Eliza y Miguel
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Breves historias de vida

16.04.2015 19:04

Por Fernando Gallardo Castro

Eduardo Galeano daba todos los días su pequeña lucha contra el consumismo, contra la hipercomercialización de las necesidades humanas (las de verdad de llenar el buche, abrigar, educar, y las Nikeadas: necesidades superfluas inventadas).

Enemigo del automóvil, andaba a pie, firme.

Enemigo de los Shoppings hacía sus compras en la feria de su barrio. "Ese punto de encuentro primitivo para el trueque que desarrolló caminos y, en sus cruces, ciudades y culturas", como nos decía (palabra más palabra menos) a los feriantes de la Plaza de los Olímpicos y de Alto Perú, alentándonos en nuestra lucha por sobrevivir vendiendo cosas en la calle.

En los 90 mi puesto era de "Miel Pura" y productos de la colmena. Traía desde Nueva Helvecia el polen granulado que él pasaba a recoger acompañado de su inseparable mascota. Un lujo impensado para mí, poder intercambiar algunas palabras, cada semana, con tamaño gigante, que pasaba inadvertido entre mis compañeros y que se entreveraba con la mayor sencillez entre los vecinos.

–¿Por qué no anda en auto, don, usté que puede?– le preguntaban.

–Le tengo miedo– ironizaba, y agregaba, enigmático– pero además usted nunca es quien lo maneja...

He leído en los manuales de enfermería que ante una hemorragia abundante hay que apretar la arteria más próximo muy fuerte. ¿Cómo cicatrizar, entonces, tamaño sangrado de esta inesperada reciente vena abierta? Habrá que buscar al compañero más próximo y darle un abrazo fuerte y éste a su vez a quien camina a su lado y así desde la Plaza de los Olímpicos en Malvín hasta la frontera y en brasilero y en guaraní y en quechua y en incaico y en maya y en todas las lenguas que por suerte aún no conocemos; atravesar todas las fronteras, construir  ese gigantesco abrazo-torniquete que haciendo nudo nuevamente en Malvín contenga la vida que ya nadie jamás debería derramar.

Eduardo Galeano: ¡Que el fuego de tu memoria nos siga prodigando el calorcito de siempre!

Fernando Gallardo Castro




19.12.2013 15:10

El escritor y docente universitario argentino Mario Goloboff publica una parte poco conocida de la biografía del gran poeta cubano José Martí en la Contratapa de Página/12: "La niña de Guatemala".

Goloboff nos cuenta el nacimiento de ese poema, una breve historia de la vida del poeta, en la que se inspira creando "una de las tantas piezas maestras que dejó Martí a la lengua y a la poesía latinoamericana": 

“Quiero, a la sombra de un ala,/ contar este cuento en flor:/ la niña de Guatemala,/ la que se murió de amor...”

El patriota, luchador, político, pensador y enorme poeta cubano que fue José Martí tuvo todo tipo de incidentes y de accidentes espirituales en su pletórica y agitada existencia de sólo 42 años. Estimado ya por sus contemporáneos, el Maestro, el Vidente, el Profeta, el Apóstol, fue un grande y misterioso desconocido, como lo son todos los hombres de genio, y quedan de su existencia enigmas desentrañables y hechos cotidianos que las multitudes a las que dedicó su persona no pudieron ni pueden percibir.

Una de las antólogas de testimonios sobre él, Carmen Suárez León, escribe: “Sólo por sus amigos o hasta conocidos circunstanciales podemos saber de sus gustos gastronómicos, su don conversador, su fino trato, el impacto de su voz, la calidad de su mirada o la movilidad de sus manos”.

Claro, también, que sus muchos biógrafos, en el afán por enaltecer la figura y ponerla fuera de cualquier territorio humano (hasta cierto punto, legítimo en su caso), esquivan la presente historia o, cuando no pueden hacerlo, la difuminan, pudorosamente.

En marzo de 1877, Martí llega a Guatemala y poco después es nombrado catedrático de literaturas (española, francesa, inglesa, alemana e italiana) y de Historia de la Filosofía en la Escuela Normal Central. Quien la dirigía, José María Izaguirre, un cubano que debió exiliarse por haber seguido a Carlos Manuel de Céspedes, líder independentista y primer presidente de la República de Cuba en Armas, había sido protegido por el presidente guatemalteco Justo Rufino Barrios, liberal y reformador, y encomendado en la dirección de la escuela y en la educación de jóvenes. La escuela había alcanzado nombradía internacional, por lo que su fama llegó a toda América latina y por ende a México, donde comenzaba la larga dictadura de Porfirio Díaz.

De allí, como cuenta Izaguirre, llegó una vez “un joven procedente de esa república solicitando plaza de profesor. Su porte era decente, su exterior simpático y su manera de expresarse fácil y agradable. Me cayó bien. Le pregunté quién era y cuáles eran sus aptitudes para el magisterio, a lo cual me respondió:

–Soy cubano, vengo de México y me llamo José Martí. Mis aptitudes para el magisterio...

–¡José Martí! –le interrumpí yo–. Ese nombre no me es desconocido: lo he visto como el del autor de un folleto en que se habla de los martirios que el gobierno español hace sufrir a los pobres cubanos que manda a los presidios de Africa. Acaso...

–Sí, señor, yo soy el autor de ese folleto y el mártir a quien el mismo se refiere.

–Pues bien, señor Martí, su doble merecimiento de cubano y mártir le hacen acreedor a toda mi simpatía: cuenta usted con la colocación que solicita”.

Acto seguido, Martí le dijo que quería ser franco y que, de aceptar la generosa oferta, debía consignar que estaba comprometido para casarse a los pocos meses en México con una joven cubana; que para ello necesitaría más adelante alrededor de un mes y que estaría de vuelta para continuar con la enseñanza. Izaguirre se lo concedió, y efectivamente Martí asumió el cargo, a los pocos meses se marchó por algunas semanas y volvió con su reciente esposa.

“Ella dio al desmemoriado/ una almohadilla de olor./ El volvió, volvió casado/ ella se murió de amor...”

Pero en el interín había establecido una relación, no se sabe de qué grado aunque por las consecuencias se supone, con “la niña de Guatemala”, María, una adolescente de buena familia, perteneciente al grupo de hijas del matrimonio García Granados, en la casa que él frecuentaba con asiduidad desde su llegada al país centroamericano, y a quien además daba clases en la Academia de Niñas de Centroamérica.

El mismo Izaguirre nos informa: “Entre las hijas del general Miguel García Granados (ex presidente y líder de la revolución liberal) había una llamada María, que se distinguía de sus hermanas como la rosa se distingue de las otras flores. Era alta, esbelta y airosa: su cabello negro como el ébano, abundante, crespo y suave como la seda; su rostro, sin ser soberanamente bello, era dulce y simpático; sus ojos profundamente negros y melancólicos, velados por pestañas largas y crespas, revelaban una exquisita sensibilidad. Su voz era apacible y armoniosa, y sus maneras tan afables, que no era posible tratarla sin amarla. Tocaba el piano admirablemente, y cuando su mano resbalaba con cierto abandono por el teclado sabía sacar de él notas que parecían salir de su alma y que pasaban a impresionar el alma de sus oyentes. (...) desde que Martí frecuentaba la casa, se notó en ella cierta tristeza que nadie se explicaba, así como el silencio en que se encerraba delante de él. Era evidente que algo pasaba en su interior; pero ese algo nadie se lo explicaba y quizás ella misma ignoraba la causa de lo que le pasaba”.

