Eliza y Miguel
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Cuentos de Miguel

27.07.2014 06:43

Por estas latitudes, el hombre puede estar casado simultáneamente con una sola mujer... aunque no son pocos los que se las ingenian para tener a mano alguna más. Pero las damas conocen perfectamente esa "tendencia", y a veces, suelen manejarla con gran habilidad.

Juan Carlos Martínez  –único hijo de un matrimonio con muchos bienes–  fue Médico a los veinticinco, se especializó después en Cardiología y culminó su carrera siendo un excelente Cirujano Cardiólogo. Tenía treinta y cinco cuando  –tras un largo noviazgo–  se casó con Carmen, una bonita y atractiva mujer.

Unos años después, se involucró con Nancy, su Instrumentista, que indiscutiblemente era una belleza... y se enamoró. Ella supo desde el comienzo que Juan Carlos era casado y que tenía una muy buena relación con su esposa, pero eso no fue impedimento para continuar, porque también estaba enamorada.

Transcurrieron los años, y el más feliz de aquella trilogía era Juan Carlos, punto central entre las dos mujeres. Carmen sabía que Nancy era la amante de su marido, pero aparentaba ignorarlo, manteniendo la actitud alegre y bromista de las personas que viven con placer y felicidad. Cuando escuchaba algún comentario insidioso, respondía sonriente que "no podía ser egoísta con un marido que la hacía muy feliz y la complacía en todo, privándolo de disfrutar la vida a su manera".

En una reunión que se organizó en su casa para todo el equipo de Juan Carlos, tuvo ocasión de conocer personalmente a Nancy. Podría decirse que mentalmente, elogió el buen gusto de su marido, reconociendo que Nancy reunía las condiciones para enamorar al hombre más exigente. Buena parte de la velada, ambas mujeres estuvieron conversando de forma tan cordial y divertida que Juan Carlos al verlas, sintió que se acrecentaba su felicidad. Sus colegas  –que por supuesto conocían la situación–  lo miraban casi con envidia al ver que esas dos hermosas mujeres que compartían su vida se habían convertido en amigas.

Juan Carlos tenía cincuenta y cinco años cuando murieron sus padres. Entre los bienes que heredó, había dos hermosas casas en Carrasco de alto valor. Una de ellas era la que ya compartía con Carmen y sus dos hijos; la otra estaba enfrente, donde habían vivido sus padres.

Cuando cumplió los sesenta, fue a ver a Mario Alonso  –su Escribano y amigo desde hacía mucho tiempo–  para hacer un testamento por los bienes heredados de sus padres. Increíblemente, en menos de un año, un accidente de tránsito truncó su vida.

Unos días después, Mario Alonso citó a Carmen y a sus hijos a su despacho para leer el testamento de Juan Carlos. Carmen desconocía la existencia del documento y escuchaba su lectura un poco extrañada. Ella y sus hijos eran los mayores beneficiarios, pero en el párrafo final se detallaba la voluntad de Juan Carlos sobre el destino de las mansiones que le habían sido legadas por herencia: Una sería para Carmen y la otra para Nancy, teniendo Carmen la potestad de elegir.

También estaba escrito en el documento que por estar ubicadas una frente a la otra, la casa que le correspondiera a Nancy, debía ser vendida por Carmen, entregándole a Nancy de inmediato, al contado y en un único pago, el importe obtenido de la venta.

Carmen asumió la responsabilidad de dar cumplimiento al deseo de su marido y así se lo hizo saber a Mario Alonso.

Una mañana de octubre, en el escritorio de su supermercado, Samuel Whesman revisaba los clasificados del diario "El Día", buscando casas en venta en la zona de Carrasco. Descartaba los ofrecimientos de las inmobiliarias porque entendía que tratando directamente con los dueños, las transacciones podían ser menos onerosas y los acuerdos más factibles. Marcó varios, pero uno de los avisos le llamó la atención: "Dueño vende hermosa casa. Hoy, oferta contado. Arocena y Mones Roses. 4 dormitorios, 3 baños, cocina, antecocina, living, comedor, biblioteca, garaje doble, barbacoa, amplio jardín. Tratar teléfono..."

Samuel pensó que las casas de la zona no eran como para que él pudiera pagarlas al contado, pero la palabra "oferta" pudo más, no le importó que fueran las 7:30 de la mañana y llamó. Se disculpó con la mujer que respondió, preguntó el precio y decidió visitar la propiedad antes de descartar el negocio.

Antes de darle la dirección, la mujer le hizo saber que no podría esperarlo más de media hora porque tenía que viajar. Le resultó extraño que alguien viajara justo el día en que tendría que atender a los posibles compradores, pero la intriga lo entusiasmó. Dejó al sereno encargado de abrir el supermercado a las 8, subió al auto y en quince minutos estaba tocando el timbre... de la casa de Carmen.

–Soy Samuel Whesman, señora, vine lo más rápido que pude, espero que la casa en venta esté cerca de acá.

–Mi nombre es Carmen. Tengo tiempo de mostrársela, es esa que está enfrente.

–¿Esa...? No lo puedo creer  –exclamó perplejo–  ¡es una mansión! Pero usted me dijo...

–No se preocupe, crucemos.

Recorrían la casa y Samuel esperaba encontrar algún indicio que le demostrara que no se había equivocado. Pero ya estaba convenciéndose de haber escuchado por teléfono, cualquier cosa menos la realidad; se estaba sintiendo inquieto y le pidió que le repitiera el precio.

–Usted perdona, señora Carmen, pero... ¿la casa tiene alguna hipoteca?

–No, para nada. Está totalmente liberada y tiene los impuestos y la contribución al día.

–Entonces... ¿dónde está el misterio?

–Eso es un deseo muy personal que no merece comentarios, señor Whesman.

–Tiene razón, disculpe.

–Si está interesado, puedo aplazar mi viaje si usted está en condiciones de cerrar el negocio al contado y ahora.

–Sí, señora, estoy interesado. Si no tiene inconveniente, llamaré a mi Escribano para que venga con el dinero y hagamos el trámite.

–Perfecto, eso evitará que tengamos que esperar al mío.

Diez días después, Carmen entraba en el despacho de Mario Alonso, que por haber sido amigo de Juan Carlos, también tenía con ella una relación amistosa.

–Aquí te traigo toda la documentación que acredita la venta de la casa y el importe total al contado.

–¡Qué rápido la vendiste!  –dijo Mario mientras revisaba el documento–  Pero acá hay un error... expresa que fue vendida en mil dólares... ¿quién pudo equivocarse así?

–Nadie, Mario, ese es exactamente el precio por el que la vendí. Solamente cumplí el deseo de mi marido al pie de la letra. Mi deber era vender la casa y entregar el dinero a Nancy... no figuran cifras en el testamento. 

–La regalaste...

–Lo lamento mucho por Nancy, pero vos sabés muy bien que fue amante de Juan Carlos por más de veinte años. Ya que tuve que compartir tan buen marido con ella, me parece justo y razonable cobrarle el tiempo que yo no lo tuve, mientras lo disfrutaba ella.

–Nunca me imaginé que fueras a hacer algo así, Carmen...

