Eliza y Miguel
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Breves historias de vida

26.09.2009 05:41

Sólo fueron unas palabras dichas por él, una de esas frases tontas que podían dedicársele con razón a muchas otras mujeres: "Con mucho gusto te ayudo a bajar las cajas, pero no me uses y después me tires, como si fuera un condón".

Al ver el dolor en la expresión de ella, él disculpó sus dichos explicándolos como "un chiste". Pero nunca era chiste para ella esa forma casi natural en él de achacarle gratuitamente cosas que en nada le competían. La frecuencia casi viciosa de aquella injusta crueldad sicológica la destrozaba cada día un poquito más.

En silencio, fue a la cocina. Un rato allí la obligaría a pensar en otras cosas, se distendería y en pocos minutos el asunto estaría olvidado. Pero la radio le jugó una mala pasada: la voz de Horacio Guaraní interpretando "La canción del adiós" la sacudió...

Cualquier momento era malo para escuchar esa canción, pero ése, tan inoportuno, la sorprendía con las defensas bajas, como cada vez que se angustiaba. Resbaló impotente por el tobogán del tiempo y sin poder detenerse, emergió en medio del ayer lejano, para sufrirlo de la misma forma una vez más.

Había sido el 23 de abril del 83, cuando él se decidió, al fin, a dejar atrás su pasado para construir un futuro con ella. Apareció sin aviso, como en cualquiera de sus escapadas fortuitas, y se lo dijo. ¡Vaya noticia! Del presente no le habló. Él no tenía idea de cómo vivirlo ni ella de lo duro que podía ser ese largo presente, antes de convertirse en el futuro "construido" que él le anunciaba.

Estaba de moda "La canción del adiós". Era un éxito, se escuchaba en todas las radios, todos los días. Horacio Guaraní la iniciaba recitando parte de los versos originales de "Adiós", de Belisario Roldán:

"Y bien compañera,

ha llegado el día y la hora del último beso...

Nada de sollozos, no caigas en eso.

Tienen estos trances su melancolía...

...............................................................

...Toma tu sombrero, toma tu manchón,

y arrópate bien... aquí está el abrigo,

hace un frío afuera y una cerrazón..."

A él le gustaba la poesía, memorizaba poemas completos de los más diversos autores. Cuando la canción de Guaraní sonó en la radio, él escuchó el prólogo, hizo un comentario sobre Belisario Roldán y se quedó pensativo. Poco más hablaron, un nerviosismo lógico reinó en el ambiente y él se fue. Vendría más tarde. Iba a casa de unos amigos donde pretendía instalarse provisoriamente.

Ella, aun invadida por el asombro y en una especie de euforia incontenible, se movía por la casa como andando en el aire. Subió el volumen de la radio, bailó al son de cada música y cantó a la par cada cantor. Salió a comprar un diario. Ni lo abrió. Sólo escribió en la portada, con letras grandes en tinta roja: "Día de la libertad" y lo guardó... para siempre.

Él volvió al atardecer. Traía el rostro desencajado. Sus amigos lo apoyaron, sí, pero evidentemente, lo conversado lo había conmovido. Ella no preguntó.

Él tenía que regresar -como era lógico- a buscar algo de ropa. Elegiría el momento adecuado -le dijo- para evitar encuentros y situaciones difíciles. Recogería lo más necesario y dejaría algo escrito... un adiós. Le pidió, entonces, una hoja de papel y un sobre. Ella tenía ese material, sin usar, había sido un regalo de hacía tiempo.

Con la discreción de siempre, pensó salir de la habitación para dejarlo escribir. Pero no, él la necesitaba allí. Precisaba su habilidad para escribir a máquina rápido, prolijo, sin errores... él le iba a dictar.

Y le dictó el poema de Belisario Roldán, que recordaba completo, como tantos otros. Pero igual que Guaraní, omitió una única frase, la misma, de la primera estrofa: "pero hay que ser fuertes, como te decía ayer por la noche mi mejor amigo..." Ninguno de los dos tuvo, tal vez, un amigo involucrado en su situación...

