Versión para imprimir 05/12/18



ALBERT CAMUS, EL UNO (EN LA ESPALDA).

CAMUS EN PRIMERÍSIMO PLANO, RODILLA EN TIERRA Y PAÑUELO EN LA CABEZA

  "En no ser amado sólo hay mala suerte: en no amar hay desgracia"
                                          Albert Camus, Retorno a Tipasa

Es domingo y el otoño de 1930 acaba de empezar. El muchacho está solo, de pie y mirando con atención hacia adelante. Tiene diecisiete años, es muy delgado y de porte gallardo. No lleva guantes, ni gorra como sus colegas, sino un pañuelo azul atado sobre la frente. Se llama Albert, y es el arquero del Racing Universitario de Argel, equipo que hoy visita la ciudad de Orán para medirse con su oponente más duro: el Central Sporting Club. Existe entre las dos ciudades más importantes de la costa argelina, una rivalidad absurda que el propio Albert señalaría luego. “Disponen de todos los motivos para quererse y se detestan en la misma proporción. Los oraneses acusan a los argelinos de delicados. Los argelinos van diciendo que los oraneses no tienen estilo. Se trata de insultos más crueles de lo que parece, puesto que son metafísicos. Y, ya que no pueden asediarse, Orán y Argel se juntan, luchan y se insultan en el terreno del deporte, de las estadísticas, de las obras públicas”.
El joven del pañuelo siempre quiso jugar como atacante, puesto para el que posee sobradas habilidades. Pero solamente jugando como portero, logra evitar el rápido desgaste de sus zapatos, y los consiguientes insultos y coscorrones de su abuela Catherine. No es pues, golero por vocación, sino por simple pobreza.
Al muchacho le gusta Orán, la ciudad adversaria, aunque no sabe todavía por qué. A su espalda, la costa mediterránea aparece desierta. Al frente, la ciudad asoma entre macizos, acantilados y un cielo traslúcido, casi blanco de tan luminoso.
Ahora la gritería es más fuerte. Las tribunas están pobladas por un grupo pequeño pero ruidoso, que alienta la carga de su equipo. Albert ve caer la pelota lentamente, y la camiseta oscura del rival oranés persiguiéndola de cerca. Salta en el momento justo, atrapa el balón y lo aprieta contra el pecho. En ese momento, una feroz puntada en la espalda lo deja sin aliento. Se deja caer, procurando hacerlo sobre la esfera de cuero. En un esfuerzo supremo, logra levantarse, dar tres pasos rápidos y mandar el balón hasta el medio del campo. Inhala y exhala. La puntada regresa, esta vez más débil, y nadie se ha dado cuenta de nada por ahora.
Pero al poco rato, en el vestuario, llegaría el incontrolable acceso de tos, los escupitajos sanguinolentos, el desmayo. La tuberculosis acabaría con la carrera futbolística del joven arquero, y sería la más fiel compañera en la vida de Albert Camus; su peste personal.

Albert Camus nació en Argel en 1913, tiempos de ocupación francesa. Descendiente de menorquines y franceses, argelino de nacimiento, llevaba en su sangre los ingredientes básicos del tipo mediterráneo. Huérfano de un padre que ni siquiera conoció —Lucien Camus cayó en la batalla de Marne, en 1914— y miembro de una familia pobrísima, Albert debió luchar duramente para completar sus estudios. Fue futbolista, nadador, meteorólogo, periodista, actor y dramaturgo. Pero por sobre todas estas profesiones, se lo recuerda como novelista-filósofo, o quizá viceversa, y por su enorme condición humanista. Virtudes que le valieron el premio Nobel, en 1957.
Aunque nunca aceptó que se lo alineara a la corriente existencialista, las ideas de Camus presentan evidentes afinidades con esa escuela filosófica. Sus debates con Jean Paul Sartre —en el marco de una rivalidad que conocería muchos matices— conformaron la discusión más fecunda en el pensamiento del siglo XX.

La peste, publicada en 1947, es una de las novelas más famosas de Camus. Su acción se desarrolla en la ciudad de Orán, en algún momento de la década de 1940, y el argumento es más o menos como sigue.
En la moderna y apacible ciudad tiene lugar un fenómeno curioso y repugnante. Miles y miles de ratas que “desde las cavidades del subsuelo, desde las alcantarillas, subían en largas filas titubeantes para venir a tambalearse a la luz, girar sobre sí mismas y morir junto a los seres humanos”, causan sorpresa en la población, y generan incómodas situaciones. Pocas semanas después, son los propios habitantes humanos de Orán, quienes comienzan a sucumbir arracimados, víctimas de fiebres irreductibles, y cubiertos de bubas y abscesos: la peste bubónica, la plaga medieval por excelencia, se ha apoderado de la ciudad satisfecha y desprevenida. A partir de ese momento, en Orán se declara el estado de sitio, la ciudad es aislada del resto del mundo, y deberá arreglarse por su cuenta, hasta que finalmente, la peste cesa.