–Evidentemente, tu amigo tampoco... Haceme un recibo por todo esto y terminemos de una vez, Mario. Ah... cuando le entregues a Nancy su herencia, dale muchos cariños de mi parte, por favor.

Miguel




11.08.2012 03:27

Manuel camina por las calles del querido barrio que lo vio nacer y crecer, como a los árboles de la cuadra de su casa. Va sin rumbo fijo respirando el limpio aire de un mediodía de primavera y un sol tibio le acaricia el rostro. Es alto, fuerte, joven, tiene 25 años y muchos más por vivir junto a Sofía, a quien conoce desde la primaria y desde aquellos años, ambos se aman de verdad. Se siente feliz.

Pero lo verdaderamente maravilloso no es ese sol ni ese aire primaveral ni su querida novia, sino la presencia de su mano derecha fuerte, con la que puede estrechar con emoción la mano de sus amigos y acariciar a su Sofía cuantas veces quiera. La levanta hasta la altura de sus ojos para sentir el hermoso placer de verla; observa la palma áspera y las pequeñas cortaduras que el trabajo de carpintero le va dejando, como la cicatriz de un corte sobre el pulgar.

Qué terrible sueño tuvo. Recién ahora, observando su mano derecha, cae en la cuenta que fue una pesadilla. Sigue siendo el oficial carpintero de la empresa Mayo y Cía., se siente un trabajador hábil, capaz, inteligente, que conoce su oficio y con sus dos manos corta las tablas con total precisión sin fallar ni un centímetro. El resbalón de aquella tabla pesada y lisa y la sierra sin control que le atravesaba la muñeca llevándose su mano derecha... sólo existió en su fantasía onírica.

Tampoco eran reales la consabida desocupación y la angustiosa e inútil búsqueda de trabajo. Ni era cierto que hubiera desistido de casarse con Sofía pensando que un hombre con una sola mano está en desventaja para ofrecer lo mejor al ser querido.

La pobreza le había enseñado, entre otras muchas cosas, a establecer el límite preciso entre los sueños y la realidad. Mira una vez más su mano mientras camina. Sin la terrible pesadilla, nunca hubiera podido comprender su verdadero valor.

Se siente muy feliz al verse libre de todo eso al mirarse la mano perfecta y sentir el calor del sol sobre la piel. Siente la caricia del aire que juguetea con su pelo como si fueran los dedos de Sofía y exterioriza su alegría silbando un tango de Troilo.

Sabe que ese sueño marcará su vida, pasarán los años, blanqueará su cabeza, y el recuerdo de esa torturante alucinación continuará viviendo eternamente en su cerebro con indeleble nitidez. Pero ¡qué importa!, si Manuel Acosta sigue siendo un oficial carpintero con sus dos manos en perfectas condiciones.

Tiene un jornal diario asegurado, una modesta casita llena de sol en el barrio Belgrano, herencia de sus padres, y los dueños de la carpintería le prometieron un aumento de salario para el año que viene. Así va a cumplir el sueño de su vida: casarse con Sofía. Camina bajo el sol, disfrutando de su diestra que está ahí, en su lugar, grande y fuerte, como siempre, con sus venas abultadas y llenas de vida.

De pronto, comienza a oscurecer en pleno día, las casas parecen achicarse, el suelo pierde consistencia bajo sus pies, las calles se van estrechando hasta cerrarse en una trampa sin salida y esa niebla espesa hace más horrible la tarde.

La repentina oscuridad le impide ver su mano derecha y no encuentra la razón de por qué ya no se mueve, ya no se siente, ya no se palpa, ya no está... hasta comprender que nunca más la tendrá... porque está despierto.

Miguel




19.04.2012 03:41

Corrían bajo una lluvia persistente que no daba tregua, chapoteando en el agua que se escurría calle abajo. Ester vestía un impermeable un poco gastado, su pelo largo mojado caía verticalmente sobre sus hombros empapados. Fabio la sujetaba de la mano para evitar que resbalara, se había hecho de noche y la calle estaba oscura.

Al llegar a la casita tan bonita que habían alquilado en Malvín, a dos cuadras de la playa, comenzaría para los dos una nueva vida. Ya no eran jóvenes, él tenía cuarenta y dos y ella cuarenta. Habían acordado vivir juntos, una de las más antiguas aventuras del hombre en busca de la felicidad.

A partir de esa noche se amaron sin egoísmo, como si el mundo estuviera cerca del final.  Cuando se vive así, con la alegría que da el único sentimiento que es capaz de sostener este mundo tan duro, inexorablemente el tiempo va pasando más rápido.

Pero el hombre es depredador por naturaleza, y poco a poco, con el correr del tiempo, de aquellos sueños y esperanzas fueron quedando jirones. Y la responsable no fue la convivencia... cuando el amor es auténtico, el paso de los años no puede matarlo.

Disfrutar de lo que hay en común, ser complaciente en lo antagónico, y por sobre todas las cosas mantener el equilibrio, todo debe darse de ambos lados. No es bueno esperar mucho del otro dándole menos de lo que se es capaz.

Ester lo amaba mucho, pero no de la forma más sana sino con celos enfermizos, producto de su inseguridad,  y buena dosis de egoísmo. Fabio se sentía ahogado. Ella estaba convencida que Fabio era parte de su patrimonio, lo quería como al auto, a la ropa u otro objeto propio. Como lo sabía muy enamorado, daba por descontado que jamás la abandonaría.

Él, al pretender evitar discusiones, a veces daba muestras de sumisión y estaba creando en Ester el convencimiento de su dominio absoluto, de su control total.

A esa altura, Fabio había perdido la autonomía de sus actos y hasta el más importante de los valores que tiene el hombre: la libertad mental. Se sentía preso, y sin duda, los grilletes que sujetaban su cuerpo y su mente, no eran más que el amor que sentía por ella. Sólo él podía romper sus cadenas, pero empujaba los días con la esperanza de que las cosas cambiaran y volvieran a ser como al comienzo... mutilados sueños de enamorado.

Cuando el amor se equivoca y toma rumbos inadecuados para un sentimiento tan puro, ya está a punto de morir. Y el momento de su muerte depende únicamente de cuánto el otro se aprecie para lograr su salvación.

A Fabio le quedaba algo de resto, y de ahí se aferró para salir a la superficie. Lentamente se fue autoconvenciendo de que estaba en el camino equivocado, que el destino le jugaba una mala pasada y lo estaba poniendo a prueba. Su instinto de conservación le decía que debía escapar de esa trampa y salvar el poco vestigio de dignidad que aún le quedaba.

–Qué temprano te levantaste  –dijo Ester–  y ya estás pronto para salir.

–No tenía sueño  –contestó Fabio–.

–Sí, noté que dormiste poco, ¿se puede saber en qué andás?

–Está todo bien.

–¿Eso es todo?... algo te está pasando, contame, soy tu mujer y tengo que saber... ayer te llamé por teléfono al trabajo y no estabas, ¿dónde te habías metido?

–Habría ido al baño, no sé... estaría en otra oficina...

