Eliza y Miguel
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Notas de Miguel

06.11.2008 04:44

Todos los habitantes de este planeta tuvimos acceso a una inmensidad de información -por todos los medios de comunicación existentes- referente a la muerte del Papa Juan Pablo II, los homenajes fúnebres y el momento del sepelio. Se estima que sólo a través de las pantallas de TV, dos mil millones de personas lo presenciaron en directo.

De todas las ceremonias acaecidas, quiero destacar la última. Sucedió algo excepcional, que advirtió hasta el más distraído, en lo que se refiere a la presencia de dirigentes y gobernantes que están en posiciones antagónicas y que -sin embargo- hicieron acto de presencia juntos, ante el Pontífice fallecido. Dieron también una conmovedora muestra de espíritu de paz y confraternidad, que fue uno de los atributos que marcó el papado de Juan Pablo II.

Las imágenes registraron al Presidente de Francia besando la mano de la Canciller norteamericana.

Vimos al primogénito de la Soberana inglesa estrechando la mano del Presidente zimbabwés.

Fue insólito ver al mandatario israelí saludando a sus pares sirio e iraní... Al dirigirse a este último, su exótica actitud llegó al clímax: utilizó su lengua natal -el farsí- porque el Presidente judío nació en Irán. Pero no señalemos sólo las actitudes de él, también nos asombraron las que recibió: Ver al gobernante argelino levantarse para abrazarlo... ya colmó nuestra perplejidad.

El pluralismo político y religioso tuvo sus manifestaciones más salientes y llamativas, adornadas de cordiales saludos, expresiones galantes hacia las damas -totalmente ausentes de discriminación racial- y abrazos fraternales.

Observar a Francia y Estados Unidos dejar de lado sus discrepancias políticas por Irak, Irán y Siria; presenciar la comunión pacífica del islamismo musulmán y el judaísmo; asistir al saludo afectuoso de algunos, con aquellos otros a los que tildaran pública y enfáticamente de aborrecibles... ¡fue todo un acontecimiento!

Ha sido -sin duda- el mejor homenaje póstumo que pudieron hacerle al hombre que intentó encauzar al mundo por el camino de la paz y el entendimiento entre los pueblos. Para lograr eso -lamentablemente- Juan Pablo II tuvo que morirse.

Y al resto de los terrícolas que lo sobrevivimos, se nos ha mostrado la mayor comedia de falsedad, de insuperable hipocresía y estratégica fábula protocolar que hayamos conocido. La mayor -sí- por la categoría del difunto. Porque este tipo de ficciones son de orden, imprescindibles y hasta forzosas; en los funerales de todo aquél que abandone este mundo, siempre y cuando haya gozado -en mayor o menor grado- de notoriedad.

Nada importa a los partícipes de estas solemnes despedidas, el verdadero cariz de su relacionamiento en el diario vivir. Y enfocando el tema hacia los oradores zalameros a que se hace acreedor todo fallecido importante -aunque esto no se aplique al Papa ni a otros pocos- tampoco es evaluable la cuota de merecimiento que le pueda haber correspondido al muerto antes de perder la vida.

Tal vez algunos crean -ingenuamente- que la obra teatral representada por los amos del poder en el Vaticano, hará mejorar un poco al mundo... No. Todo retomará su podrido cauce mientras allá, lo primordial ahora, es obtener consenso para que asome de una vez el humo blanco.

17 de abril de 2008




06.11.2008 04:36

En los tiempos que corren, a menudo observamos grupos de jóvenes que están muy lejos de llevar una vida civilizada. Se hace necesario contenerlos por los incidentes que causan, y muchas veces se actúa sobre ellos con la misma violencia generada por sus excesos.

Cada individuo tiene como componente importante de su proceder, la cuota parte que le corresponde por herencia. Pero hay otros factores que inciden en su comportamiento. La carencia de los principios básicos de una buena educación -ya sea por maestros, profesores o familia- evidencia que los actores responsables de su formación no supieron administrar las disciplinas necesarias.

Si un niño crece indisciplinado, mal podrá entender lo que es el respeto, y llegará a la adolescencia con una escala de valores tremendamente carente y un concepto del bien y del mal supeditado a la falta de su formación adecuada. Se moverá por impulso y un instinto primitivo lo empujará a conseguir lo que quiera sin que le importe la forma de obtenerlo... y a destruir lo que le moleste sin que le preocupen las consecuencias que pueda ocasionar.

Cuando se habla de este tema, la solución que se maneja para erradicar el problema, se fundamenta exclusivamente en la educación. Perfecto. Eduquemos niños para prevenir y evitar la existencia de futuros jóvenes inadaptados. Pero no pretendamos revertir la situación con educación cuando ya es tarde. Muchas cosas es capaz de aprender un ser humano a cualquier edad, pero no todas. Lamentablemente, si en el correr de la niñez no se le enseñó a conducirse con normas correctas de conducta... si pasó el tiempo de prevenir, con ese niño... no quedará otro camino que curar.