Ella escribía velozmente, tratando de traspasar a sus dedos cada palabra, sin dejarlas entrar al cerebro, sin querer comprender. Letras negras iban cubriendo el papel rosado... Dardos punzantes iban sangrando su corazón:

"Y bien compañera,

ha llegado el día y la hora del último beso...

Nada de sollozos, no caigas en eso.

Tienen estos trances su melancolía...

................................................................

...Toma tu sombrero, toma tu manchón,

y arrópate bien... aquí está el abrigo,

hace un frío afuera y una cerrazón...

Echemos con calma la llave al romance,

era tiempo ya de ponerle fin,

no hay sueños eternos ni rosa que alcance

a adornar por siempre la paz de un jardín.

Yo... recobro toda mi soberanía,

tú recobras toda la gran libertad,

y no podrá el tiempo, ni la lejanía,

ni las cosas nuevas, ni mi soledad,

borrar el perfume del idilio grave.

Los buenos amigos me hablarán de ti,

"...sigue tan hermosa, tan fina, tan suave;

ayer casualmente de tarde la vi..."

y yo, sonreiré... con cierta ternura,

y un gesto muy vago, como paternal,

mientras los recuerdos harán su conjura

trayéndome en brazos tu carita oval,

tus ojos, tus gracias y tus ardimientos.

Se puede, ¡qué diablos!, vivir otra vez,

a pura memoria los buenos momentos.

El amor, querida, igual que el ciprés,

conoce el secreto del verdor eterno,

así, cuando partas dentro de un instante,

cuando en este día brumoso de invierno

trasponga esa puerta tu gracia fragante para no volver,

simultáneamente irás avanzando sobre mi pasado,

y yo te aseguro que entrarás de frente,

reina y soberana, al templo sagrado...

...Después, algún día -un día cualquiera-

sin haberlo el uno ni el otro deseado,

nos sorprenderemos, buena compañera...

y en el bosque alegre, o en el cabaret,

del brazo de un hombre distinto de mí,

más linda que nunca te reencontraré.

Y un poco del duelo que palpita aquí,

nublará de golpe tu faz y la mía

desplegando un punto sobre nuestra frente,

sus dos grandes alas... la melancolía.

Y al volver a casa, displicentemente,

evocando tiempos que fueron hermosos,

mientras me despojó del gabán y tiro

sin saber adónde los guantes rugosos,

llenaré la alcoba con un gran suspiro...

No llores querida, no hay por qué llorar.

Arréglate el pelo, toma tu manchón,

la cartera de oro, la piel de renard.

Hay un frío afuera y una cerrazón..."

Ya casi no podía contener las lágrimas, cuando los interminables versos llegaron a su fin. No llevaría firma... ni siquiera la de Roldán... Se aflojó un poco el nudo en su garganta cuando supo que el sobre iría en blanco... no habría sido capaz de escribirlo sin desfallecer.

Él le agradeció, como si aquello hubiera sido la simple trascripción de un informe administrativo, ensobró el papel y se fue a entregar "su regalo de despedida". Ella, ya sola... se sintió morir.

Habían pasado años, muchos años, durante los cuales aquella tarde afloraba nítidamente cada vez que oía esa canción. Cada nota era el batir de aquel teclado desgarrándola por dentro. El tiempo no había sido capaz de borrarle la cicatriz. Y esta vez, con el preámbulo que precedió a la música, cayó en la depresión total.

No bajaría las cajas, no haría nada. La invadió el desgano y la tristeza... sólo era capaz de llorar en silencio y esperar que los malos recuerdos la dejaran en paz. Se irían, siempre se iban y todo volvía a la normalidad. Sabía ser paciente.

¿Cuándo sería la próxima vez? ¿Qué oficiaría de disparador? ¿Qué negra situación le tocaría revivir? ¿Qué vieja herida sentiría sangrar de nuevo? No... con esos pensamientos no iba a sentirse mejor. Necesitaba catarsis para ahogar las lágrimas... y se sentó a escribir.