Hasta aquí, la “versión Izaguirre”, algo tradicional y recargada, no sólo por la prosa de la época sino también por los excesos del Romanticismo.

Pero hay otras: un estudioso y casi biógrafo de Martí que se llamó Manuel Isidro Méndez, español que se avecindó en La Habana y quedó deslumbrado por la personalidad intelectual y humana de Martí, precisa que el poeta escribe esos versos en el momento en que rompe con Carmen Zayas Bazán y ella lo deja e, inclusive, va al consulado español en Nueva York a “pedir protección” de su esposo –“un desafecto de España”– para poder regresar a Cuba.

Y aporta (he aquí la gran contribución) algún documento de los días de aquel retorno, como esta carta de “la niña”: “Hace seis días que llegaste a Guatemala, y no has venido a verme. ¿Por qué eludes tu visita? Yo no tengo resentimiento contigo, porque tú siempre me hablaste con sinceridad respecto a tu situación moral de compromiso de matrimonio con la señorita Zayas Bazán. Te suplico que vengas pronto, Tu niña.”

“Se entró de tarde en el río/ la sacó muerta el doctor./ Dicen que murió de frío/ yo sé que murió de amor.”

Ella, sostienen, de 17 años, se ahoga voluntariamente en el río. Sin embargo, el poema no ha sido tomado por los críticos en un sentido único, y no unánimemente consideran que, de parte de Martí, sea humilde y doloroso.

Gabriela Mistral hasta le enrostra el hecho de estar “jactándose” de que una muchacha haya muerto de amor por él. Pero la gran poeta chilena no tiene en cuenta que el poema IX de los Versos sencillos, conocido como “La niña de Guatemala”, sólo se publica (y, presumiblemente, se escribe) en 1891, es decir catorce años después. Cuando ya su matrimonio con Carmen Zayas Bazán estaba destruyéndose, y es probable que aquel amor de juventud, frustrado por la palabra empeñada, haya vuelto a su memoria con matices de arrepentida idealización:

“Era su frente ¡la frente/ que más he amado en mi vida!”.

Así nació una de las tantas piezas maestras que dejó Martí a la lengua y a la poesía latinoamericana (y a la canción, puesto que fue extensamente musicalizada):

“Callado, al oscurecer,/me llamó el enterrador;/ nunca más he vuelto a ver/ a la que murió de amor”.

Por Mario Goloboff (Escritor, docente universitario argentino)

Contratapa de Página/12

La niña de Guatemala (poema completo)




08.03.2013 18:59

La siguiente cronología está publicada por FERNANDO JARAMILLO en su blog "MEMORABILIA GGM" basándose en el trabajo que forma parte del libro "Una biografía descriptiva" del norteamericano Don Klein.

QUÉ ESTABA HACIENDO GARCÍA MÁRQUEZ...

HACE 85 AÑOS

1928

En marzo, aproximadamente un año después de su nacimiento, los padres acuerdan dejar a Gabriel José en Aracataca con sus abuelos maternos, Nicolás Ricardo Márquez Mejía y Tranquilina Iguarán Cotes. Sus padres regresan a Barranquilla y su padre vuelve al negocio de la venta de medicamentos. Ocurre “La matanza de las bananeras” suceso que sería recurrente en su obra literaria.

HACE 80 AÑOS

1933

Gabriel (Gabito) asiste a la escuela Montessori en Aracataca que acaba de fundar Rosa Elena Fergusson; ingresa al curso de preescolar. Su abuelo lo lleva al comisariato de la Compañía Frutera de Sevilla (United Fruit Co.) y le hace introducir la mano en un cajón lleno de pescados congelados. En Barranquilla, su padre desempeña dos trabajos: en la farmacia y en la fábrica de máquinas de coser Singer.

HACE 75 AÑOS

1938-39

Vive con su familia en Barranquilla. Cursa los grados tercero y cuarto en la escuela pública Cartagena de Indias. En noviembre de 1939 la familia se traslada a Sucre, en donde su padre abre una farmacia homeopática.

HACE 70 AÑOS

1943

Finaliza con honores el segundo año en el Colegio San José.

HACE 65 AÑOS

1948

Abandona sus estudios de leyes después de que la facultad se cierra a causa de los disturbios que se dan como resultado de la revuelta civil en Bogotá. El asesinato del candidato presidencial Jorge Eliécer Gaitán, el 9 de abril, genera un episodio violento conocido como ‘el Bogotazo’. Los insurrectos prenden fuego a la pensión donde vivía en la Calle Florián y pierde todos los cuentos que había escrito y no se habían publicado. Se traslada a Cartagena, en donde continua sus estudios de derecho en la Universidad de Cartagena. Comienza su carrera de periodista como columnista, no como reportero, trabajando medio tiempo para El Universal, periódico local que se acababa de fundar y en donde lo presenta el médico y novelista afro-hispano Manuel Zapata Olivella. Su primer artículo aparece en la edición del 21 de mayo. El 16 de septiembre, en viaje relámpago a Barranquilla, se conoce con el grupo de amigos del que formaría parte poco tiempo después. La columna que le asignan lleva por titulo Punto y Aparte. Empieza las lecturas de Sófocles, William Faulkner, Virginia Woolf y demás escritores que contribuyen a su formación literaria. Escribe Eva esta dentro de su gato, La otra costilla de la muerte y Tubal-Cain forja una estrella.

HACE 60 AÑOS

1953

Desde diciembre de 1952 a octubre de 1953 abandona el periodismo para empezar a vender enciclopedias y libros médicos junto a Álvaro Cepeda con quien se reúne en Valledupar. Viajan juntos a la remota península de La Guajira, en el nororiente de Colombia, en donde su abuelo había tenido tantas experiencias de juventud y donde encontrará tantos motivos de inspiración para sus libros futuros. En octubre regresa al periodismo, a trabajar con Álvaro Cepeda Samudio, como editor ejecutivo del periódico El Nacional en Barranquilla. Un par de meses después, de nuevo empieza a escribir artículos. Escribe En este pueblo no hay ladrones.

HACE 55 AÑOS

1958

Vive en Caracas. Trabaja en la revista Momento. En enero vive el derrocamiento de Marcos Pérez Jiménez lo que le da la idea para escribir El otoño del Patriarca. El 21 de marzo se casa en la Parroquia de Perpetuo Socorro de Barranquilla, con Mercedes, su novia de la infancia. Comienza a trabajar en los cuentos La viuda de Montiel, La prodigiosa tarde de Baltasar y Rosas artificiales, que más tarde formarían parte de Los funerales de la mamá grande. En el número de mayo-junio, la revista Mito publica El coronel no tiene quien le escriba. Renuncia a la revista Momento, junto a Plinio A. Mendoza, como protesta a los editores que publican una declaración de disculpas al vicepresidente Richard Nixon. Nixon se encuentra en visita de buena voluntad a Venezuela pero recibe manifestaciones de protesta del pueblo venezolano al paso de su caravana. En junio se posesiona como editor en jefe de Venezuela Gráfica. También escribe para la revista Elite.