La actitud de un grupo de vándalos que tomaron por asalto al estadio Centenario, donde quedaron como rehenes los espectadores que tranquilamente presenciaban el "clásico", intentó ser justificada con la excusa de la juventud, el alcohol y las drogas. Desde ese ángulo, parecerían confundirse las competencias de un escenario deportivo con las de un ámbito de corrupción. No por ser joven hay que ser alcohólico ni drogadicto, y a los que ya cayeron en la trampa, no debería permitírseles frecuentar lugares donde el espectador asiste y paga para entretenerse y pasar un rato en paz.

Por otro lado, está el dispositivo montado para controlar cualquier intento de alterar el orden público. Este otro grupo padece de otras carencias que le impiden desempeñarse con profesionalidad, y el disturbio termina en una batalla campal, donde unos y otros se agreden como mejor pueden hasta que alguien cae malherido, como si ese fuera el indicio para dar la guerra por terminada.

Lo que sucedió en el estadio el domingo 5 de diciembre no es un hecho aislado, viene sucediendo con frecuencia en distintos lugares aunque los actores son los mismos: grupos de jóvenes y policías.

La única explicación para este hecho, por el lado de los iniciadores, es el seudo machismo de las barras bravas... que son bravas mientras son barras, porque individualmente, sólo son maulas que se escudan en su juventud para descargar un odio iracundo -provocado por sus propias carencias y fracasos- como si el resto del mundo fuera culpable de lo que les pasa. Y por el lado de los represores, se argumenta la presión a que están sometidos en estos actos que denominan "de amotinamiento", a lo que bien sabemos que podría agregársele la falta de descanso, el mal pago y hasta la alimentación inadecuada.

Ambos grupos son víctimas del largo proceso de deterioro que ha venido sufriendo nuestra sociedad. Pero también ambos grupos son victimarios uno de otro, y más de una vez -lo que es peor- de alguna persona que queda en el medio sin intención ni forma de evitarlo.

La comunidad no tiene por qué soportar las excusas de uno y otro lado justificando sus respectivas inconductas, como si esa fuera una forma de convencerla de que así están las cosas, y así van a seguir. Mucho más sensato sería sincerarse con la gente -que ya está acostumbrada a su encierro domiciliario mientras la delincuencia anda suelta- y confesarle que el asunto los supera, que los pocos efectivos capacitados con que cuenta la policía se destinan a Punta del Este, que Montevideo le ha puesto uniforme a cualquier trastornado, y que mejor se queden en casa escuchando el partido por radio.

Muy pocos de los jóvenes inadaptados podrán llegar a la madurez. Tanto el consumo de alcohol y drogas, como la práctica de éstas y otras actitudes violentas, han de dejar a algunos de ellos discapacitados, a otros presos y a algunos muertos.

La fuerza policial tampoco tiene muy halagador futuro, si está obligada a perder el tiempo en que debería servir a la sociedad en sanearse a sí misma, diezmando sus filas a diario para engrosar la población carcelaria.

Mientras tanto el pueblo, que no puede disfrutar sanamente de un día de sol y un buen partido de fútbol, ni andar por las calles tranquilamente y sin riesgos, sigue confinado a mirar pasar la vida desde atrás de las rejas de su propia casa.

Es muy grande el problema y está demasiado avanzado. Llevará muchísimo tiempo erradicarlo apuntando a la educación y a la formación correcta de los involucrados.

Pero mientras las nuevas generaciones crecen en base a disciplinas bien aplicadas, mientras la policía organiza sus finanzas y su material humano; hay que hacer algo por los que ya crecieron con la educación debida, los que conocen el respeto por el prójimo, y tienen derechos que los otros no les permiten ejercer... Hay que hacerlo ¡ahora!

Para eso hay que legislar. Seria, dura y crudamente, legislar. Lo único que detiene al hombre es el miedo. Lo que más aprecia es su libertad. Quisiera saber quién entraría al estadio con una piedra en el bolsillo, sabiendo que por eso tendrá que entregar 10 años de su vida y que si tiene 15, el regalo de cumpleaños a los 18 será el traslado de un instituto de reclusión de menores al COMCAR o a Libertad...

Legislar para que el jovencito irritado se detenga a recapacitar si le conviene continuar con sus desmanes a riesgo de verse privado de lo que más quiere por mucho tiempo, o le resulta más saludable serenarse y tratar de imitar a los que se comportan de forma pacífica. Hay que tener en cuenta que lo primero que descubren es lo que les gusta y lo que no. Mientras sepan con certeza que el costo por sus malos actos es barato y corto como ahora, su "enfermedad" seguirá su curso hasta convertirse en incurable.

