la Nueva Ciudad Vieja. Luego la crisis, acelerada en los años sesenta, tendría como imprevista consecuencia el desaliento de esos desubicados afanes monumentalistas, que tenderían un manto de discreto olvido sobre el proyecto de la Manhatan criolla. Pero la propuesta oficial había incluido un elemento alineado con nuestro relato: la reubicación de la puerta de la Ciudadela. Y eso correría con mejor suerte.

¿Estamos seguros de que debe trasladarse

la puerta de la Ciudadela?

En octubre de aquel mismo año, el Concejo Departamental de Montevideo aprobó el proyecto presentado por la Comisión del Plan Director para reubicar la puerta de la Ciudadela en la Plaza Independencia frente a la calle Sarandi. Se entendió conveniente la ubicación que se propone: “(...) levantando su histórica arcada en el comienzo de la ciudad nueva, de tal manera que las nuevas generaciones tengan en su presencia el recuerdo de los ilustres varones que edificaron la Patria”, y considerando “que aún cuando el portón original pueda haber sido algo desnaturalizado en su primera reconstrucción y su testero resulte más chato y débil que el original, es indudable que aunque la verdad arqueológica pueda desvirtuarla, queda la grandeza de la historia que representa la Puerta”,

Ahora si, la puerta retomaba su condición monumental, pero con una simbología cambiada. Nacida como umbral majestuoso de un recinto militar, era ahora ungida -no sin forzamiento- como lugar de la memoria de las glorias de la patria; aunque se colara en el texto de la resolución cierto escepticismo respecto a su valor arqueológico, demostrando que las prevenciones del arquitecto Geranio seguían vigentes.

También la prensa recogía ese sentimiento y llegó a cuestionar la pertinencia del traslado, pero allí estaba Luis Bausero para poner las cosas en su lugar.

En abril de 1958 publica dos artículos en el suplemento dominical del El Día, donde texto e ilustraciones abonan su convincente alegato en defensa de la iniciativa comunal, relativizando las objeciones por pérdidas y variantes (compara viejas y nuevas fotografías, documentando sus conclusiones). Expresaba asímismo un total acuerdo con la solución elaborada por el arquitecto Enrique Monestier, sin duda más adecuada a su propósito que la prevista en la resolución antes citada, donde se planteaba “completar su parte posterior a manera de muro de piedra despiezado para darle el volumen que requiera su ubicación”.

Bausero puso especial énfasis en algunas condiciones a su juicio ineludibles: a) que la puerta volviera a descansar sobre sus cimientos, en el sitio exacto en el que fue construida; b) que la traza de la muralla y los bastiones de su entorno fueran otra vez legibles en el pavimento circundante, como aporte didáctico para la real comprensión del contexto original, y c) que el traslado se realizara sin desmontar los sillares, para evitar nuevas pérdidas y destrozos. Pero en nada de esto tuvo suerte.

Siguieron los debates en la prensa, pero la decisión estaba tomada y a fines de agosto de ese año los obreros municipales tenían todo listo para montar andamios y empezar la tarea de sacar piedra por piedra -que así se había resuelto-, cuando los estudiantes de la Universidad del Trabajo se interpusieron y lo impidieron, porque decían -tal vez con razón-, que no habiendo rubro previsto para las reparaciones que debían seguir al retiro, mejor esperar hasta que lo hubiera... O por lo menos hasta las vacaciones. El hecho quedó documentado en una fotografía y un breve artículo publicado en el diario El Plata, donde el cronista tuvo la mala idea de improvisar una glosa sobre la histórica puerta, confundiéndola con el portón de San Pedro y alabando el traslado, pues en su nuevo sitio “oficiaría de especie de Arco de Triunfo que daría entrada a la Ciudad Vieja”. A Bausero le rondaría el infarto...