HACE 50 AÑOS

1963

Ahora vive en México D.F. Renuncia a las revistas de modas que dirigía. En septiembre empieza a trabajar en la agencia publicitaria J. Walter Thompson, como redactor de anuncios publicitarios. Abandona J. Walter Thompson y se traslada a la agencia Stanton. Finalmente, junto a Carlos Fuentes escriben su primer guión para cine basado en El gallo de oro, relato escrito por Juan Rulfo. Este trabajo lo lleva al cine Roberto Gavaldón. Le escribe a su amigo Rafael Escalona, en Valledupar, Colombia, ciudad cerca de Aracataca, con la idea de organizar un festival de música folklórica que se llevaría a cabo en esa ciudad. El tema es la música regional llamada Vallenato. Una agente literaria de Barcelona, Carmen Balcells, le escribe sobre la posibilidad de representarlo. Se traslada a nuevo apartamento en calle Ixtaccihuatl 88-G, Colonia Florida.

HACE 45 AÑOS

1968

Mientras vive en Barcelona, trabaja de tiempo completo en una nueva novela de ficción sobre una dictadura, El otoño del patriarca, así como cierto número de cuentos. En primavera, va a Praga en compañía de Carlos Fuentes y de Julio Cortázar. Condena públicamente la invasión de la Unión Soviética a Checoslovaquia. Celebra la publicación de su primer cuento en inglés, Balthazar’s Marvelous Afternoon, publicado en mayo en la revista Atlantic Monthly. Casi al mismo tiempo Harper & Row de Nueva York publica No One Writes to the Colonel and other Stories, su primera novela traducida al inglés. No se muestra conforme con la traducción de J. S. Bernstein. Escribe Un señor muy viejo con unas alas enormes, El ahogado más hermoso del mundo, El último viaje del buque fantasma y Blacamán el bueno, vendedor de milagros. Se estrena en cines, Patsy, mi amor de Manuel Michel y El caudillo de Alberto Mariscal.

HACE 40 AÑOS

1973

Finaliza el primer borrador de El otoño del patriarca. Viaja a Francia, España, México y en junio regresa a Estados Unidos para recibir en la Universidad de Oklahoma el premio Neustand (Neustand International Price for Literature) que dona al fondo para la defensa de los presos políticos chilenos, denominada Fundación Habeas. Se publica en Caracas, Cuando era feliz e indocumentado, una colección de trabajos periodísticos. El derrocamiento de Salvador Allende en un sangriento golpe de estado en Chile, revive su activismo político. En Ciudad de México se publica Ojos de perro azul. Denuncia públicamente la dictadura de Pinochet y afirma que no publicará otra novela hasta que el dictador sea derrocado.

HACE 35 AÑOS

1978

Se publica De viaje por los países socialistas. Recibe el título de ‘embajador clandestino’ por la defensa de las causas de Centroamérica, el Caribe y América Latina. Crea la fundación Habeas, en Ciudad de México, cuyo propósito es defender los derechos humanos y la libertad de los presos políticos de las dictaduras latinoamericanas. Alternativa es atacada por el establecimiento colombiano que desaprueba, en gran medida, las aspiraciones políticas de izquierda de la revista. Anteriormente carecía de pauta publicitaria; ahora se ve en la necesidad de buscar ingresos en la publicidad. Viaja a Washington en compañía de Omar Torrijos a la firma del tratado de devolución del Canal de Panamá. Alfonso Rentería empieza a compilar García Márquez habla de García Márquez, colección de 33 entrevistas que se planea publicar el año siguiente y entregar en forma gratuita a quienes compren una suscripción de la revista Alternativa. Se filma Maria de mi corazón de Jaime Humberto Hermosillo y El año de la peste de Felipe Casals.

HACE 30 AÑOS

1983

Se publica en Barcelona De Europa y América 1955-1960 la última de una serie de tres partes de su trabajo periodístico recopilado por el francés Jacques Gilard. En el Festival de Cine de Cannes presentan Eréndira. Se reúne con Graham Green (autor de Our man in Habana) en la Habana. En febrero sostiene conversaciones con el líder guerrillero Jaime Bateman, que fallece en accidente de aviación días después. El incidente lo lleva a la publicación de un largo artículo sobre las extrañas circunstancias que rodean la desaparición de Bateman. Ese mismo mes la revista Playboy publica una extensa entrevista con el escritor. La revista TIME destaca en su edición de marzo 7, los meritos de Cien años de soledad y de Crónica de una muerte anunciada. Se le invita a tomar parte en la celebración del bicentenario del nacimiento de Simón Bolívar en la Universidad de Kansas, pero le es negada la visa para ingresar a los Estados Unidos. Regresa a Cartagena para comenzar a escribir su siguiente novela. Decide utilizar sus ganancias del Nobel para ayudar a lanzar un nuevo periódico en Colombia, con el nombre de El Otro, proyecto que finalmente no realizaría. En mayo, en Nancy, Francia, el grupo teatral suizo Earthcirkus presenta una obra teatral titulada Sangre y champaña inspirada en Cien años de soledad. En octubre es jurado del Concurso de Cuentos Infantiles. El escritor y crítico Oscar Collazos publica una biografía del escritor: García Márquez: la soledad y la gloria. Con fotografías de Nereo, Hernando Guerrero y otros, Colcultura publica Aracataca Estocolmo.

HACE 25 AÑOS

1988

Con compilación elaborada por Juan Gustavo Cobo Borda, la compañía productora de papel, Smurfit Cartón de Colombia, publica un libro para niños titulado Los cuentos de mi abuelo el coronel, para conmemorar el 40º aniversario de su fundación. Todos los ejemplares de este libro único se regalan a bibliotecas alrededor del mundo y a escuelas primarias de Colombia. Sufre un accidente automovilístico en Caracas en el que se fractura una costilla. Termina los guiones de las películas que conforman la serie Amores difíciles, que serán dirigidas por directores latinoamericanos (R. Guerra: La fábula de la bella palomera, T. Gutiérrez: Cartas del parque, L. Duque: Milagro en Roma, J. H. Hermosillo: El verano feliz de la señora Forbes, J. Chavarri: Yo soy el que tu buscas, O. Barrera: Un domingo feliz). Recibe el premio de Reseña de Libros de Los Ángeles Times por Love in the Time of Cholera, publicado en inglés por la editorial Knopf. En agosto se estrena en Buenos Aires la pieza teatral Diatriba de amor contra un hombre sentado y se publica una edición limitada de 999 ejemplares de la misma obra en Editorial Originales de Barcelona. Se estrena la película Un señor muy viejo con unas alas enormes dirigida por Fernando Birri. En diciembre, asiste a la posesión del presidente mexicano Carlos Salinas de Gortari.

HACE 20 AÑOS

1993

En enero asiste en Paris al Foro de Reflexión convocado por la UNESCO. En febrero pronuncia discurso titulado La poesía o como volver a ser joven, en homenaje del onomástico 70º del ex presidente Belisario Betancur. Viaja a Antigua, Guatemala, para asistir a la Cumbre del pensamiento: Visión Iberoamericana 2000. Entabla demanda y rompe relaciones con su editor de más de quince años, Editorial Oveja Negra, por imprimir ejemplares no autorizados de Doce cuentos peregrinos. Firma contrato con Editorial Norma su nuevo editor exclusivo para Colombia. Viaja a Cartagena con Fidel Castro. En julio fallan a su favor en el caso contra el marinero Luis Alejandro Velasco, por los derechos de propiedad intelectual de El relato de un naufrago. El 25 de agosto publica el discurso Una amistad en tiempos ruines, un extenso homenaje a Mutis, su amigo de vieja data y colega para la celebración de su 70º aniversario. En noviembre asiste a la VII Feria Internacional del Libro en Guadalajara, México, a donde da lectura a apartes de su próxima novela Del amor y otros demonios. Edmundo Aray y Fernando Birri estrena Enredando sombras.