Eliza




01.08.2009 18:31

Ella estaba pelando papas en la cocina, cuando la gata se arrimó a la puerta, calladita, juiciosa, y como siempre ¡muy explícita! Por suerte, él también estaba ahí.

-Abrile a la gata y dejá la puerta abierta, por favor, así no tengo que dejar esto para entrarla.

Él se acercó enseguida, abrió la puerta, esperó que la gata saliera, ¡y cerró!

-¡Carajo -pensó-, qué podrida me tiene esto de hablar al pedo!

Momentos después él salió, cerrando la puerta -otra vez- detrás de sí. La gata continuaba afuera. Ella se enjuagó las manos en la pileta, se secó, abrió la puerta, dejó entrar a la gata y volvió a su tarea.

Mientras tanto, obedeciendo esa mala costumbre que jamás pudo desechar, analizó las posibilidades de acierto que pudo haber tenido, si se lo hubiera pedido de forma diferente:

-Pude haber hecho la frase más corta, no era necesario explicar el motivo. Eliminando "así no tengo que dejar esto para entrarla", quedaba más claro. Hasta el "por favor" sobró. Pero no. Con "por favor" o sin él, suena imperativo, es una orden. A mí no me gusta darlas y a él recibirlas, menos. Estuvo bien así... diecinueve palabras no son tantas a registrar. Más aun cuando las nueve primeras encierran lo importante del asunto...

Dejó la olla hirviendo bajito y se fue a la computadora. Sólo así podría concentrarse en alguna lectura y desterrar los malditos análisis, que a esa altura ya le estaban presentando lista del sinfín de situaciones por el estilo ocurridas en los últimos días.

-Pude haberle dicho "cerrá la puerta" al ver que no lo hizo -insistía mentalmente mientras se cargaba la PC-, aunque eso me habría hecho acreedora de su mirada de desagrado recibiendo un decreto, inédito, para peor, ya que el viento se llevó mis palabras anteriores.

No era importante, pero ¡cómo le molestaba! Y le molestaba más todavía su incapacidad demostrada durante tantos años para acostumbrarse a algo que había sido siempre así. Menos mal que fue después del mediodía... de haberle pasado al levantarse, esa tontería le habría alcanzado para dejar caer algunas lágrimas por esa hipersensibilidad inexplicable con que solía despertar.

Abrió el programa de correo electrónico, lo descargó y encontró la carta de una amiga. Antes de leerla sonrió... era la misma amiga que un montón de años atrás le había dicho una gran verdad que a pesar de todo, nunca fue capaz de revertir: "vos le das demasiada pelota a tu marido".

Abrió la carta. Quería leerla y responderla antes de volver a la cocina a preparar el puré. Amigas como ésa merecen atención inmediata. Aunque tengan una vida difícil y también soporten alguna situación endémica que se la complique más... ¡siempre dan pelota!

-¿Podrías apagar el gas, por favor...?

No obtuvo respuesta. Si se levantaba a ver... le sería imposible conservar los buenos modos. Optó por repreguntar:

-¿Apagaste, querido?

-Claro, ¿no me pediste que lo apagara?

-Sí, gracias. No sabía si me habías escuchado.

Escribió la última frase de la carta: "Te dejo, hoy está grave". Despachó el correo, apagó la computadora, preparó el puré, frió las milanesas y almorzaron. Durante la sobremesa, él le advirtió que recordara sacar a la gata para evitar que ensuciara adentro...




31.07.2009 04:44

Salvo aquellos recreos de los lejanos tres años en que la habían mandado a la escuela en el turno vespertino, no recordaba haber tenido un rato de esparcimiento a las 3 de la tarde. Cuando iba de mañana, a la vuelta la esperaba el almuerzo, la limpieza de la cocina y de la casa, los deberes escolares, algo que estudiar y algún mandado, que algunas veces coincidía con la salida de los otros escolares a las 5.

