Eliza y Miguel
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Voces ajenas

10.06.2011 18:03

CARLOS ALEJANDRO NAHAS, autor de este cuento, es argentino, abogado de profesión, escritor, docente universitario y fotógrafo aficionado. Está casado con Eva Marabotto y tienen tres hijos. Juntos y multiplicando esfuerzos, llevan adelante el blog Todas las Artes Argentina porque "no queremos dejar pasar un segundo más de vida sin hacer lo que más nos gusta a los dos: Escribir".

Todas las Artes Argentina es un espacio multicultural, un canal más donde los artistas de todas las latitudes de nuestra América puedan expresarse. Reciben todas las muestras de las bellas artes que los lectores del blog quieran acercarles. El único criterio que aplican es el de la expresividad y el buen gusto, porque "Sabemos que todos llevamos dentro a un poeta, a es escritor, a un fotógrafo, a un pintor y a un músico".

Estaba en unas vacaciones olvidables. Departamento prestado, sin cocina, sin heladera, en pleno centro de Avenida Colón, en Mar de Plata. Y encima yo desempleado.

Mi mujer y los chicos dormían, y los autos pasaban por la avenida raudamente, sin dejar de tamborilear sobre mi cabeza, sin dejarme margen para dormir. La primera noche concité el sueño brevemente. La segunda francamente no.

De pie puntillas, tomé mi billetera, cien pesos y salí al maremágnum de la calle sabiendo de antemano lo que me esperaba. Dos cuadras hasta el Provincial y había sólo tres personas en todo el casino jugando. Eran las tres de la mañana. Compré una tableta de color y decidí hacer esa martingala que bien me sabía. Una a un color, el doble al otro, el doble al otro y así. Todo anduvo bien hasta la quinta o sexta ronda, cuando se dio vuelta la suerte y dejé de tirarle fichas chicas al croupier.

Cambié una tableta grande por chicas para comenzar con los plenos. Veía con el sudor perlado en mi frente como el croupier tiraba las bolas y trataba de adivinar el pleno salvador. Se me dio con el 14 y ahí salté de la alegría.

Los chicos y mi esposa dormían y ya eran las cuatro. En este instante llevaba ganado más de diez mil grandes. El momento justo para retirarse, para doblar las apuestas o para perderlo todo. Un señor mayor se asoma por sobre mi hombro y me dice “¿no va a dejar ahora, no?”

Y no dejé. Y el dinero se escurría entre mis manos como agua de lago. Abandoné la mesa un rato, cambié monedas y fui a probar suerte en las máquinas. Diez vueltas sin sentido, perdía y perdía. Una vieja “fisgona” me miraba y cuando me levanté, juro que al dejar el aparato ella había ganado la fortuna que yo había dejado.

Black Jack, dados, póker, todo. El dinero desaparecía de mis manos como había llegado. Tenía que recuperar el toque mágico, fui al cajero y saqué los 500 pesos que me quedaban para las vacaciones. Y lo comencé a jugar sin medida, sin método, sin sentido. Sobre las cinco había perdido los cien iniciales, los diez mil que me hubiesen despedido de allí con dignidad, y los quinientos de reserva.

Dos monedas de uno y un billete de cinco hacían todo mi capital. El croupier levantando la cabeza me miró cómplice como queriéndome decir, “a los perejiles como vos los limpiamos de un plumazo, andate antes de hacer algo de lo que arrepentirías toda la vida”.

Recordé al padre de mi suegro, fortunas dilapidadas en el casino y en los burros, recordé a mi suegro, jugador compulsivo, recordé a mi padre y su manía insaciable de Palermo.

Me despedí de todos, bajé la cabeza y atravesé las escaleras alfombradas de la derrota. A la salida me crucé con el señor mayor. Cosas de la noche o del alcohol, me pareció verle una imperceptible cola roja en su pantalón. En el camino fui hasta la playa. En las veredas, mujeres que se ofrecían sin dientes al mejor postor. Estaba saliendo el sol. La sensación de perder mucho en el casino luego de ir ganando fortuna es indescriptible. Uno siente que le han quitado las ilusiones, la dignidad, la virilidad, el orgullo.

Me descalcé y por un momento sentí que el camino adecuado era el de Alfonsina Storni, pero tres ángeles dormían en sus camas y me esperaban. Me descalcé, dejé que el mar me acariciara frío y aquietara mi lúdica locura. Al regreso compré medialunas y el diario. Preparé el desayuno de la familia y desperté a todos como si nada.

Mi mujer, bicha como todas imaginó que había perdido 100 peses en el casino, así había sido, pero yo había perdido 500 y había malogrado los 10.000 de la salvación.

Le di un beso, no le dije nada y armé los bolsos para la playa.

No soy un jugador compulsivo me digo todos los días. Eso fue un simple desliz ocurrido hace varios años ya. La quiebra fraudulenta que me decretaron, los seis años en la prisión de Sierra Chica, el abandono de los que me quieren, deben ser cosas del destino.

Cuando salga de acá, la próxima vez, pruebo suerte en Atlántida. No me puede fallar.

Carlos Alejandro Nahas - todaslasartes.argentina@gmail.com




04.06.2011 03:39

EVA MARABOTTO, autora de este cuento, es argentina, periodista del Diario Clarín, licenciada en letras y docente de periodismo. Está casada con Carlos Alejandro Nahas y tienen tres hijos. Juntos y multiplicando esfuerzos, llevan adelante el blog Todas las Artes Argentina porque "no queremos dejar pasar un segundo más de vida sin hacer lo que más nos gusta a los dos: Escribir".

Todas las Artes Argentina es un espacio multicultural, un canal más donde los artistas de todas las latitudes de nuestra América puedan expresarse. Reciben todas las muestras de las bellas artes que los lectores del blog quieran acercarles. El único criterio que aplican es el de la expresividad y el buen gusto, porque "Sabemos que todos llevamos dentro a un poeta, a es escritor, a un fotógrafo, a un pintor y a un músico".