HACE 15 AÑOS

1998

Compra la revista semanal Cambio, con el dinero que recibió del Premio Nobel. Escribe regularmente, diferentes tipos de artículos para su nueva publicación. En marzo, El Tiempo publica un capitulo de sus memorias.

HACE 10 AÑOS

2003

Asiste a concierto de Shakira y de Andrés Cabas en Ciudad de México. La revista Tal Cual de Caracas, que dirige Teodoro Petkoff, publica el cuento La noche del eclipse. El 19 de mayo, la revista Cambio publica el mismo cuento y en agosto celebra sus primeros diez años de fundación. A finales del mismo mes asiste a la entrega del Premio Nuevo Periodismo CEMEX-FNPI, a su amigo y mentor periodístico, José Salgar. Con crítica adversa, aparece en octubre la edición francesa de Vivir para contarla. En noviembre el Club Literario neoyorquino PEN le ofrece un homenaje de reconocimiento. Aparece en librerías la edición norteamericana de su biografía. Asiste a Ferias del libro y festivales de cine en diferentes países.

HACE 5 AÑOS

2008

En Febrero, el Fondo de Cultura Económica de México, inaugura en Bogotá el Centro Cultural Gabriel García Márquez. Dirigida por Hilda Hidalgo se filma en Cartagena Del amor y otros demonios. De la mano de Jaime García Márquez, hermano del escritor y de Gustavo Tatis Guerra, reconocido periodista, se puede recorrer La Cartagena de Gabo, como uno de los actos de Hay Festival en la Ciudad Heroica. Frente a los hechos políticos recientes, junto a intelectuales venezolanos y colombianos firma una declaración reclamando a los gobiernos de ambos países sensatez en sus actuaciones. El Ministerio de Educación de Colombia premia el Concurso Nacional de Cuento, que con el nombre del escritor, galardonó el mejor cuento infantil. Juan Gustavo Cobo Borda publica El olvidado arte de leer con textos relativos al escritor. La Universidad Tecnológica de Bolívar, imparte el Diplomado Cartagena de Indias, Conocimiento vital de El Caribe, que incluye la II travesía por la geografía garciamarqueana. Celebra sus bodas de oro matrimoniales. En agosto se reúne en México con Carlos Slim y Bill Clinton. Como todos los años, asiste a la entrega de los premios de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, en Monterrey, México. Asiste a la inauguración de la biblioteca centro cultural con su nombre en la antigua estación del ferrocarril en Laredo, México. Gerald Martin publica la biografía en la cual trabajó por quince años y que abarca la vida del escritor hasta el homenaje en Cartagena en 2007. Asiste al homenaje en el cumpleaños 80 de Carlos Fuentes. Asiste al Festival de cine en La Habana. Viaja a La Habana a las festividades de fin de año.

Cali Colombia - 7 de enero de 2013

memorabilia.ggm@gmail.com

http://www.memorabiliaggm.blogspot.com/

Hasta aquí, los datos del libro "Una biografía descriptiva" de Don Klein. ¿Qué siguió haciendo García Márquez a partir de 2008 y qué hace actualmente...? Lo tenemos todo en el blog "MEMORABILIA GGM", donde su autor, FERNANDO JARAMILLO, expresa: "El informativo en Internet sobre la vida y la obra del escritor colombiano". Allí podrán leer, entre mil cosas interesantes, una nota muy bonita sobre el reciente festejo del cumpleaños 80 de su esposa Mercedes Barcha.

Eliza




14.09.2012 16:48

Ese edificio abandonado, al lado del cuartel de policía de Palermo, era el palazzo donde vivía el Príncipe Escritor (*), que era un noble siciliano venido a menos. El Príncipe Escritor vivía en el primer piso, con su mamá y su esposa, el resto del palazzo estaba alquilado a la compañía municipal de gas. La esposa del Príncipe Escritor era la única psicoanalista mujer en Italia, en realidad era alemana, vivía en su castillo en Letonia hasta que lo perdió, en el pacto Hitler-Stalin, cuando los nazis le dieron Letonia al Soviet. La mujer del Príncipe no soportaba vivir con su suegra, así que mucho no lamentó cuando los aliados bombardearon Palermo y el palazzo quedó inhabitable. La suegra se murió de tristeza, ya venía muriéndose paso a paso desde mucho antes: de tanto perder cosas (juventud, fortuna, marido, amistades, hijo, techo), terminó haciendo un arte del lamento por lo perdido, y cuando no le quedó nada más para perder se murió. El arte del lamento se llama elegía: es el intento de traer a la vida lo ya ido. El Príncipe lo aprendió de su madre. En la nueva vivienda, su esposa estaba en un cuarto, lamentando la pérdida de su castillo letón, y en el cuarto de al lado languidecía él, vagando mentalmente por las habitaciones deslumbrantes, luego menos deslumbrantes y luego menos deslumbrantes aún, de su palazzo perdido.

La esposa le dijo un día que ella al menos tenía a sus pacientes para consolarse, y que él se buscara algo. El Príncipe encontró en un café a dos jóvenes que querían que les enseñara literatura. El Príncipe leía en cinco idiomas, todos los días salía de su casa con una pila de libros en una bolsa de cuero y se sentaba a leer en un café. Desde los veinte años lo hacía: durante el fascismo, durante la guerra y después. Cuando los jóvenes lo encararon, el Príncipe les preparó un curso de literatura de mil páginas sólo para ellos dos. Lo escribió todo a mano, en cuadernos escolares, con birome azul. Uno de esos jóvenes era de familia noble empobrecida; el Príncipe terminó adoptándolo y dándole su título antes de morir. El otro era de clase media; el Príncipe lo llamaba por el apellido y lo maltrataba un poco sin darse cuenta. Los cuadernos del curso de literatura se los quedó el adoptado y los publicó diez años después de la muerte del Príncipe. El otro joven también se quedó con unos cuadernos, en donde el Príncipe había escrito, durante su último año de vida, una novela sobre su familia y su isla. El joven se los quedó porque, en sus últimos meses, el Príncipe se encontraba todos los días con él en un café, hacían tiempo hasta que la oficina del padre del joven se vaciaba, a la hora de la siesta subían y el joven pasaba a máquina lo que el Príncipe le dictaba de sus cuadernos, transpirando a mares a pesar de las persianas bajas. Esa novela, que se publicó exactamente un año después de la muerte del Príncipe, se llama El gatopardo, y todos conocen su historia: es la historia de Sicilia comprimida en una familia, en una casa, que era deslumbrante, y después fue menos deslumbrante, y después fue menos deslumbrante aún. Por esos misterios de la vida, la novela se ha hecho famosa por una frase, lo que hoy se conoce como gatopardismo: que todo cambie para que nada cambie. Pero el pobre Príncipe Lampedusa en realidad creía que cada vez que cambiaba algo era para peor.