–Siempre el mismo pretexto, ¿vos pensás que soy idiota?, vos tenés otra mujer, pero cuando lo descubra... lo vas a pasar muy mal, vos no sabés con quién te metés.

–¿Qué pasó con la mujer que conocí hace diez años?, la que lloraba de amor en mis brazos, ¿era todo una farsa?

–¿A qué viene eso?

–Viene a que en estos últimos años ¡te has convertido en un ser insoportable...!

–Si vos creés que te vas a separar de mí estás muy equivocado.

–Qué, ¿me compraste?, ¿soy de tu propiedad?

–No te compré, pero me pertenecés.

–¿Estás segura?          

–Por supuesto, te conozco muy bien, me querés mucho y jamás te irías de mi lado.

–Lo que yo creo es que me subestimaste porque sabés que te quiero. 

Fabio la miró muy fijo a los ojos con una mirada que Ester no reconoció.

–Pero te equivocaste, esto se termina hoy  –prosiguió–  no es posible que me sigas acechando, vigilando, controlando. Tampoco que me reproches lo que hago y lo que no hago. O me acuses injustamente de cosas que soy incapaz de hacer. Estoy cansado de tu desconfianza enfermiza. Andá a tratarte si querés, o quedate con tu locura... pero no quiero enloquecer contigo, ya esperé más que suficiente para que te dieras cuenta que así no quiero vivir. Quedate con tu obsesión, es toda tuya, no voy a participar más de ella.

Ester no podía creer lo que escuchaba, sintió que Fabio se había transformado en un hombre totalmente desconocido para ella.  Pero él continuaba.

–Renuncio a vos porque ya no es posible vivir a tu lado. Me estoy desprendiendo de sueños y fantasías que jamás se harán realidad. Renuncio a vos como un niño pobre a un juguete. Renuncio a vos porque en algún momento de la vida renunciamos a lo que queremos. Estoy en paz conmigo, he ganado mi autoestima y he recobrado mi libertad total. Viví más preso que los condenados a cadena perpetua, porque ellos están presos sólo físicamente y yo lo estuve mentalmente también. Ahora, cuando me vaya, ya no tendrás paz. Vas a llorar el juguete perdido, aquél que sentías más tuyo que vos misma. Me vas a ver revoloteando a tu alrededor sin tenerme. Posiblemente llorarás sin saber por qué. Te sentirás vacía, impotente ante tanta soledad. Buscarás mi silueta en la ciudad. Me verás en cualquier hombre y sólo al acercarte te convencerás que no soy yo  –se levantó y abrió la puerta–.  ¡Hasta nunca!

–Y... tus… cosas  –preguntó Ester desconcertada–,  ¿no te las llevás?

–Me llevo lo más maravilloso que tiene el hombre en este mundo y que nadie le puede quitar sin matarlo: la libertad mental.

Miguel




26.03.2012 12:40

Sólo su cabeza asomaba por debajo de las blancas sábanas. Tenía grandes ojos y la mirada perdida, lejos, como en un vacío infinito. Su rostro pálido me trajo a la memoria a alguien, aunque sin saber a quién.

Sólo se sabía que era un alcoholista ingresado al hospital en la madrugada. Lo había encontrado la ambulancia, tirado en una calle del barrio La Mondiola. Los médicos decían que era difícil interrogarlo porque había perdido la noción del tiempo y del espacio.

No tenía conocimiento del mundo que lo rodeaba, y sin embargo, tenía una expresión inteligente e ingenua al mismo tiempo. A veces esbozaba una sonrisa de niño, que también creí haber visto en algún lugar. Al parecer, la voluntad lo había abandonado, así como todos sus recuerdos.

En cada recorrida que hacía por la sala, no podía desviarme de esos ojos, que me miraban siempre desde la cama 5. Nadie se había fijado en él, pero para mí era alguien conocido, oculto, lejano, y su mirada me abrumaba.

Traté de dejarme llevar por sus ojos intentando recordar a qué rostro pertenecían... Hasta que comencé a vislumbrar una sensación que se fue transformando paulatinamente en realidad.

Me vi entonces acodado al mostrador, tomando vino. Me vi emborracharme hasta no poder más. Me vi arrastrándome por la vereda y quedar caído junto al cordón, en una calle del barrio La Mondiola... Y me encontré despertando en una ambulancia, camino al hospital.

Miguel




15.12.2011 22:31

Muchos de ustedes están extrañando los cuentos de Miguel... También él extraña sus ratos escribiendo. Desde hace casi cuatro meses no le queda tiempo para hacerlo: mientras yo no pueda valerme por mí misma, toda tarea, además de la atención permanente que me profesa, está recayendo sobre él. Esperemos que pronto se encarrilen las cosas y así habrá por aquí otra vez muchos de sus textos. Mientras lo esperan, quise ofrecerles uno de sus cuentos largos, que está dividido en 6 post. Al final de cada uno figuran los links necesarios para leerlo completo. Disfrútenlo. Eliza

DAME LA MANO, PEDRO

Parte 1

Pedro había llegado a la vida en el año 73, en una de las tantas casuchas de lata y madera de los cantegriles de Aires Puros, muy cerquita de Batlle y Ordóñez y el arroyo Miguelete. A los cuatro años ya andaba en la calle vendiendo estampitas y pidiendo. A los diez, había ido a la escuela nada más que lo suficiente para aprender a leer y escribir.

Cuando el padre salía por las noches a juntar basura para reciclar, Pedro y su hermanita menor se quedaban con la madre, que los mandaba a dormir sobre un colchón viejo y sucio, tirado en un rincón del rancho, con sólo bolsas de arpillera para taparse. Después dejaba entrar a un hombre de otra casucha, conocido como "el Ostra", que los amenazaba con matarlos a golpes si llegaban a contar que se acostaba con ella.

Era un ladrón barato que tenía intimidada a la gente del caserío porque hacía unos años había matado a un hombre y la policía no pudo probárselo. El muerto había sido el padre de Pepe, el único amigo de Pedro. La pequeña se asustaba de "el Ostra" y lloraba, entonces Pedro la refugiaba en sus brazos y le repetía: "no llorés, Carmencita, cuando sea grande lo voy a matar."

Un día les dijeron que el padre estaba en el hospital pero nunca los llevaron a verlo... y al poco tiempo, que se había muerto. "El Ostra" se vino a vivir al rancho y Pedro no lo soportó. Le dijo a su hermana que no bien pudiera, la vendría a buscar para llevarla a vivir con él, y desapareció del asentamiento. Se fue con Pepe, que estaba más solo que él, ya que ni madre se le conocía. A partir de ahí se unieron a otros como ellos y la calle fue su casa. Subsistían robando para comer.

Un ladrón de autos mayor que ellos, les enseñó todo lo que sabía y los puso a trabajar para él. Aprendieron rápido, pero había peleas con los más grandes por el reparto del dinero, así que a los pocos años, Pedro y Pepe dejaron la banda para trabajar por su cuenta. Entre ellos no había problemas, repartían por igual todo lo que podían conseguir. Dormían en el Parque Rodó y cuando venía el verano, en la playa Ramírez.