Se lo marcaron ni bien entró a la escuela. Decían que era el más malo de todos. Cierto que apenas estaba en cuarto grado y todavía no había cambiado todos dientes de leche. Pero sus ojos oscuros podrían mostrar una fiereza infinita, sus gritos destemplados asustaban por igual a nenas y docentes y sus puños e uñas encontraban el lugar justo donde lastimar.

Ella aceptó el desafío con todo su entusiasmo. No les creyó a sus colegas más experimentadas. Prefirió pensar que los chicos del Fuerte tenían alguna posibilidad de redención y la tenía en sus manos. Al fin y al cabo ahí andaba Carlitos, el pibe de una de las torres, al que todos podían ver disfrutando en la selección Nacional e incluso en el fútbol inglés, con su eterna sonrisa de potrero.

Y corría una historia sobre un pibe de la escuela 16 que aprendió a hacer radio en un taller extraescolar y se convirtió en el operador de una emisora dedicada a la comunidad boliviana que quedaba en Liniers, aquel lugar donde se acababa el barrio y empezaba la urbe.

Así que desplegó frente a sus alumnos de 4to. un curso con montones de experimentos científicos, cafés literarios y exposiciones de fotos recortadas de revistas con las mejores pinturas de Fernando Fader y Antonio Berni. Y logró entusiasmarlos. A los más curiosos los interesó por los experimentos caseros. Los más sensibles se adentraron en el territorio de la Literatura de la mano de los cuentos de la selva de Horacio Quiroga y las disparatadas historias de Luis Pescetti.

La mayoría se divirtió diseñando monstruos de engrudo y papel de diario para poblar los laberintos de Jorge Luis Borges o armar soles de colores brillantes a la manera de Carlos Páez Vilaró. Pero a Lautaro no hubo modo de motivarlo. Bostezó con los cuentos espeluznantes, volcó el engrudo sobre el guardapolvo impecable de su compañera de banco y la témpera sólo le sirvió para pintarrajearse la cara e iniciar una danza frenética a la que se sumaron la mayoría de sus compañeros.

Pero Silvia se negó a darse por vencida. Consultó manuales de pedagogía. Fue de Piaget a Freire, y de los consejos de su madre a las recomendaciones de las colegas jóvenes y viejas.

Lautaro se mostró inmune a todos los intentos por integrarlo al grupo, por interesarlo por las actividades del aula. Cuando no iniciaba sesiones de lucha libre con un compañero más débil, cantaba canciones soeces para ofender a las chicas, o ponía chinches en la silla del profesor de música. No había momento del día en la que no estuviese haciendo una maldad y de nada servía llamar a su madre, ya que la pobre señora llegaba y se iba entre disculpas y amenazas de coscorrones pero la actitud del retoño no se modificaba.

Y ella casi terminó por perder las esperanzas. Allá por agosto, se acostumbró a la sonrisa burlona de ese chico de poco más de diez años. Dejó de esmerarse en atraer su atención y consintió en que hiciese ruidos en medio de la clase o decidiese largarse por la ventana a pasear por el patio. No se animaba a castigarlo ya que creía firmemente en una escuela contenedora y la opción para Lautaro si lo expulsaban de las aulas era deambular por las calles y aprender raterías. Así que la maestra decidió dejarlo estar en su mundo, perdido en el ambiente cálido del aula. Pero deseó profundamente hacer borrón y cuenta nueva. No veía la hora de que terminase el año escolar. Quizás, la próxima camada sería distinta.

El último escollo fue el acto de fin de curso en el que tenía que actuar 4to. grado. Después de pensarlo durante varias semanas Silvia decidió armar un final a toda fiesta y les propuso a los chicos de cuarto grado que protagonizasen una murga bullanguera. En las semanas siguientes consiguió la complicidad de la maestra de Plástica para coser retazos de colores vivos y pegar lentejuelas para confeccionar divertidas levitas para todos los nenes del curso. Lautaro no se dejó probar las ropas de fiesta, pero ambas mujeres se obstinaron en hacer un equipo a su medida.

Por la tarde la maestra reclutó a la portera y a una auxiliar de jardín de infantes y hasta la bibliotecaria se entusiasmó armando galeras de colores brillantes. Ni se le ocurrió convocar a las mamás para armar los trajes. Bastante ocupadas estaban cuidando a sus críos de las tentaciones de los vendedores de paco, reemplazando a sus hombres cada vez que caían presos o tenían que ocultarse por un tiempo porque la Policía los buscaba.

Así que la “seño” se cargó sola la puesta a punto de sus 35 alumnos y no tuvo más colaboración que la de las colegas generosas. Desde fines de octubre Silvia usó algunos recreos e incluso horas de clase para practicar pasos murgueros al ritmo de temas del rock nacional y la murga uruguaya.

Fue un día soleado de octubre. Sonaba una canción carnavalera, y los chicos desfilaban tratando de imitar los movimientos desenfrenados de las comparsas barriales. Daban saltos acompasados y hacían movimientos espasmódicos siguiendo los compases de un tambor que sólo sonaba en el grabador apoyado en la ventana de la dirección. Algunos alumnos jadeaban. Otros reían.

En la otra punta del patio en el que practicaban, Lautaro miraba con su habitual desdén. Pero esta vez sus pies se movían casi imperceptiblemente llevando el ritmo de la música que sonaba. Silvia intuyó que ése podía ser el camino para llegar al chico y trató cada día de llevar el ensayo más cerca del lugar en el que él estaba.

La semana siguiente se propuso sumar instrumentos a la murga así que trabajó toda una noche transformando envases de yogur en maracas y enormes latas de dulce y pintura en sonoros tambores. El día del ensayo repartió los instrumentos entre los alumnos de cuarto grado y los invitó a hacerlos sonar al compás de la música.