Hasta que conoció a esos dos jóvenes, Lampedusa sólo hablaba de literatura con su primo Lucio, pero su primo no se movía de su casa en el campo, que era un vergel pero quedaba a 150 kilómetros de Palermo por caminos de montaña. El primo Lucio era un solterón que vivía con cincuenta perros, creía en el espiritismo, componía magníficats en su piano desafinado y un día, ya casi sesentón, se puso a escribir poemas que le mandó a Eugenio Montale, que quedó fascinado con ellos. La anécdota es preciosa: había un congreso literario en las Termas de San Pellegrino, cada escritor consagrado debía elegir un valor promisorio para presentarlo en sociedad, Montale avisó que llevaría a un joven poeta siciliano y cuando llegó a las termas descubrió que su joven promesa era el primo Lucio, que había ido acompañado del primo Giuseppe, el Príncipe Lampedusa, los dos de traje y sobretodo, los dos venidos de otro tiempo. Lampedusa estuvo los tres días del congreso sin pronunciar palabra, escuchando y asintiendo educadamente con la cabeza, pero cuando volvió a Palermo tuvo “la certeza matemática de no ser más tonto que Lucio y los demás que estaban allí en San Pellegrino, de manera que me senté a mi escritorio a escribir una novela”.

Lampedusa tenía 59 años cuando empezó a escribirla y se iba a morir a los 61. Durante su último año de vida, mandó El gatopardo a varias editoriales de Turín y Milán y se la rechazaron en todas. Dos semanas antes de morir, cuando estaba en Roma haciendo un tratamiento de cobalto por su cáncer de pulmón, recibió la última carta de rechazo. Era un informe de la editorial Mondadori. En él, Elio Vittorini, siciliano como Lampedusa pero comunista y paladín del neorrealismo, decía: “Sólo se podría amar este libro si hubiese sido escrito hace muchísimo tiempo y lo hubieran descubierto ahora”. Así fue como se lo leyó en el mundo entero, cuando se publicó, un año después de la muerte de su autor: como un objeto venido de otro tiempo, como un regalo que nos hacía el pasado antes de extinguirse.

La historia de su publicación es igual de accidentada: aquella copia parcial, mecanografiada a las horas de la siesta en Palermo, llegó a las oficinas de una agente literaria, que la incluyó por equivocación en un envío de originales a la editorial Feltrinelli. En Feltrinelli el libro gustó, contra todo pronóstico, y mostraron interés en publicarlo, pero la copia estaba sin firma y en la agencia literaria sólo supieron decirles que creían que lo había escrito una vieja solterona de Sicilia. Por suerte, en Feltrinelli trabajaba un joven escritor llamado Giorgio Bassani que al oír eso recordó al instante aquellos extravagantes nobles de provincia que fueron el comentario de aquel congreso en las Termas de San Pellegrino, y logró rastrear al primo Lucio, quien le dijo que ese libro no era de ninguna solterona sino del primo Giuseppe, y lo contactó con la viuda de Lampedusa, quien le anunció que había más capítulos del libro escritos a mano. Bassani viajó a Palermo, descubrió con sorpresa que cuando Lampedusa dictaba de los cuadernos cambiaba cosas. Decidió armar el texto en base a ambas versiones (cuando había versión mecanografiada, optaba por ésta). Cuando el libro se convirtió en clásico instantáneo y se supo toda la historia, los críticos reclamaron a gritos que se reprodujera versión fiel de los cuadernos y escarnecieron a Bassani por falsario. A mí me parece que la tímida declaración de Bassani le hubiera gustado a Lampedusa y es la manera más justa de cerrar esta historia. Dijo Bassani: “El príncipe era un gran señor, pero a veces abría comillas y se olvidaba de cerrarlas. Yo sólo me limité a cerrar las comillas”.

Por Juan Forn - Contratapa de Pagina/12

(*) El Príncipe Escritor, Giuseppe Tomasi di Lampedusa, (Palermo, 23 de diciembre de 1896[1] - Roma, 23 de julio de 1957) fue un escritor italiano, autor de una única novela, El gatopardo (llevada al cine por Luchino Visconti en 1963), ambientada en la Unificación Italiana.

El gatopardismo, o mucho más habitualmente, el adjetivo lampedusiano, ha pasado a definir el cinismo con el que los partidarios del Antiguo Régimen se amoldaron al triunfo inevitable de la revolución, usándolo en su propio beneficio; posición acuñada en una frase lapidaria: Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie.

Lampedusa fue un personaje taciturno y solitario, pasó gran parte de su tiempo leyendo y meditando, y solía decir de sí mismo que era un chico que gustaba de la soledad, al que gustaba más estar con las cosas que con las personas.




21.07.2012 04:13

El 9 de Julio de 2011 cuando en su Argentina natal se conmemoraba la Independencia–, en la capital guatemalteca desaparecía físicamente el cantautor Facundo Cabral, a manos de un sicario equivocado. A un año y pocos días de esa tragedia, quisimos recordarlo con este perfil, realizado por la periodista Leila Guerriero, que lo muestra tan auténtico como fue. Y como broche de oro, al final del texto, la canción que lo destacó como trovador del mundo.

PARTE 1 - Ver PARTE 2 (Final) en:

http://blogs.montevideo.com.uy/blognoticia_56468_1.html

La voz –un insecto enhebrado en los párpados de la estática– llega a través del teléfono.

–Yo… ocho idiomas… después… shock… 1978… mi hija… mi mujer… avión… me olvidé de hablar.

 

En algún lugar, al sur de la provincia de Buenos Aires, un auto atraviesa la ruta y un hombre masculla –la voz sedosa, monocorde– lo que ha dicho tantas veces, con el tono de quien lo dice por primera vez: quien lo revela.

 

–Perdí…. vista… sillón de ruedas… dos años.

 

La voz, pulverizada entre los dedos de la interferencia, dice llamame, dice viernes, dice Buenos Aires.

 

–Llamame… viernes… Buenos Aires.

 

Alguien –el conductor: alguien– advierte «Se va a cortar, Facundo».

 

Y, efectivamente, la comunicación se corta.

= = = = = = = = =

Viernes. Buenos Aires. El hombre –camisa de jean, saco azul, gafas marrones, bastón de madera– tiene 70 años y manos cálidas, jóvenes.

 

–Decime si hay algún pozo. Yo sólo puedo mirar hacia adelante. No puedo ver hacia abajo o hacia arriba.

 

El bastón de madera palpa las baldosas de la Plaza San Martín, una de las zonas más elegantes de la ciudad.

 

–¿Me acompañás a pagar el teléfono?

 

El teléfono. El hombre, que vive a tres cuadras de esta plaza, en un cuarto de hotel que compró veinte años atrás, sólo puede llamarse dueño de alguna ropa, de algunos libros, de este teléfono.

 

–No me gusta tener cosas que cuidar. Soy muy egoísta. Por eso vivo en un hotel. Tengo veinticuatro horas para mí.

 

–Disculpe, ¿usted es de Tandil? –pregunta una mujer que pasa.

 

El hombre dice sí.

 

–Sí.

= = = = = = = = =

Facundo Cabral era un feto fornido, formidable, y llevaba nueve meses en el vientre de su madre, Sara, cuando su padre, Rodolfo, decidió dejarlo todo –hogar en la ciudad de La Plata, provincia de Buenos Aires, seis hijos y otro en camino– e irse sin dar explicaciones. A Cabral le gusta decir que llevaba un día de nacido cuando su madre (que lo bautizó Rodolfo Enrique aunque lo llamó Facundo, toda la vida) se marchó, sola y su prole, hacia donde no pudieran verla o preguntarle nada. Emprendió la ruta del sur hasta Ushuaia y, cuando llegaron, cuatro hijos habían muerto en el camino.