Cuando la policía los encontraba robando iban un tiempo al INAME, a aliviarse de los peligros de la calle. Sabían sobrevivir al frío, la lluvia, la soledad, los intentos de violación de otros mayores y la total falta de cariño. Las pocas veces que alguien se les acercaba con la intención de ayudar, su recelo era tal que se mantenían al acecho para defenderse. Sólo confiaban el uno en el otro. Con esa forma de vida, a pesar de su corta edad habían forjado una personalidad dura, casi insensible, mucho más acentuada en Pedro.

Más de una vez habían intentado trabajar pero carecían de documentos, sus padres nunca los habían registrado. Pudieron ir a la escuela gracias a los buenos oficios de la Directora de la escuelita cercana al cantegril, que conociendo el problema de tantos niños sin inscribir, iba en contra de los reglamentos por no dejarlos tirados en la calle. Por lo menos dentro de la escuela estaban protegidos, aprendiendo algo útil para defenderse en la vida.

Pedro era uno de esos tantos gurises que jurídicamente no existen, simplemente, como si no hubieran nacido. Era inteligente, pero no tenía conciencia que el destino lo estaba golpeando duro, poniéndolo a prueba cada día. Era alto, físicamente fuerte a pesar de sus carencias, la intemperie lo había curtido. Se había recubierto de una caparazón tan dura como su realidad. Soñaba, siempre soñaba. Su mayor anhelo era salir de la calle y hacer una vida distinta, pero no sabía cómo. Todas las noches hablaba con Pepe de lo lindo que sería tener un trabajo, una casa, una familia... una de verdad, no como la que había dejado.

En una de sus entradas al INAME le habían tomado las impresiones digitales, entregándole un documento que decía: "Pedro Almeida, nacido el 6 de enero de 1973".

Sabía mucho de autos, ninguna marca le era desconocida. A pesar de su juventud, en ese rubro era uno de los mejores, había aprendido con los más expertos. Tenía veinte años cuando alguien le habló de "el Tano", un delincuente cincuentón, conocido por la policía, con varias entradas por contrabandista, estafador, falsificador y reducidor.

"El Tano" había conocido a Pedro cuando de chico vivía en el cantegril. Cuando lo encontraba en las calles, lo llevaba a comer y en una oportunidad le había comprado ropa. Hacía años que Pedro no sabía de él. Cuando le dijeron que era dueño de un galpón y compraba autos robados, lo fue a ver. "El Tano" se alegró de ver a Pedro y le gustó la idea de que trabajara para él. Le ofreció una casita modesta en la calle San Quintín, que Pedro aceptó con la condición de pagarle el alquiler.

Con el correr del tiempo, Pedro y "el Tano" se hicieron muy amigos. "El Tano" le enseñó todo lo que sabía de ese medio en que les había tocado vivir. Le explicó cómo tenía que declarar si algún día lo llevaba la policía y cómo se tenía que mover dentro de la cárcel si le tocaba ir. Pedro lo escuchaba con atención porque confiaba mucho en él, era de los pocos que lo habían ayudado. Un día, le dijo:

–Tomá esta tarjeta, es de Jorge Antúnez, el Abogado que yo tengo pa cuando la piola viene cagada, es un loco que se crió en la calle como nosotros, pero tuvo suerte y la familia que lo adoptó le dio un estudio. Es de los que no se venden, ni te quiere afanar todo lo que vos robaste.

–¿Y pa qué lo voy a ir a ver? –preguntó Pedro– si no pasa nada.

–No importa, haceme caso, decile que yo te mando, que trabajás conmigo, así sabe cómo te llamás y te conoce... ¿vos qué sabés cuándo lo podés precisar? En esta joda, en cualquier momento salta la bronca y así tenés quien te defienda y cuando puedas le pagás. Eso sí, le tenés que cumplir, si no, la quedás. Si no tenés a nadie, los milicos te amasijan y te tiran con un fardo que no sabés de dónde viene y te la comés doblada, ¿'tamo?. Me caés bien, gurí, como si fueras m’hijo. Sería bueno que una tarde de éstas salieras a vender en los ómnibus, curitas, lapiceras, cualquier cosa d’esas, pa cubrirte de la cana.

Una noche, al llegar al galpón con el producto de un robo, "el Tano" le preguntó:

–Che, Pedro, ¿te gustaría hacer mucha guita toda junta?

–Depende... si hay que matar, no agarro.

–No, no hay que matar a nadie. Porteño, vení, éste es Pedro, el que sabe y sabe de autos. Hace mucho que lo conozco, podés confiar, no es ningún batilana.

–¿Qué hacés, pibe?, "el Tano" me habló de vos. Te necesito para un laburo.

–¿Qué hay que hacer?

–Tenés que conseguir un auto que esté lo mejor posible y esperarme a mí y a dos más en una calle que te vamos a decir cuando llegue el momento, es un laburo fácil. Nosotros subimos y vos tenés que rajar a donde yo te diga y meter pata a todo trapo, porque atrás puede venir la yuta. Te canto la justa, ¿pa qué mierda te voy a engrupir?. Por ese laburo, si sale bien, hay mucha mosca, no te digo cuánto porque depende, vos me entendés.

–Yo en esa nunca estuve, siempre robé autos pa cambiarlos por guita. Hasta ahora tuve suerte, si me agarran y me remiten, más de unos meses no me como... pero esto es otra cosa.

–Pensalo, mañana venís por acá y me contestás, así me das tiempo –si no agarrás– a conseguir otro, pero me gustaría que fueras vos, por lo que me habló "el Tano". ¿De acuerdo, pibe?

–'Ta bien.

Pedro tomó un 125 y se bajó en el Paso Molino. Entró a un boliche donde lo esperaba Pepe.

–Hola, Pedro, ¿cómo te fue?

–Bien, con "el Tano" no hay problema, siempre paga... ¿comemos?

–¡Comemos! –a Pepe le brillaron los ojos– 'tamo con plata fresca.

–Traénos dos milanesas a caballo con papas fritas y un litro'e vino –le gritó Pedro al mozo–

–Sos un fenómeno, loco, justo lo que quería comer.

–Decime, salame, ¿qué voy a pedir? –dijo Pedro riéndose– si siempre comés lo mismo.

–¿Qué?, ¿'toy pa la joda, 'toy?

–No te calentés.

Pedro metió la mano en el bolsillo, sacó la plata que le había dado "el Tano" y la repartió con Pepe. Eran de los amigos que se forjan en el dolor de la soledad y la miseria, se sentían hermanos. Siempre juntos, se ayudaban y se defendían contra ese único mundo que conocían. Cuando llegaron a la casita que le alquilaban a "el Tano", Pedro le contó.

–Conocí un pinta que me ofreció un laburo por mucha guita, es un afane grande. Tengo que conseguir un auto y esperarlo en algún lugar pa llevarlo no sé a dónde... siempre que no nos agarre la cana, ¿cómo la ves?

–Y... ¿qué querés que te diga?, medio brava la mano, ¿no?, parece de las pesadas, pero si hay mucha guita puede servir...

