Frontera Norte (Ruben Abrines)
notas y propuestas políticas de actualidad, relatos

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Relatos

19.03.2013 12:04

 

Bolivia no, che.

San Pablo aun tenía fisonomía de aldea cuando llegamos con un porteño, hermano de un cura bonaerense que, ahora, es  una figura muy importante en el Vaticano.

Mi amigo había escapado, magullado y sombrío para siempre, pero con vida, de una de las tantas revueltas en Bolivia.

Yo, analfabeto, escapaba, sin saberlo, de la ignorancia y la distancia con el mundo.

Llegamos con “fome” atrasada, sin plata y sin conocidos, sólo con el espíritu de escapar lo más lejos posible.

En Venezuela había movimientos guerrilleros y ahí queríamos llegar.

Pagábamos dos días por adelantado en pensiones miserables, llenas de nordestinos, cerca de la estación del ferrocarril, después nos las ingeniábamos para estafar algún día más a los benévolos caseros Portugueses.

Huíamos de las pensiones con toda la ropa que teníamos puesta, por la puerta principal.

La Plaza de la República, especie de Babel, donde nos juntábamos sin hacer nada, los rostros y olores difíciles de imaginar, era el lugar indicado, como si fuera cita para un foro lingüístico, de sombríos hijos de nadie.

Japoneses, chinos, españoles, árabes, los quechuas bolivianos y peruanos, polacos, chilenos, y, nosotros.

Un golpe de identidad de mi amigo porteño casi cambia nuestra suerte para siempre.

- Te presento a Martin, un amigo de mi hermano.

Era Martin Karadagian,  La Momia, estrella  de “Titanes en el Ring”, pandilla predilecta que hacía las delicias de los más infelices y más débiles de los que picoteábamos en San Pablo.

Aprendimos con ellos a usar la C.I. de Uruguay, como si fuera pasaporte diplomático, o mejor aún.

En cualquier lugar, público o privado, por el sólo hecho que decía “Policía de Montevideo”, con foto y datos personales.

Estadios de futbol, cines, restaurantes y los lugares de comida, fueron las victimas obligatorias.

El cuento siempre era igual: “en servicio internacional”, buscando” malandros” internacionales, tenemos datos que frecuenta  este comercio,” su comercio”, esta frase, garantizba que optarían por estar del lado de la ley.

No fallaba.

Hasta que lo militares brasileros, con los de EE.UU., encabezaron y sostuvieron todos los golpes de estado y el terrorismo de estado en el sur del continente, Uruguay, Chile, Argentina.  Paraguay vivía bajo la dictadura de Stroessner.

Aquella nochecita una mujer uniformada, del Ejército de Salvación, nos esperaba dos cuadras antes de llegar al refugio donde comíamos y después dormíamos, sentados sobre unos bancos de madera sujetados por una larga cuerda gruesa.

El único lugar para llegar era un callejón de tierra colorada y en la cima de aquel cerro el edificio el cuartel del Ejército de Salvación.

Nos atajó con una señal de su mano derecha.

Su cara era el espanto, no podía disimular el miedo aquella buena mujer bajo su uniforme azul.

En un portugués endiablado para nosotros, sólo decía: Vai enbora, vai enbora, vai para su país, vai  longe, longe de acá.

Se levaron presos a seus amigos.

Os nordestinos.

O carioca.

O pedreiro.

Vai embora.

Un  funcionario diplomático Alemán había sido secuestrado en Rio de Janeiro por un comando contra el golpe de estado. En los volantes decían que exigían la liberación de los  presos políticos y un avión para salir a Cuba.

Nuestros amigos de la pandilla de Martin Karadgian nos ofrecieron irnos con ellos “ahora que hay tiempo”.

Desaparecimos todos de la ruidosa Rua San Joan.

Nuestros amigos fueron perseguidos y asesinados.

Los refugiados republicanos españoles se fueron a Sudáfrica.

-Hay que llegar a Venezuela.

-Bolivia no, che.

La mano invisible de la solidaridad internacional nos arrimó hasta nuestras fronteras.

Habíamos elegido volver a Argentina y Uruguay.

Habíamos asistido al comienzo del Plan Cóndor.

No era poca cosa.

Sin necesidad de estar tan lejos.

 




29.01.2013 21:38

aruera.