Por supuesto que Lautaro no quiso sumarse a la banda, pero algunos de sus amigos lo rodearon armando un enorme barullo que pareció divertirlo. Por momentos, intentaba mantener el ceño fruncido, pero en otros no podía disimular y marcaba el ritmo con las palmas o imitaba con su voz el sonido del tambor.

De pronto, en mitad de la mañana, uno de los nenes que tocaba el tambor resultó elegido escolta de la bandera nacional, y tuvo que ir a practicar al salón de actos con la señora vicedirectora. Su instrumento quedó olvidado en un costado de la galería y a la murga empezó a faltarle su alegre repicar. Entonces Lautaro vio en él una herramienta para interrumpir la clase y comenzó a batir el parche, primero desaforadamente, mientras gritaba a voz de cuello: “Rataplán”.

Pero, de a poco adoptó el ritmo que imponía el tema e incluso se animó a algún solo cuando terminaba la canción o a corear un estribillo pegadizo. Silvia no pidió más pruebas y decidió confiarle el tambor en los ensayos. El día anterior al acto, le pidió que ayudase a la murga con sus redobles. El chico refunfuñó hasta para calzarse la levita, pero no pudo disimular el orgullo que le produjo el puesto de primer tambor y comienzo de la murga.

En la fiesta de fin de curso, cuarto grado cerró el año a toda alegría. En el medio de la murga, una maestra con inmensa vocación y un pibe rebelde saltaban confundiéndose entre los bailarines y disfrutaban del festejo.

Al año siguiente Silvia recibió el pase a una escuela que quedaba más cerca de su casa. Siguió con las exposiciones de arte, los cafés literarios y las murgas coloridas, pero no volvió a saber nada sobre Lautaro. Pasó el tiempo y recibió un mail firmado con un nombre que le resultó conocido: “Hola Seño! Tantos años! Te cuento que en aquel acto me enamoré de la música. Fui a un taller de percusión en la Casa de la Cultura de Caseros y ahora toco en un grupo que hace música rioplatense. Este año hicimos gira por Uruguay y esta semana tocamos en un pub de San Telmo. No sé si esto te dice lo importante que vos fuiste en mi vida. Un abrazo. Lauti”.

Eva Marabotto - todaslasartes.argentina@gmail.com




02.06.2011 19:07

MARCIANO DURÁN es un uruguayo con el don especial de estimularnos la nostalgia despertándonos una sonrisa. Nació en el Departamento de Florida el 25 de agosto de 1956 y está radicado en Punta del Este desde 1979.

Tiene muchas obras escritas, todas exitosas y con ese sabor a lo nuestro que tanto admiramos. Él se considera modestamente un humorista, aunque en realidad sea, merecidamente, un ícono de la idiosincrasia de nuestro país.

En Mayo de 2010 fue electo como suplente del Intendente Departamental de Maldonado y desde Julio del mismo año ocupa el cargo de Director General de Cultura de ese Departamento.

Hace tiempo ya que venía prometiendo estas PIFIAS (tan necesarias), que se venían postergando por razones de trabajo y que por suerte, en estos días ha concretado:

H@nalfabetos

Andamos en moto sin libreta de conducir.

Y así nos va.

Porque para andar en moto por estos días, sólo se precisan dos cosas: moto y ganas.

Entonces chocamos, pisamos, caemos y rodamos.

Con las computadoras hacemos lo mismo.

Parece ser argumento suficiente para manejar una computadora el tener una al alcance de la mano. Por lo tanto….las chocamos en cualquier esquina en que se cruce una web con un blog, un muro de Facebook con un e–mail.

Lo que pasa es que viene ganando la cultura de “hacer” a la de “conocer”, la de “usar” a la de “saber”, la de “tener” a la de “aprender”.

Me da la sensación que estamos frente a una generación de usuarios con mucha tecnología, mucho tiempo a disposición, poco sentido común, escasa información y reducidas ganas de cuestionar lo que va recibiendo en sus monitores.

Está bien… estoy generalizando.

No debo hablar de una generación, debo hablar de millones de usuarios de teclado fácil.

¿A dónde voy? A la falta del más mínimo criterio para cuestionar lo que nos llega.

Desechando autores

Acá va un ejemplo personal para tratar de explicarlo:

Desde hace unos años nuestro texto “Desechando lo desechable” circula por el ciberespacio con distintos títulos: “Me caí del mundo”, “Porque todavía no tengo DVD” y “Para mayores de 40” (entre otros). Y con la firma de Eduardo Galeano (que no soy yo). Así que traté de entender por qué estaba sucediendo eso. Calculo que fue así:

Este dedito reenvió nuestro texto y este otro lo recibió.

Y como aquel que se sube a una moto solamente porque tiene moto, este dedito resolvió compartirlo con alguien de su entorno. Entonces hizo los deberes: copió y pegó.

Y copiar, recortar y pegar algo que hacíamos sin muchas complicaciones en la escuela– ahora está apareciendo como una materia difícil de salvar en internet. Sin apoyar convenientemente el cursor, se le quedó seguramente sin pintar la primera parte y la última: el título y la firma.

Y este pícaro gordito lo recibió y pensó: “¡Ta’ lindo, lástima que no tiene título!”

Entonces hizo justicia por mouse propio, buscó en la crónica una frase que sirviera de título y la mandó para el principio.

Y éste otro dedito le puso la sal: “Esto se parece a las cosas que escribe Galeano”. “¡Y sí! se ve que se olvidaron de ponerle la firma. Y bueno… yo se la pongo”.

Y los pícaros gorditos se la comieron, toda…todita. Y ahí anda rebotando y multiplicándose en cada computadora en la que cae. Y tuve que escribirle a mi admirado Galeano para contarle lo que estaba pasando.