–Sí, yo sé que es otra cosa, pero con lo nuestro nos da pa vivir y nada más –dijo Pedro– mi hermana ya tiene doce años... los otros días 'tuve con ella... la quiero sacar de allá, si no, algo le va a pasar. Yo sé que mi viejo no murió, como dicen, lo mató "el Ostra". Por eso quiero sacar a la Carmen de allá... pero necesito guita, y ésta es una buena ocasión. Entonces la traigo, con mucha guita pa que estudie, y si a mí me pasa algo, qu’ella no tenga que volver allá o salir a la calle a changar. Y nosotros algún día tenemos que salir d’ésta; no sirve, hermano, no sirve... andar siempre corriendo y mirando p'atrás, pa ver si te sigue la cana.

–'Ta bien, Pedro, 'ta... y esta gente ¿no te irá a pasar?

–"El Tano" me dijo que son de ley y cumplen. El capo es Porteño.

–¿Qué querés que te diga?, yo la veo jodida la cosa, pero si a vos te gusta, prendele cartucho. Y no te hagás el bocho, yo siempre 'toy contigo en todo, ¿'tamo, Pedro?

–Ya sé, Pepe, que siempre puedo contar con vos. Dale, comé que se enfría.

–Ahora después me voy a buscar a "la parda"... che, la hermana está de la planta... ¿querés que las traiga p'acá?

–No, Pepe, en casa no, en las minas no se puede confiar nunca. No le digas donde vivís, voltiátela en cualquier lado, como hago yo, guita tenés. Y ojo con la bocina, ¿'ta?

–'Tas loco, Pedro?, yo no hablo de lo que hacemos...

–Yo te digo que te cuidés de las mujeres, son todas una mierda, en cuanto te pueden cagar, te cagan... y vos pa eso sos medio gil... vos sos mi hermano, ¿'ta?, pero si pasa algo, cortamos de raíz.

–'Tate tranqui, Pedro, vos sabés que no voy a buchoniar, yo no voy con las minas p’hablar, ¿'ta?.

Pedro tenía buena facha y era ganador con las mujeres pero no se involucraba con ellas más de lo necesario. Salía con la que estuviera de turno una o dos veces y en cuanto se presentaba una oportunidad, cambiaba. Pero siempre iba de frente, les decía que no quería ningún tipo de compromiso. Lo que su madre le había hecho presenciar de chico lo había marcado a fuego. Para él, todas las mujeres eran putas, se podría decir casi que las odiaba. Cuando tenía sexo con ellas lo hacía con violencia, como si estuviera descargando aquella bronca de su niñez en cada desahogo. Pero hacía poco había conocido una gurisa que le gustaba mucho, por eso a Pepe le gustó la oportunidad para decirle:

–Y ¿qué me decís de la Sonia, eh?, ¿no es una mina?, porque d’esa no pensás que es una mierda...

–Es la única, escuchame bien, es la única de todas las que conozco que es distinta. No sé si es mejor o peor, pero es distinta. Me habla distinto, me mira distinto... todo, ¿sabés?, todo es distinto... ¿me entendés, Pepe?... pero no, ¡qué me vas a entender!

–¿No será, loco, qu’esa fulana se te metió en el bocho y por eso la ves distinta?

–¿Qué decís?, ¿que la quedé con la Sonia?, n’a que ver, hermano, es distinta y 'ta. Mejor comé, así no hablás.

Pedro había conocido a Sonia en un negocio de ropa del Paso Molino, donde había entrado una tarde a comprar un vaquero. Se había acercado a atenderlo con una agradable sonrisa y sus blancos dientes se destacaron en el rostro bastante morocho. Sus hermosos ojos verdes, llenos de vida, hablaban por ella. Tenía el pelo renegrido, la nariz pequeña y los labios gruesos. Era delgada, bonita y muy femenina. Evidentemente, no pasó desapercibida para Pedro, que casi inconscientemente, la miró como si fuera de otra especie, como si no formara parte del género que casi despreciaba. Lo atendía solícitamente y se sintió cómodo. A ella también le había caído bien, el aspecto de Pedro le había gustado. Cuando salió del probador con el vaquero puesto, Sonia lo miró complacida.

–¡Te queda bárbaro! –le dijo– como de medida. Sos del barrio, ¿no?

–¿Por...?

–Porque te he visto pasar con otro muchacho alto como vos.

–Ah, sí.

–Te voy a hacer un descuento como si fueras cliente de la casa, pero no digas nada.

–'Ta bien, gracias... ¿te caí bien?.

–Sí.

–Vos a mí también. ¿A qué hora salís?, si querés te espero.

–Bueno... no sé... salgo a las siete.

–'Ta.

A las siete y cinco salió del negocio con dos compañeras, se despidió de ellas y se acercó a Pedro que estaba en la parada del ómnibus.

–Hola –dijo Pedro–

–Hola, ¿cómo te llamás?, hoy no te pregunté.

–Pedro, ¿y vos?

–Sonia.

–¿Querés ir al boliche a tomar algo?

–No –contestó Sonia– hoy no, porque no dije nada en casa y si no llego a la hora de siempre mis padres se van a preocupar. Otro día les aviso que voy a salir y no hay problema.

–'Ta bien.

–Si querés, me acompañás a casa, es acá cerca, a cuatro cuadras por Castro.

–'Ta, vamos.

Cruzaron Agraciada y tomaron por Castro hacia el Este.

–A mí me gusta mucho este barrio –dijo Sonia– será porque siempre viví aquí.

–Es lindo.

Sonia sonrió.

–Disculpá, no soy de hablar mucho.

–Sí, me di cuenta.

–No sé, me parece que vos sos distinta que las otras.

–¿Qué? –dijo Sonia riendo– ¿no me ves como una mujer?

–No, no es eso.

–Explicame por qué soy distinta.

–No sé... me gustás mucho.

–Ah, bueno, eso está mejor... Vivo ahí en la mitad de la cuadra, en esa casa rosada que tiene el farol en la pared –Sonia se detuvo frente al portón– ¿tenés con qué apuntar mi teléfono?

–No, no tengo. Pero decime que no me olvido, nunca me olvido. Me queda todo en el bocho... todo lo que quiero.

–De mañana estudio inglés y computación y de tarde estoy en la tienda, pero de noche siempre estoy en casa –dijo al darle el número– si querés, me llamás y arreglamos para salir.

–'Ta.

–Chau, Pedro.

–Chau.

Pedro y Sonia se siguieron viendo. Se sentían muy bien juntos. Pedro comenzó a hablar un poco más de lo habitual pero jamás le contaba su vida, ni pasada ni presente. Y Sonia no preguntaba, no era curiosa; si quería saber algo, esperaba que llegara por su cauce normal, sin ir en su búsqueda. Pensaba que tirando de la lengua a los hombres sólo se consiguen mentiras, en cambio si hablan solos, la mayor parte de lo que cuentan es verdad. Era como un bálsamo en la vida tan conflictuada de Pedro, pero no podía explicar dónde estaba la diferencia entre Sonia y las demás mujeres. Casi providencialmente, había conocido una mujer dulce, tierna y cariñosa y había comenzado a quererla tal como la veía.