 

Mas de sesenta años después, igual que su abuelo, cuando el rancho estaba techado, llegó el “supuesto propietario”. Igual que él, con su misma condición de propietario, sólo que con ínfulas de terrateniente medieval invadido por un desconocido pichi.

Sacó papeles, y, de mal humor y peor insolidaridad, no aceptó razones de equivocaciones y se fue a buchonear al comisario del pueblo.

Pero, hay milicos y milicos, y ahora son otros tiempos.

Igual que su abuelo recién comenzaba el rancho con su mujer, donde meterse con sus hijas, con palos, tablones, chapas de cartón, clavos enderezados a martillazos y dedos machucados.

Sólo que lo hizo más de sesenta años después.

Ni habla de luz eléctrica y agua potable, para eso habrá que remar sin desmayo, con mucha tenacidad y paciencia, con el municipio, UTE, OSE y quien sabe quienes mas.

Si se repite muchas generaciones después, no debe ser casualidad. Las improntas de su abuelo, son las mismas de ellos, ahora: escapar del hacinamiento de barrios de conventillos y la espada de Damocles, mensual, de los caseros, por el alquiler.

Poco ha cambiado de allá hasta acá para muchos uruguayos.

Su abuelo lidió contra el sol, el terreno lleno de doradas flechillas, abrojos y falta de agua, en Los Boulevares.

A él su mujer y sus dos hijas, les tocó en suerte, también, un lugar desolado, tal vez momentáneamente, aunque pueden ser muchos años este momento.

El monte, para un citadino, es una sorpresa tras otra que se van descubriendo en carne propia.

La inocente Aruera, dicen algunos que para que no te ataque se debe saludarla, como lo hacen los milicos cuando pasa un oficial, y debes hacerlo cada vez que pasas por su sombra.

Cami, Gaby y sus niñas no lo sabían, y ahí andan con la piel enrojecida como picoteados por mosquitos, sin piedad.

Igual que su abuelo, un día cualquiera llegó el “legitimo propietario” a reclamarle que debía abandonar ese lugar.

Y el supuesto, como para muchos en estos los tiempos, “propietario”, marcó prepotencia y se fue con “me vale madres” a la comisaria.

El milico, al decir de sí mismos: “Comisario primero”, puso las cosas en su lugar.

Una mujer, policía Comunitaria, llenó papeles y no se perdió ningún ítem de amparos y leyes que los pudieran ayudar. Así a cualquiera le dan mucho gusto los milicos.

Igual que su abuelo, y pensando en su ejemplo, ellos tampoco están dispuesto a ceder, a renunciar, hasta llegar al final.

La vivienda, un techo, un lugar donde criar sus hijos,  es un derecho consagrado en la Constitución y uno de los derechos humanos, por lo cual no están dispuestos, ni pueden, renunciar a dar la pelea, sin concesiones ni vacilaciones.

De última, este gobierno, declaró como una prioridad la “emergencia habitacional”.

Todavía no los doblegaron. Ahí van. Siguen haciendo pozos y levantado con lo que tuvieron que sacar del otro terreno, la nueva construcción, de sol a sol.

Con la luz de la luna llena y un candil, echados sobre los petates, el sueño llega con prisa y la conciencia no sacude el sueño por hacer lo que corresponde.

Nadie se asuste.

Hay lugar para todos.

Tu abuelo, andá ha saber desde donde, con seguridad  debe estar mirándolos con una  sonrisa cómplice

Está diciéndole a tus hijas: “y mire que se le dijo”

O esta otra, muy de él: “bueno, lo que se hereda no se roba”

 




22.10.2012 20:23

Llueve y los anuncios de que todo empeore dan miedo.

Lluvias, desborde de ríos y cañadas, inundación de campos, calles, inminentes evacuaciones, caída de árboles, postes del tendido eléctrico al suelo, riesgo de accidentes en todos lados, en cualquier parte.

Además y junto,  vientos arrachados y parecidos a ciclones tropicales, que viene del Atlántico, de por allá por Brasil.

No a todos nos tocara por igual, como el reparto de la torta.

No, no será por igual. Las desgracias y el azar, tienen favoritos.

El azar y las desgracias son selectivas y nada caprichosas, ellas tienen siempre el mismo plan: se joden los más jodidos.

