¿ Libertad de expresión ?
Anna Donner Rybak. Compañeros; hasta la victoria.

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Una historia en capítulos.

30.08.2007 19:43

- ¡Estoy cansado! - Francis llegó a casa y cerró la puerta. Su esposa Mabel le quitó el abrigo de inmediato, colgándolo en el perchero dispuesto en la sala para tales menesteres, y le alcanzó las zapatillas.

- ¿La cena? - Comenzaba a sentirse nervioso. - ¡Ignacio! ¡Silvia! ¿Por qué todavía no pusieron la mesa? - los interrogó fulminante su madre.

El jefe de la familia tomó su lugar a la cabecera, sin pronunciar palabra. Tenía el ceño fruncido, sus mejillas estaban coloradas, y los dedos golpeaban firmemente la tabla de madera, en intervalos de una corchea.

Mabel se metió para adentro de la cocina. Su marido había llegado demasiado temprano, no le había dado el tiempo de terminar el estofado, las papas aún se estaban guisando, en otra olla se rehogaban la cebolla, la carne y el tomate. Los niños fueron atrás de ella. Sin hablar, sacaron los platos del armario, los cubiertos del cajón, los vasos del escurridero, y volvieron a la sala. Silvia se disponía a colocar el mantel, pero se detuvo en seco: - ¡Está sucio! - le gritó su padre.

La niña palideció, y volvió aterrada a la cocina. - ¿Qué esperás, mocosa? - le gritó Mabel. - ¡Si no fuera por culpa de ustedes, ya estaríamos cenando!. Apagó el fuego, y coló las papas tan rápidamente, que parte del agua hirviendo cayó sobre su mano. Desesperada de dolor, la mujer se puso un trapo caliente. Con la mano que le quedaba libre intentaba organizar la comida: -¡Mija, no ve que su padre tiene hambre! ¡Haga el favor de cortar las papas! ¿Y Usted que hace ahí parado? ¡Vaya inmediatamente a hacerle compañía!.

El niño, a punto de llorar volvió al comedor, y tomo asiento al lado de su padre. -¡Mijo, déjese de mariconear! ¿Cuándo se va hacer hombre? ¡Vieja, qué pasa con la cena! Pendejos inútiles, qué la parió, uno los trae al mundo y se dan el lujo de lagrimear. Como si no hubiese suficiente por hacer, si te esforzaras no tendrías tiempo para boberías. Parece que te fueras a qubrar cualquier momento, muñequita de porcelana, ¡júa, juá! ¿Te comieron la lengua los ratones? - Francis ya iba por el segundo vaso de vino - mire que yo no muerdo.

Finalmente, Mabel trajo la enorme fuente. Silvia se sentó al lado de Ignacio, y la matrona sirvió la comida. Francis, aún malhumorado, engullía sin respirar, se le escapaban los pedazos de carne por la comisura de los labios. En menos que canta un gallo, había devorado tres generosas porciones. Cuando Mabel se levantó para retirar los platos, puso una mueca de fastidio. Sus hijos tan sólo habían ingerido unos pocos bocados, y ella iba a tener que esperar. La mano le dolía tanto, que estaba desesperada.

- ¿Vieja, qué es esa cosa que tenés colgando? - Al fin Francis había reparado. - No tiene importancia, una pavada en la cocina - Mabel sabía que no había que molestar al marido con tonteras, él no tenía tiempo para sentimentalismos baratos. Sólo le pedía la palabra para que decidiese cosas importantes, o para pedirle dinero para los gastos de la casa. -Deje, que Nachito anda con ganas de lloriquear, mejor que levante él la mesa, lave los platos, y de un balde en el piso. Le va venir bien. ¿Por qué demorás tanto en terminar de comer?-, miró a su hija y se levantó de la mesa. Silvia estaba tan pálida, que le temblaban las manos. Su hermano no tenía un aspecto mejor, era incapaz de tragar bocado. Los niños terminaron de cenar en silencio. Ignacio hizo un barquito de papel con una servilleta. Apilaron los platos, y prepararon una porción para Gigante, el perro que dormía al fondo, sobraron muchos huesos. Silvia ayudó a Ignacio a retirar las fuentes y los cubiertos.