Cuando empezó a trabajar por su cuenta, no paraba desde la mañana hasta la noche. Después, cuando al fin consiguió un empleo donde aplicar los conocimientos especializados que además eran su vocación, el horario cortado le daba justo para comerse su viandita en la plaza cercana. Más adelante, cuando la empresa cerró, se presentó a un concurso y entró a la Administración Pública, donde el horario era corrido.

Así transcurrió su vida, luchando inútilmente contra su reloj biológico, que le había pedido a gritos durante tantos años que dejara de madrugar. Hasta que se jubiló... del horario, porque del trabajo siempre fue adicta a tiempo completo, aunque ya no fuera remunerado.

Ahora por más que trabajara, podía hacerlo a la hora que le viniera mejor, empezando el día recién cuando su organismo había descansado lo suficiente. Fue así que sus rutinas cambiaron, para desayunar cerca del mediodía y almorzar a partir de las 3. De ahí en más se ocupaba de las diversas tareas corrientes o de las vueltas que hubiera que dar en la calle.

Lo que continuaba al ritmo de los horarios preestablecidos era el mundo que la rodeaba. Y su micromundo, también. Eso le complicaba las cosas, por la dificultad lógica en hacer coincidir itinerarios tan dispares.

Cuando estaba enfrascada en algo con intención de concluirlo, se veía obligada a suspenderlo para ponerse a preparar la cena y servirla alrededor de las 8. A esa hora, más le habría gustado tomar mate hasta terminar el agua del termo para después cenar a eso de las 10 de la noche.

Cuando tenía que salir, también estaba pendiente del reloj para volver por el mismo motivo, dejando a veces alguna vuelta por dar, que le habría quedado cómoda y de camino. En estos casos, lo que más lamentaba era tener que prescindir del mate... siempre volvía de la calle con ganas de matear.

Pero en realidad lo bravo eran los trámites, con los mismos horarios que había tenido que cumplir cuando estaba en actividad y a los que estaba obligada a retomar por menos que le gustara. Ya fueran personalmente o por teléfono, le partían al medio su planificación actual.

Tampoco nadie entendía por qué no estaba disponible para mantener una charla telefónica con una amiga que recién terminaba sus quehaceres y estaba dispuesta a descansar y entretenerse. ¿A las 3 de la tarde? Imposible, tanto como explicar que ésa era la hora del almuerzo y después tenía que hacer todo lo que la otra ya había terminado.

Menudo problema se le presentaba cuando alguien le anunciaba una visita, justo a esa hora que siempre había sido para ella incompatible con el esparcimiento. Se veía obligada a acceder, para que no se confundiera su rutina con mala educación o disculpas evasivas.

La mayoría de las veces, sus cómodos horarios se le trastocaban por alguna cosa y debía postergar sus planes cotidianos para mejor oportunidad. Entonces, buscó una forma de adaptarse a ese mundo incambiable que no estaba dispuesto a darle tregua, y si bien cedió a favor de la realidad que la rodeaba, también hizo lugar a sus preferencias.

¿Cómo? Salomónicamente: cambió las 3 de la tarde por las 3 de la mañana disfrutando su solaz en la madrugada, cuando todos duermen y no están en condiciones de molestarla.

Eliza




15.06.2009 23:42

Aquí estoy una vez más escribiendo sobre ti, amiga. Como lo hice en cada uno de los prólogos que acompañaron tus textos en tu Sitio de esta revista. No faltaste nunca, mientras todo estuvo bien y tenías compu y hasta Internet en tu casa.