Los menos provistos tienen asegurada su cosecha de agua y humedad con pérdida de utensilios del hogar, como dicen en los informativos.

Y ponen en pantalla un número de teléfono, unos segundos, para que nadie lo recuerde.

Estoy por creer que  noticieros y los anuncios de meteorología, las noticias policiales, las carcelarias y de los menores de edad, las recopilan los opositores planetarios y enemigos del Uruguay para mortificarnos más.

Los noticieros son un nuevo género donde cuenta lo insoportable.

 He llegado a pensar si no será más higiénico para las neuronas dejar de oír y ver informativos.

Además me siento un imbécil, un tonto, un aburrido, fuera de lugar, fuera de este país y de ese mundo.

Donde yo vivo pasa el ómnibus en hora, los gurises van a la escuela, de tiro de las madres, seguidos por los perros.

Los policías cuando pasan saludan, si el cartero es el único que se equivoca y me deja los recibos en otra casa, el vecino no se complica y al rato me los trae.

“La Diaria” me las amontonan hasta que las voy a buscar, con mi nombre, en lo de Bachino, que está en  otro barrio.

Yo vivo en otro mundo.

Por ejemplo, si me piden que cuente, narre, chismotee  algo cercano a mí y mis vecinos de este lugar alargado junto al mar, de casas desparramadas con muchos árboles, creerán que soy ciego y sordo.

Podría decir sólo cosas vulgares: que ayer domingo de mañana fui  ver  mi vecino mas cercano,  se cayó y se quebró varios dedos,  igual no nos impidió hacer una portera para atajar a los perros  callejeros.

No será nunca una buena ni mala noticia, contar lo que vi ayer de tarde, del otro lado del arroyo, donde vivo.

Había muchas personas grandes, con mate y termo, y chicos mojarreando.

Es intrascendente reportar que otro  vecino, que vive pasando el monte, yendo para donde esta la policlínica, volvía del arroyo, arrastrando los pies en el pedregullo, con el balde con peces y las cañas al hombro seguido de su perro.

A quien le puede importar lo que diga una cajera, salvo sonreír y decir gracias, no vale la pena mencionar, aunque  haya constatado a costas de su cansancio,  de decir gracias, buenas tardes,  hasta luego: que este fin de semana “vinieron todos al balneario”, ojeando por encima de la caja la cola para pagar.

Igual hoy no saldrá en ningún lado lo que ocurrió en la playa, donde se junta el rio con el mar: mujeres cuidando el chapoteo de los niños en el agua y más lejos unas nubes de gaviotas chillando.

Me acusarán de frívolo si escribo algo de lo que escucho y veo por mi ventana,  además del sonido de la lluvia sobre techo de la galería y torrentes de agua corriendo hacia la calle por una canaleta improvisada.

Que me apenaría  mucho si se cayeran las macetas con flores, colgadas del zarzo de cañas de bambú.

No lograrán hacerme sentir culpable.

Sí puedo. 

 




07.10.2012 08:16

Que me perdí.

Por tres meses largos quedé enredado en varios y penosos entuertos, con aciertos y errores personales, lidiando de aquí pa’ allá con la vida y la muerte.

Si me trepo en el carro de los medios de comunicación y a los comentarios de muchos amigos, parece que nada sustancial me perdí.

Sin embargo, creo que si,  muchas cosas, desconfío, me debo haber perdido, muchas cosas importantes, definitivamente.

Salvo que yo, como otros muchos, sólo sepamos ver el lado obscuro de la luna.

Fin de Pluna, venta de los aviones, crímenes por ajuste  de cuentas, asaltos, rapiñas, fugas de las cárceles, lugares sucios, accidentes, victimas en el tránsito, la oposición diciendo y haciendo mas de lo mismo, crisis estructural europea, elecciones en EE .UU. y Venezuela. Siria y los países árabes, que siguen sin primavera, están muy lejos de mi comprensión para opinar,  ayudaría con mis comentarios a aumentar nebulosidades.

Si fue esto lo que me perdí nada perdí.

Algo distinto me perdí.

Algo debe haber ocurrido y me lo perdí.

Debería decir lo que aprendí.

Si de algo me podrán servir en el futuro estos meses, fue vivir entre las fronteras invisibles de la lucha entre la vida y la muerte.