Y el texto siguió creciendo. Era poco creíble lo que sucedía: foros, encuentros de políticos, congregaciones religiosas, programas de TV, congresos de salud, obras de teatro, reuniones de ecología, convenciones de profesionales y programas de educación incluyeron nuestro texto con la firma de Galeano.

Y el texto (que es coherente) comenzó a reciclarse a sí mismo. Un par de veces por año alguien propone un nombre nuevo y lo recicla vía internet.

Se traduce al inglés, al francés, al italiano, al alemán, al portugués y al catalán. Forma parte de presentaciones teatrales, se proponen homenajes a Galeano, aparecen power point muy bonitos que recorren la red, los diarios de papel de distintos países lo publican y se comercializa de mil maneras: audio, posters, i–book, cuadritos, CD y hasta camisetas con frases del texto.

Todos toman naranjada y el pobre naranjo nada. Y no está mal. La naranjada debe ser para los que la toman y los naranjos –hasta donde yo sé– no consumen naranjada. Los naranjos se alimentan de otras cosas. Pero siento cosquillas en la barriga.

Mis tres textos más exitosos son tuyos

Entonces Galeano empieza a recibir felicitaciones en cada lugar que llega. Y aclara desde México: “Porque en mi larga vida de escritor, los tres artículos que más repercusión tuvieron y por los que me paran en la calle para felicitarme y circulan con mi firma en internet, no son míos. Uno se refiere a “Las cosas viejas”, otro que se llama “Por qué no tengo un DVD”, lo cual es falso porque sí tengo y otro que es “Mi nieta Sofía” y yo no tengo ninguna nieta Sofía. Entonces están estos tres trabajos de enorme éxito y que me felicitan por eso que yo no escribí. Y habiendo escrito tanto, empiezo a deshojar la margarita… me mato, no me mato, me mato, no me mato…”

Más adelante me escribe: “el drama mío es que mis tres textos más exitosos son tuyos, y no míos, así que cada vez que me felicitan en la calle, diciéndome cosas como: 'es lo mejor que escribiste, qué maravilla', yo me pongo a deshojar la margarita para ver si me mato o no me mato”.

Hacé una prueba. A vos te hablo. Al que está leyendo esto.

Escribí “Me caí del mundo” entre comillas en un buscador y a continuación colocá la palabra “Marciano”. Aparecerán 600 páginas que vinculan mi nombre con este texto.

Pero si a continuación en vez de “Marciano”, ponés “Galeano”, el resultado son ¡6.500 páginas!

“No consigo andar por el mundo tirando cosas” y el nombre de este extraterrestre ofrecerá 10.000 versiones. Asociada al autor de la Venas Abiertas: ¡48.000 páginas!

Podría seguir con más ejemplos, pero tengo la sensación que ya me creyeron.

Algo malo está pasando en internet. Están sucediendo cosas feas en la red de redes. Parece que un grupo importante de usuarios de internet anda manejando sin libreta y se ha subido a los autitos chocadores.

Virus, operaciones y lunas de Marte

Cuando éramos niños nos decían: “¿Quién sos vos que la radio no te nombra?”

Un poco más grandecitos el concepto fue: “Lo que no aparece en la tele no existe”.

Por estos años la consigna parece ser: “Si me llegó por internet es cierto.” ¡Miren si un medio tan caro, tan sofisticado, tan inteligente, tan democrático, tan moderno va incluir cosas que no son ciertas!

Entonces cada vez que llega el 27 de agosto nos avisan vía internet que se verán dos lunas en el cielo. ¡Y nosotros salimos al patio a observar el mayor acercamiento de Marte con nuestra casa, con la esperanza de ver dos lunas y a un marciano en el techo de la casa del vecino!

A los pocos días en impúdicos correos –con cientos de direcciones a la vista– nos avisan que llegará un mail que se llama “La vida es bella” y nos dicen que no vayamos a abrirlo porque hará que nuestra computadora explote en mil pedazos y…. “¡avísale a todos tus amigos”. Y nosotros les avisamos. No hay de qué, señor.

A la semana nos avisan que –María Mascardi– una niña de 9 años necesita urgente un tratamiento médico muy caro. Por cada correo que enviemos… a María le llegará un dólar y podrá operarse.

Esta semana María Mascardi es la hija de un empleado bancario de Nico Pérez, pero recuerdo que hace un par de meses era hija de un aduanero de Massachusetts y se llamaba Mary Mascardi. El año pasado vivía en el país vasco y se llamaba Mary Carmen y hace cinco años (María tenía también nueve años) debían operarla en Porto Alegre.

No se muere, no envejece, no la operan nunca, pero su mamá sigue mudándose de Casupá a Bilbao y de Massachusetts a Nueva Palmira sólo para poder repartir nuestras direcciones por todo el mundo.

Al mes nos avisan que está desaparecida Jennifer García, la hija de un empleado bancario. “Sólo hacen falta 2 minutos para hacer circular el mensaje. Si se tratase de tu hijo (a) harías lo imposible por obtener ayuda. Dios premiará tu bondad.” Y este gordito se la comió.

Es que ellos apuestan a nuestra ingenuidad y a nuestra ambición. Una y una.

Una vez nos descubren ingenuos y nos venden trasplantes y desapariciones de niños a cambio de nuestro banco de direcciones.

Otra vez nos advierten ambiciosos y nos ofrecen gratis lo que se vende caro en el shopping, o nos proponen ser los únicos que nos beneficiaremos del secreto que nos mandan. Una y una.

Ellos saben muy bien que esa mezcla de letras con un @ en el medio, da como resultado una dirección, es decir –allí– atrás de la dirección y adelante del monitor hay un tipo que además de confiado es ingenuo y ambicioso.

El primer examen ya lo dimos y lo salvamos con buena nota.

Después nos mandarán carnadas para obtener peces con forma de números telefónicos, direcciones reales y hasta tarjetas de crédito. De nada, señor.