Vivías en Brasil con tu corazón acá. Tus predilecciones en Internet eran siempre páginas uruguayas. Así conociste 'Montevideo Portal' y te integraste, escribiendo, colaborando, como quedó registrado en esta nota:

"Esta vez, pusimos el ojo en la publicidad de un producto, una galería de imágenes de la chica Cafiaspirina de Saeta. En el año 1975, las llamadas 'azafatas del 10' aparecían antes de cada serial en Saeta TV. A su vez, estaba la 'chica Cafiaspirina', que daba a cada hora la temperatura y el pronóstico del tiempo junto a Luis Gaitán. Gracias a Raquel, una atenta lectora que hoy vive en Brasil, y que por entonces era la chica Cafiaspirina, tenemos tres fotos imperdibles del viejo estudio de Canal 10, en las que también aparecen Milton y Raúl Fontaina, directores del canal. Las tres imágenes pueden apreciarse en la galería: http://www.montevideo.com.uy/notqueesdelavidaobjetos_40859_1.html "

Después, cuando llevabas un CD grabado al cyber porque ya no tenías Internet, tampoco faltaba tu material en La Quincena. Recién cambiaron las cosas cuando dependiste del cyber para todo... Pero aun así, lo que nunca me faltó fueron tus cartas. ¿Cartas...?, ¿o fue tu vida por escrito...? Tus alegrías, tus penas, compartiste todo conmigo. Compartimos, porque yo también... Nos escribimos diariamente, o más, y siempre nos parecía poco.

Recuerdo tantas cosas que me cuesta ordenar mis pensamientos. Me parece que te oigo: "Hacelo con calma"... Trataré.

Vuelvo al pasado, a aquellos veranos en que lucíamos nuestra adolescencia en la playa Pocitos, contrastando nuestra timidez con la desenvoltura de Stella, que hacía girar el aro Hula Hop en su cintura atrayendo las miradas masculinas. Vos y yo esperábamos la clásica caminata de Enrique y sus amigos del L'Avenir ostentando sus músculos bronceados, para cruzarnos en su camino al meternos en el agua. Pero era inútil, nos dejaban pasar con un "hola" casi indiferente, para acercarse a conversar con nuestra amiga...

¡Qué bochorno!, ¡había que hacer algo! ¿Pero qué?, si ninguna de las dos era capaz de hacerse notar de ninguna manera... Entonces se me ocurrió algo que -con ayuda- podía emparejar la competencia... pero tenía que convencer a papá.

Le insistí tanto, sin más argumento que el placer de su compañía, que me hizo el gusto y me acompañó a la playa. Fuimos las tres a bañarnos con él, y ahí ya cambiaron las cosas. Él nadó conmigo un buen rato y eso fue suficiente para atraer miradas, porque era muy lindo vernos nadar juntos, sincronizado y parejo. Volvimos hasta donde se hacía pie. Stella no se mojaba el pelo por nada del mundo y salió del agua para tirarse al sol. Pero vos zambullías como sirena y papá... se puso a enseñarte a hacer la plancha. ¡Todo un acontecimiento que nos mantuvo en escena un buen rato y sólo faltaron los aplausos de los demás bañistas!

Pero ni vos ni yo nos imaginamos qué tan acertada iba a resultar mi ocurrencia... aunque sinceramente... por algo quise llevar a mi viejo. Estábamos tirados al sol como lagartos, Stella seguía meneando el aro y de repente, papá te miró y con toda naturalidad te dijo: "¡Qué calor, Pelusa... abanicame con tus pestañas!" ¡Paaa...! No sé si el aro cayó sobre la arena porque realmente le hiciste vientito fuerte o fue por el impacto del piropo ajeno... la cosa es que se le cayó.

Misión cumplida y para las dos. Era MI papá, y se había fijado en TUS ojos. ¡Todo un triunfo! Eso nos sirvió para fantasear el resto de la vida... De ahí en más papá te llamó "Pelusa, la de los ojos lindos". Y sí, siempre fueron enormes, hermosos y tus pestañas nunca precisaron rimmel para resplandecer provocando vendavales con tus parpadeos.

Pero no sólo tus ojos te hacían especial... Tu forma de ser, sensible, dulce y cariñosa, distinguió tu amistad con ese toque tan lindo de saber exteriorizar tus sentimientos. Comenzaba el 2006, cuando después de tantos años sin vernos y tanto tiempo de comunicarnos sólo por mail o por teléfono, me demostraste una vez más lo que te significaba mi amistad.