Aprendí: no hay nada que supere las ganas de luchar por la vida de un ser humano.

Pero también aprendí, y nadie se equivoque: No hay ser humano capaz de luchar hasta vencer, contra la voluntad  de alguien que decidió dejarse morir.

Aprendí más de lo que me perdí

Creo que lo que perdí no fue mucho.




29.10.2011 12:19

Venia de peregrinar de algún lugar. Atravesé en línea recta el trazado del Parque Internacional.

Lo borrachos de siempre, a esa hora, no repararon en mí ni en nadie. Tampoco podían hacerlo los niños intoxicados de pasta base que aún no habían caído debajo de los traileres.

La música centroamericana sonaba con estridencia. Los parroquianos, indiferentes, tenían tiempo de reparar sólo en ellos.

No fue extraño ver aparecer a esa hora una patrulla cargada de policías, con gestos hostiles, hablando en susurros ininteligibles entre ellos.

Miraron de reojo al puñado de “niños de la calle”, greñudos, mugrientos, enracimados encima de papeles con olor a fritangas, dormitando.

La muchacha del otro lado del mostrador masticaba Chicles con ferocidad, sin prestar atención a los niños, ni a los policías, tampoco a mí, que me había agachado para ver.

Una, dos, tres, cuatro, cinco, y ése es otro varón.

¿No es una nena? ¿No es un varón?

Igual no importa, son seis.

En la oscuridad de la noche las luces tan altas del parque no llegan a los escondrijos de los arbustos achaparrados que hacían de habitación publica a una mujer joven, sin dientes, que reía sin parar amamantado un bebé envuelto con una campera, con otros dos, cobijados por las manos de la miseria.

Tres muchachas pasan y parecen no verlos.

La muchacha alcanzó un chorizo en un pan a una mano extendida, sin hablar. Los policías y los hombres borrachos se entretenían estirando los dedos hacia el cuerpo de una chica muy joven, de falda muy corta, ajustada, con olor a flores muertas de la plaza. Parecían conocerse desde siempre.

Un perro de muchos pelajes miraba hacia arriba por si caía algo del cielo, habituado a disputar la comida con los niños.

Me acordé del negro Rada y del perro, de su juvenil  creación, que lo acompaña: Orejas.

Con seguridad no debía llamarse así este perro que espiaba con movimientos de orejas,  hacia un lado y otro.

Silbé bajito la canción, con la improbable intención de no llamar la atención de los niños y de que el perro entendiera.

Tengo una gata vieja.

No me gustó lo que pensé: “Me van a pedir unas monedas”.

Vivo de agregado, no tengo trabajo, soy un desconocido y los policías ahora se fijan en mí.

Si quisiera explicarles seria peor,  no van a entender, no hablo portuñol.

Hago como todos. Hago que los miro sin verlos, a los niños, a la madre con un seno colgando, y menos a los policías y a los borrachos.

Nadie sabía que estaba pensando. No se enterarían jamás. Tampoco la joven puta., Ya está, los miro y no los veo.

¿Y el  perro?

Crucé la calle, sin mirar atrás, hacia la punta de la Av. Sarandi, pensando que también el perro quedaría ciego antes de que caiga algo del cielo.

Rivera, verano 2004




03.04.2010 14:34

La Casilla

 

Los Boulevares tuvo sus pioneros.

En lo más alto, el entrecruce del trazado para seis calles, era apenas una insinuación para no perderse entre el amarillento espartillo.

Lo único extraño era el chalet, la única vivienda, por muchos, años de material.

Todos debían pasar, de ida y vuelta, por ese punto. Hacer el kilómetro largo para ir a la escuela Nº 127, o aprovisionarse en el almacén frente a la Comisaría, Secc.23, sobre la ex - ruta 1. Igual de lejos estaba la parada del tranvía de la Barra Santa Lucía.

Lo demás sobre la tierra, no era amigable para inexpertos pioneros citadinos, acuciados por salir de los viejos y atestados conventillos de los barrios Sur, La Aguada, Cordón, Jacinto Vera, Reus, o Villa Muñoz.

Pronto conocieron, y aprendieron, la utilidad de las chilcas, del té de abrojos, el por qué de la canción “Cardo en flor”, y los masivos  pinchazos de las rosetas.