En primavera recibimos un correo de un periodista que nos hace saber del tráfico de órganos de niños. ¡Y se muda de Nueva York a la Barra del Chuy para escribirnos!

Como si fuera poco cada dos meses nos amenazan con enviarnos una computadora de regalo.

En invierno nos avisan que Bill Gates está compartiendo su fortuna y nos enviará un dólar por cada correo que nosotros enviemos, y…. “¡Cierra Hotmail! ¡Cierraaaaaa Hotmailllll! Atención, debido a rigurosos cambios en nuestro website, pedimos a usted, que nos envié con el carácter de urgente, los datos solicitados a continuación a este e–mail.”

Y no sólo se los mandamos, sino que además pedimos a nuestros amigos y familiares que por favor no queden afuera de Hotmail. A las órdenes, señor.

¡En verano nos avisan que están haciendo bonsái con gatitos! “¡No ignores esto por favor! ¡Sólo te tomará un par de minutos!" "Hay un terrible tráfico de órganos en nuestro país (es decir en todos los países) Le sacaron los riñones a un joven a quien drogaron y ahora está en el hospital".

En otoño nos piden prestada nuestra cuenta bancaria para depositarnos medio millón de dólares porque en la de ellos ya no cabe un dólar más y el dinero se les vuelca para este lado del mostrador.

A la semana nos enseñan a sobrevivir a un ataque al corazón “cuando estemos solos, tosiendo repetida y muy fuertemente, respirando profundamente antes de cada tosido, y el tosido, debe ser profundo y prolongado”. Mientras tanto los porfiados y muy tontos de la Cruz Roja dicen que eso no es cierto.

Esta es la última vez que me muero

Cerca de fin de año nos mandan el poema “Muere lentamente” firmadito por Pablo Neruda. Y lo leen por la tele y aplauden a Neruda una y otra vez y la brasilera Martha Medeiros (verdadera autora del texto) lo mira por TV. “Me gusta cuando callan”, pensará la Medeiros.

Es que la gente insiste, la gente es porfiada, la gente no chequea, la gente compra la primera oferta.

En año nuevo nos envían el poema “Instantes” de Jorge Luis Borges:

“Si pudiera vivir nuevamente mi vida.

En la próxima trataría de cometer más errores…"

empieza diciendo con forma y olor a poster, a tarjeta y a power point el poema “Instantes”.

Y el pobre Borges se revuelve en la tumba. Y más se revuelve (pero no en la tumba) Nadine Stair verdadera autora del poema. ¡El texto más famoso de Borges no es de Borges!

Creo que estamos leyendo sin libreta ni propiedad. ¿Será tan difícil reconocer la pluma de Borges, de Neruda o de Galeano? ¡Se están comiendo plumeros pensando que son pollos!

Al mes nos mandan “La Marioneta” de Gabriel García Márquez, poema con el que el Premio Nobel colombiano se despide de sus amigos, tras saber que tiene cáncer.

“Si por un instante Dios se olvidara

de que soy una marioneta de trapo

y me regalara un trozo de vida…"

… pero Gabo goza de buena salud, no escribe poesía y desmiente que sea de él.

Pero no hay caso. ¡Andá a explicarles! Nadie los convencerá de que este poema es de un ventrílocuo mexicano llamado Johnny Welch. Otros hablan por vos Johnny. Lo de siempre.

Si señor….nos han wiquipedizado.

¡Basta de razonamiento propio!

¡Basta de cuestionamientos lógicos!

¡Basta de dudas razonables!

¡Si lo dice internet es cierto!

Miren… hace poco en un foro encontré que un lector decía:

–Siempre me gustó lo que hacía el escritor desaparecido Marciano Durán..

Y otro le preguntó:

–¿Cómo? ¿Marciano Durán falleció?

–Sí –contestó la primera persona muy suelta de teclado– falleció hace un año.

Enseguida se colgaron otros internautas. Unos dolidos, otros perplejos y algunos sonrientes. Pero todos convencidos.

A ninguno se le ocurrió dudar de la información (lo decía Santa Internet) Así que mandé un correo diciendo que era mentira, que yo estaba vivo, que incluso se los podía jurar por mi propia vida. Ninguno me creyó.

Me quedaban otras sorpresas por vivir después de mi injusta e inesperada muerte.

¡¡¡¿Tú también Marcos Bruto?!!!

Creo que no es necesario que presente a Marcos Aguinis. Me refiero al multipremiado, hiperpopular y superreconocido escritor argentino.

“El elogio del Placer” es su último libro convertido en Best Seller. Allí se encarga de elogiar al placer y de cobrar viejas cuentas pendientes. Transcribe más de trescientas palabras de “Desechando lo desechable” y desde la página 223 a la 233 en el capítulo “¿Cuestionar el progreso?” se encarga de pegarle a Galeano.

Una y otra vez. Derecha e izq… es decir derecha y derecha, derecha y derecha. Un golpe atrás de otro. ¡Tú también Marcos Bruto! ¡Ese texto no es de Galeano, Marcos! ¡Cualquier h@nalfabeto se da cuenta!

Extracto algunas de las frases:

“La izquierda ahora se ha tornado escéptica y paradójicamente conservadora. Es una izquierda que le teme al futuro”.

¡No Marcos, no! ¡Es sátira, es broma, es humor y no es Galeano!

Después de citar varias frases de nuestro texto creyendo cual nobel usuario de computadoras o motociclista sin casco ni libreta que es de Galeano le contesta al escritor compatriota: “El progreso no consiste en dejar de hacer cosas, sino en que haya cosas mejores para hacer, Galeano”.

Así, como levantando el dedo índice y moviéndoselo en la cara a Eduardo. Sólo faltó “¿entendiste zurdito?”