Legislar para que la fuerza pública se convierta en lo que debe ser, se remunere y se forme como debe ser. Y mientras eso ocurre, los perturbadores de ambos lados van a ir aprendiendo a contenerse, porque les conviene. Son inadaptados... pero no tontos.

18 de diciembre de 2004




06.11.2008 02:10

En estos últimos años he escuchado con asombro cómo esta generación -en su mayoría- rechaza recordar lo ocurrido en el pasado. Me sorprende que muchos prefieran olvidar la historia y hacer desaparecer con ella los recuerdos. Si bien lo acepto - porque cada uno tiene el total derecho de vivir a su manera- no por eso lo comparto.

Todos en este planeta tenemos historia, algunas fueron lindas y otras no. La vamos generando desde el nacimiento, e implícitamente formará recuerdos para nuestro futuro. El adolescente tiene recuerdos de su niñez, la pequeña historia de su corto pasado. Cuando llegamos a una edad avanzada, muchos más serán los recuerdos acumulados. Extraña suerte la de aquél que haya decidido olvidarla y nada tenga que recordar.

Tenemos un presente que vivimos cada día y un futuro que es mañana. El pasado ya no está, pero vive en nuestra memoria. De ahí rescatamos los momentos lindos que hayamos tenido, y principalmente, las adversidades que el destino nos haya puesto por delante, porque de ellas obtenemos experiencia. Es el patrimonio que nos aportan los malos momentos. Recordarlos es imprescindible para mejorar cada día nuestro comportamiento y por lo tanto, tener una vida más placentera.

Recordar lo vivido es como releer un libro, el de nuestra vida, por eso lo disfrutamos mucho más que cuando le dimos la primera lectura.

La vida siempre es hermosa y los recuerdos están inmersos en ella. Son frutos de un pasado que inexorablemente vive en nuestro mundo interior y aflora en cualquier momento que la circunstancia lo requiera.

Supongo que debe ser muy triste llegar al final, abrir el álbum de los recuerdos... y encontrarlo vacío.




05.11.2008 23:45

Es muy triste y doloroso ver cómo en estos últimos años ha aumentado la miseria en nuestro país. Como consecuencia, el hambre es compañera inseparable de los indigentes. No sabría cómo explicarles a los que nunca la padecieron, qué es lo que se siente. Y no me refiero a lo físico sino a lo anímico.

La pobreza está ahí, muy cerca de nosotros, arremete y abraza y es cada vez más difícil escapar a ella. Cada vez son más los barrios marginados, donde nadie va a ver qué pasa, y donde los medios de comunicación se acercan sólo en ocasiones muy especiales.

A aquellos que no conocen por dentro estos lugares -si fueran- lo que más les llamaría la atención sería la enorme cantidad de gurises... seres que pareciera que no tienen nada que ver con el resto de la sociedad. Es una realidad incontrastable: en ellos está el futuro de este Uruguay, emergiendo de la pobreza.

Cuando un hecho como éste está confirmado por las estadísticas que se divulgan, eso es prueba contundente de que no es exageración alguna, sino una realidad que ya rompe los ojos hasta de quien no la quiera ver. Bien sabido es que más del 50% de los chicos que nacen en este Uruguay vienen al mundo en hogares indigentes.

Esta miseria se inició hace mucho. Cuando el país estuvo en mejores condiciones para detenerla, los gobernantes de turno despilfarraron el dinero de los contribuyentes en asuntos que sólo les interesaban a ellos... y la dejaron avanzar.

La pobreza de hoy no es pasajera. No es una situación eventual creada por la pérdida de un trabajo, que hace caer transitoriamente el nivel de vida. Se trata de personas que han nacido y se han desarrollado en la pobreza, de donde nunca podrán escapar por sus propios medios.

Esta enorme franja de necesitados uruguayos crece a grandes zancadas en el Uruguay del siglo XXI. Si no surge -por voluntad de los que manejan el país- la intención de crear fuentes de trabajo estable para estos miles de hombres y mujeres desocupados que todavía no se han animado a salir a robar... el precio que habrá de pagar el Uruguay del futuro es imprevisible.

Son situaciones que no se revierten con la buena voluntad de personas que se acerquen a ayudar con actitudes de beneficencia, creando merenderos o cualquier otra salida eventual. Así solamente se logra ayudar a seguir sobreviviendo, que es lo mismo que alargar una trágica agonía.

Pero... ¡que los integrantes de la sociedad que están a un buen nivel no vayan a creer que éste es un asunto que no tiene nada que ver con ellos y que es problema de otros...! Tarde o temprano la sociedad acomodada tendrá que pagar directa o indirectamente el costo de esta situación... Y cuando ya sea demasiado tarde, nadie podrá escapar al caos...




