Versión para imprimir 23/11/18



EL RICO PATRIMONIO (INDUSTRIAL) DE LOS ORIENTALES

PATRIMONIOS EN TIEMPOS DE CAMBIO 

 “El patrimonio se había cristalizado en Francia en la noción de monumento histórico, heredada de la Revolución Francesa, oficializada a comienzos de los años 1830 y luego definida jurídicamente por el sistema de clasificación y de protección sancionado por una ley en 1913. Ese sistema estatal y centralizado de clasificación, en realidad de apropiación pública, se mantuvo, mal que bien, hasta mediados de los años setenta. Fue entonces cuando empezó el diluvio (…). A partir de ese momento el ámbito patrimonial no ha cesado de ampliarse en tres grandes direcciones. Hacia lo contemporáneo (…) Hacia la experiencia desaparecida (…) Hacia lo no artístico y lo no histórico: el patrimonio ligado a la naturaleza, a las ciencias y a las técnicas, a lo tradicional y popular”

Pierre Nora: “Una noción de devenir” en Correo de UNESCO / 1997 .              

               Es conocida la tardía formalización entre nosotros de un marco institucional y legal relativo a la protección de bienes patrimoniales y es notorio que la filiación ideológica de los textos en que finalmente se concreta, nos remite a la tradicional visión europea del “patrimonio-monumento-nación” (lejos del enfoque del acápite), por lo que no extraña que en particular el llamado “patrimonio industrial” haya tenido y tenga aún hoy una significación limitada.             

               Cuando en 1950 se crea una “Comisión Nacional de Monumentos Históricos” y se le encomienda elaborar un listado de bienes a proteger, entre los noventa y cinco ejemplos que allí incluye, sólo tres tienen alguna relación con el área industrial (Molino del Galgo en Montevideo; Molino de Lladó en Minas y los restos del antiguo saladero de Ogans en Fray Bentos). Esa iniciativa no tuvo otra significación que el servir de antecedente a la ley N° 14.040, aprobada en octubre de 1971 y reglamentada en agosto del año siguiente. Cuando en 1975 se concreta el primer listado de protección, la condición establecida en el artículo 5°, de integrar “bienes muebles o inmuebles vinculados a acontecimientos relevantes, a la evolución histórica nacional…o a lo que sea representativo de la cultura de una época nacional”, es asumida  con mayor amplitud que en la instancia precedente, lo que permite extender el ámbito de cobertura más allá del restringido ámbito de los “relevante” o “representativo” que admitía la cultura dominante.         

               Esta tendencia se va consolidando en el proceso de trabajo que las sucesivas Comisiones de Patrimonio realizan a partir de 1985, de modo tal que a la fecha, una proporción importante de los bienes “patrimoniables” en el área industrial han podido adquirir un estatus formal de protección, aunque las acciones concretas para su  relevamiento, valoración y adecuada gestión han permanecido, salvo contadas excepciones, en un nivel de bajísima eficiencia. Y ese déficit se hace particularmente sensible en tiempos  en los cuales la noción tradicional de “patrimonio cultural” ha sufrido, primero, una formidable expansión y luego una verdadera mutación, promoviendo nuevas formas de apreciar el “capital social” que la comunidad ha generado a lo largo de su historia.         

              Los protagonistas de estos nuevos escenarios no son ya hombres de letras, artistas y arquitectos, sino preferentemente antropólogos y sociólogos, y junto a los museos tradicionales -que también renuevan su imagen-, se multiplican los ejemplos de rescate y puesta en valor de “paisajes industriales” que dan testimonio de tareas antes marginadas de cualquier consideración cultural. Así la “paper mill” de Verla (próxima a Helsinski y activa entre 1872 y 1964) o la “company-town” que Benigno Crespi construyera sobre el río Adda, cerca de Milán, a fines del siglo XIX, han adquirido en la última década la condición de Patrimonio Histórico de la Humanidad.          

               Nadie lo hubiera supuesto veinte años atrás…Ya no son escenarios activos de la segunda fase de la revolución industrial, pero dan testimonio del modo en que ésta llegó a concretarse en uno u otro sitio del mundo. Y en estos tiempos de pos-modernidad, su reinserción adquiere un doble significado: primero, como “lugar de la memoria” de hechos y situaciones que involucran al común de la gente y hacen que lo “representativo de la cultura de una época” no quede limitado a las obras de valor excepcional o a los ejemplos gratos a los sectores hegemónicos y al discurso oficial; segundo, porque en su recalificación -que no excluye su refuncionalización-, agregan un valor didáctico y de afirmación de identidad para el conjunto de la comunidad, pero también un potencial de activación económica en el marco de una política inteligente de turismo cultural.  