Detrás de esa joven tan sensible había una mujer muy inteligente, con personalidad. Él se apoyaba en esas condiciones humanas de las que había carecido desde su nacimiento. Esa clase de mujer siempre le había sido esquiva, tal vez donde iba a buscarlas, estaban aquellas que habían padecido su mismo mal y más que dar, esperaban recibir.

Sonia tenía un superávit muy grande de las cosas que le habían faltado a Pedro. Había nacido en un hogar humilde, con carencias económicas pero no afectivas. Sus padres habían generado entre sí tanto amor que hubieran podido repartirlo con veinte hijos, pero el destino quiso que fuera sólo una. Con todo ese acervo se había quedado Sonia, que a su vez lo distribuía generosamente entre la gente a quien quería. Todo eso, sumado a su discreción, la hacía una mujer diferente, esa diferencia que Pedro no sabía explicar y se limitaba a repetir sistemáticamente "es distinta, ¿'ta?"

Miguel

Continúa:

Parte 2: http://blogs.montevideo.com.uy/blognoticia_52200_1.html

Parte 3: http://blogs.montevideo.com.uy/blognoticia_52201_1.html

Parte 4: http://blogs.montevideo.com.uy/blognoticia_52203_1.html

Parte 5: http://blogs.montevideo.com.uy/blognoticia_52204_1.html

Parte 6: http://blogs.montevideo.com.uy/blognoticia_52258_1.html




15.12.2011 22:29

DAME LA MANO, PEDRO

Parte 2

"El Porteño", nacido en una de las tantas villas miseria de la provincia de Buenos Aires, había tenido de chico una vida muy similar a la de Pedro. Tenía una larga trayectoria delictiva y se había movido con asaltantes de gran experiencia. Con cuarenta y cinco años de edad, tenía en su haber muchos asaltos en la Argentina, la mayoría a Bancos. Algunos años de cárcel lo habían convertido en un profesional muy conocido en su país.

Antes de cometer un asalto se tomaba todo el tiempo suficiente para hacer un exhaustivo estudio del lugar elegido para no cometer errores. Chequeaba todos los datos recibidos de los informantes, verificando si estaba en el camino correcto. No era un asesino, tiraba –u ordenaba tirar a sus compinches– sólo que hubiera riesgo de vida. En muchos casos, disparaban al aire para intimidar.

Había estado muchas veces en Montevideo, pero siempre de vacaciones –algunas obligadas– nunca había trabajado acá. Esta vez, tenía en mente efectuar un asalto totalmente limpio, donde el profesional pone su arte... de esos que dan que hablar a la crónica policial. Tenía buena información de lo descuidados que andaban los transportes de valores blindados, ofreciendo una excelente oportunidad a los que conocen el oficio. Le habían asegurado que en Montevideo –en los cinco o seis años que llevaba de restablecida la democracia– la vigilancia en las calles casi no existía.

Había llegado con "el Lagarto", un compinche de su confianza con el que trabajaba desde hacía muchos años. Llevaban tres meses preparando algo muy sabroso. Habían invertido dinero y muchas horas diarias, pero si todo salía bien –como esperaban– compensaría con creces todo el esfuerzo. Los otros dos ayudantes eran recomendados por "el Tano": Pedro, su mejor proveedor de autos, y "el Cascarilla", un ladrón de poca monta que nunca había hecho nada importante en su vida más que estar preso por ratería. "El Tano" lo estimaba mucho y quería que pasara a una categoría mejor. El equipo estaba armado y había que esperar la orden de "el Porteño" para largar.

El día señalado, Pedro se levantó a las diez de la mañana. Pepe ya estaba tomando mate.

–A la una me voy –dijo Pedro– hoy es el laburo grande. Si no llego pa la noche, escuchá el informativo y vas a saber qué pasó. No salgas, quedate quietito acá –miraba fijo a Pepe que lo escuchaba callado– si esto sale bien vamo’a levantar cabeza, ¿'ta?

–'Ta bien, lo que vos digas.

Era un día frío de agosto. Cuando Pedro salió caía una llovizna persistente. Con un bolso al hombro, caminó por San Quintín hasta Agraciada y subió al primer ómnibus que pasó hacia el centro. Se bajó en Paraguay y Paysandú, tomó por Paraguay hacia el Sur, cruzó Dieciocho y en Maldonado dobló a la izquierda. Ya la lluvia era intensa, ayudando a que la calle estuviera casi desierta. La poca gente que se veía, caminaba a paso ligero cubriéndose la cabeza con el paraguas.

Pedro miraba los coches estacionados buscando el adecuado. Dobló a la derecha en Cuareim y a la altura de Durazno, su instinto le hizo pensar que estaba frente a lo que buscaba: un Peugeot casi nuevo. Sabía que tenía motor potente, buena estabilidad y se maniobraba fácil, requisitos indispensables para el trabajo a realizar. El agua corría por su campera de nylon, simuló cubrirse de la lluvia en la puerta de una casa antigua para observar el auto que estaba frente a él. Sacó del bolso unos guantes que le había dado "el Tano" y una especie de ganzúa para levantar los pernos de las cerraduras de auto, cualquiera fuera su combinación. Lo abrió en seguida y con la misma herramienta puso en marcha el motor.

Tomó Durazno y dobló en Yaguarón hacia el Cementerio Central. Miró el marcador de nafta que indicaba más de medio tanque y consideró que estaba bien. Por Gonzalo Ramírez se dirigió al parque Rodó. Se internó en aquel terreno tan conocido y detuvo el auto en un lugar desolado. Bajó con el bolso, usó un destornillador para retirar las matrículas y las cambió por otras del Departamento de Flores. Era temprano, tenía que quedarse casi media hora para hacer tiempo. A las tres y media arrancó. Tomó Bulevar Artigas hacia el Sur y en la Rambla dobló hacia el Este. En Luis Alberto de Herrera se detuvo. Dos minutos después apareció "el Porteño" en medio de la lluvia como si hubiera caído del cielo. Subió al auto y puso atrás un bolso grande.

–¿Todo bien, pibe?

–Sí.

–Me gusta esta lluvia –dijo "el Porteño" sonriendo– buena máquina, conseguiste.

–¿Por dónde voy?

–Seguí por la costanera, yo te aviso dónde paramos.

A la altura de Punta Gorda lo hizo detener. Al momento apareció "el Lagarto".

–¡Hola, hola! –dijo contento– linda la lluvia, ¿todo bien?

–Por ahora –contestó "el Porteño"– que siga así.

Pedro siguió por la Rambla y al llegar al Náutico subió "el Cascarilla". Los tres traían guantes puestos.

–Bueno –dijo "el Porteño", vamos a repasar una vez más pa no hacer cagada. Cuando llegue el blindado con la mosca y abran la puerta de atrás, les metemos las matracas y los encerramos en el camión. Vos, Cascarilla, entrás al Banco y desarmás al único milico que hay, le ponés las esposas y lo trabás en cualquier fierro. Vos, pibe, tenés el motor en marcha y la valija sin llave. Esto no nos puede llevar más de dos minutos, si no, ¡cagamos! Ahora saquen los fierros de esa bolsa y los gorros, que nos van a dejar sólo los ojos a la vista. Ustedes, los de atrás, agáchense, que es mejor que no vean a tantos hombres en un auto. ¿Alguna pregunta?