 

–No tengo recuerdos de esa época. No me interesaba nada. Sólo quería dormir y morir durmiendo. No quería vivir. Despertarme era una tortura. Me parecía que la vida iba a ser así siempre.

 

Pero la vida fue otra cosa.

= = = = = = = = =

–¿Usted es Facundo Cabral? –pregunta la mujer–. Usted vivió en Tandil, ¿no? Yo soy de Tandil.

 

–Entonces usted conoció a mi madre.

 

–Claro. Vivía a tres cuadras de mi casa. Y usted tenía una noviecita a la vuelta. En la calle Chacabuco.

 

–Cómo me voy a olvidar si empecé a saber lo que era una mujer por ella. Mirna se llamaba.

 

–Sí, señor. La hija del zapatero. Qué tal –dice la mujer, orgullosa, y sigue su camino.

 

–Mirna –dice Facundo Cabral, y mira al cielo como si lo viera–. Yo tenía trece años, y ella veintiuno. Un pedazo de mujer. Yo la seguía siempre y un día se paró y me dijo: «Pibe, vos me estás siguiendo». Y le dije: «Estoy enamorado de usted. Me imagino que le hago el amor». Y me dice: «Se te está yendo la mano, sos un nene». Y le dije: «¿Le puedo pedir un favor? ¿Podemos hacer el amor?». Y se quedó mirándome extrañada. Para llegar a la casa había que pasar por un pasillo. Era una tarde de verano y ella empezó dándome una clase, medio en broma. «A ver, hacé esto, hacé lo otro». Terminamos haciendo el amor todos los días, a lo bestia. Ella se recostaba sobre un sillón verde, gastado, y yo la miraba con una vela.

 

La desmesura. La pompa y la sentencia.

 

El signo que, a veces, mejor dibuja.

= = = = = = = = =

En galpones, en baños públicos, en la calle: en esos sitios vivieron en Ushuaia. Los vecinos cambiaban de vereda cuando veían a esa familia de rotos, de pobres descosidos, y Facundo alimentaba su odio con desesperación y alevosía.

 

–Una madre sola o abandonada era peor que una leprosa. En un momento alguien dijo que Perón, que era presidente, daba trabajo, y yo me fui a Buenos Aires. Tenía nueve años y tardé tres meses en llegar. Cuando llegué, me dijeron que Perón iba a estar en la catedral de La Plata. Fui, y cuando pasaba el auto me escabullí y le grité: «¿Hay trabajo?». Le llamó la atención a Eva, que me dijo: «Por fin alguien que pide trabajo y no limosna. Sí que hay trabajo, mi amor, siempre hay trabajo».

 

Dos días más tarde regresaba a Tierra del Fuego, en avión y con oferta de trabajo para su madre como celadora en un colegio de Tandil, sur de la provincia de Buenos Aires. Así, Facundo empezó a vivir en una ciudad donde, cuatro años después y a la luz de una vela, empezaría a vislumbrar el sexo de la mano de Mirna, la hija del zapatero, sobre las telas gastadas de un sofá muy verde.

 

O eso –y así– le gusta contar.

= = = = = = = = =

En la oficina de pagos de la empresa de celulares, Facundo Cabral espera en la fila frente a una de las ventanillas.

 

–Adelante –dice una mujer, y Cabral avanza.

 

–Hola. ¿Cómo es tu nombre, mi amor?

 

–Ivana.

 

–Ivana, eres la luz de mi ventana, para mí la vida sin Ivana no es nada. ¿Cuánto es, Ivana?

 

–Ciento once pesos, señor.

 

–Ivana, Dios te perdone por cobrarme.

Ivana sonríe, chequea algo en su computadora y pregunta:

 

–¿Usted es Cabral, Rodolfo Enrique?

 

–Sí. Pero llamame táiguer. Yo supe ser el sex symbol de este barrio.

 

–Señor, mire, acá dice que esa factura ya está paga.

 

–Ah. Bueno. ¿Entonces no tengo que pagar nada?

 

–No.

 

–Bueno. Chau, querida. Gracias.

 

Desanda el camino y susurra, a quienes todavía esperan:

 

–Si le cantás, la cajera no te cobra.

= = = = = = = = =

Cuando llegaron a Tandil, Facundo Cabral era analfabeto, ladrón, violento: un infierno con rulos dispuesto a acabar con el mundo.

 

–Nunca había ido al colegio, vivía peleándome. Odiaba a mi padre. Quería matarlo por habernos abandonado.

 

–¿Y sus hermanos?

 

–No aportaban nada. Unos pobres tipos. Ahora no sé si sobrevive uno. Creo que no. Casi no los conozco. Cosa que agradezco. Para mí nunca fue una buena idea la familia. Para mí, mi familia es la humanidad. Yo siempre fui raro. Y para mis hermanos debo haber resultado un descastado. Sin embargo, vivieron siempre de mí. Materialmente, que parece que es lo que importa, fui el que aportó.

 

–¿Eso le produce rencor?

 

–No. Nada. O tal vez lo disimulé. Debo ser buen actor. Me dolía llevar libros a mi casa, que no leían. Libros escritos por mí. Hay un dolor en eso. Pero hay una frase de Macedonio Fernández: «¿Quién cree que es esa entrometida, la realidad, para arruinarme la vida?». A mí la realidad no me va a arruinar la vida.

 

Aprendió a leer a los 14 y a los 17 caminaba por las calles de Tandil cuando un mendigo le gritó: «¡Príncipe!». A él, que sólo aspiraba a despertarse muerto.

 

–Pensé que me estaba tomando el pelo. Le dije: «Viejo, a usted lo salva la edad». Y me dijo: «¡Príncipe! ¿O cómo llamás al hijo del rey del universo?». Simón se llamaba ese viejo. Y me dijo: «Hace muchos años pasó por aquí nuestro hermano mayor, Jesús, y trajo la gran noticia». «¿Y cuál es esa noticia?». «Que uno solo es el Padre». Al viejo Simón le debo la gran noticia de que yo no era huérfano, de que yo tenía un Padre grandioso.

 

La epifanía. La vida sin transiciones. De momentos terribles a momentos perfectos. De momentos perfectos a momentos terribles.

= = = = = = = = =

El local es apretado, gélido. Venden bolsos, y Facundo Cabral busca un bolso: un bolso con un cierre solo.

 

–Entremos acá. Perdí un bolso y necesito un bolso con un solo cierre. Buenas, ¿se puede mirar sin comprar?

 

Un hombre dice sí, claro, qué está buscando.

 

–Un bolso con un solo cierre, porque tengo mucho pleito con la vista y si tiene muchos cierres meto las cosas en cualquier lado y no las encuentro. ¿Sabés cuáles usaba yo? Unos de marca Rosenthal. Me dicen que ya no se hacen.

 

–Sí, se hacen, pero la calidad ya no es lo que era.

 

–Nada es lo que era. Ni yo soy lo que era, flaco. ¿Vamos a comer?