Releo tus cartas, el legado impagable que me dejaste:

"Titita querida: al fin comienzo el año feliz, con tu llamada, con salud, con esperanzas que algo bien bueno va a acontecer para nosotras. Me levanté a las 6, es una delicia tomar mi baño en el jardín, espero que también tengas el lluvero allí, claro tomo de malla.

Lo más grande feliz e importante que me pasó en estos casi 13 años, fue reencontrarme contigo, eso sí fue una bendición. Tantos años sin saber de ti, ahora sí ¡hasta que la muerte nos separe!

Pero mejor hablo de vida, de proyectos, yo ya sentía a un tiempo atrás que no tenía más ilusiones, o sea enfrentar la vida con calma lo mejor posible. Ahora sí todo cambió, ya tengo mi gran ilusión, viajar, ir mi paisito, estar con ustedes, a eso voy a dedicarme porque voce merece.

Me va a encantar estar en tu casa levantada hasta que ardan las velas, por supuesto que no voy a tomar nada para dormir, aquí preciso, sabés que no hay nada para hacer, a menos que vea filmes. Es só esperar que el carro se venda, así que me aguarden que a cualquier hora me aparezco".

Y tomaste una decisión que... ¡sólo vos! Lo hiciste por mí... ¡vendiste el auto, nomás! No, flaca... yo no hubiera sido capaz de hacer algo así... Y cuando te lo dije, me respondiste muy suelta de cuerpo que no había punto de comparación, ya que el auto para vos era un lujo innecesario, mientras que para mí era una necesidad para poder trasladarme.

Muy pocas personas -aun entre las que me han frecuentado asiduamente por años-, han comprendido eso. La mayoría piensa que mantengo el auto por aparentar. Pero vos lo tenías clarito: "Aunque no podamos vernos nunca más -me dijiste- jurame que jamás vas a vender el auto para ir a verme, ¡por nada, nada, nada del mundo! E não se fala mais nisso". E não se faló.

También las Fiestas tradicionales tuvieron un matiz diferente a través de tus mensajes:

"Mis amados Titita y Miguel: Cuando lean esta carta ya será Noche Buena. Durante tantos años mandé postales, ya escritas claro, só con besos y firma. Pero con ustedes no quiero ser tan clásica ni repetitiva diciéndoles algo que siento cada día del año porque ya saben que siempre deseo para ustedes dicha, paz y felicidad.

Pero sí quiero repetirles ¡gracias por existir, gracias por ser mis amigos!, eso especialmente a ti Miguel, que me conoces de fotos y de mentas, de historias, a través de Titita (tu Eliza), y por eso todo, mi persona sale favorecida.

Disculpen, es casi de noche y estoy muy llena de saudades y un tanto melancólica, se va acercando el momento y no puedo dejar de recordar y añorar hasta las cosas y las personas que me hicieron daño.

Me pregunto yo, que me sentí siempre tan fuerte, tan esclarecida, ¿por qué estoy siendo molinha, tristona, buscando só las cosas buenas, los buenos momentos...? Y es justamente eso, cada vez que lo intento lloro mucho, porque percibo que ni tan buenas las personas ni tan buenos los momentos.

Sé que cada año nos proponemos y deseamos para nuestros seres queridos cosas, que a veces sabemos que serán muy difíciles de alcanzar. Siempre me negué a lo que yo llamo de conformismo, pero que en estos últimos tiempos, veo que es la única realidad que me queda para seguir viviendo y ser un poco menos infeliz.

Frente a mi casa tengo el mar... es gratis, como el cielo estrellado. Miro la luna que miraba tu viejo, Titi, ¿y por que no pensar como él?: 'Cuando no hay plata, se mira la luna'. Pero no va por lo material, que para mí ya era, va por otras pequeñas cosas que te ocurren a diario, sin importancia, pero que para mí están siendo un mundo.