17.07.2008 01:55

El dinero es tan importante para la gente, que la mayoría dedica gran parte de su vida a conseguirlo, y estaría en la  gloria si llegara a obtenerlo en abundancia. Pero en realidad, no se trata simplemente del efectivo en sí como papel moneda, que como objeto individual no sirve para mucho: no se puede comer ni usar para otra cosa que no sea comprar; es decir, dárselo a alguien a cambio de otra cosa. 

Si un hombre tratara de abandonar apresuradamente un barco que se hunde para refugiarse en una isla desierta y viera sobre la cubierta dos pesadas bolsas, una con dinero y otra con latas de alimentos... ¿les parece que tomaría el dinero y dejaría la comida? Seguro que no. Se daría cuenta que en una isla perdida en el océano no le sería fácil hacerse de comida y mucho menos encontrar a quien comprársela. 

Pero si el hombre no se encuentra en una situación límite como esa, su razonamiento será inverso: le dará al dinero una importancia  mucho mayor que al alimento. 

Es increíble que se ansíen tanto esos trocitos de papel  ?tantas veces sucios y con aspecto de inservibles?  como para ser capaces de trabajar sacrificadamente intentando conseguirlos. ¿Por qué el dinero es tan codiciado? 

La explicación es curiosa. Unos lo quieren porque los demás también. Ese pequeño rectángulo de papel impreso  ?llámese "peso" o como sea?  despierta la codicia general porque no existe alguien que no quiera o necesite lo que con él se puede conseguir.   

Si el dinero que alguien nos ofrece para que le hagamos algún trabajo, no fuera deseado por un tercero que sea poseedor de algo que queremos comprar... no lo aceptaríamos como pago de nuestra labor. 

La característica más importante que tiene es que todos lo quieren y lo necesitan. Y la paradoja es que no es codiciado porque sea dinero, sino que tiene valor porque todos lo codician. 

¡Qué lindo sería tener mucho, y cambiarlo por comida para alimentar a todos los que la necesitan y no tienen nada que dar en trueque por esos pedacitos de papel...!




02.07.2008 17:55

Entre los enemigos del hombre, el temor es uno de los peores. Cuando el individuo se deja dominar por él, no tarda en traslucirlo. Su eficiencia va mermando, deja de actuar normalmente, no se permite ser feliz y a veces, hasta su salud se deteriora. Llega a sentirse amenazado y lo invade la constante sensación de estar en peligro.

¿Qué puede hacer el ser humano ante esa sombra que suele proyectarse sobre su vida para convertirla en una eterna noche? ¿Debe cerrar los ojos ante el temor y obrar como si no existiera? De ningún modo. Si el peligro fuera real, tal actitud sería insensata. Lo prudente sería tomar todas las medidas posibles para evitar o reducir a un mínimo las situaciones de verdadero riesgo.

A veces observamos este problema en personas exageradamente tímidas. Suelen tener dificultades, presintiendo el peligro en todas partes. Claro, muchos de sus temores son imaginarios; pero sus mentes están tan sometidas a ellos, que no tienen el tiempo necesario para contemplarlos con serenidad y descubrir el verdadero alcance de cada situación. Su pánico es tal, que no son capaces de decidir sabiamente qué hacer.

El valor en el ser humano, es una virtud. La persona valiente tiene más posibilidades de tener éxito. Ve los peligros con discernimiento y trata de hacer lo más conveniente en cada circunstancia, actuando prudentemente para contrarrestarlos.

En cambio el temeroso carece de la condición de ver las cosas simplemente como son. Al estar limitado en su apreciación de la realidad, deja libradas sus decisiones a la suerte, sin tener en cuenta que en cualquier momento ésta fallará.

Naturalmente que los temores son de muchas clases e influyen sobre las personas de diversas formas. Pero ya sea que el hombre tema a la pobreza, al fracaso, al infortunio o a la muerte, debe enfrentarlos tal vez con respeto; pero no puede permitirse sucumbir ante ellos. Afrontándolos con tranquilidad, esos temores irán perdiendo magnitud e importancia y el individuo llegará a la conclusión de que suceda lo que sucediere, será capaz de actuar con coherencia.

Si puede lograr tal cosa, estará muy cerca de librarse de esa sombra enemiga. Podrá tomar medidas inteligentes para evitar, afrontar o mermar cualquier peligro  -imaginario o real-  y se sentirá seguro. Creo que es indispensable mantener la serenidad para determinar el grado de cada riesgo para encontrar la forma más conveniente de resolver favorablemente la situación.

Cuanto más veces en la vida apliquemos el sentido común  -el menos común de los sentidos-  mejor podremos salvar los obstáculos que se nos presenten. Y es muy probable que ese preciado sentido haga desvanecer muchos temores, llevándose con ellos otros tantos riesgos o peligros imaginarios. Así seremos  -sin duda-  un poco más felices.



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