- Gracias - le dijo Ignacio - ¿Por qué no vas a dormir? Dejá, que yo termino.- Silvia le dio las buenas noches, y subió a su dormitorio. Se miró en el espejo, y buscó el pijama de lana, hacía mucho frío. Se metió en la cama con su muñeca de trapo, y la abrazó muy fuerte. Un ruido en la puerta y el bueno de Francis ya estaba ahí.




29.08.2007 12:14

El polvo de la tiza era irrespirable, cuándo llegaría el recreo… al reloj de Elena, le costaba girar. Qué de ganas de prender un pucho, como si con eso se pudiese escapar a  algún lado, el frío que penetraba por el agujero del cristal en la ventana rota, era insoportable.

Había que tener muchas ganas de aprender para bancarse las condiciones inhóspitas de la casa de estudios, sobre todo en horario nocturno, y después de trabajar la jornada completa. Los educandos, se habían embelesado por las promesas de los directores, ante el advenimiento de un laboratorio de vanguardia.

La escuela se había mudado ese año.  El local había pertenecido a un prestigioso colegio que tuvo su esplendor en los años sesenta, quedando abandonado en la década posterior. Lo que persistía del edificio, era un fiel testimonio de que había sido señorial, una lástima que las polillas estuviesen devorando los pisos de parqué.

El anfiteatro, que todavía conservaba un trozo de satén rojo, fue el predio elegido por esta masa directiva no pensante para fundar el laboratorio. En menos de dos semanas arrancaron todas las butacas, no eran tiempos de teatro,  esas distracciones eran para castas privilegiadas.

Todo en el paisito quedaba por la mitad, Elena no debería sorprenderse por ello, pero veía la función vacía y tenía ganas de llorar. El piano todavía estaba ahí, no se sabe si por omisión o por respeto.

 Ya habían pasado tres meses desde que comenzaron las clases, y de las computadoras, ni señales.- “¿Profe, sabe cuándo van a llegar las compu?”- le preguntaban sus alumnos y a ella se le caía la cara de vergüenza. “Entienda Ud., profesora, que ellos pueden aprender  con las teorías, además los equipos llegan sin falta esta semana”- se excusaba el ignorante director, ante sus inquietudes “histéricas”.

Muchos eligieron el bachillerato en Informática, sin que nadie los haya informado de su contenido curricular. Alejandra Martínez era una alumna muy responsable, que se había inscripto en la carrera porque quería aprender computación. “Profe, lo que pasa es que quiero buscar un trabajo, y en todos piden manejo de P.C.”

Pero a Alejandra le costaba mucho seguir los razonamientos lógicos de los ejercicios de programación. ¿Por qué en la escuela no había nadie que anunciase a los estudiantes del contenido y programa de las diversas orientaciones? ¿Por qué los hacían perder el tiempo, cuando una simple observación, hubiera logrado que Alejandra eligiese la opción adecuada  para sus proyectos?

Ahora, Elena le iba a explicar, y era duro decirle a una estudiante que había tomado la decisión equivocada, pero de todos modos se iba a arriesgar. Sino, Alejandra iba a estar tres años en el bachillerato, para luego concluir que no era para ella. Elena le iba a sugerir un cambio : “Operador PC”.

 - Hagan los ejercicios, hasta mañana – se despidió Elena cuando finalmente sonó el timbre. Se puso la bufanda, y se ausentó.  A esa hora no había casi transeúntes, algunos decían que era peligroso que una mujer caminase sola en medio de la noche, pero la verdad es que Elena se fiaba más de la calle, que de los ladrones de guante blanco. Aunque es cierto que Villa Muñoz ya no era como antes.

Bajó por Isla de Gorriti, hasta Arenal Grande, todavía estaba la panadería “Las Pirámides”. “¿Podemos cruzar a a buscar ojitos de chocolate?- Elena llegaba del liceo, todos los jueves para almorzar en casa de la abuela. La fábrica de Anselmi todavía guardaba la fragancia de las galletitas  recién horneadas.