–No, Porteño –contestaron– todo claro.

Siguieron hasta el hotel Carrasco y entraron en Arocena. El auto se detuvo en la acera de enfrente al Banco, mirando hacia el Norte. Pedro estaba tenso, era la primera vez que estaba en algo así. No tenía miedo, pero quería que el trabajo se hiciera lo más rápido posible. Los segundos le parecían horas.

–Tranquilo, pibe –dijo "el Porteño"– si te me ponés nervioso no me servís. Si no me cambian nada, todo va a salir bien, hace dos meses que vengo una vez por semana a mirar cómo bajan la mosca, lo tenemos bien calculado con "el Lagarto", no puede fallar. Hoy es el día que ese camión tiene más guita. Escuchame bien, pibe –hablaba mirando calle al frente– cuando rajemos, vamos pa Timoteo Aparicio y Villagrán, ¿sabés dónde queda?

–Sí –dijo Pedro–

–Tomá, estas llaves son de un Escort gris que está en esa esquina. Ahí zafamos de esta máquina, porque aquél está limpito, ¿entendiste?

–Sí.

–En cualquier momento aparecen –dijo "el Porteño" mirando el reloj– estamos en hora. El lugar que tiene el Banco para que pare el blindado está libre. Cuando llegue, no se olviden, hay que moverse rápido pero no apurados, y menos nerviosos. Quiero total concentración en cada movimiento, como lo ensayamos tantas veces con los dibujos... ¡Atenti!, ahí vienen, no levanten la cabeza, no salgan hasta que les avise.

En ese momento, la lluvia se asoció al asalto y arreció con todas sus fuerzas, caía vertical, repicaba en el pavimento y formaba una corriente calle abajo.

El camión se detuvo en el lugar habitual. Bajó el chofer con un revólver en la cintura y el acompañante con un arma larga y se dirigieron, cada uno por su lado, a la puerta de atrás. La abrieron y se vio el tercero, que estaba adentro.

–¡Ahora! –dijo "el Porteño"–

De inmediato, los guardias se vieron encañonados por "el Porteño" y "el Lagarto", que los desarmaron. Simultáneamente, "el Cascarilla" entraba al Banco.

–Muchachos –dijo "el Porteño" con tranquilidad– nosotros estamos jugados, no se hagan matar al pedo, piensen en sus familias y tiren esas bolsas a la calle.

Las escopetas de caño recortado se apoyaban en las cabezas de los dos guardias. El que estaba adentro llevó la mano al revólver y "el Porteño" le gritó:

–¡No hagas cagada, sacalo despacio y tiralo afuera! –cuatro bolsas y un arma cayeron sobre el cemento mojado– ¡vamos, suban!

Al subir los guardias cerró la puerta. Metieron las bolsas en la valija del auto en el momento en que llegaba "el Cascarilla".

–¡Rajando, pibe! –ordenó "el Porteño".

La operación había durado dos minutos y segundos, a lo sumo. Pedro, que había presenciado todo desde adentro del auto, no podía creer con la rapidez que se habían movido. Era indudable que la intensa lluvia que caía sobre la ciudad oscureciendo el cielo, había sido un gran aliado.

Rugió el motor del Peugeot acelerado a fondo, y desaparecieron por Arocena a toda velocidad. Al llegar a Bolivia, Pedro dobló hacia el Norte, tomó Camino Carrasco, dobló en Raissignier y entró en Timoteo Aparicio. Tres cuadras después, divisó el Escort gris en el cruce con Villagrán.

Rápidamente cambiaron de auto las sacas y sus bolsos y en menos de un minuto estaban todos adentro sin que ninguno pronunciara una palabra. No fue necesario, lo tenían todo muy bien estudiado y estaban totalmente concentrados, como había pedido "el Porteño". Velozmente, el Escort gris se desplazó por Villagrán.

–Ocho de Octubre, José Belloni y Lisboa –dijo "el Porteño"– lo demás te digo después.

Pedro obedeció sin contestar. Cuando dobló en Lisboa hacia el Norte, "el Porteño" le indicó:

–Suave ahora, en la otra cuadra a tu derecha hay una casa antigua con una entrada para coches al costado que está abierta. Entrás y parás el auto atrás de la casa.

Ya a salvo, bajaron y entraron a la casa por la parte trasera. Por los escalones de hormigón accedieron a la enorme cocina. Pedro llevaba su bolsito de herramientas y los otros las sacas y el bolso con las armas y los gorros.

–Pibe, dame las chapas del auto que usamos –dijo "el Porteño"– yo me encargo de ellas. Y ahora vamos a abrir las bolsas.

Acomodaron sobre la mesa los fajos de dólares, cada uno con el rótulo de la cantidad de billetes, su valor individual y el monto total. A "el Porteño" le brillaron los ojos al ver tanto dinero.

–Esto es más de lo previsto... ¡formidable...! Saquen, saquen todo –los cuatro, parados ante la mesa, miraban extasiados el botín– éstos son los momentos más felices de mi vida –se jactó "el Porteño" contando los fajos– acariciar la guita y saber que se la robé al Estado, a esa rosca de vivos que hay en todo el mundo haciendo lo que quiere con la mosca de la gente. Si les pedís un mango te degüellan con el interés y si no pagás te aprietan el cogote hasta que sacás la lengua. Ahora dimos vuelta la torta y con esto vamos a echarle una mano a unos cuantos amigos que están en la mala porque esos mierda ya los jodieron. Me pegaría un tiro en las bolas antes de robarle la cartera a una mujer o punguear un viejo... pero esto es un placer... Bueno, muchachos, acá hay un poco más de quinientos mil dólares... muy, pero muy bien. Muy buen laburo el de ustedes, y limpio.

Pedro nunca en su vida había visto tanta plata junta, creía que estaba soñando. Miraba la mesa y pensaba en su hermana, ahora podría ofrecerle una vida mejor.

–Metan las bolsas vacías en mi bolso –dijo "el Porteño"– que todo eso se va a quemar... ahora vamos a lo que importa: el reparto de la mosca. Vos, pibe, te llevás el 20%, cien mil dólares, igual que "el Cascarilla". "El Lagarto" y yo repartimos el resto, están de acuerdo? –al aceptar todos continuó– Este afane va a poner a toda la cana en las calles por varias semanas. Nosotros nos vamos del país pero ustedes se quedan, así que entierren la guita hasta que la cosa se enfríe bien. Después, la van sacando muy de a poco, muy despacio, ¿me entienden? Este fue un buen laburo, no hagan cagadas... si alguno cae por algo: ¡mudo!, donde yo esté me voy a enterar, y no me banco los buchones, ¿está claro? Si todo sale bien, dentro de un tiempo vuelvo y hacemos algo como esto. Ahora, vamos a salir de a uno, no podemos hacernos ver juntos.

–Yo me voy caminando –dijo Pedro– y me tomo un ómnibus.

–Bueno –aceptó "el Porteño"– salí vos primero.