Renguea hasta la esquina. Levanta el bastón y un taxi se detiene. Sube con dificultad, primero el cuerpo, después las piernas. Los problemas de su pierna derecha tienen diversos orígenes: en los años 80, se debían a un accidente automovilístico; en los 90, a una debilidad congénita. Ahora, a dos balazos, gentileza de un marido despechado en Santo Domingo.

 

–Nunca llegues a esta edad, flaco –le dice al taxista–. Yo daba miedo. Ahora doy lástima.

= = = = = = = = =

Continúa. Ver PARTE 2 (Final) en:

http://blogs.montevideo.com.uy/blognoticia_56468_1.html




21.07.2012 03:29

Por Leila Guerriero

Ver parte 1 en: http://blogs.montevideo.com.uy/blognoticia_56467_1.html

La furia, allá en Tandil, no se detuvo. Cabral consiguió una guitarra, empezó a componer canciones y a trabajar como cosechero.

 

–Me echaban de todas partes. Bebía mucho. Pero leía, y quería ser historietista como Hugo Pratt, el autor del Corto Maltés. Siempre dibujé. Y quería hacer la revolución. Leía a Proudhon, a Malatesta. Pero quería ser Hugo Pratt.

 

Y para ser Hugo Pratt no encontró mejor camino que viajar a Buenos Aires e inscribirse en la Escuela Panamericana de Arte; donde daban clases los mejores ilustradores e historietistas de la época. Era junio de 1960.

 

–Pero una cuadra antes de llegar a la escuela vi un cartel de la discográfica Odeón. Crucé la calle. Había una chica en la recepción y le dije: «Buenas, vengo a grabar un long play». Y me dijo: «Pero usted no es artista de la compañía». Y le dije: «No, elegí este sello por tus senos». Se armó un escándalo, y en ese momento entran tres tipos, uno de ellos el director del sello. Le digo: «Vengo a grabar un disco y no me dejan pasar». Y el tipo me dice: «Ah, no me diga que nos eligió, maestro». Y los mira a los otros dos como diciéndoles: «Síganle la corriente al loquito». Y dice: «¿Cómo es su nombre, maestro?». «Cabral». «Ah, qué bueno, pase por acá. ¿Cuándo podemos empezar a grabar?». Le digo: «Ahora». Y me ponen una silla y un micrófono, y se disponen a matarse de risa del loquito. Y yo canto “Vuele bajo”, que la había compuesto en esa época.”Vuele bajo porque abajo está la verdad, eso es algo que los hombres…”. Bajó volando el tipo y me dijo: «¿Cuántas tenés?» «¿Cuántas querés?». Me quedé una hora y grabé un long play. Al mes era el número uno en ventas en la Argentina.

 

Entre 1960 y 1965 Facundo Cabral fue, bajo el seudónimo del Indio Gasparino, un éxito de ventas. Le compró casa a su madre y creyó que esa vida era todo lo que quería hasta el fin de los días.

 

–Pero eran los 60 y me acordé que quería hacer la revolución. Así que dejé todo y me fui a recorrer el mundo. En jeep, en moto, en avión. Me fui por curioso.

 

Uruguay, Chile, Perú, Bolivia, Ecuador, México. En 1969 llegó a Estados Unidos, en 1970 a Europa, y su vida devino lo que es: una iconografía extravagante en la que convergen Eva Perón y George Brassens; Rainiero y la viuda de Pancho Villa; Krishnamurti, a quien conoció en un parque de San Francisco; la madre Teresa, que lo llamó durante un programa de televisión en México invitándolo a orar con ella al día siguiente, y, claro, Borges.

 

–Yo había grabado un disco en Roma y se lo dediqué a Borges. Vuelvo a la Argentina, voy caminando por la calle y me para alguien y me dice: «Señor Cabral, soy Carlos Frías, editor de Borges. Lo acompañé al maestro a Inglaterra y un crítico italiano le regaló un long play suyo que está dedicado a él, y él está encantado y me dijo: “Si un día lo encuentra a este señor, por favor déle las gracias e invítelo a casa”». Yo me quedé paralizado. Frías lo llamó desde un teléfono público y le dijo: «Maestro, estoy aquí con el señor Cabral». Y fui a la casa y me fui a las tres de la mañana. Él decía que yo era un optimista a priori. Un día me dijo: «Señor Cabral, me conmueve su inocencia. Yo conozco su forma de vivir. Usted no es un artista popular, usted adhiere a lo popular. Usted, camino a la cancha de Boca, se detiene en la Biblioteca Nacional». Y es verdad. Uno sabe que no es eso, pero adhiere.

= = = = = = = = =

El restaurante, en plena Recoleta, está casi vacío, pero hay, todavía, una mesa con mexicanos que piden saludarlo. Cabral se acerca y se escuchan risas eufóricas, celebraciones. Cuando regresa dice:

 

–¿Viste qué hermosa la mujer que está con los mexicanos?

 

La mujer es una de esas bellezas artificiosas, el pelo alzado, el maquillaje, cejas sibilinas: una telenovela de las cuatro de la tarde.

 

–Le dije que si yo era presidente de México, no la dejaba salir del país.

 

Comerá bife jugoso, helado de vainilla, vino rosado. En un rato, cuando la mexicana pase junto a la mesa –porte de reina con carroza– él mirará con descaro y un hiato de admiración.

 

–Los Cabral somos todos medio sexópatas. Yo siempre creí que por mis venas corre semen, no sangre. ¿Vos usás tanga?

 

–¿Tanga?

 

–Tanga. Esa cosa finita. ¿Querés helado? ¿Vamos a tomar un café por ahí?

= = = = = = = = =

Barbra es, de todas las mujeres, la única a la que llama suya. Ella tenía 18 cuando él 40.

 

–La vi en un restaurante. Estaba almorzando con los padres. Me acerqué y les dije: «Miren, esta mujer se tiene que ir conmigo porque es mi mujer». Y ella vino.

 

Princesa en el concurso Miss America, tapa de Playboy, póster desplegable: era linda. Viajaron por el mundo –dice que vieron ballenas con Jacques Cousteau, que estuvieron en Vietnam los últimos meses de la guerra invitados por un comediante de la BBS, que fueron de misión con la Cruz Roja– y se correspondieron con un amor enfebrecido y una infidelidad muy mutua, consentida.

 

–Ella me dijo: «Sospecho que te voy a amar mucho, pero quiero que sepas que yo no soy fiel». Y yo le iba a decir lo mismo. Los dos tuvimos otras historias, pero nada nos divertía tanto como estar juntos. «¿Podemos salir el martes, en vez del miércoles? Porque conocí a un alemán». Nunca conocí a un ser tan libre, tan sano. Un día me dijo: «¿Arreglaste lo del concierto de esta noche?». Y le dije: «Sí, el empresario siempre tiene un lugar para vos, mi amor». Y me dijo: «No, pero ahora somos dos». Estaba embarazada. Me pareció la cosa más increíble del mundo. ¿Yo, padre? Inconcebible. Y después vino el accidente. Ella tenía que tomar un avión en Chicago, y yo no llegaba pero le dije: «Andá, mi amor, que yo voy más tarde, en otro vuelo». Era 1978. Mi hija tenía un año.

Cayó el avión, cayeron Barbra y la niña, y todo fue borrado por una furia majestuosa que venía del mismo sitio del que vendría, dirá después, toda belleza.