Elena dirigía sus pasos por Concepción Arenal, en la oscuridad. Prendió un cigarrillo, creía así que no iba sola. Tenía los dedos llenos de tiza, ¿cuándo iban a cambiar los pizarrones por esos blancos en los que se escribe con marcadores?




29.08.2007 12:04

Elena está tranquila. Es osada y tiene claro lo que quiere. Cuando afirma, es porque está absolutamente segura, sino, permanece en silencio. Si Ignacio pretende imponerle sus criterios por la fuerza, nunca logrará nada de ella. Conoce de memoria sus intrigas, la entristece darse cuenta  que tantos sujetos funcionan en base a rumores, pero tiene claro que hay que dejarlos vivir para que sufran.

Ignacio, le da mucha lástima. Pero no lo odia, por todo lo vivido. Aunque él nunca entendió nada. Sus cabezas iban a ritmos muy diferentes. Ella creía en un entendimiento desde la diferencia. Hoy, ya no. Pero su conciencia está tranquila.

Ignacio, al fin es el que ven los demás.  Elena siempre creyó que había otro Ignacio, pero no, es sólo uno, y al otro ella lo inventaba.

Al principio, Ignacio se había conmovido con Elena, ella había penetrado en su corazón.  El  embelesado, porque ella había reparado en él. Se había convertido en un  niño enamorado. Elena puede contar con los dedos de la mano, los días que Ignacio fue dichoso.

Pero, la felicidad, implicaba para Ignacio demasiada responsabilidad, y no sabía qué hacer con eso.

Ignacio no es malo, pero está trabado, tan petrificado, que no se anima a vivir.

Desde chiquito le enseñaron a ser hijo del rigor, y absorbió esos mandatos sin cuestionamiento alguno.

Con Elena, Ignacio se sinceró hasta la médula. Se reconoció temeroso y vulnerable, se había animado a sacarse la careta por primera vez. Pero, después no pudo soportarlo.

De mentalidad conservadora, Ignacio, estaba acostumbrado a clasificar mujeres, como muchos estúpidos machistas. - “Con vos sólo quiero sexo” - “A vos te amo, no estás en la misma bolsa que todas las demás”, pregonaba a sus conquistas, y qué poderoso e importante se sentía.

El, tan omnipotente que decidía a qué mujer amar, y a qué mujer follar.

Pero Elena hizo que su criterio se fuese a la basura. El tipo se había enamorado, y no sabía que hacer con eso. Enrojecía ante ella, no tenía el control de sus emociones, y eso lo enardecía. Ignacio no podía mostrase vulnerable ante los demás, así que eligió seguir con su careta.

Elena no podía creer que esa bestia, pudiese escribir las cartas de amor más conmovedoras que jamás hubiese visto. Estaba fascinada con él. Lo creía una suerte de ermitaño, un niño escondido en el cuerpo de una bestia. Y la bestia le había mostrado su costado vulnerable, y le había jurado que sólo ella lo podía ver.

Elena quería hacer tantas cosas por Ignacio, quería mostrarle que no se puede andar por el mundo metido en una armadura, confiaba que su amor, le iba a hacer bien.

Pero Ignacio no podía dominar  sus celos. No estaba acostumbrado a decir la verdad, tanto tiempo dentro de su yelmo plateado. Le hizo firmar una declaración jurada a Elena por todos sus vínculos afectivos. Elena no estaba muy de acuerdo, pero lo que más quería era ayudar a Ignacio a tirar su envoltorio a la basura.

Pero Ignacio no lo entendió así. Comenzó a dudar de todo lo que Elena hacía, es que su modo de relacionarse con el mundo, siempre fue a través de  las intrigas. Si él procedía así, ¿por qué Elena  habría de ser diferente?



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Sobre mí
Anna Donner Rybak nace en Montevideo el 21 de setiembre de 1966.Desde 1989 hasta 1996 es docente en UTU de Programación de Sistemas y de Lógica.En 1993 se recibe de Analista de Sistemas.Escribe desde 2000, diversos géneros: Cuentos históricos, cuentos de humor, Columnas de actualidad, Ensayos, Poesía y fantástico.

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