Después de seguir citando “Desechando lo desechable” en varios pasajes, agrega: “Ese es el progreso que soñaba el socialismo utópico, luego el científico y la guerrilla guevarista, estimado Galeano”. Acá le antepone el “estimado”.

Y hace bien porque Eduardo es estimado (salvo justamente por él, que hace tiempo esperaba una excusa para golpearlo desde un libro).

Los libros no deberían usarse para golpear a la gente, Marcos. Fueron pensados para otros fines.

“Me parece que Eduardo Galeano es un escritor lleno de miedo y lo abruma la nostalgia por el tiempo pasado que fue mejor porque es conocido”.

Seguro que en los próximos días aparecerá el próximo libro de Aguinis con el título “Las disculpas del placer”. Porque después le propone a Eduardo que se vaya a vivir a una aislada comunidad ecológica y lo acusa de ser un progresista que odia el progreso y el cambio.

“¿Galeano no se da cuenta de que si hubiese seguido ese criterio fetichista antes de que él naciera, etc,etc,etc...?" Y sigue.

¡Ay Marcos! Wikipedia por lo menos. Aunque más no sea Google.

Está bien que la gente de poco cerebro ande chocando por las autopistas de la comunicación. ¿¡Pero tú Marcos?! ¿Desde un Best Seller?

Estas cosas me confunden. Es más… ahora me quedan dudas respecto al resto del libro. ¿Los otros capítulos tienen el mismo rigor?

Estoy confundido. El mal uso que la gente hace de internet me confunde. Lo juro.

Atentamente, Eduardo Galea... perdón, Marciano Durán

http://www.marcianoduran.com.uy




30.05.2011 04:03

El autor de esta nota, Alfredo Carlos Moffatt (12 de enero de 1934) es argentino, psicólogo social, psicodramatista y arquitecto. Fundador de la Escuela de Psicología Argentina, es conocido como uno de los discípulos predilectos de Enrique Pichón Rivière. Su carrera se caracteriza por distintos aportes en el ámbito comunitario y por el desarrollo de innovadoras terapias populares.

Es creador de organizaciones populares como "La Cooperanza" (talleres de recreación en el patio del Hospital Neuropsiquiátrico Borda desde 1985); "El Bancadero" (mutual de ayuda psicológica alternativa en Once); "Las Oyitas" (organización autogestiva de ollas populares para chicos en La Matanza).

La negación de la edad es una tontería. Yo tenía miedo a esta etapa que empieza después de los sesenta años. Ahora, que más o menos estoy instalado en ella (tengo setenta y tres años), me doy cuenta que se me ha simplificado la vida, y la mayor parte de las cosas que antes me preocupaban, ahora creo que son boludeces, pero quedó lo esencial: el amor, los hijos, la justicia social, la solidaridad (y también el dulce de leche y la crema chantilly…)

Esta edad no está tan mal, el tema de la muerte siempre angustia, pero yo creía que iba a ser peor. Es una tontería hacerse el pendejo, fíjense si tuviera que ir al gimnasio, sería todo un laburo y no podría gozar de esto de hacerme el filósofo. Cuando cumplí sesenta años hice una fiesta en la Escuela. Y dije: tengo dos caminos, o me convierto en un viejo sabio, o en un viejo pelotudo. Lo último me pareció aburrido. Cuando no asumís la edad, no gozás ni la una ni la otra.

El temor a la vejez hace que la ocultemos, que sea considerada como algo indigno, a ocultar en un geriátrico porque ya no servimos más.

Acá en la Argentina tenemos la cultura de Mirta Legrand, pobre Mirta, para conservar la juventud debe usar una máscara de cirugía y no está gozando de esa edad.

Cuando estuve en Estados Unidos había una actriz que había sido muy famosa, Bette Davis, que ya estaba muy viejita y tenía el rostro con las arrugas del tiempo. Era conductora y tenía un programa muy respetado, en el que podía decir cosas sabias, porque estaba cómoda en esa edad, era creíble.

También en Italia, estando en una plaza de Roma, pude ver que estaban todos los viejitos (los respetados nonos) jugando a las cartas y tomando Cinzano, con gran dignidad, y la gente iba a preguntarles cosas. El que vio la película casi hasta el final, sabe perfectamente cómo es, y puede avisarle a los otros cómo viene la mano de la vida.

Pero en la Argentina, cuando llegás a esta etapa, te meten en un geriátrico y no aprovechan la historia, que es necesaria para construir el futuro.

En el Amazonas no hay jubilación de viejos. Yo fui hace muchos años, de aventurero, con mochila y bolsa de dormir, y ahí estaban los viejitos de la tribu mirando el río Xingú que desemboca en el Amazonas. Y pensé: "Ahí está la biblioteca nacional"... Uno sabía de partos, otro de canoas, otro de plantas medicinales, a ellos los cuidaban mucho, porque eran los transmisores de la sabiduría, no había transmisión escrita (se moría el de las canoas y tenían que cruzar nadando…) Tenían una dignidad como los que vi en la India. Allí, en el proceso de vida, se respetan todas las etapas.

En estos países de la cultura occidental, tecnológica, donde lo que no es nuevo hay que tirarlo, lo mismo se hace con los seres humanos, y eso es una tontería. En la cultura norteamericana todos tienen que ser jóvenes y lindos.

Hay una etapa de la vida en que uno es niño, otra en que es joven, otra donde es adulto y otra donde es viejo. Nosotros atravesamos las cuatro etapas de la vida, si negamos una, vamos a tener problemas. Si se nos niega la infancia vamos a perder la creatividad, si se nos reprimió la adolescencia, vamos a perder la rebeldía.

Lo importante es seguir creciendo, es como pasar por distintas estaciones. En cada una hay que bajarse y tomar el otro tren (son las crisis evolutivas). Algunos se bajan en una y ahí se quedan, no siguen en el viaje de la vida.