Pero no só te cuento mis desventuras, peores que las del caballero andante, ¡hora!, Quiero enviar antes que este cyber da porra cuelgue todo el sistema, como siempre que tiene el aire acondicionado encendido.

Vendí mis últimos oritos, que me pagaron a precio de fome, pero yo feliz, es para pagar mi tan deseada y necesaria antena de Internet en casa. Fui, y ahora los jueputas de la empresa única que funciona aquí con convenios dice que en este barrio no es posible la comunicación, ¡ningém merece!

Saqué unos mangos para la peluquería, el bus, etc. y me fui al banco a depositar mis últimos morlacos a espera que antes de batir la casuleta venga otra empresa que me permita tener Internet en casa y abrir correo cuantas veces quiera, porque venir a este cyber aumenta mi tristeza. Claro tú no tenés culpa de tener una amiga loca y peor acuariana.

Me perdonen pero hoy estoy más divagante que nunca, debe ser que ya sé que Papá Noel no existe... y ni siquiera el Cohelinho da Pascoa. Pero igual, ¿por qué no? ¡Feliz Natal, lindinhos míos! Los amo. Miles de besos, Pelusa."

Después llegó la antena, la comunicación diaria, tu viaje, nos vimos y estuvimos juntas casi 20 días inolvidables. Aunque no todos, algunos deseos muy importantes se nos cumplieron. Así es la vida, amiga, ésa que siempre que nos dio algo, de alguna forma se lo cobró.

Pero qué importante fue mantener nuestra amistad por siempre salvando ausencias y distancias, y saber aprovecharla sin ocultarnos nada, sin privarnos la expresión de ese cariño invalorable, que me acompañará ahora que vos no estás, hasta mi último día.

Para vos, hay un lugar desconocido donde volveremos a encontrarnos. Para mí, ese lugar está dentro de mi corazón. Allí estás, movediza, inquieta, sencilla, esperanzada, alegre, linda, siempre, mi querida Pelu.

Eliza




05.03.2009 06:51

Hacía varios años que había pasado el medio siglo de vida y el almanaque se le estaba viniendo encima. Lo sentía en su cuerpo, cada día menos apto para todo aquello que hasta hacía no mucho había podido afrontar.

Su mente, contra toda lógica, seguía tan joven como antes, cuando realmente lo era.

Esa contraposición le resultaba fatal. No podía contra ella. Luchaba diariamente contra un enemigo desconocido, algo que no dejaba ver su flanco débil para poder atacarlo, algo que no quería reconocer: la realidad.

Lo sabía, pero no lo admitía. Era demasiado amargo para alguien como ella, que había vivido poniéndole el pecho a las balas permanentemente. ¿Cuántos obstáculos había traspasado? Innumerables. Pero... antes. Ahora se le hacía un mundo cualquier pequeña cosa.

Algo -sin embargo-, estaba en orden, de acuerdo a lo que había sido su voluntad: hacer feliz a su hombre; ése que había llegado a su vida a una edad en que muy pocos esperan algo más. Cuando él se cruzó en su camino, ella supo que era ése, después de varios fracasos, el único... el verdadero amor.

No le fue fácil, pero lo logró. Tuvo que pedirle espacio, oportunidad... y él -casi a regañadientes-, se los dio: Se despojó de sus creencias tan arraigadas sobre la "ventaja" que pueden dar diez años de diferencia a favor de una mujer, se despojó de su experiencia de vida... y la aceptó.

Ella era lo que él necesitaba: alguien que le permitiera hacer su vida... así de simple. Y ella estaba acostumbrada a vivir... y dejar vivir.

Fueron felices, si se tiene en cuenta la voluntad de ella y la necesidad de él.

Pero él, acostumbrado a carencias, se emborrachó de libertad e hizo buen uso de ella, pero... -como todo ser en condiciones de aplicar su poder-, traspasó los límites y empezó a apretarla, a obligarla -sutilmente- a vivir únicamente para él.