 

–Yo hablaba ocho idiomas, pero me los olvidé todos. Bajé treinta kilos, perdí la vista. Estuve dos años así. Un día fui a ver a Krishnamurti. Le conté lo que me había pasado y me dijo: «Te envidio». Te envidio, me dijo. «Siempre te quita lo que más amás. ¡Cómo te envidio! Qué tarea debe tener pensada para vos. Toda pérdida es una liberación. La vida no te quita cosas. Te libera de cosas». Mi madre murió hace veintiún años. Y no tuve dolor. Sentí liviandad. Era tan grande el amor que sentía por mi madre, que era una cadena. Cuando uno siente tanto amor por alguien, llega un momento en que dice bueno, ya está bien.

 

Cuando la democracia volvió a la Argentina, en 1983, Cabral regresó al país y presentó un espectáculo llamado Ferrocabral. Estructurado en diversas estaciones –la estación de la Partida, la de la Ignorancia, la de la Verdad, la de la Naturaleza–, con su tono elegíaco y sus aires de pastor hereje, decía cosas como: «Este es el viaje más extraordinario/. Vean qué espectáculo/: a la derecha los reaccionarios/, a la izquierda los revolucionarios/. En el medio, los hombres/, los que deciden su propia vida/, es decir, tres o cuatro». Y cerraba con una canción que había compuesto en Uruguay, en 1968, y que se transformó en su sello de fábrica, su marca en el orillo: “No soy de aquí ni soy de allá”. Hizo varias funciones en un teatro de la avenida Corrientes, llamado Astral, y allí, cuarenta y seis años después de no haberlo visto nunca, encontró a Rodolfo Cabral: su padre.

 

–Me fue a ver y yo lo reconocí enseguida. Mi madre me había dicho: «Vos, que caminás mucho, algún día te lo vas a cruzar». Nos dimos un gran abrazo, me invitó a su casa. Lloré en su biblioteca. En un momento me dejó solo y vi que él leía lo que yo había leído. Nunca le pregunté nada, ni a qué se dedicaba ni por qué nos había dejado Nunca hablamos nada porque no es de caballeros. Mi madre me había dicho: «Cuando lo encuentres, no cometas el error de juzgarlo. Ese hombre es el hombre que más amó, más ama y más amará tu madre. Dale un abrazo y las gracias porque por él estás en este mundo». Y así fue. Él tenía mujer, hijos. Una alemana deliciosa. Hacía treinta años que vivía con ella. Mi padre murió en 1993. Tuve una amistad de diez años con él.

 

–¿Y cómo se explica usted que él se haya ido sin explicar nada?

 

–No sé. La vida es así. Otra frase de Krishnamurti: la vida no es como debería ser, la vida es como es.

 

Pasados los ´90, con decenas de discos grabados –Cabralgando, Pateando tachos, Entre Dios y el Diablo, Ferrocabral–, una gira exitosa con Alberto Cortez

 

–Lo Cortez No Quita Lo Cabral– y varios libros escritos –Ayer soñé que podía y hoy puedo, No estás deprimido, estás distraído–, Cabral volvió a un segundo plano discreto y a una carrera que, todavía hoy, lo lleva por toda Latinoamérica: Chile, Uruguay, Perú, Ecuador, Colombia, México y un etcétera abrumador para alguien que tuvo cáncer, problemas glandulares, óseos, dos desprendimientos de retina y una pierna que no funciona.

 

–Yo no tendría que trabajar más. Pero emocionalmente no puedo. Económicamente sí, podría. Un tipo que a los 70 años no tiene solucionado lo económico es bastante estúpido. Estoy becado. Subo al escenario y me dan un café, dulce de leche, spaghettis, una botella de vino, un hotel, un avión. Vivo fenómeno. Pero mi salud es más que endeble, aunque soy de la clase de gente que no se queja. Me parece una vulgaridad quejarse. Para mí la muerte nunca fue un tema serio. Más bien es excitante la idea de la gran hembra, la muerte. Yo me imagino que el paso final debe ser como el silencio en el teatro, antes de que se encienda la luz. El paso al otro lado debe ser así. Ese silencio.

= = = = = = = = =

En el shopping hay las marcas –Max Mara, Lacroix– y señoras y señores que las compran. Allí Facundo Cabral va cada día, o cuando puede, a mirar librerías, a tomar café, a deleitarse mirando gente bien vestida.

–Amo a la gente que se viste bien. La gente cree que yo soy un hippie, pero a mí me gusta el refinamiento. Beber y comer bien, vestir bien. Me gusta la gente refinada. Yo pensé que a mi edad iba a viajar con un valet que me iba a llevar las valijas con los trajes. Mirá, ¡ahí hay bolsos!

 

–Son de mujer, Facundo.

 

–Ah.

 

Afuera cae la noche.

 

–Vení, sentémonos ahí. ¿Querés café? ¿Tenés papel y lápiz?

 

Papel, lápiz.

 

–Hace años yo escribí un libro en el que especulaba dónde me encontraría la muerte. Ahora es muy fácil saber dónde va a ser el final, porque queda muy cerca. No sé si son tres, cinco años más, pero si no es acá en Buenos Aires…

 

Traza un círculo sobre el papel blanco.

 

–… será acá, en Quito.

 

Otro círculo.

 

–… o acá, en Chicago.

 

Otro más.

 

–… o puede ser Mar del plata. Pero es por acá. Y seguramente en un hotel frecuentado, conocido por mí, o en una clínica de alguna de esas ciudades. No me preocupa, pero pensé que a los 70 años iba a tener una casa en el sur de la provincia de Buenos Aires, y a esta hora iba a estar tomando mi primera copa de vino frente a un hogar, leños ardiendo y un montón de niños jugando por ahí. Y yo contando historias. Nunca lo tuve ni lo tendré. Tampoco hice nada para eso. Pero creí que, naturalmente, se terminaba así. Que la soledad y el vagabundeo eran un juego hasta llegar a ese final. Una vez fui a Medellín. Todos los verdes del mundo y curvas, curvas. En la ladera de una montaña había una casita y dos viejitos de la mano, tomando sol. Destrozaron toda mi idea del mundo. Pensé «Qué imbécil, yo creí que sabía qué era la felicidad. Y tengo razón, pero si sacan a estos dos de acá». A esa edad debe ser lindo ir a una casa en la montaña, tomar una copa de vino, hablar tonterías. «¿Viste qué humedad?». «Escuché en la radio que mañana va a haber menos humedad».

 

Las palabras, separadas por hilos de respiración, caen como ácido sobre el velo frágil del lugar común.

 

–«Ah. ¿Llamó mi ahijado?». «Sí, dice que lo llames, que va a estar en la casa de la madre». «Ah». «Conseguí ese pan que te gusta». «No me digas». «Sí. Don Fermín lo trae de nuevo». «Me parece que me voy a ir a acostar». Vivir así. Es una posibilidad, ¿no?

 

Cruza las manos sobre la empuñadura del bastón.

 

Después suspira y dice:

 

–No.

 

Hagan CLIC en el TÍTULO para ver en video a Facundo interpretando esta hermosa canción compuesta en Uruguay en 1968, con un prólogo excelente:


NO SOY DE AQUÍ, NI SOY DE ALLÁ


Nota de Leila Guerriero (Junín, 1967) Periodista y escritora argentina

Video recogido de YouTube

Ver PARTE 1 en: http://blogs.montevideo.com.uy/blognoticia_56467_1.html



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