UN PATRIMONIO QUE SUBVALORAMOS             

               Tomemos dentro de ese contexto algunos casos que merecen especial consideración: a) la “California del sur”, que en el entorno del 900 como tal fue vista la explotación de oro de Cuñapirú; b) la extracción de arena, cal y piedras de las costas de Colonia, con destino a las construcciones de Buenos Aires; c) la red ferroviaria y las múltiples instalaciones funcionales a su logística; d) los procesos de molienda y depósitos de granos, las bodegas y los primeros emprendimientos textiles; e) las sucesivas etapas de procesamiento de los recursos cárnicos. Creo que el ejemplo de Villa Peñarol es contundente en cuanto a las posibilidades de generar un polo de crecimiento desde “lo patrimonial”, pero también es seguro que en cada una de las áreas antes mencionadas encontraremos elementos suficientes para construir esos “lugares de la memoria” sobre los cuales construimos y reconstruimos nuestra identidad y que pueden también hacer mucho en el intento por lograr un mejor futuro. Y que en algunos casos, dan la talla como para merecer igual consideración a nivel internacional que los ejemplos de Varla y Crespi d¨Adda.          

EN CAMINO HACIA MEJORES DESTINOS             

                 Hablo en particular del sistema de saladeros de las costas del Uruguay y el Plata, y de los sucesivos establecimientos en los que se desarrolló el proceso de industrialización de la carne, con especial referencia a la muy notable “company-town” que Giebert-Liebig´s levantaron en Fray Bentos a partir de 1863, luego convertida -a partir de 1924 y hasta fines de los años setenta-, en sede del Frigorífico Anglo. Justamente este lugar adquirió días pasados -el 12 y 13 de julio, para ser más preciso- un inusual protagonismo mediático cuando coincidieron allí la celebración de los cien años de la construcción de la emblemática chimenea del complejo fabril -ícono del paisaje fraybentino-, la formal constitución de la Asociación Uruguaya del Patrimonio Industrial -que en lo sucesivo actuará como filial del Comité Internacional para la Conservación del Patrimonio Industrial (TICCIH)-, y la muy activa presencia del presidente de este organismo asesor de UNESCO, el Dr. Eusebi Casanelles i Rahola, director desde 1983 del Museo de la Ciencia y de la Técnica de Cataluña.             

                   En cada una de sus intervenciones -que fueron varias y ante interlocutores diversos-, el Dr. Casanelles tuvo la virtud de explicar con lenguaje llano las características del nuevo escenario en que se proyecta la gestión del patrimonio industrial; de volcar lo esencial de su vasta experiencia y de dar ejemplos concretos de procesos de rehabilitación y puesta en valor no sólo de un entorno construido sino de la memoria histórica de un entramado social y un contexto cultural que es indisociable de esos procesos. Y gracias a sus intervenciones, nadie tuvo dudas -que él no las tuvo- en cuanto al futuro que espera a ese lugar: el de ser uno más en la lista del patrimonio mundial.             

                  Si se piensa en lo hecho hasta ahora, esa perspectiva luce razonable. Las particulares características del emprendimiento, el carácter innovador de la técnica allí empleada y la significación que durante décadas tuvo su producción en el mundo, la continuidad de uso hasta años recientes y la consecuente conservación de su estructura básica, y muy especialmente la visión y el trabajo de quienes apostaron a su mantenimiento y recalificación (valga aquí mención obligada a René Boretto Ovalle, principal responsable de esa situación), dan crédito al optimismo. Con una prevención que el mismo Casanelles se encargó de marcar: el proceso de “santificación” por parte de UNESCO supone un plazo no menor a cinco años, y el éxito de una propuesta que habrá que formalizar de modo adecuado, depende esencialmente de lo que hagamos nosotros. Esto es, que no basta con tener una herencia que se valore alto; hay que precisar cómo manejarla, definir claramente objetivos y procedimientos, y hacerlos compatibles con los recursos previsiblemente disponibles. Habrá que asegurar que ese “capital social” tenga un retorno acrecido y de disfrute equitativo, y para ello no habrá aporte que sobre, cuando se trata de elaborar un plan integral de gestión a mediano plazo…que en Colonia del Sacramento todavía estamos debiendo.             

                    Y esa “cucarda” que se avizora para Liebig´s-Anglo, podrá alentar allí futuros esfuerzos, pero igual empeño se requerirá en tantos otros lugares donde “la presencia del pasado” puede ser mojón de referencia identitaria y no en menor grado, recurso útil para generar esos ingresos que tanto necesitamos para romper con un estancamiento de medio siglo. No es poca cosa que sea justamente la revalorización de ese pasado -allí donde hubo “un rico patrimonio”-, uno de los caminos a transitar para llegar a un mejor futuro.  

(*) Publicado en el semanario “Brecha” en edición del 21.07.2006

TEXTO E IMAGEN DE PORTADA: TOMADO DE "GUIAS VISUALES DE URUGUAY" DE "EL OBSERVADOR" (Gran litoral / pag. 63)





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acerca de patrimonios varios
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