Cuando no se transita uno de los pasajes evolutivos, se produce una perturbación. Si la niña no puede genitalizarse, queda en un vínculo infantil y no asume sus posibilidades de hacer pareja, es la hija que queda captada por un padre muy sometedor, tiene cuarenta años y vive con el padre. Pero no puede hacer pareja con el padre por el incesto y por la diferencia de edad, son dos mundos distintos.

Lo mismo ocurre con el varón, cuando muere el padre, y la madre lo coloca en el rol del hombre de la casa. Ese adolescente empieza a desfasarse de su objeto sexual, que es una novia, y es el típico solterón, o se casa y tiene problemas, no se despegó de la madre.

La concentración urbana genera la familia nuclear: papá, mamá y uno o dos hijos, donde es tan pequeño el espacio, que no cabe el abuelo, va al geriátrico, después tienen que mandar al nieto a la guardería, pero ¿quiénes son los mejores cuidadores para el nieto?: el abuelo y la abuela. ¿Qué mejor maestra jardinera que un abuelo o una abuela? Ambos están fuera de la producción, fuera de la tensión necesaria para la lucha cotidiana, ambos están en el mundo de lo imaginario...

En Santiago del Estero el tata viejo es un personaje muy importante. Es el que sabe la historia de la familia, transmite la información, los agüelos cuidan al gurí, las dos puntas de la vida se complementan.

En nuestro país la vejez está desvalorizada, los viejos son marginados, el cambio social fue tan brusco que su experiencia habla de una Argentina que perdimos, si terminan en el geriátrico, los tratan como chicos, los retan y los humillan, se deprimen y aparecen todas las enfermedades que tienen que ver con las bajas defensas.

En cambio, en las sociedades más sanas, esta es una época muy rica, porque es la de la reflexión, que es parecida al juego y la creatividad, pero ya después de haber visto la película entera y haberla entendido. Es como el que viajó mucho y ahora puede ver el panorama del viaje.

La última etapa es lo que se llama la senectud, que a veces tiene un deterioro grave, neuronal, de las funciones mentales. De todas maneras, el final del proceso de la vida, que es la muerte, es un tema negado en nuestra cultura.

El final, la agonía, a veces tiene características traumáticas, como algunos partos, al inicio. Los humanos somos todos de la tribu de los "Uterumbas", porque vamos del útero a la tumba.

Se puede estar en cualquier edad, incluso setenta, ochenta años, y el que tiene un proyecto se aleja de la muerte. Eso lo vi en Pichón anciano, él decía: “la muerte está tan lejos como grande sea la esperanza que construimos”, el tema es la construcción de la esperanza. ¿Cómo la podés construir?, si esa historia tiene sentido y se arroja adelante como esperanza.

Padres que no le tienen miedo a la muerte hacen hijos que no le tienen miedo a la vida.

Alfredo Moffatt - alfredomoffatt@gmail.com

Psicologo - Terapista de Crisis




01.03.2011 18:08

El autor de este texto, Venancio "Pocho" Rivero, es uruguayo, nacido en Montevideo el 12 de febrero de 1931 en el barrio Cerrito de la Victoria. Desde 1980 vive en Suecia con su familia.

Siempre es bueno para la salud y la mente leer cosas interesantes, siempre que sean cosas constructivas que no hagan ni el mínimo daño a nadie, es la mejor forma de rechazar los oscuros pensamientos de la ignorancia. Necesitamos de alguna manera transformar nuestras vidas en historias, no sólo para enriquecer nuestra mente, sino también la de nuestros semejantes. Como siempre en nuestras vidas, surge algo nuevo, pero ya les adelanto que no es nada extraordinario.

Cierto día caminando por la costa del lago Vater, veo de la forma que viven algunos animales el año entero en su costa. En invierno es muy difícil para ellos encontrar comida cuando todo está cubierto de nieve. Pero los vecinos han notado el problema de estos animalitos y les arriman algo para que vivan mejor. Un día como tantos, piqué pan en pequeños trozos, lo fui desparramando por el camino y me senté en uno de los bancos que bordean a este hermoso lago.

Se me acerca un patito que se me sube a una de mis rodillas. Me dice algo como una proclama, pero como no entiendo el idioma de los patos, quedé sin saber nada, pero las intenciones en estos casos sirven. Comió pan en mi mano y seguía hablando, me levanté para marcharme a mi casa, y el patito no se iba de mi lado, me acompañó hasta la puerta de los apartamentos y se dio vuelta.

Ustedes pensarán que habrán tantos patos que es difícil distinguir al mismo, pero la verdad es que este patito tiene una mancha negra sobre su pecho blanco y eso le valió el mote de “El Manchado”. Pasan los días, y al costado de un kiosco estaba el Manchado comiendo en el pasto con su pareja, que le habló algo y otra vez se vino conmigo. Yo creo que el lector pensará que este cuento es pura fantasía, pero no es así. Las cosas que estoy relatando, son tal cual las cuento. Ahora empecé a comprender que los animales tienen el pensamiento muy parecido a los seres humanos y saben distinguir lo bueno de lo malo, que ya es importante.

Cada vez que encuentro al Manchado, parece que me está esperando y otra vez me acompaña hasta la puerta de los apartamentos. Tuve intenciones de hacerlo pasar, pero esos animales son salvajes, les gusta lo que nos gusta a la mayoría de los seres humanos: la libertad.

Hace algún tiempo hubo algo llamativo, al menos para nosotros. Como en la ciudad de Jonkoping hay varios lagos, los patos cambian de lugar, siempre buscando comida.

La autopista estuvo por unos minutos bloqueada, omnibuses, camiones y autos, estuvieron parados sólo para dejar cruzar a una pata seguida por cinco pequeños patitos que era una belleza verlos, ya que la madre miraba continuamente para atrás, cuidando a sus hijitos.