En la difícil situación, unos pocos personajes ponen de relieve ante el lector diferentes reacciones frente al flagelo.
1) El doctor Bernard Rieux, protagonista de la novela, es quien aboga por declarar el estado de peste, y dedica todas sus energías a luchar contra ella. Practicando una profesión en la que todas las victorias son provisionales, la plaga significa para Rieux una interminable derrota. Derrota que no logrará alejarlo de sus funciones.
2) Jean Tarrou, hombre enigmático, veterano de las brigadas internacionales de la guerra civil española, colabora con Rieux en la lucha contra la enfermedad, guiado por una moral personal: la comprensión
3) Raymond Rambert, joven periodista parisino, sorprendido por el estado de sitio y obligado a permanecer en Orán. En principio, protestará enérgicamente y exigirá marcharse, dada su condición de extranjero. Finalmente deberá aceptar las palabras del doctor Rieux: “a partir de ahora, por desgracia, será usted de aquí, como todo el mundo”.
4) Cottard, parásito vinculado al crimen organizado y la corrupción, que se beneficia del cese de la actividad judicial que la peste acarrea, y medra aprovechándose de las necesidades del pueblo.

La crítica suele hallar en La peste, una alegoría de la resistencia europea contra el nazismo, y suele encontrarla porque evidentemente está allí. Pero también es el resultado de las obsesiones y pensamientos del autor. La peste es, en el  contexto de la novela, la abstracción, la indiferencia de un universo frío y sin dioses, el egoísmo de una sociedad materialista. Ante la peste, Camus opone la solidaridad, el amor, la comprensión, la conciencia humanitaria.

En Los almendros, ensayo de 1954, escribe: “(...) No creo tanto en la razón como para apuntarme al progreso ni a ninguna filosofía de la Historia. Por lo menos, sí creo que los hombres nunca han dejado de avanzar en la conciencia que han ido adquiriendo de su destino. No nos hemos elevado por encima de nuestra condición, y, sin embargo, la conocemos mejor. Sabemos que vivimos en la contradicción, pero que debemos rechazar la contradicción y hacer cuanto sea necesario para disminuirla (...) Tenemos que remendar lo que se ha desgarrado, hacer que la justicia sea imaginable en un mundo tan evidentemente injusto, que la felicidad tenga algún sentido para los pueblos envenenados por la desdicha del siglo. Naturalmente, es una tarea sobrehumana. Pero se llama sobrehumanas a las tareas que lo hombres tardan mucho tiempo en llevar a cabo: eso es todo” 

¿Por qué Albert Camus escogió a Orán como escenario de La peste?
Camus siempre tuvo una relación de amor y rechazo para con la modesta prefectura argelina “capital del aburrimiento, asediada por la inocencia y la belleza”. Ciudad sin pasado, enclavada en un paisaje de maravilla, y dedicada por entero al comercio y las apariencias, es descrita por el autor en el capítulo primero de la novela.

“El modo más cómodo de conocer una ciudad es averiguar cómo se trabaja en ella, cómo se ama y cómo se muere. En nuestra ciudad, por efecto del clima, todo ello se hace igual, con el mismo aire frenético y ausente. Es decir, que se aburre uno y se dedica a adquirir hábitos. Nuestros conciudadanos trabajan mucho, pero siempre para enriquecerse. Se interesan sobre todo por el comercio, y se ocupan, según propia expresión, de hacer negocios. Naturalmente, también les gustan las expansiones simples: las mujeres, el cine y los baños de mar. Pero, muy sensatamente, reservan los placeres para el sábado después del mediodía y el domingo, procurando los otros días de la semana hacer mucho dinero. Por las tardes, cuando dejan sus despachos, se reúnen a una hora fija en lo cafés, se pasean por un determinado bulevar o se asoman al balcón. Los deseos de la gente joven son violentos y breves, mientras que los vicios de los mayores no exceden de las francachelas, los banquetes de camaradería y los círculos donde se juega fuerte al azar de las cartas. Se dirá, sin duda, que nada de esto es particular de nuestra ciudad y que, en suma, todos nuestros contemporáneos son así (...) Pero hay ciudades y países donde las gentes tienen, de cuando en cuando, la sospecha de que existe otra cosa. En general, esto no hace cambiar sus vidas, pero al menos han tenido la sospecha y eso es su ganancia. Orán, por el contrario, es en apariencia una ciudad sin ninguna sospecha, es decir, una ciudad enteramente moderna. Por lo tanto, no es necesario especificar la manera de amar que se estila. Los hombres y mujeres o bien se devoran rápidamente en eso que se llama el acto del amor, o bien se crean el compromiso de una larga costumbre a dúo. Entre estos dos extremos no hay término medio. Eso tampoco es original. En Orán, como en otras partes, por falta de tiempo y de reflexión, se ve uno obligado a amar sin darse cuenta (...)”.

En algún pasaje de la novela —la cita se escabulle entre las páginas—  Jean Tarrou declara: “lo único que cuenta es no ser un apestado”. Ni falta hace aclarar que no se refiere a ningún bacilo, al menos en el plano físico.

Huérfano de guerra, futbolista frustrado, tuberculoso crónico, escritor genial y filósofo de tiempo completo, Camus siempre enseña un resquicio por el que se cuela un diminuto haz de luz, por oscura que sea la noche: es el triunfo de la fuerza del espíritu, del hecho de que hay en el ser humano —aunque a veces no lo parezca— más motivos de orgullo que de pena. El triunfo, en suma, del amor.

Breve entrevista a Albert Camus, en la tribuna.





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El Capitán Fracasse
El gabinete del Capitán Fracasse (un espacio tan iletrado como cobarde)

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