Los únicos ornatos públicos en el inmenso páramo eran las sombras de las cina – cina, aquí y allá. Ellos eligieron vivir allí.

Nunca padecieron inundaciones ni crecidas pero pronto supieron como espantar nubes de langostas con ollas viejas, latones y latas de 20 litros, de nafta, soviéticas, para cuidar sus escasos sembradíos familiares.

Por lo alto del lugar, se ven el Cerro de Montevideo, el Santuario del Cerrito de la Victoria, la torre aguja de la iglesia  de Larrañaga y Reyes, cerca del Prado, y se tiene una amplia vista del oeste de la ciudad de Montevideo.

Existía un alto y largo monte de eucaliptos que impedía ver el trabajo de los chacareros, yendo y viniendo, y otros, siempre agachados, rascando la tierra.

Montes de árboles frutales, membrillo, manzanas, añejos higuerones, ciruelos perales, árboles de nísperos dispersos, y los enormes cuadros de papas, boniatos, maíz, acelga, repollos.

Mis padres, venteañeros llegados de Jacinto Vera, construyeron lo que ellos y nosotros llamábamos “la casilla”, dos terrenos mas arriba de donde correspondía, una parte, y el otro pedazo en un terreno municipal.

Nadie apareció para sacarlo de su error. No vivía nadie más por ahí que un matrimonio que se hizo viejo doblando la espalda para llegar a la tierra, y luego murieron en el chalet del dueño del campo fraccionado.

Ayudaron a mis padres a cortar, del monte, los varejones y los troncos de eucaliptos y a arrastrarlos hasta el terreno con la rastra tirada por dos bueyes.

Apilados, como un tesoro, paquetes de tablas del aserradero para forrar la casilla, en el tren de la Barra Santa Lucia, junto al Motor- Mann, (así decía mi padre) aquel personaje enfundado en impecable traje de lanilla gruesa, con botones relucientes y gorra de visera dura.

El involuntario y fatal error, expropiatorio de lo público y lo privado, fue resuelto sin que el municipio ni el propietario se enteraran. Bastó con mirar mejor unos papeles grandes, amarillentos, con trazos y marcas incomprensibles, a ojo de buen cubero.

Un domingo, con sarampión mis hermanos y yo, (se usaba meternos a todos juntos en la misma cama y de una vez todos salíamos curados…Si uno se agarraba piojos, nos pelaban a todos. Era preferible el agua con querosén. Si nos pescábamos varicela o paperas la terapéutica era similar); Ese domingo fue una fiesta de convalecientes, nos metieron debajo de una sombras y nunca más salimos del asombro del día que vivimos.

Don Gamboa, con sus dos bueyes, Solito y Aviador, la picana recostada al hombro derecho apuntando al cielo, prontos para cinchar la casilla hasta los nuevos ocho pozos, que de boca abierta esperaban para recibir la casilla, donde quedaría para siempre, definitivamente.

Mi padre, tres hermanos, un vecino, milico jubilado que construía con sus dos hijos, (también milicos) un largo rancho de terrón, decidieron resolver, a su manera, el traslado.

Descalzaron las vigas de madera de la tierra, calzaron un extremo y apuntalaron el otro, metieron de lado a lado, por debajo, troncos con espacio para que un hombre pudiera levantar y cargar.

Habían calculado, (a ojo), lo más  equilibradamente, el peso.

Don Gamboa, un hombre muy arrugado, las manos con forma de herramientas, sus pies adaptados a los suecos de madera, que cuando no estaba arando la tierra andaba al mismo tranco; Sin dejar la picana, como un mariscal en campo de batalla, con el pucho de tabaco babeado en la boca, dio la orden a los hombres como si fuera sus bueyes.

-            ¡Vamos, levanten!

Solito y Aviador, no fueron necesarios, siguieron rumiando y babeándose con sus ojos grandes, de buenos.

-          Descansen.

Ordenó Don  Gamboa.

A gritos, para animarse, un puñadito de hombres, con el sol bien alto, a pulso, dejó, para siempre, la casilla en su lugar.

La sombra del único paraíso era sólo una raya en la tierra.



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Vivo en Canelones. Realizo actividades como comunicador en Radios. Escribo, entre cosas, notas y artículos, algunos publicados en la prensa local y nacional. Mi correo: rabrines@adinet.com.uy

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