Guardó su parte del dinero en el bolso y salió a la calle. Se estaba haciendo de noche y la lluvia era más suave. Caminó derecho hasta Belloni, dobló y llegó a Ocho de Octubre. Subió a un interdepartamental que venía de Pando y descendió en Uruguay y Rondeau. Bajó hasta Paysandú y tomó un 125 hasta Agraciada y Carlos Ma. Ramírez.

Caminando por San Quintín llegó a su casa. Pepe escuchaba la radio tomando mate.

–¡Hermano...!, por lo que dijo la radio fue un afane de la planta, cuando llegó la cana ya se habían borrado.

–Sí, salió todo bien. "El Porteño" sabe y sabe, no se le escapa nada... ¿y a vos qué te pasa?, ¿por qué estás mirando p'abajo?, ¿qué me escondés?

–No... Pedrito... no pasa nada...

–Sí que pasa, ¡mierda!, no me hagás calentar, ¡largá!

–'Ta bien, no grités, sentate.

–¿Pa qué me voy a sentar?, dale, decí... ¿qué?, ¿vino la cana?

–No, no, la cana no... el que anduvo por acá fue "el Facha"... ¿te acordás del "Facha"?

–Sí –dijo Pedro parado en medio de la cocina– vivía en el rancho de al lado y ahora es punga... ¿a qué vino?

–El quía vino a hablar contigo, vino a decirte que... a contar que la Carmen... tu hermana se murió, Pedro.

–¿Qué...?, ¿mi hermana...?, ¡vos 'tas loco!

–Sí, 'taré loco... pero la Carmencita se murió, 'ta muerta, es cierto, ¡'ta muerta...!

–Pero...¡¿qué mierda pasó, carajo?!

–"El Ostra" la agarró y se la hizo; de prepo, fue... Y ella se tiró al arroyo p'ahogarse. Dijo "el Facha" que vino la cana y la sacó, pero no averiguaron nada; se ahogó, y chau.

Pedro se había sentado en el suelo con la espalda contra la pared y las piernas recogidas. Se quedó largo rato con la cara cubierta con las manos, apoyada en sus rodillas. Un silencio sepulcral invadió la humilde cocina, hasta que lentamente, levantó la cabeza. Tenía el rostro bañado en lágrimas, en un llanto terriblemente silencioso. Estaba quebrado, la vida lo seguía golpeando muy duro, le había quitado lo que más quería en este mundo, ya era muy poco lo que le quedaba. Pepe lo estaba viendo llorar por primera vez en toda su existencia.

–¡Todo lo que hice hoy fue pa la mierda! –dijo Pedro golpeando la pared con sus puños– esto era pa cambiarle la vida a ella... Mucha promesa, le hice, y mirá vos... cuando la vengo a cumplir ya es tarde.

Pepe lo miraba y lloraba con él sin saber qué decirle, cómo ayudarlo.

–Mañana temprano te vas p'allá –dijo Pedro con los dientes apretados– y averiguás bien cómo fue la cosa –los nudillos le sangraban– quiero saber todo, ¿'ta?

–Si querés voy ahora.

–No, ahora no.

Pedro se tomó todo el vino que había, se tiró vestido en la cama y a la una estaba dormido. Cuando se despertó, Pepe ya se había ido. Al mediodía estuvo de vuelta.

–¿Y...?

–"El Facha" cantó la justa –dijo Pepe– fue "el Ostra" que se la montó, nomás. Ya la había amenazado de que si se escapaba la iba a matar... parece que la movía bastante seguido. Algunos la vieron cuando se tiró al arroyo... y cuando se dieron cuenta pa qué era, ya se había hundido.

–Y la madre, ¿qué dijo?

–¿Tu madre?

–Si.

–No me dio mucha pelota, como es ella... lo defendió al hijo'e puta, me dijo que él no le había hecho nada.

–Era de esperar... Gracias, Pepe, gracias por la pierna. Ahora hay algo que tenés que saber, por si a mí me pasa algo, si me matan o si voy en cana, vos me entendés...

–¿'Tas loco, vos?, a vos no te va a pasar nada, ¿'tamo?

–¿Y por qué no?, a cualquiera le pasa, ¿o no...? Vení, ¿ves que al lado del limonero hay tierra suelta?, en unos días se va a afirmar y no se nota más. Ahí enterré noventa y cinco mil dólares.

–¿Qué decís? –los ojos de Pepe se le salían de las órbitas al oír la cifra– ¿noventa y cinco... mil... verdes...?

–Bajá la voz.

–Pero es mucha guita.

–Sí, es. Fue la parte que me dio "el Porteño" por el laburo. Con eso iba a sacar a mi hermana de aquella mugre, era p’hacerla gente... pero no se dio... Ya veremos qué hacemos con ella, por ahora no se puede tocar, hasta que pase la bronca. Este rancho nadie te lo va a pedir, "el Tano" me dijo que era de los padres y se lo dejaron a él... si se lo lleva la cana no se lo pueden tocar, así que acá estás bien seguro, ¿entendiste?

–Pero vos... ¿adónde vas, hermano?... ¿por qué me decís todo eso?

–A ningún lado, gil, vos tenés que saber por cualquier cosa, ¿'ta?, esa guita es tuya también... Mirá, ahí, abajo de esas tablas hay cinco mil. Como no vamos a laburar por un tiempo, nos vamos a quedar tranqui, de ahí vamos sacando de a poco, pa comer... son billetes chicos, de diez dólares. Oime bien, Pepe, si me pasa algo, acordate que la guita es tuya, usala.

–'Ta bien, Pedro –Pepe lo abrazó, un poco intranquilo– yo te escucho todo, me acuerdo todo, como vos digas 'ta bien... pero a vos no te va a pasar nada, yo sé... no jodas más, ¿'ta?

Eran las nueve de la noche cuando Pedro, antes de salir, le dijo:

–Si no vuelvo esta noche, es porque estoy en cana, o muerto.

–¿Tenés alguna bronca? –dijo Pepe sorprendido– ¿querés que vaya contigo?, yo te ayudo, contá conmigo pa lo que sea...

–No. Tengo un asunto y lo voy a arreglar solo...

–Cuidate...

Pedro volvió cerca de las tres de la madrugada.

–¿Qué hacés, Pepe?, ¿no dormiste?

–¡Qué voy a dormir...!, me quedé amargueando pa esperarte... ¿cómo voy a dormir si me dejaste con la espina clavada...? ¿pa qué me voy a ir a dormir?, ¿pa no dormir?... Pero ahora sí, guacho’e’mierda, me importa un coño de ande venís, ¡'ta mañana!

–¿Sabés, Pepe?... ¡sos de la planta...!

Miguel

Continúa:

Parte 3: http://blogs.montevideo.com.uy/blognoticia_52201_1.html

Parte 4: http://blogs.montevideo.com.uy/blognoticia_52203_1.html

Parte 5: http://blogs.montevideo.com.uy/blognoticia_52204_1.html

Parte 6: http://blogs.montevideo.com.uy/blognoticia_52258_1.html

---------

Parte 1: http://blogs.montevideo.com.uy/blognoticia_52188_1.html



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