Con los estudiantes se hicieron las paces, pero no sería ese el último escollo a superar, dado que por ese tiempo la Asociación pro Ciudad Vieja redoblaba sus esfuerzos, planteando una radical oposición al traslado proyectado. En la nota de referencia, decía al respecto Walter Cabuto Etchegaray, tesorero de la comisión y su principal animador: “Es un disparate y un verdadero crimen (...) esta puerta va a tapar la perspectiva de Sarandi”. Y en efecto, en una de las ilustraciones de los “monumentales planes para la península” -la vista de Sarandi, desde Juan Carlos Gómez hacia la plaza Independencia, donde del edificio de Pablo Ferrando sólo quedan los lentes de la añeja propaganda-, no aparece aquel engendro que entienden “impracticable y engorroso” . Y se siente además con buen respaldo, pues agrega: “tenemos entendido que la Comisión Nacional de Monumentos Históricos (...) no ha sido consultada y que su pensamiento sería opuesto a la continuación de los trabajos”.

Ese panorama poco alentador impulsó a Bausero a insistir en su prédica. El 7 de setiembre de 1958, bajo el título “¿Debe trasladarse la puerta de la Ciudadela?”, reitera y precisa su argumentación -y también sus prevenciones sobre “el lugar exacto”-. Entre el 7 y el 12 del mismo mes, Luis Ponce de León, que había investigado seriamente todo el proceso desde los días fundacionales, publica en El Plata tres artículos de similar contundencia didáctica.

Ahora todo estaba en orden y el arquitecto Monestier pudo ver concretado su proyecto tal como ha llegado hasta nosotros (bien resuelto como objeto puesto en valor, pero sin referencia contextual alguna y un poco corrido de su lugar original). La misión estaba cumplida y la ciudad ganaba un referente para reencontrarse con su historia (o para rescribirla, negociarla... o para construir en fin, desde nuestras circunstancias, un relato que apunte al futuro).

Nuevos tiempos, nuevos desafíos

Han pasado muchos años para suponer que el mismo cronista que en 1958 dijo en El Plata cosas que mejor hubiera evitado, siga hoy haciendo de la suyas. Pero apenas la Intendencia hizo pública su intención de iniciar un trabajo de restauración de la puerta de la Ciudadela, se sucedieron las interpretaciones más pintorescas.

Nadie habló ahora “del Arco del Triunfo” -aunque no falta quien entienda atractiva la asociación-, pero se dijeron cosas que Bausero y Ponce se hubieran apresurado a corregir: sobre las presuntas dimensiones colosales de las murallas y la profundidad del foso (las primeras insuficientes, las segundas modestas); que había sido la entrada a la ciudad colonial (nunca lo fue) o que mucho sufrió en sus traslados, sobre todo en el primero, desde su ubicación original a la altura de 18 de Julio y Río Negro (un invento total).

Salvando esas cuestiones marginales, ahora que el proceso está plenamente encaminado y los trabajos de restauración se encaran con encomiable profesionalidad, y en tiempos en que una de las fotografías que sirvió a don Angel Battaglia para reconstruir la puerta en la Escuela de Artes y Oficios luce -agigantada y superpuesta- como un salto en el tiempo, haciendo vibrar la tensión entre dos edades del monumento, valdría la pena volver sobre las cosas que inquietaban a Bausero. O sobre alguna de ellas por lo menos, complementando a vía de ejemplo el trabajo en proceso con una información sintética -un texto, un grafismo-, que haga posible una adecuada lectura de la “hermosa portada” en su contexto histórico, evitando a propios y extraños, olvidos y confusiones. El aporreado Diego Cardoso -al que todo le salió mal, menos la puerta-, bien que lo agradecería.

(1) Casa famosa que se va: dibujo de Pierre Fossey de la casona que Juan María Pérez construyera en 1842, que ocupara la mayor parte de la manzana comprendida entre Juncal, Sarandi, Bacacay y Buenos Aires, y “que pronto va a ceder el lugar a un moderno edificio” (suplemento dominical de El Día, del 27 de julio de 1958).

IMAGEN DE PORTADA: sobre la fotografía de1874, los trazados ponen en evidencia las proporciones armónicas de la puerta monumental.

NOTA GENERAL: texto publicado en "Patrimonios varios", editado por CLAEH / 2008 (páginas 13 a 33).





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algunas reflexiones sobre nuestros "lugares de la memoria"

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