Todo habría estado bien, porque ella no tenía otro norte más que la felicidad de su amor. Pero él comenzó a enumerar sus beneficios: ella lo rejuvenecía, ella le hacía bien, ella era la razón de su existencia jovial... a pesar de sus años.

Y detallaba sus condiciones físicas, sin importarle que eran muy diferentes a las de ella. Lo que él podía, ella no lo conseguiría jamás, aun con diez años menos.

Las disertaciones al respecto se volvieron tremendamente dolorosas para ella... pero él no lo notaba. Decía -haciendo gala de su poder-, que ella estaba obligada a sobrevivirlo, para sostenerlo y acompañarlo en el último momento, y así dejar este mundo sintiéndose feliz.

Mariana sufría... mucho. Porque el verdadero amor es eso: sufrimiento. Quería consolarse y pensaba en el refrán: "No hay mal que dure cien años, ni cuerpo que lo resista". Siempre le había parecido irónico... como si quien lo creó hubiera querido especificar una triste realidad.

"No hay mal que dure cien años..." -se repetía-, esperanzada en que algún día, él dejara de hacerla sufrir... aunque ya llevaban veinte años...

Pasaron veinticinco... y todo seguía igual. Entonces se dijo: "...ni cuerpo que lo resista". Y contraviniendo los "decretos" de su amado, sin permiso y sin más vueltas, se murió.




30.12.2008 03:43

La mente tiene cosas inexplicables. A veces, como en un juego, es capaz de juntar personajes verdaderos, mezclarlos en situaciones imaginarias -conservándoles el perfil-, y unir el presente con el pasado. De tal rompecabezas surgen... estas cosas:

Cuando subí, me esperaban las dos. Ella, como siempre, reprochó y ordenó:

-Nunca estás a tiempo cuando se te precisa. Vamos, hay que salir.

-¿Adónde?

No contestó. Subimos al auto, las tres generaciones. Ellas dos atrás. Arranqué y volví a preguntar hacia dónde conducir.

-Andá derecho por Rivera.

Mi abuela no hablaba. Cuando pasamos Pablo de María, recién abrió la boca:

-Por acá está bien.

Estacioné y se bajaron. Mientras cerré ventanas y puertas, ya me habían aventajado unos cuantos metros. Iban del brazo, por Arenal Grande, hacia Dieciocho. Me apresuré.

Al llegar a Colonia, doblaron a la izquierda. Me costaba seguirles el paso, aunque iban despacio.

-Dejé el bastón en el auto -me quejé-, no me imaginé una caminata...

No dijeron nada. Seguimos varias cuadras más, no sé cuántas. Se me nublaba la vista. Ya me arrastraba, pensando cuánto habría que desandar para volver hasta el auto, cuando me di cuenta que ¡estábamos en Minas, cruzando Uruguay! Al llegar a Paysandú, se detuvieron en la esquina:

-Vamos a tomar un ómnibus.

-Podíamos haber venido en el auto hasta acá, o hasta donde sea que va ese maldito ómnibus. ¿No ven que no doy más...?

-A vos sólo te preocupan tus problemas. Si mamá quiere tomar un ómnibus, no tiene por qué informarte a dónde va. Callate y obedecé.

Vi venir un COPSA. Le hicieron seña, pero venía muy rápido para detenerse. Sentí ganas de empujarlas bajo las ruedas, unas ganas difíciles de aguantar, pero me contuve. Estaba tan acostumbrada a reprimirme, que debe haber sido instintivo... como mi obediencia inexplicable.

Ya no podía más, el dolor me doblaba. Creo que me apoyé en un árbol, no sé; las imágenes se me desdibujaron formando parte de un remolino suave que me incluyó, apartándome de aquellas perversas mujeres...

Sentí una hinchazón en la boca. Me había mordido los labios por adentro. Jamás tengo estas vivencias de mierda durante la noche. No volveré a dormir la siesta.



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