Hay que saber apreciar las bellezas que nos brinda la naturaleza. Yo pienso que mucha gente que se dedica a las drogas o algo que hace daño a los seres humanos, sería bueno que miraran detenidamente el accionar de los animales, y se iban a dar cuenta lo equivocados que están.

En el año 1998 en mi visita a Uruguay, vi algo que me emocionó, quizás sea por el amor que siento por los animales, pero en aquellos años miraba el trabajo sacrificado de un hornero, que por unos instantes dejó el trabajo, hinchó el pecho y me cantó. Me fui tan agradecido con ese animalito, que con toda justicia lo pongo como ejemplo.

Un vecino de nosotros me contaba que cuando yo regresaba a mi casa del trabajo, su perro, un labrador negro, me veía venir y movía la cola. Cada vez que lo traía, el animal estaba feliz, echado a mi costado. El dueño me decía que me había elegido como su amigo. Creo que el pato del lago Vater también me eligió.

Los animales sienten y sufren como nosotros, nunca los maltrates.

Pocho Rivero - quepoc@live.se




05.12.2010 04:58

La autora de esta nota, Susana Andrade, dirige junto a su esposo Julio Kronberg, el periódico Atabaque desde 1997. Desde allí ofrecen periodismo plural y variado, abarcando temas sociales, políticos, religiosos, y de la realidad que vivimos, con un enfoque valiente y comprometido.

Solamente nombrando al tambor en nuestro país, estaría implícita la referencia al candombe patrimonio cultural uruguayo y desde setiembre del 2009 Patrimonio Inmaterial de la Humanidad reconocido por las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura – UNESCO.

Proceso que se remonta a la época colonial, cuando era tenido como un mero baile de negros esclavos ruidoso y obsceno, definición que toman incluso algunos diccionarios antiguos y no tanto, viéndolo como divertimento de pésima categoría por su procedencia racial.

Esto fue cambiando merced al combate sin tregua a los prejuicios, siempre en crecimiento su aceptación por el conjunto de la sociedad hasta llegar a nuestros días cuando el Gobierno progresista en el 2006 promovió la ley 18059 consagrando los 3 de diciembre como Día del Candombe la Cultura Afrouruguaya y la Equidad Racial que en su artículo 5to y final dice: “Declárese patrimonio cultural de la República Oriental del Uruguay al candombe, caracterizado por el toque de los tambores denominados chico, repique y piano, su danza y canto, creado por los afrouruguayos a partir del legado ancestral africano, sus orígenes rituales y su contexto social como comunidad.”

La fecha recuerda la arbitraria destrucción en tiempos de dictadura del conventillo Medio Mundo, cuna y “templo” del candombe espiritual, así como el de Ansina poco después, porque “empobrecían” y quitaban belleza y atractivo turístico a la ciudad. Torpe y arbitraria decisión; hoy sería muy importante tener esos bastiones de memoria e identidad tan cerca de nuestro puerto y rambla costera.

Tradición oralmente conservada, sin dudas el candombe se ha apoderado y empoderado dentro del conjunto del entramado social local. Con menos dificultades cada vez, ha sido y es elemento de integración por excelencia pues su dialéctica de alegría popular, trasciende diferencias de todo tipo y color, llamando a todas y todos a participar de distintas formas.

Esta realidad constatable a simple corazón, es mensaje incuestionable de nuestras raíces africanas puestas de manifiesto en la cultura del candombe y también en las pintorescas expresiones religiosas ancestrales, distribuidas en distintas ramas con tronco étnico común; la africanía, llegada forzadamente en los barcos negreros, tan propia y enraizadamente uruguaya como las vertientes aborígenes y europeas.

Paradojalmente debemos a la diáspora esclavista, esta parte tan representativa de nuestro ser común.

Los festejos son evocación y garantía de un futuro más inclusivo de la diversidad que conforma la ciudadanía. También es un privilegio tener libertad para traer a luz pública paradigmas y símbolos de la negritud y su historia dentro de la Historia.

Cada vez hay más pretextos para sacar los tambores a la calle y eso está bueno.

Cercanos a febrero, revive el eterno dilema entre la competencia y la plena participación.

Si el candombe es cultura, por definición es contrario al enfrentamiento, dicen algunos que no participan en torneos de Teatro de Verano ni hacen tablados. Es cierto. Las comunidades culturales y sus expresiones artísticas, debieran ser fomentadas desde el Estado sin competiciones. Pertenece al pueblo el derecho a producirlas y recrearlas sin limitaciones.

En torno a las actividades de los grupos que concursan actúan patrocinantes y esponsors que mueven toda una industria del espectáculo. Cuesta mucho sacar un grupo a la calle y los fondos, vengan de donde vengan, se necesitan aunque originan arbitrariedades. La creatividad y la excelencia pueden ser ayudadas por el “poderoso caballero don dinero” sin dudas. A menos que hubiese ayuda previa que diera iguales oportunidades luego de controles iniciales, cuando ya se ha observado la calidad de las noveles propuestas.

El Carnaval brinda momentos inolvidables pero también sinsabores.

Sin ir más lejos, en la prueba de admisión para participar del concurso oficial, desfilaron treinta y tres agrupaciones llamadas de negros y lubolos de las cuales clasificaron sólo 18.

Se inventaron reglas para ordenar esta explosión popular y a su vez incentivar la superación, promover la afluencia de público y dar lo mejor de lo mejor a la hora de mostrar lo que somos.

Aún con inconvenientes, es positivo dar brillo a una celebración natural.

Ahora que entraremos en la vorágine carnavalera, con más razón disfrutamos distendidos y lejos de la “competidera” los homenajes del Día del Candombe, así como las clásicas Llamadas espontáneas de cada 6 de enero, pensando en el valor de participar sin disputar, promoviendo una verdadera cultura de integración que nos incluya sin distinción.

Susana Andrade

www.sandrade.depolitica.com.uy - maesusana@hotmail.com



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